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Como viene recordándose estas últimas semanas, los momentos de crisis y excepcionalidad son aprovechados por el poder, según advertía Naomi Klein hace ya algunos años, para imponer a la ciudadanía ―temerosa y preocupada por los problemas inmediatos que tales situaciones suponen― los cambios estructurales que necesita el capital para perpetuar las relaciones de dominación que nos han llevado al decadente mundo que habitamos. El shock que ha sufrido la escuela pública con motivo del actual estado de alarma teniendo que, de la noche a la mañana, reestructurar todo su trabajo en base a la docencia telemática puede considerarse, sin duda, un caso particular de esa excepcionalidad “crítica” a la que nos referimos.
Al menos desde la administración educativa que conozco, la aragonesa, la manera en que se ha afrontado esta situación ha estado, en términos generales, caracterizada por la ausencia total de organización, dejando a los equipos directivos y a los y las docentes totalmente desvalidos y arrojados a una lógica, la del mercado, en cuyos parámetros los grandes gigantes tecnológicos ―como Google y su plataforma G-Suite― tienen todas las de ganar. Los tiempos y los “valores” del capital han “colonizado” nuestro horizonte ético y pedagógico y ―sometidos tanto al shock vírico como a la necesidad de seguir siendo productivos― las decisiones acerca de cómo continuar con nuestra labor docente han acabado por tomarse en base a criterios que nos empujan a perpetuar aquellos “valores” y lógicas que, como decíamos, nos han llevado a la situación actual: rentabilidad, productividad, inmediatez...
Esta situación ha generado, al menos, dos consecuencias negativas.
Por un lado, estamos proveyendo a estos gigantes tecnológicos de una mercancía prácticamente inagotable en un sistema basado en la escolarización obligatoria hasta los 16 años (en el caso del Estado español): toda la comunidad educativa (no solo el alumnado). La mercancía a la que nos referimos es, como sabemos, nuestros datos. ¿Llegará un día ―si no ha llegado ya― en que las grandes empresas y agencias de empleo compren a Google los datos y valoraciones individuales de nuestro alumnado que los y las docentes, tan ingenuamente, compartimos en Google Drive? Si tenemos en cuenta, además, la tendencia general a afirmar la necesidad de que, cada vez más, todo trabajador o trabajadora ―formarlos es el cometido fundamental de la educación― va a tener que estar sometido a un proceso continuo de aprendizaje a lo largo de toda su vida laboral, el botín se vuelve mucho más suculento.
Por otro, la asunción de, fundamentalmente, G-Suite como un estándar educativo supone convertir la escuela pública en un espacio de “formación” de consumidores ―tanto de los productos de Google como en términos generales― en un sentido fuerte de la palabra: aquellos cuyos hábitos de consumo se basan exclusivamente en criterios económicos, de utilidad, de inmediatez y de autosatisfacción. Nunca en base a criterios éticos. La economía, según el credo liberal, no tiene nada que ver con la ética, sino con las “leyes del mercado”, de la rentabilidad y de la productividad y, por tanto, las prácticas de consumo, tampoco. Eso estamos “enseñando”.
¿Imaginan un mundo en donde tanto la estructura educativa como los contenidos obligatorios que se imparten en la escuela estuvieran controlados por los algoritmos del gigante tecnológico?
“Espacios virtuales” y privatización de la escuela pública
Pero además de estas consecuencias ―ya advertidas desde hace tiempo― creo necesario destacar que las plataformas como G-Suite no son “herramientas pedagógicas” en sentido estricto, como puedan serlo los libros de texto (sobre los que también habría mucho que decir). Lo que en realidad suponen es la creación de un espacio pedagógico, en este caso virtual, que está aprovechando la actual situación para profundizar su presencia en la escuela pública y mostrar su carácter necesario (sin alternativa posible). Un espacio, obviamente, privado y sujeto a la lógica del capital que ya conocemos.
