Cine
            
            
           
           
Contra el cine: potencias de un no-lugar
           
        
        
"Todas las incursiones en el periodismo, la radio, la propaganda y el cine, por grandiosas que sean, están de antemano destinadas a la decepción. Poner lo mejor nuestro en estas formas es una insensatez, pues con ello condenamos al olvido las buenas ideas lo mismo que las malas".
Cyrill  Conolly
El  filósofo francés Alain Badiou  se  pregunta  si el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos posibles. La  respuesta es no. El mundo en el que existimos, a ese que nombramos  realidad, a esa relación y dominio entre objetos, afectos,  acontecimientos, saberes y experiencias bajo las cuales peregrinamos  la vida es uno de los muchos mundos posibles. A ese mundo de lo  posible debemos asignarle un conjunto de arbitrariedades  seleccionadas por el poder, puesto que la gama de lo existente parte  de introducir al sujeto en la arbitrariedad de un orden y dotarlo de  discursos para que lo asuma como el mejor lugar posible.
Quisiera  partir de este postulado de Badiou para llevarlo al terreno analítico  de los regímenes de sensibilidad dominantes, específicamente al  cine. Para ello trazaré una pequeña ruta crítica a partir de tres  ideas rizomáticas: a la primera he decidido llamarla la  dictadura de la imagen “real”,  a la segunda el  instinto de la representación  y, a la tercera, la  política de los regímenes de sensibilidad.  Cada apartado tendrá un acompañamiento filosófico, que no  intentará tanto explicar como sí tantear los posibles horizontes  de sentido que se presentan en el desarrollo del ensayo. Para el  primer apartado emplearé las ideas de Deleuze sobre el cine; para el  segundo utilizaré las críticas al concepto de representación de  Deleuze y Guattari en su Antiedipo;  y,  por último, para el tercer bloque, explicaré el concepto de reparto  de sensibilidad,  política y policía en Jacques Rancière.
El  título “contra el cine” no responde más que a la intención de esbozar  algunas ideas acerca de las desventajas que tiene pensar desde el  cine, asumiendo que es un dispositivo con muchas potencias. La filosofía admite  crear por las vías negativas, y este ensayo utilizará esta  demarcación: pensar por la vía negativa el cine para tropezar con  sus posibilidades.
El cine como una unidad no existe.  Utilizo esta palabra como un convencionalismo con tantos significados  que la desbordan. Entiendo por cine la técnica de generar historias  a partir de imágenes, sonido, diálogos, escenas. También nombro  cine al espacio donde se proyectan imágenes-movimiento. Y, de igual  manera, lo concibo como el conjunto de metrajes que se han producido  a lo largo del tiempo. Asimismo, uso el significante cine para  delimitar una industria y un campo de estudio. Así, entiendo el  término cine como todo lo anterior, y agrego que este es un  dispositivo de pensamiento.
En su texto “¿Qué es un dispositivo?”, Deleuze menciona que los dispositivos crean líneas de visibilidad y enunciación, y que cada dispositivo tiene una luz que hace ver / nacer o aparecer el objeto. Sin esta luz hay invisibilidad. El objeto no emerge sin un dispositivo. El cine crea su propia forma de estudio. Es objeto que hace emerger objetos y una realidad posterior que solo existe a partir de su materialización. El cine es un producto que forma un saber que, a su vez, funda una disciplina y tantea sus fronteras constantemente. La curva de enunciación son las posiciones diferenciales de sus elementos, lo que puede ser dicho posterior a la visibilización. Las dimensiones enunciativas del dispositivo-cine son las estéticas, las económicas, las científicas y las políticas. No hay discurso del cine sin cine. No hay industria anterior a su aparición. No hay técnica ni conocimiento cinematográfico antes de su existencia; por lo tanto, no hay política del cine a priori y, de allí, su irrevocable autoreferencialidad e invitación a salir del cine para pensar las potencias del cine.
El cine es lo que es porque en Occidente hay una violencia sensorial. Todos los sentidos quedan subordinados a la vista.
