¿De verdad nos engañan tanto los medios de comunicación?

La manipulación informativa ha conformado una subjetividad que entiende la realidad de acuerdo al discurso dominante. En un contexto en que el control sobre la población se da de forma indirecta y encubierta, el poder encuentra así una manera sutil y eficaz de influir sobre la sociedad

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David F. Sabadell En primer plano, Cebrián y Zapatero, a la derecha, Ignacio Polanco y Mariano Rajoy, durante los fastos del 35 aniversario de El País en 2011.
Profesores de Filosofía
2 feb 2018 09:15

Los grandes medios de comunicación tratan de hacernos llegar informaciones orientadas en una dirección determinada, sesgadas o simplemente manipuladas. Tal afirmación resulta a estas alturas una evidencia para una parte cada vez mayor de la población. Tan evidente como que cuando los medios llevan a cabo esta maniobra están trabajando en la defensa de los principios y los valores que el modelo neoliberal y la economía de mercado necesitan introducir entre la sociedad de la manera más cómoda, neutra y eficaz posible.

No nos debería sorprender, por tanto, que incluso en un contexto en el que el concepto de verdad ha ido perdiendo peso progresivamente, los contenidos que emiten los grandes medios se presenten ante la opinión pública como imparciales y aun como objetivos. Aquellas instancias que ejercen la dominación en sus distintas formas, empezando por el Estado y siguiendo por el poder financiero, han reclamado desde siempre el monopolio en el uso de la fuerza. Pero también en el campo de la información. Esto explica que lo que se emite a través de los grandes medios siga teniendo una capacidad de influencia muy elevada. La capacidad para imponer qué es lo verdadero e incluso qué discursos pueden hacerse un hueco en la sociedad y cuáles carecen por completo de sentido, sigue en la actualidad en manos de una minoría con el poder suficiente para determinar y legitimar ante la población una imagen concreta de la realidad. Así se puede ver en el Estado español, donde un reducido número de gigantes empresariales –Unidad Editorial, Vocento, Prisa, Planeta e incluso la Conferencia Episcopal– controla casi todo el espectro comunicativo que día tras día invade las casas, nuestros centros de trabajo y de ocio.

Las instancias de poder se pueden permitir mostrarnos las imágenes en bruto, pues ya saben cómo será recibida y entendida la información que llegará a la gente a través de los medios.
La mercantilización de la información llega a constituir así la base sobre la cual se sostienen los grandes medios. Se produce entonces lo que Noam Chomsky llama el “beneplácito de la publicidad”. Las empresas insertan sus anuncios comerciales en aquellos medios que, además de ofrecerles una larga difusión, nunca pondrán en cuestión o incluso favorecerán los principios corporativos de aquellos que les están pagando. De esta manera algunos medios tienen la posibilidad de disminuir sus costes de producción, mientras que otros quedan condenados a la marginalidad cuando no directamente abocados a su desaparición.

El monstruo que nos habita

En todo caso, los grandes medios no solo actúan monopolizando el espacio informativo y ocupando los principales lugares en los que se desarrollan nuestras relaciones sociales. Necesitan, además, influir sobre la población de una manera más intensiva, constituyendo un conjunto de discursos que una parte importante de la sociedad acabará aceptando y defendiendo como si fueran propios. Como indicó Michel Foucault, el poder no tiene en la actualidad una función únicamente represiva. Es capaz de crear proposiciones acerca de la realidad y formas de observar lo que ocurre a nuestro alrededor, con lo que se acaba generando un archivo, unos saberes determinados que conforman al sujeto a través de su forma de hablar, de pensar y, en definitiva, de vivir en cada una de sus acciones. Dicho de otra forma, las instancias de poder se pueden permitir, cada vez con más frecuencia, no engañarnos tanto como nos pensamos; más aún, se pueden permitir mostrarnos las imágenes de lo que ha sucedido en bruto, sin ningún tipo de tratamiento ni de edición posterior, pues ya saben cómo será recibida y entendida la información que llegará a la gente a través de los medios.