Si, como suelen repetir generación tras generación, los y las alumnas ven la escuela como una cárcel, es decir, como un dispositivo de encierro, vigilancia y disciplina (y eso sin necesidad de saber quién es Foucault), el nuevo espacio educativo virtual supone una actualización de tales dispositivos. Pero no es objetivo de este texto desarrollar esta idea. Sí lo es, sin embargo, el subrayar que, si de una u otra manera todavía confiamos en que lo estatal pueda hacer frente a los intereses del poder económico, la cuestión toma tintes aún más dramáticos si dichos dispositivos los dejamos en manos de grandes plataformas de carácter privado como G-Suite.
La repetición constante de que el actual escenario pandémico puede repetirse en el futuro es un dato difícilmente refutable. Y a partir de él es perfectamente factible ―vía doctrina del shock― que se profundice paulatinamente en la creación de un espacio pedagógico virtual que vaya ampliando su relevancia en detrimento del espacio físico de la escuela. Un proceso que en estas semanas ha dado un paso gigantesco pero que ya lleva gestándose desde hace años.
¿Es descabellado pensar en la posibilidad de que la escuela física acabe por ceder su centralidad al espacio virtual creado por las plataformas educativas? ¿Podría llegar el caso de que, incluso, la sustituyera?
¿Es descabellado, por tanto, pensar en la posibilidad de que la escuela física acabe por ceder su centralidad al espacio virtual creado por las plataformas educativas? ¿Podría llegar el caso de que, incluso, la sustituyera? ¿Qué sentido tendría entonces la existencia de diferentes escuelas en diferentes barrios y poblaciones? ¿No sería más adecuado, llegado el caso, que existiera una única escuela basada en criterios técnicos que, consecuentemente, diera la espalda por completo a los problemas que se dan en los contextos sociales en los que las escuelas ejercen su labor? ¿Y qué ocurriría con la escuela pública si tal espacio único se trasladase en su totalidad a empresas como Google? ¿Imaginan un mundo en donde tanto la estructura educativa como los contenidos obligatorios que se imparten en la escuela estuvieran controlados por los algoritmos del gigante tecnológico? La expresión “pensamiento único” supondría una interpretación, sin duda, optimista de tal escenario. En definitiva ―y paralelamente al proceso de privatización de la escuela pública que estamos presenciando desde hace años― a lo que estaríamos asistiendo sería a una educación que pasaría de pertenecer al ámbito de los derechos fundamentales a hacerlo al de los servicios; y sus “usuarios”, de ser ciudadanos y ciudadanas a ser clientes. No creo necesario extenderme en lo que todo ello implicaría.
Al margen de que, en opinión de quien esto escribe, el contacto directo entre profesorado y alumnado es un elemento insustituible del proceso educativo, es responsabilidad de la administración educativa ―dado que estamos hablando de la escuela pública― el facilitar un espacio virtual seguro y ético, como lo es el de facilitar un espacio físico. Sin cerrar los ojos a la posibilidad muy real de que el propio Estado pudiera aprovechar tales espacios para ejercer un control férreo de los procesos educativos y de lo que a través de ellos se discute y se cuestiona, el dejar en manos de gigantes tecnológicos dicho espacio no supone más que la privatización de facto de la escuela pública y el sometimiento de ésta a las lógicas e intereses del sector privado.
Pero, ¿y si la administración educativa, como está sucediendo, no cumple con esa responsabilidad fundamental?
El papel de la comunidad educativa
Sabemos que el Estado representa, en muchas ocasiones, una extensión de los intereses del capital y, por tanto, nuestra responsabilidad, como comunidad educativa y como sociedad civil, es la de tratar de, especialmente en momentos como el actual, frenar las lógicas autoritarias que representa. Si el Estado no cumple con sus obligaciones con la comunidad educativa, plegándose a los intereses del poder económico, se debería actuar en consecuencia.