La dictadura de la imagen “real”
El cine es lo que es porque en Occidente hay una violencia sensorial. Todos los sentidos quedan subordinados a la vista. Michel Foucault recuerda que el verbo griego oída significa dos procesos simultáneos: ver y saber. Sin embargo, Occidente ha tenido un fetiche por la vista y sus productos: las imágenes. Theorein significa contemplar, y de allí se deriva la palabra teoría y el significante idea, que provienen del campo semántico de lo visual. Esa extraña relación entre conocimiento y visión ha relegado otras experiencias sensoriales. En su texto Breve historia de la fotografía, Walter Benjamin relata que la industrialización de la imagen fotográfica parte del supuesto de que la fotografía atrapa la realidad más que una pintura: “la técnica más exacta puede dar a sus productos un valor mágico que una imagen pintada ya nunca poseerá para nosotros” (p. 2).
En  el cine se articulan imágenes con la intención de transmitir ideas,  y estas (argumentos, narrativas, voluntades) quedan supeditadas a la  técnica iconográfica. El cine irremediablemente piensa con  imágenes; no con sonidos, no con texturas, sino única y  exclusivamente con imágenes. Ventajas: es un campo de conocimiento  infinitamente interpretativo. Desventajas: la imagen y su  materialización, planos y montajes determinan la duración del  movimiento y clausuran el campo de “lo  pensable” a  partir de “lo visto”.
¿Qué puede ser pensado en el cine? Aquello que posibilite la imagen y el encuadre. Deleuze (2003) define el encuadre como la “determinación de un sistema cerrado, relativamente cerrado, que comprende todo lo que está presente en la imagen”. El problema no es tanto encuadrar “lo visto”, es más bien que el afuera de la imagen queda irrevocablemente encauzado en una coordenada de sentido, es decir, el cine condiciona lo real y también lo virtual. Lo que se ve dirige en su sentido a lo que no está presente.
Ahora,  el cine (como conjunto de estudios) se ha percatado de dicho problema  y su respuesta ha sido crear imágenes-texturas, imágenes hápticas,  imágenes sonoras. Imágenes que se mezclan y se ensamblan con otros  procesos. Pero  al final el cine puede renunciar a todo menos a la imagen. El  movimiento, circulación y duración de los acontecimientos lo  condicionan los planos: “determinación  del plano, la determinación del movimiento que se establece en el  sistema cerrado, entre elementos o partes del conjunto" (Deleuze, 2003, p. 36).
¿Por  qué considero al cine la dictadura de la imagen? Para este ensayo  considero la dictadura como aquello que condiciona los movimientos  en una estructura (sea política, religiosa, estética). La dictadura  es la necesidad de referenciar  los juegos de relaciones  dentro un universo de sentido en un centro.  En el cine, los juegos de relaciones deben referenciarse en su  centro, la imagen. El cine como ensamblaje conjunta sonidos,  diálogos, movimientos, disciplinas y saberes, con la particularidad  de  que todos se vuelven innecesarios o complementarios frente a la  imagen.
Hay que experimentar lo que implica una fijación: todos los despliegues y nuevas posibilidades explicativas quedan subordinadas a un centro. Deleuze retorna a Leibniz para argumentar que lo posible (y lo pensable) tiende a actualizarse: el piso de arriba cambia por su relación con el piso de abajo. Sin embargo, llevando esta reflexión al cine, puedo entender que una multiplicidad de relaciones y de acontecimientos solo permiten un número finito de posibilidades al fijarse en las contingencias de la imagen cerrada en planos y encuadres. Al determinar lo visto se corrompe lo pensable. Si lo pensable no está ya dado, sino que hace falta crearlo, la imagen condiciona todo lo que se expresa fuera de ella misma y crea una dictadura del sentido que usa la libertad de interpretación como su mayor política de convencimiento: ¿es posible salirse de la imagen para pensar el cine?
¿La imagen en el cine se asume representación o simulacro? ¿Es la imagen el referente o la representación de un referente?
El instinto de la representación
La  imagen se vuelve el equivalente de la realidad y esto presupone un  problema y una adherencia. Lo real, en el cine, que en un primer  momento no es imaginable ni representable, comienza una mutación al  estar imposibilitado a convertirse en unidad completa de sentido. Las  imágenes por sí mismas no logran cerrar el significado (contenido  profundo) en el mundo cinematográfico y, ante esa presencia  incompleta, aparece el instinto de la representación, como el eros  en Freud, para complementar, perfeccionar y terminar el dispositivo  de pensamiento. Las imágenes solo existen por lo que expresan y lo  que expresan no hace circular a la totalidad de sentido. El cine  tiende a la representación por su incapacidad de comunicar solo con  imágenes. La representación es ese tercero que salva al objeto de  su fracaso. Las imágenes no terminan de ser el Uno y florece la  necesidad de ser representadas por fuera de sí mismas.
