Literatura
“Siento que se exige de nosotras una pureza que nos desactiva políticamente”

Entrevistamos a Marta Sanz, una de las narradoras españolas actuales más destacadas y más críticas.
Marta Sanz
Marta Sanz. Foto: Carola Melguizo
21 jun 2024 08:18

Conversamos con Marta Sanz (Madrid, 1967), quien durante su larga, constante e inconformista trayectoria ha escrito numerosas obras de narrativa (Persinanas metálicas que bajan de golpe es su última publicación), así como estimulantes poemarios y lúcidos ensayos sobre feminismo, política y cultura.

¿Cómo construye ideología la novela?
La novela construye ideología decantando los discursos hegemónicos de su contemporaneidad y los discursos de la tradición artística y literaria para afrontar conflictos que son radicalmente históricos, circunscritos a un tiempo y a un espacio y, a la vez, puede alcanzar una dimensión universal. Desde una perspectiva crítica, la novela puede ser asertiva respecto al relato oficial o, por el contrario, intentar sacar a la luz los elementos de la ideología dominante, que no vemos, porque se identifica con lo que entendemos como “normalidad”. Las mejores novelas nos permiten ver lo que no podríamos percibir de no ser por ellas. La especificidad de esa interacción, en la que desde la realidad se construye una realidad nueva que inevitablemente interfiere en el espacio público, consiste en que, en los géneros artísticos y literarios, el cómo se dice es lo que se está diciendo.

La búsqueda de un mecanismo retórico u otro expresa un punto de vista respecto a un tema y esa búsqueda formal es ideológica. La manera de formular la pregunta o el conflicto es el propio conflicto. La literatura con intención política asume riesgos frente a la violencia de lo real, pero también respecto a las maneras canónicas de decir que generan una violencia retórica, una uniformidad en la concepción de lo artístico y literario, una imposibilidad de mirar y enunciar desde otros lugares más allá de la sinonimia entre capitalismo y democracia.

Literatura
Edurne Portela y Marta Sanz: dos amigas escritoras conversando

Con motivo de la aparición de la segunda novela de Edurne Portela, Formas de estar lejos, estas dos amigas se encuentran para hablar de literatura, violencia, cuerpo, feminismo, política, cultura y formación. También de sus trayectorias en el oficio de escribir y de lo que este ha cambiado —maneras de nombrar, sentir y hacer— desde la huelga y manifestación feminista del 8 de marzo de 2018.

¿Qué consecuencias ha tenido que se haya asumido la novela como un mero entretenimiento?
El entretenimiento, el espectáculo, la frivolidad son maravillosos. A mí me gustan los musicales de Vicent Minnelli y me lo paso muy bien con las novelas de Agatha Christie. El problema surge cuando la dimensión espectacular coloniza por completo el posible alcance de los géneros literarios, de modo que la palabra literaria pierde su vínculo con la posibilidad de conocer, ampliar la visión del mundo, visibilizar las zonas oscuras de lo real y, por ende, pierde también su capacidad de transformación: aquello de que la poesía es un arma cargada de futuro.

Esa minusvaloración del potencial transformador de la cultura, del potencial formativo (la cultura como cultivo, el texto que necesita que nos empinemos un poco…) resulta de una exacerbación del capitalismo: desde la lógica capitalista, el concepto de cultura solo se circunscribe al ocio y al espectáculo que sirve para complacer las expectativas de un espacio de recepción reducido a clientela. Quienes leemos damos un sentido último al proceso de comunicación literaria y tenemos una importancia fundamental, pero mirarnos solo como a clientes es perdernos el respeto. Perder el respeto a nuestra inteligencia y nuestra capacidad para conversar. Porque a la clientela se la complace. A la clientela se le dice lo que espera oír. A la clientela no se le hace perder el tiempo. A la clientela la cultura nunca puede darle problemas: solo satisfacciones, entendiendo que las satisfacciones forman parte de las emociones primarias. Esta perspectiva restringe el significado de conceptos como placer y aburrimiento: parece que el placer nunca pudiera vincularse al reto intelectual, a la dificultad, a lo que no es literal, o que el fútbol como espectáculo no pudiese provocar un profundo sopor. Existe una conexión entre el modelo económico, el concepto de cultura y los estilos literarios que, desde mi punto de vista, hoy son una muestra más de la gentrificación: no viajamos para viajar sino para sentirnos como en casa en cualquier parte, ni leemos para que un texto nos rompa el cráneo como un hacha el hielo (el símil es de Kafka).

