Filosofía
Hegemonía, populismo, democracia radical
“Hegemonía”, “democracia radical” y “populismo” son los tres conceptos centrales de la obra de Laclau y Mouffe. Este artículo analiza su significado y las relaciones entre ellos tomando como punto de partida Por un populismo de izquierdas, el último libro de la filósofa belga.

“Hegemonía”, “democracia radical” y “populismo” son los tres conceptos centrales de la obra de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Los dos primeros fueron teorizados en su libro conjunto de 1985, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia. El tercero fue teorizado por Laclau en La razón populista (2005) e incorporado por Mouffe en su obra Por un populismo de izquierdas (2018). A continuación, basándome en este último libro, ofreceré una breve definición de los tres conceptos y de la relación que hay entre ellos.
La hegemonía es un concepto de origen gramsciano. Mouffe define una “formación hegemónica” como “una configuración de prácticas sociales de diferente naturaleza —económica, cultural, política, jurídica—, cuya articulación se sostiene en ciertos significantes simbólicos clave que constituyen el ‘sentido común’ y proporcionan el marco normativo de una sociedad dada”. En la evolución de las sociedades de Europa Occidental desde la Segunda Guerra Mundial identifica dos periodos: la formación hegemónica socialdemócrata (desde 1945 hasta aproximadamente los años 80) y la formación hegemónica neoliberal (desde la década de los 80 hasta la crisis de 2008). No es extraño entonces que dedique un capítulo completo a analizar la revolución llevada a cabo por Margaret Thatcher, que consiguió establecer una nueva hegemonía neoliberal en el Reino Unido, inaugurando así un paradigma que después se extendió a otros muchos países. La clave del análisis de Mouffe es que actualmente nos encontramos en una situación de crisis de la formación hegemónica neoliberal, es decir, una situación análoga a aquella en la que Thatcher consiguió llevar a cabo una intervención política exitosa. Según Mouffe, existe en la actualidad la posibilidad de inaugurar una nueva formación hegemónica. Los principales candidatos para sustituir al neoliberalismo son dos: la democracia radical y el populismo de derechas.
Laclau y Mouffe advierten de la existencia de una serie de luchas reales contra la subordinación que no tienen una base exclusivamente económica, y de la necesidad de articularlas dentro de un proyecto democrático radical y plural.
¿Qué es la democracia radical? Uno de los grandes objetivos teóricos de Mouffe es reformular el proyecto socialista en términos de una radicalización de la democracia. Laclau y Mouffe escribieron Hegemonía en 1985 para advertir sobre la existencia de una serie de luchas reales contra la subordinación que no tienen una base exclusivamente económica (ecologistas, antirracistas, feministas, LGTBI+) y de la necesidad de articularlas dentro de un proyecto democrático radical y plural. Para Mouffe el anticapitalismo es un componente central de tal proyecto, pero no lo agota. En sus propios términos: “el proceso de radicalización de la democracia incluye una dimensión necesariamente anticapitalista”. Hay otra cuestión que conviene puntualizar. Mouffe insiste mucho en que la democracia radical que ella defiende no supone una ruptura con los principios ético-políticos de libertad e igualdad democrática que conforman el imaginario de las sociedades europeas occidentales, sino un compromiso real de materializarlos y hacerlos efectivos, cosa que muchas veces no sucede. En palabras de Mouffe: “Está claro que no existe una relación necesaria entre capitalismo y democracia liberal. Por desgracia, el marxismo ha contribuido a generar esta confusión al presentar a la democracia liberal como la superestructura del capitalismo [...] Sólo dentro del marco de los principios constitutivos del Estado liberal -la división de poderes, el sufragio universal, los sistemas multipartidistas y los derechos civiles- será posible promover la gran variedad de demandas democráticas actuales”.
Al mismo tiempo, Mouffe asume que los principios de libertad e igualdad admiten diferentes interpretaciones, lo que da lugar a una pugna discursiva agonista entre proyectos políticos alternativos. Siguiendo a Macpherson, también señala que ha existido históricamente una tensión entre la tradición liberal (Estado de derecho, separación de poderes, libertades individuales) y la tradición democrática (igualdad y soberanía popular), lo que no significa, como pretendía Carl Schmitt, que ambas resulten necesariamente incompatibles. En este sentido ve con buenos ojos la reivindicación de Norberto Bobbio de una suerte de “socialismo liberal”. En uno de los capítulos de su libro Emancipación y diferencia (1996) Laclau también escribió que él defiende un socialismo democrático liberal, pero que en caso de verse elegido a priorizar uno de los tres principios, se decantaría por la democracia.