Deleuze,  al intentar invertir el platonismo, también pretendía deshacerse de  la representación. En Lógica  del sentido,  el autor francés involucra un tercer elemento de análisis que media  entre el  concepto del mundo de las ideas y el mundo sensible;  ese  tercer elemento es el simulacro.  En el mundo de las ideas los conceptos son perfectos y son  representados en los objetos sensibles; el ejemplo que usó Platón  fue el de la belleza. El gato es bello, el paisaje es bello, pero la  belleza no le pertenece a ningún objeto. En este sentido, Deleuze  coincide en que la repetición genera copias inexactas, simulacros de  aquello que intenta ser y no es en su totalidad. La belleza, al ser  repetida en cada objeto, pierde su referencia en la idea perfecta y  comienza a circular como un simulacro de lo bello. Lo mismo pasa en  el devenir cinematográfico: por su repetición contante, hace que lo  representado no lleve a ningún lugar. La representación es solo  posible en un esquema donde A es su totalidad y B un intento de esa  totalidad. Pero  para Deleuze la representación no es posible porque B siempre será  un simulacro de A y no su totalidad.
¿La  imagen en el cine se asume representación o simulacro? ¿Es la  imagen el referente o la representación de un referente?  En política, cuando decimos representación, estamos hablando de una  ocupación (usurpación). Para los liberales la forma paradigmática  de la política es la representación territorial, que después irá  mutando a la representación como un actuar por otros: la  representación llega a hacerse más importante que lo representado.  Pensando esto en términos de Deleuze hay una tiranía de los  significantes por encima de los significados: los partidos políticos  hoy ya no representan a nadie, solo a sí mismos; son significantes  vacíos que desterritorializan su origen y hacen como si  representaran, pero son simulacros.
En el cine, la re-presentación es un imperecedero camino de simulacros de la imagen primera que, a su vez, representan algo que está fuera de ella misma, aunque sin reconocer la genealogía de lo representado. Por ejemplo, los análisis cinematográficos utilizan al cine para explicar conceptos que están fuera del mismo; entran para salir porque la imagen no es suficiente y la representación no lleva a ningún lugar ni tiene a un referente detrás. Esa tendencia a la representación construye el cine como un espacio oscuro y limitado, perpetuamente “en falta” de totalidad y completud.
Política de los regímenes de sensibilidad
Ante  la dictadura de la imagen y el instinto de la representación, las  potencias en el cine se pueden trasladar a los repartos de  sensibilidad y las rupturas políticas. El reparto de sensibilidad se  entiende como las posibilidades de ser, hacer y sentir que tienen los  sujetos en un orden de sentido delimitado, en este caso el cine. De  tal manera, dice Rancière (1996):  “la  imagen cinematográfica, dada su naturaleza técnica, siempre excede  las intenciones narrativas de su autor y, en casos como este, termina  por hacer visibles a quienes no estaban destinados a tener lugar”.
Para  Rancière el cine es un arte del espacio y del tiempo. No es la  imagen, es el reparto de sensibilidad lo que construye un régimen de  subjetivación y de posibilidades. No es la imagen, es la política  de la imagen.  Al  destruir la imagen, develamos un encuentro y un sinfín de caminos  para pensar el cine. En la teoría de Rancière, ante un  reparto de sensibilidad hay dos caminos: la policía y la política.  La policía es un orden y la política ruptura.
Por policía, el autor francés entenderá la “distribución y/u orden de lo sensible en el cual los cuerpos se distribuyen en comunidad” (Rancière, 1996, p. 43). Cuando se habla de policía no se hace referencia a los cuerpos policiales, ni al sujeto policía o a la institución estatal, sino a una lógica de distribución. Para entender el concepto de policía se fragmentará y analizará la siguiente definición: ”La policía es primero un orden de los cuerpos que distribuye el ser, el hacer y el decir. Igualmente hace que los cuerpos sean asignados a un lugar y a un orden de lo visible y de lo invisible con sus ocupaciones, dicta el lugar del discurso y del ruido. En segundo lugar, es la ley implícita que define la ausencia de parte de las partes" (Rancière, 1996, p. 44). La policía ordena los cuerpos y sus ocupaciones. Un cuerpo es organizado no tanto por un disciplinamiento, sino por la asignación de sus posibilidades (Rancière, 1996). En el cine, el orden puede ser entendido como un absoluto y la imagen deviene en policía, aunque el reparto no es solo iconográfico, sino que encuentra en el mundo pictórico su régimen de sensibilidad.