La literatura con intención política asume riesgos frente a la violencia de lo real, pero también respecto a las maneras canónicas de decir que generan una violencia retórica.

Viajamos, leemos para que, virgencita, virgencita, todo se quede como está: no me refiero a experiencias particulares de lectura o de viaje, sino a la tendencia de lo que se espera de las acciones de viajar y de leer. A la globalización que convierte los centros urbanos en la misma ciudad descolorida. Con las novelas pasa un poco lo mismo: parece que solo es posible un estilo literario (intenso, económico, preciso, reconfortante, esperanzador, accesible), una fórmula, que lo único que hace es perpetuar una única manera de ver y construir el mundo. Los estilos realistas del siglo XIX no tienen el mismo significado trasladados al contexto del siglo XXI.

Y esto que acabo de decir no pretende, ni mucho menos, desacreditar todas las aproximaciones realistas, entre otras cosas, porque hay conflictos decimonónicos que aún podemos reconocer en nuestra experiencia cotidiana. Tampoco pretendo disminuir la faceta de la literatura como escapada: Paca Aguirre señalaba que ella no habría podido nunca superar la amargura de la posguerra sin la lectura de los cuentos de hadas. El problema nace cuando toda la literatura se convierte en una manera domesticada de escapar y el artefacto novela solo responde a las expectativas de un modelo negocio.

Poesía
ANTONIO ORIHUELA “Toda intervención cultural disidente debe cuestionar el sistema normativo”
Entrevistamos al poeta, ensayista e historiador Antonio Orihuela, coordinador de los encuentros de poesía “Voces del Extremo” a raíz de su XXV aniversario.

En tus novelas estudias mucho el punto de vista, la perspectiva desde la cual se recogen los hechos.
Bueno, es que sin mirada no hay novela. Luego la mirada cuaja en una voz y la voz se proyecta en un estilo y, a su vez, el estilo puede incidir en una transformación de la mirada. Cuando hablo de mirada, lo hago en dos sentidos complementarios: primero, hay un ser humano que pertenece a una determinada clase social, a un género, a una raza; un ser humano que nace en unas coordenadas históricas que le hacen experimentar ciertas fricciones con la realidad en la que le ha tocado vivir. O experimentar ciertos placeres. Formularse algunas preguntas.

Yo escribo como mujer occidental, blanca, de clase media, heterosexual, con estudios superiores, etc. Esa mirada de quien escribe, esa confrontación entre lo individual y lo colectivo, entre el dentro y el fuera, marca que te interesen o te inquieten ciertas cosas y, para expresar esa inquietud, esa conformidad o esa insurgencia, buscas otras miradas, personajes, ficciones, máscaras que te ayuden a indagar y a comunicar lo que necesitas compartir. Marcan el registro de tu conversación. La mirada de Flaubert se vale de la mirada de Madame Bovary y, dentro del artefacto narrativo, el estilo de la novela ha de ser armónico, construir la mirada de Emma Bovary. Luego existe la posibilidad, también perfectamente legítima, de que Annie Ernaux decida mirar a través de Annie Ernaux y la búsqueda de esa voz, que es a la vez suya y de quien la lee, le sirva como estrategia de autoconocimiento y reivindicación de la clase y del género al que pertenece: la literatura autobiográfica, escrita por mujeres, en este momento, tiene un componente político muy poderoso porque expresa una contractura social, cultural, de clase.

El problema nace cuando toda la literatura se convierte en una manera domesticada de escapar y el artefacto novela solo responde a las expectativas de un modelo negocio.

Se habla desde la desventaja, desde la vivencia de esa precariedad que lleva a las mujeres a cobrar menos, a un mayor riesgo de exclusión social, a una mayor vulnerabilidad social que incide a menudo en una fragilidad física… Estamos contando eso, utilizando nuestro propio cuerpo, como metáfora de las desigualdades. Y lo hacemos con un lenguaje que es el nuestro, pero a la vez no lo es: un lenguaje y unos relatos que perpetúan una posición de desventaja a través de la que miramos, que forma parte de nuestro cuerpo y de nuestras retinas. Ahí está la contractura y de ahí el interesante camino de las búsquedas literarias, de los nuevos modos de narrar de las mujeres.