Cuesta entender, por tanto, porqué colectivos e individuos que hacen de la defensa de lo público y de la cooperación como forma no solo de salir de la crisis actual, sino también de construir un mundo alejado de la explotación y el individualismo capitalistas, desarrollan su trabajo a través de herramientas que, no solo de manera simbólica, representan la voracidad, el individualismo y la disolución de la privacidad y, muy probablemente, de las libertades individuales y colectivas. Cuesta, en definitiva, entender que las herramientas educativas de Google se hayan convertido, casi sin oposición, en un estándar educativo entre el profesorado y los centros sabiendo, por ejemplo, que dicha empresa, a través de su plataforma G- Suite, “recopila datos sobre la localización de los menores, las páginas web que visita, sus grabaciones de voz y su agenda de contactos”. El Estado y, en este caso, la administración educativa, no deben convertirse en el chivo expiatorio de nuestras responsabilidades. Y cuando optamos por utilizar G-Suite en nombre de lo fácil e intuitivo que resulta, de su utilidad y de su carácter “gratuito”, estamos, precisamente, tomando la decisión de someter la escuela pública al esquema de valores del capital escudados en que el Estado no está cumpliendo con su deber (como si eso fuera algo nuevo), cuando no, directamente, contribuyendo a la privatización de la escuela pública.
Si la administración está permitiendo la “naturalización” de una situación que va contra los valores más básicos que deben regir la escuela pública, nuestra responsabilidad es la de responder con contundencia.
No hay ninguna duda de que, en este caso concreto, la responsabilidad de las administraciones educativas está por encima de todas las demás ―ya sean individuales o colectivas―, pero el silencio y el conformismo con el que la comunidad educativa está respondiendo ante este nuevo episodio de la ofensiva neoliberal debe también ser objeto de crítica. ¿Y si el alumnado y sus familias se negaran a hacer uso de aquellas plataformas que invaden descaradamente sus derechos? ¿Y si el profesorado, paralelamente, se hubiera negado a realizar todo trabajo telemático hasta no contar con una plataforma ética proporcionada por la administración para la realización de dicho trabajo? ¿Consentiríamos que Ikea nos suministrara gratuitamente mobiliario escolar bajo la condición de poder poner cámaras y micrófonos en las aulas? ¿Consentiríamos que Coca-Cola o Telepizza ―lo sé, es un mal ejemplo, lo que lo hace aún más relevante― hicieran lo mismo en nuestros comedores escolares? Es más, ¿consentiríamos que las administraciones educativas no facilitaran los espacios físicos necesarios para la escuela pública y tuvieran que ser los equipos directivos o, incluso, los y las docentes las que tuvieran que buscar esos espacios? ¿Optaríamos por hacer uso de locales propiedad de fondos buitre a cambio de convertir nuestra privacidad y nuestras vidas en mercancía? Con seguridad ―al menos de momento― los y las docentes nos negaríamos en redondo a realizar nuestro trabajo en tales circunstancias. ¿Por qué entonces lo consentimos, sin ni siquiera alzar la voz, cuando se trata de espacios virtuales?
Desgraciadamente, ni la comunidad educativa ni los sindicatos están/estamos teniendo en cuenta lo suficiente la gravedad de la situación. Y, a pesar de que se nos repite machaconamente que estamos ante una encrucijada que supondrá cambios drásticos en nuestras sociedades, estamos dejando, en lo que se refiere a la escuela pública, que ese nuevo mundo lo construyan gigantes tecnológicos como Google. Alternativas hay. No hay que olvidarlo. Y si la administración ―a sabiendas o no― está permitiendo la “naturalización” de una situación que va contra los valores más básicos que deben regir una escuela pública y democrática, nuestra responsabilidad es la de responder con contundencia.
Filosofía
Google Classroom, escuela y pedagogía unidimensional
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La tendencia precisamente por lo que comentas, en la escuela pública es favorecer el pensamiento crítico y la creatividad. Y el aprendizaje en el medio natural para sacar a los niños de encierro. Desgraciadamente se entendido que la conciliación laboral es dejar a los niños horas y horas en los colegios.