El cine puede ser orden o ruptura, camino directo al mandato policial o vía negativa de la resistencia de las distribuciones.
Ahora,  es el mismo Rancière el que define que el cine es fragmentario, ya  que no puede entenderse como un saber totalizador y un reparto fijado  en el tiempo; más bien el cine, en su terreno de ruptura-político,  es sistema de intervalos no-unitarios constantemente múltiples. La  política es una ruptura del orden policial o, dicho de otra manera,  una ruptura del orden de lo sensible impuesto; el cine puede ser  orden o ruptura, camino directo al mandato policial o vía negativa  de la resistencia de las distribuciones.  De tal manera, Rancière propone tres rupturas que sirven para  escuchar las potencias cinematográficas: el creador como amateur,  el  espectador emancipado y la ruptura de la imagen.
La  ruptura del creador  es que en el reparto (policía) del cine se establece al creador como  genio que configura a su voluntad todos los espacios de circulación  (representación, encuadres, cierres, ensamblajes), lo que le  confiere la autoridad de sentido. Por otro lado, el creador de cine  desde la política no es más que un fabulador amateur  que  participa en el encadenamiento y dispersión de las sensibilidades  sin poseerlas; el creador es únicamente artífice de fragmentos  visuales, narrativos y multisensoriales que comparte con otros.
La  ruptura del espectador  radica en desgarrar el orden policial desigual que se forma entre  creador (especialista) y espectador ignorante. El espectador  emancipado  es un apasionado que no está en el cine por el camino teórico ni  técnico, pero asume una posición teórica, política y técnica al  rechazar los roles autoritarios de los especialistas y al compartir  saberes, deseos, afectos y percepciones con el cine.  Al  respecto, dice Rancière: ”Quise  situarme en el seno de un universo sin jerarquía donde los filmes  que son recompuestos por nuestras percepciones, emociones y palabras  cuentan tanto cuanto aquellos que están grabados en la película;  donde las mismas teorías y estéticas del cine son consideradas como  historias, como singulares aventuras de pensamiento creadas por la  existencia múltiple del cine” (2011, p. 14). El  cine deja de ser un conocimiento encriptado para convertirse en una  aproximación vivencial y profundamente emocional, un encuentro entre  heterogéneos que deja tantas posibilidades como experiencias.
Por  último, la  imagen, que  es dictadura en la policía, se hace potencia en la política. El  régimen de sensibilidad de la imagen, según Rancière, la hace  experiencia histórica que desborda el universo de la representación.  La imagen puede ser el movimiento en dos direcciones: la que perpetúa  la injusticia o el camino mismo para el reconocimiento de lo justo o  igualitario. Y  su única guía es la capacidad de vivir en la incertidumbre que  transforma las intrigas en potencias y porvenir de un dispositivo de  pensamiento profundamente emancipatorio como el cine. La imagen puede  fijar o romper, ser usada, clausurada o politizada.
La  conclusión es deleuziana: hay imágenes del pensamiento que no nos  permiten experimentar lo múltiple. En el cine hay que transitar por  su trayecto negativo para tropezar con sus potencias, porque de la  apología y de la afirmación solo nacen simulacros.
Referencias bibliográficas
Benjamin, W. (2004), Breve historia de la fotografía, Madrid, Casimiro libros.
Deleuze,  G., Guattari, F. (1985), El  Antiedipo: capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pretextos
Deleuze,  G. (1994), Lógica del  sentido, Barcelona, Paidós.
Rancière,  J. (2014), La lección de Althusser, Santiago de Chile, Editorial  LOM.
- (2010), La noche de los proletarios. Archivos del sueño obrero, Buenos Aires, Ediciones Tinta Limón.
- (2003), El maestro ignorante, Barcelona, Laertes.
- (1996), El desacuerdo:  política y filosofía, Buenos Aires, Nueva  Visión.
- (2012), El tiempo de la igualdad: diálogos sobre política y estética, Barcelona, Herder Editorial.
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