Tus novelas constatan que los problemas individuales no se deben a factores personales, sino que están determinados por el contexto histórico y económico.
No sé si me atrevería a hacer una afirmación tan redonda. Yo creo que el contexto condiciona sin duda al individuo y, por eso, cuando nos recreamos en las fórmulas histriónicas y falsamente esperanzadoras del pensamiento positivo, estamos engañando y provocando una insatisfacción profunda en una sociedad en la que no se puede hablar de igualdad de oportunidades porque mi punto de partida para empezar a bracear en el mundo no es el mismo que el de Victoria Federica Marichalar o que el de una niña de Las Tres Mil Viviendas. Tenemos que preguntarnos por qué ciertos seres humanos tienen las piernas más largas que otros para ver cómo el peso de la historia, la pobreza, la condición de vencidas, se nos queda dentro del cuerpo. Eso es importante y podemos sacar conclusiones.

A mí me interesa esa zona en la que podemos reflexionar sobre lo que nos afecta de una manera general y me gusta pensar en esos asuntos desde un lenguaje literario que, sin embargo, casi siempre se ha centrado en lo heroico, lo distintivo, lo particular, lo excepcional. Mi interés por contradecir el deber ser de la literatura, lo que la literatura hegemónica ha decidido que ha de ser “lo interesante” (hombres hechos a sí mismos, grandes guerreros, abnegadas ángelas del hogar) no excluye la hipótesis de que existan excepcionalidades que se relacionan con las características particulares de un sujeto. Es más, en una sociedad cada vez más demagógica, esas singularidades empiezan a interesarme mucho.

¿Acepta el público que se le oculten realidades? ¿Prefiere mirar hacia otro lado conscientemente?
Esta pregunta me parece que se puede contestar desde dos dimensiones distintas: por un lado, en términos literarios, no sé si podemos decir que el público “prefiere mirar hacia otro lado” o se considera que el hecho de desviar la vista de la realidad cotidiana es consustancial al placer de la literatura. Quizá por eso “la chavalada” del instituto del barrio de La Plata de Valencia en el que imparte clases la escritora Bibiana Collado prefiere ver la serie Élite: se aparta la cotidianidad, se satisface el ideal de la cultura como sueño incurriendo en la paradoja que quizá los sueños se hagan realidad (la ficción empapa la vida para que todo siga igual), se activa el componente aspiracional, se refuerza la visión del mundo dominante que se construye también por medio de una visión reduccionista de las ficciones. De lo que deben y no deben contar.

En términos no estrictamente literarios, vivimos en una sociedad tan “complicada” que en los informativos se plantean la pregunta de si mostrar imágenes del genocidio en Gaza con toda su crudeza repercute en la concienciación de la audiencia respecto a la barbarie o, por el contrario, produce una forma de rechazo que se traduce en cambiar de canal, no querer ver, olvidar, borrar. Hay que calibrar qué informaciones son vendibles y cuáles no. En este ejemplo también podemos percibir cómo el periodismo utiliza herramientas de la ficción que desrealizan lo que sucede, mientras que, en una sinergia bastante perversa, se dice que la ficción no sirve para entender ni transformar la realidad: su reino es siempre un reino paralelo, prescindible o bufonesco.

¿Cómo construir caballos de Troya en el sistema? ¿Y otro circuito literario es posible?
Quiero creer que otros circuitos literarios son posibles, pero al mismo tiempo tengo la impresión de que estos circuitos solo tienen repercusión para un cenáculo de iniciados. Tengo la impresión de que esos circuitos acaban reducidos a la lógica del círculo vicioso. Y confieso que mi imaginación política y mi sentido práctico son bastante limitados. Partiendo de esa base, intento participar en todo lo que puedo: voy a clubes de lectura institucionales e insurrectos, voy a auditorios y a locales de asociaciones de vecinos, publico la mayoría de mis libros en Anagrama pero he hecho muchas cosas en editoriales más modestas, escribo donde me inviten a escribir con dos condiciones: en primer lugar, poder decir lo que quiero (a lo mejor soy ingenua, intento no serlo) y, en segundo lugar, que me paguen, aunque sea poco, porque este es mi oficio y, como cantaba La Bullonera, “venimos simplemente a trabajar”.

