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Opinión socias
La banalidad de Europa

Europa (Úrsula) nos recomienda hacer acopio de alimentos “por si acaso”; sin embargo no dijo nada del que fue el gran clásico acopio cuando el Covid: el papel higiénico, cuyo consumo alcanzó en aquella época cimas nunca antes vistas. Es de suponer que es un acto más de la campaña de mentalización (y de miedo) para la guerra en la que estamos de lleno sumergidos, así Europa (Úrsula) nos mentaliza, valga la redundancia, con su campaña para que cuando tengamos un tanque ruso en el rellano de la escalera podamos al menos abrir una lata de sardinas.
¿Ocurrirá eso o no ocurrirá nunca? Pero “por si acaso” Europa (Úrsula) nos conciencia para ello. Campaña extrema de movilización de recursos hacia los bolsillos de los fabricantes de armas, y todo ha sido más que nada porque nuestro inefable Donny (Mr. Trump) ha organizado el gran quilombo con su cosa de hacer América grande de nuevo y parece que eso pasa por abandonar a la desvalida Europa (Úrsula) a su suerte, una suerte que, se presume, buena no ha de ser.
Cierto es también que no debemos señalar solamente a la insigne alemana, ya que también el pequeño emperadorcito francés, con ojos llameantes de ira y patriotismo, clama por la guerra como su lejano predecesor en el trono, aquel que conquistó Moscú, para salir al momento de una ciudad incendiada donde no había nada que llevarse al bolsillo ni –peor aún- a la boca, y protagonizar una horrorosa retirada de la que él salió vivo pero no los miles y miles de sus soldados que dejaron allí sus vidas.
Por suerte Europa (Úrsula) comienza urgentemente a prepararse, y gasta y gastará en armas, que comprará sin duda a la América (grande de nuevo) de Trump y al Estado nazi-sionista (porque, ¿a quién sino a ellos se las van a comprar?) lo que implica seguir proporcionando jugosos beneficios a los mismos que nos abandonan. Pero los fabricantes están donde están y es a ellos a quién hay que comprarles.
Europa es banal con esa misma clase de banalidad de la que habló Hannah Arendt cuando escribió su libro sobre Adolf Eichmann. Tan banalmente como Herr Eichmann organizaba sus trenes que llevaron a millones a la muerte -era conocido como “jefe de estación Eichmann” por sus correligionarios-, Europa (Úrsula) organiza sus futuras batallas, se recrea en un esplendor de aviones y carros de combate y soldados último modelo que nunca serán ellos mismos, ningún soldado se llamará nunca Úrsula, ni Macron, ni Sánchez.
Esta banalidad podría ser de un grotesco incalculable sino fuera patética. La Vieja Europa, la de la cultura y el humanismo, la de Schopenhauer y Mozart, la de Bach y Goethe, la de Descartes y Voltaire, pero también la de Mussolini y Hitler, la del colonialismo y las cámaras de gas; la de Napoleón y los viejos y apolillados imperios (Alemania, Austria); sin olvidarnos de nuestro pequeño genocida; la de las masacres y el expolio de las colonias; la de la destrucción del Congo por el rey ladrón y asesino de una nación culta y educada a más no poder; de tanto y cuanto como conforma este asombro del mundo, una vez abierto el telón sólo un personaje triste y sórdido queda para representar el esperpento: la patética ramera de los Estados Unidos.
Lo más inquietante de los preparativos de guerra es que suelen conducir a la guerra: gobernados por dementes seniles, delincuentes y mafiosos, sobrepasado el planeta por el cambio climático que, o se niega o no se hace de él caso alguno, poco y muy poco brillante porvenir puede así aguardarnos.
Si luego esas armas se apolillan en los almacenes sin usarse y esas balas se oxidan sin matar a sus destinatarios, el gasto se habrá hecho ya
El entorno es tan mísero, vivimos en tal distopía digna de las peores pesadillas de Orwell, que pocos motivos puede dar para el optimismo. Puede ocurrir sin embargo que la susodicha guerra -para la que debemos prepararnos haciéndonos con un enorme stock de latas de sardinas- no ocurra al final, pero el gasto ya se habrá realizado. Si luego esas armas se apolillan en los almacenes sin usarse y esas balas se oxidan sin matar a sus destinatarios, el gasto se habrá hecho ya.
Y más aún, si llegara el día en que viéramos a nuestros hijos, nietos, sobrinos, jóvenes y adolescentes -los conozcamos o sean para nosotros anónimos- alfombrando con sus cadáveres los campos de batalla, heridos o mutilados atestando los hospitales de campaña, ¿cómo no ofreceríamos esta ofrenda de sangre y destrucción a la mayor gloria de Macron y Úrsula?
Y ya puestos a la de Pedro Sánchez y el Borbón.
¿Por qué no?