En México, los sindicatos e intereses creados, no permitirían que lo que señalas, ocurriese. Por otro lado, creo que estas exagerando. Posiblemente ocurra como para el siglo XXII o XXX (si para entonces ya no haya corrupcion).
...mientras tú usas la tecnología para criticar la tecnología, nada nuevo bajo el sol. Y se supone que mi comentario es anónimo...
Nadie esta en contra del uso de la tecnología es más eso es contradictorio a nuestra especie que nunca se sacia, pero lo objetivo de todo esto es que se le otorga a la inversión privada, es entonces nuestra convicción humanista. ¿O se es una “educación” del poder público, del pueblo, o se es una “educación” con tintes modernos, pero con toda la entidad formativa que impulsa el sistema desde siempre? Claro, veremos el día que no se pueda pagar ni el aire.
Algunas herramientas libres de la página mecambio.net http://www.mecambio.net/blog/category/cambio-basico/conectividad/
(No se si se pueden usar en los centros públicos, pero al menos la tenéis para vuestra vida personal)
Opció equivalente a Skype: Jitsi. jitsi.org Para hacer llamadas y videollamadas grupales desde el ordenador. No se necesita cuenta ni espía las conversaciones ya que estas están cifradas. Además, es software libre.
Los avances tecnológicos pueden usarse para bien o para mal. Hay quien hubiera prohibido la rueda por que en el futuro habría conductores Kamikazes...
Efectivamente, pueden usarse bien o mal. Pero toda tecnología también tiene una infraestructura básica que condiciona notablemente el funcionamiento de la misma y las cosas que se pueden o no se pueden hacer. Lo importante aquí es NO creer que la tecnología es algo puramente NEUTRO, y que el carácter ético o político de la misma únicamente depende del uso personal que hagamos de ella. NADIE CREE YA QUE LA TECNOLOGÍA SEA NEUTRA.
Conspiranoico sesgado por ideología en toda regla, vaya texto infumable
Cuales serían las alternativas a google en tema de plataformas educativas?
En el País Valencià se ha desarrollado una plataforma muy completa llamada Aules. En un inicio hubo que ajustarla para el gran volumen de datos que debía comenzar a trabajar pero ya funciona perfectamente.
Saludos.. ¿Libre significa gratis?... Los datos siempre llegan a alguien.
Para videollamada tenéis la app Jitsi. Os dejo la pagina: www.meet.jit.si
Molde y la red social diáspora también son útiles. Todas ellas hablan de Libertad.
Buscad, la libertad y el sentido común está allí afuera..
Estoy totalmente de acuerdo contigo y con la necesidad de tener alternativas a estos gigantes. Utilizo jitsy y nos va genial.
Hablas del caso de Aragón pero en otras comunidades como en la que yo trabajo, Galicia, los centros escolares cuentan con aulas virtuales y espacios digitales propios de la administración, totalmente seguros. El que quiera irse a Google porque le resulta más cómodo, allá él, pero no se puede generalizar al hablar de las administraciones porque no todas lo están haciendo igual, por lo que se ve.