Así pues, si cada uno y cada una de nosotras ya está bien dispuesta a recibir un discurso determinado, si hemos hecho nuestros los valores y los principios que benefician al poder, entonces disminuye significativamente la necesidad de convencernos sobre la veracidad de la información que nos llega. Un buen ejemplo lo encontramos en las imágenes de la represión policial que se produjo durante la jornada del referéndum celebrado en Catalunya el 1 de octubre y que, en mayor o menor medida, reprodujeron la mayor parte de las grandes cadenas informativas. Si se permitieron mostrar a policías y guardias civiles fuertemente armados tratando a personas indefensas de forma extremadamente violenta, no nos quepa la menor duda, no fue por una cuestión de ética periodística; fue por el convencimiento de que una parte más que importante de la población española extraería la conclusión de que las fuerzas del orden actuaban para garantizar el cumplimiento de la legalidad que a todos y todas nos atañe. De hecho, desde la perspectiva del análisis foucaultiano, quizá una buena muestra de que en Catalunya se ha empezado a constituir una subjetividad colectiva en buena parte distinta de la del resto del Estado, es la diferencia que se da a la hora de ver y de enunciar este tipo de fenómenos.

Al poder ya no le hace falta actuar sobre el sujeto porque el sujeto se ha construido directamente con los mismos materiales del poder. Y para esto los medios de comunicación resultan un aliado imprescindible.
Con todo, el sistema capitalista consigue así completar uno de sus principales objetivos: eliminar la necesidad de actuar directamente sobre la población; o, en todo caso, consigue actuar de una forma menos llamativa, más económica, aparentemente más respetuosa e higiénica, alejada de formas de manipulación más groseras y que podrían ser mejor identificadas por parte de la sociedad. Esto coincide con las últimas tendencias históricas que han llevado al capitalismo hasta el modelo neoliberal. Desde el momento que los muros de las fábricas empiezan a desplomarse y los trabajos que se llevan a cabo son cada vez de carácter más abstracto, inmaterial y afectivo –así lo han señalado autores como Michael Hardt y Toni Negri–, desde el momento, pues, en que el patrón ya no tiene un control tan directo sobre el obrero, el sistema necesita extender su poder de influencia a través de medios más sutiles y elaborados. Y la gestión de la información resulta una de las mejores vías para llevar a cabo este objetivo. No es solo que a través de los mensajes con los que continuamente bombardean los medios se acabe constituyendo un tipo subjetivo, un tipo de persona capaz de ver imágenes de violencia policial sin indignarse y sin siquiera ofenderse lo más mínimo; es que este tipo de persona acabará reproduciendo a escala reducida y defendiendo a ultranza la validez y la legitimidad de estos discursos y de esta forma de ver la realidad. En definitiva, al poder ya no le hace falta actuar sobre el sujeto porque el sujeto se ha construido directamente con los mismos materiales del poder. Y para esto los medios de comunicación resultan un aliado imprescindible.

Hacia la guerrilla comunicativa

Y sin embargo, la aparición los últimos tiempos de medios alternativos en papel –La Marea, La Jornada, la recuperada revista Ajoblanco...– o la consolidación de algunos proyectos de este tipo ya existentes –como es el caso de Diagonal a través de la iniciativa colectiva de El Salto, o de La Directa–, sumado a los portales digitales que ya hace tiempo que trabajan desde la perspectiva de la contrainformación –Kaos en la red, Rebelión, La haine, Nodo-50…–, acaban por trazar un panorama mucho más optimista que el que acabamos de describir.

Y lo más importante: la multitud empieza a disponer así de materiales valiosos para tejer sus propias redes informativas, sus propios discursos y unos saberes distintos de los que nos constituyen a través de la acción de las instancias de poder. Empezamos a disponer de referentes para poner en marcha nuevas prácticas que abran espacios disimétricos de los del sistema capitalista, siguiendo para ello el rastro de los valores que componen los medios alternativos, de carácter cooperativo y autogestionado, antipatriarcales e inclusivos, atentos a las dinámicas de ruptura que sacuden el campo social. Aceptando e incluso reivindicando nuestra desproporción con respecto a los grandes medios, sin tratar tanto de buscar conceptos como el de objetividad como de ser capaces de escribir aquellos relatos que respondan a nuestras demandas y a nuestras necesidades colectivas. Ante el falocentrismo massmediático que mira la realidad desde arriba y estableciendo centros de poder, que actúa como guardián y altavoz de los intereses de los que mandan, reivindicar la sororidad comunicativa como forma de entender y constituir la realidad en horizontal, desde abajo, desde el apoyo mutuo y los cuidados en común, desde la voz de aquellas y aquellos que han quedado excluidos o que ponen en cuestión y desobedecen el discurso oficial, de aquellas y aquellos que tratan de escapar de los saberes y las prácticas establecidas por el poder.

Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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