Quiero creer que otros circuitos literarios son posibles, pero al mismo tiempo tengo la impresión de que estos circuitos solo tienen repercusión para un cenáculo de iniciados.

Obviamente, estoy cansada porque, para llegar, pongo el cuerpo todo el rato: en los textos, en la realidad, en los solapamientos e intersecciones entre los dos espacios. Y experimento muchas contradicciones: a veces siento que se exige de nosotras una pureza, una ejemplaridad personal, que no se exige en otros ámbitos y también pienso que esa exigencia de pureza nos condena al ostracismo y nos desactiva políticamente. Vivo en el peligroso vértice entre el privilegio y la precariedad, y esa tensión se refleja en mi escritura. Al final, lo que importa es la escritura, el texto, más allá de que ser una escritora, sometida a la competitividad del capitalismo, no solo me agota, sino que me genera un gran resentimiento que, a lo mejor, si lo pienso detenidamente, es hasta bueno. Ser yegua de Troya tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

La narrativa audiovisual de escenas brevísimas, ¿puede estar condicionando nuestra forma de elaborar discurso?
En estos momentos, a mí me parece que lo que más condiciona nuestra manera de elaborar el discurso es el adelgazamiento del léxico y de las estructuras sintácticas en las redes sociales. Creo que se pierden los matices. También creo que funcionamos con el prejuicio de que solo lo barroco puede ser manierista, como si el minimalismo no pudiese ser una fórmula manierista en su exceso de delgadez, en su hipervaloración de la eficacia. Los estilos anoréxicos, la anorexia del pensar, la rentabilización de los recursos, la prepotencia de dar con la palabra justa, a mí me suenan a ética protestante y espíritu del capitalismo. Lo digo en broma, porque hay textos intensísimos que me parecen maravillosos. Pero también hay textos llenos de campanillas que me parecen maravillosos. Y entonces también lo que digo lo digo un poco en serio.

¿Cómo podemos deshacer la falacia de la escritura como un acto autónomo?
Venimos de una concepción romántica en la que la autoría se relaciona con la genialidad. Nos hemos construido contra ese imaginario para democratizar la literatura, desacralizarla, devolverle su textura de conversación pública, lograr que el juego con el lenguaje y el acto de leer sean formas posibles del conocimiento… Sin embargo, esa posición no excluye que miremos a quien escribe con respeto. Porque quien escribe elige hacerlo de una manera o de otra y esa decisión, que implica una responsabilidad, puede tener también un mérito. Como persona que escribe no eres autónoma respecto a tus discursos coetáneos, no eres autónoma respecto a lo que muchos consideran el fuera de la literatura (el mercado, los modelos de negocio, las listas de venta…). Todo eso forma parte de la literatura, es la literatura. Lo que te quita tiempo para escribir, tu precariedad, forma parte de la literatura. No somos arcángeles.

Varios de tus títulos más celebrados pertenecen a la serie del detective Zarco. ¿Por qué la novela policial (o cierto tipo de novela policial) se ha instalado como el subgénero narrativo más rentable actualmente en la novela española?
Porque el género policial es el vehículo perfecto para blanquear la conciencia de un espacio de recepción que concede a la lectura cierto valor de denuncia política (sin pasarse) y, a la vez, reproduce en sus mecanismos retóricos (el interés por las tramas, la revelación, la intriga y el suspense…) los procedimientos de los discursos de seducción que vinculan la experiencia literaria con la lectura rápida y el entretenimiento. Cuando me di cuenta de que Millenium satisfacía las expectativas literarias, políticas y humanas de personas, en principio, tan diferentes como Alberto Ruiz Gallardón y Diego López Garrido, puse bajo sospecha el género y también el concepto de lo que significa “ser diferentes” a la hora de hacer política.

Feminismos
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Sobre este blog
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En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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