Cuando opinamos insinuando acusaciones de delitos (vender datos) pese a que existen certificaciones de la Agencia Española de protección de datos que acreditan el cumplimiento del RGPD
Creo que no diferencias adecuadamente entre lo jurídico (RGPD) y el poder efectivo de la tecnología. Tal y como afirmó hace ya más de 50 años el jurista Ernst Forsthoff, en el mundo posterior a 1945 "El Derecho capitula ante la técnica". Es decir, que el poder NO ESTÁ EN LAS INSTITUCIONES JURÍDICAS ni en las leyes, sino en la capacidad técnica de fiscalizar el cumplimiento de la Ley. ¿Quién es capaz de fiscalizar el cumplimiento de lo expuesto en el RGPD cuando el tráfico de datos de internet alcanza picos de transferencia de 494.74 Gbit por segundo? ¿Quién te crees que "certifica" realmente el cumplimiento del RGPD? ¿Crees que existe alguna instancia jurídica que pueda certificarlo seriamente? Los únicos que pueden fiscalizar ese tráfico de datos son las mismas compañías tecnológicas que tienen el control de la información y no los juristas ni unas agencias estatales que tienen una capacidad financiera mínima en comparación con dichas compañías. Te propongo otro ejemplo que no se si conoces pero es lo primero que uno aprende cuando empieza a formarse en el funcionamiento de bases de datos online tipo mysql o de cualquier otro: Cada vez que un usuario se da de baja en una aplicacion en la que se haya registrado previamente, la información que dicho usuario cree que elimina únicamente porque da a una teclita que pone "borrar" en realidad no se borra. Lo único que ocurre en la base de datos es que dicha información deja de estar vivisble para el usuario y pasa a otro régimen de funcionamiento. Tú puedes decir en una Ley o Reglamento lo que quieras, pero si no tienes la capacidad de fiscalizar su cumplimiento es como si no dices nada. El poder está en la capacidad de control de la información por parte de las tecnológicas. No en la Agencia Española de protección de datos. No hay mejor prueba de ello que la incapacidad que experimentó el Parlamento Estadounidense ante la comparecencia de Facebook de hace un par de años. Hay vídeos en youtube y distintos documentales "muy divertidos" al respecto.
¿Por qué razones empresas como "caralibro" han tenido que pagar cientos de miles de euros en Europa por temas de privacidad y venta de datos?
Agradezco mucho este artículo, porque desde luego me ha atravesado y está generando movimiento dentro de mí. Si bien es cierto que me generó rechazo inicialmente (antes del COVID), tras el inicio de la pandemia, lo asumí sin análisis, reflexión ni crítica alguna (incluso encantada de la vida por las posibilidades que ofrecía). Es escalofriante el artículo, y te doy las gracias por él. Vamos a ponernos en ello.
Paradojas: La tecnología que no llega ni de broma al sistema judicial, en cambio cala hasta los tuétanos como lluvia ácida en el sistema educativo.
Interesante artículo, añadiría un punto a parte: El de las empresas que están aprovechando estas plataformas para vender contenidos a las escuelas. De muestra un botón: https://www.aulaplaneta.com/
Ofreciendo incluso la gratuidad de los mismos en un intento de aprovechar la situación social para introducirse en un nuevo mercado. Si la iniciativa privada es rápida, la respuesta de la pública (si la hubiera) es lenta y condicionada por los intereses político-económicos del gobierno de turno. Sólo queda la organización de los docentes y familias para que los la doctrina del shock juegue a favor del alumnado, no en su contra. ¿Acaso no es una oportunidad la reducción de los ratios para mejorar nuestra actividad docente? ¿Tampoco lo es para aumentar la plantilla laboral? ¿Y para la atención a la diversidad?. Los cambios pueden ser a mejor si así lo decidimos y peleamos, serán a peor si no hacemos nada. Que no se nos caiga la cara de vergüenza cuando nos pregunten dentro de unos años: "¿y vosotros que hicisteis?".
Si , la sociedad lo va a permitir porque es mas cómodo , al igual que ha sido mas cómodo cualquier "avance" tecnológico que ha aparecido en nuestras vidas desde que un ratón y una pantalla con 16 colores sustituyeron a meter comandos en una pantalla negra y verde. Y si , el estado es un mero títere en manos de corporaciones y empresas , a las que después de gobernar , van ministros presidentes , congresistas , etc. Un mundo globalizado donde mandan las empresas con mas capital y que gracias a esta y otras crisis , también entrara la educación publica de una u otra manera, con la fachada de hacernos la vida mas fácil.
es que nos hacen la vida mas facil...y la tecnologia gusta a la gente por eso triunfa. No se, quien eligio el sector tecnologico como apuesta de futuro en los 80 pues triunfo, quien se fue al sector industrial de fabricación de peras para lavativas pensando que lo petaria pues se ha comido una m....