Aquí es donde entra en escena el populismo. Lo primero que hay que decir es que el populismo y la hegemonía son conceptos que tienen un carácter eminentemente descriptivo: intentan explicar los mecanismos o las estructuras que rigen el funcionamiento de lo político; mientras que la democracia radical es un concepto fundamentalmente normativo: es el proyecto político que defienden Laclau y Mouffe, pero no deja de ser uno entre otros muchos posibles (y legítimos), como la socialdemocracia, el social-liberalismo, el neoliberalismo, el conservadurismo, etc.
¿Cuál es la diferencia entre la hegemonía y el populismo? En Por un populismo de izquierdas, Mouffe prefiere utilizar el término “momento populista” antes que “populismo” a secas. Un momento populista (que va más allá de una mera “ventana de oportunidad” electoral) sería aquel en el que la formación hegemónica dominante se encuentra en crisis, y surge por lo tanto la posibilidad de una reconfiguración de los valores que rigen la vida de una determinada comunidad política. Esa nueva configuración de la comunidad política se identifica con la creación de un pueblo (más en el sentido de populus que en el sentido de plebs), pero no porque los sujetos empíricos sean diferentes ni porque se alumbre el advenimiento de un “hombre nuevo”, como en la tradición marxista. Javier Franzé afirma que "cualquiera que hace política define un pueblo". El nuevo pueblo es una configuración discursiva, una encarnación de los nuevos valores políticos que han devenido hegemónicos. Y tiene una característica fundamental: se construye por oposición a unas élites minoritarias que representan y simbolizan (el fracaso de) la formación hegemónica anterior.
De acuerdo con esta primera definición, el momento populista es un momento de reconfiguración discursiva del pueblo. Es el nacimiento de un nuevo demos que, evidentemente, no es completamente nuevo, sino que necesariamente incorpora elementos de la hegemonía anterior. Mouffe se refiere específicamente a “la construcción de un pueblo apto para crear una hegemonía diferente”.
El neoliberalismo se ha revelado como un dispositivo político de despolitización, como una construcción populista que deshace la soberanía popular, como un proyecto de sociedad que niega la sociedad misma.
En este punto surge una pregunta: si Thatcher en particular y los neoliberales en general fueron capaces de crear una hegemonía diferente a la socialdemócrata que había dominado la vida europea de posguerra, ¿quiere decir esto que eran también unos populistas? Para Mouffe la respuesta está clara: la estrategia de Thatcher “era a todas luces populista”, pues planteaba la construcción de un nuevo pueblo en contraposición a unas élites, en este caso “identificadas con los burócratas estatales opresivos, los sindicatos y los beneficiarios de las ayudas estatales”. La paradoja de considerar como populista a la formación hegemónica neoliberal es la siguiente: el neoliberalismo se ha caracterizado por generar una condición posdemocrática que ha vaciado completamente de contenido el concepto mismo de soberanía popular, pues hoy en día la mayor parte de las decisiones políticas relevantes, sobre todo las que tiene que ver con políticas económicas, no son tomadas de forma democrática por el conjunto de la comunidad política, sino por élites privadas que son ajenas a cualquier tipo de rendición de cuentas institucional. Es decir, el neoliberalismo se ha revelado, paradójicamente o no, como un dispositivo político de despolitización, como una construcción populista que deshace la soberanía popular, como un proyecto de sociedad que niega la sociedad misma, literalmente en el caso de Thatcher.
Tal y como afirma Mouffe, la condición posdemocrática es la clave que explica la existencia del momento populista actual. Parafraseando a Sartre, podríamos decir que el populismo es el horizonte político insuperable de nuestro tiempo. Como señala Sánchez-Cuenca, el populismo se puede entender como “un ánimo constituyente que abre un gran debate colectivo sobre cómo configurar el auto-gobierno del demos”. Este ánimo constituyente es compartido por el Labour de Corbyn y por el Rassemblement National de Marine Le Pen, por Podemos y La Francia Insumisa (al menos en algunos momentos de su corta historia) y por la Liga de Salvini, por los nuevos demócratas estadounidenses y por los brexiters liderados por Boris Johnson. La diferencia entre el populismo de izquierdas y el populismo de derechas depende entonces de si la recuperación de la soberanía popular y la superación de la condición posdemocrática actual se articula en los términos de una democracia radical y plural que pretende acabar con cualquier tipo de discriminación y subordinación, o en los términos iliberales (excluyentes, etnicistas, autoritarios) que plantean las nuevas fuerzas de la derecha.
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