Opinión
Señales

El fin del ciclo de Podemos en las instituciones, el temor a las consecuencias de la ley mordaza y el shock de la pandemia han debilitado a los movimientos sociales, que no han conseguido enfrentar la nueva oleada de la crisis con capacidad para repensarse, reforzarse o al menos retomar el ciclo de movilización anterior.
Movilizaciones estudiantiles en Badajoz 1
Movilizaciones estudiantiles en Badajoz. Fotografía: Coordinadora Estudiantil de Badajoz.
5 jun 2022 06:04

Como en el título de la magnífica novela de Yuri Herrera, las señales que preceden al fin del mundo se han dispuesto una detrás de otra en un 2022 que no da respiro. La guerra de Ucrania, el colapso de las cadenas de suministro que comenzó con la pandemia, el precio del cereal y su impacto en los países más pobres de África, la inflación y las olas de calor en India y Pakistán, provocadas por el fenómeno de la jet stream asociado al calentamiento global, son los signos de un momento difícil a nivel global.

En España, mientras se cerraba el número de junio de El Salto, el Tribunal Supremo modificaba su propio criterio y entraba a analizar la validez jurídica de los indultos a los líderes del Procés catalán. Una hipotética reversión de la medida de gracia aprobada en 2021 por el Gobierno de Sánchez situaría el reloj de la convivencia en sus horas más críticas desde 2017.

Suena inocente decir que no es momento para desesperarse cuando todas esas señales están ahí. Y, sin embargo, esa parece ser la única solución

La conformación de un partido de la judicatura preparado y especializado en intervenir en política ha lanzado su próximo paso para sabotear las corrientes democráticas que, pese a todo, sobreviven en el Estado español en contra de todos los pronósticos. Mientras eso sucedía, el rey Juan Carlos I regresaba a España para demostrar que no tiene nada que temer de la justicia ni de la respuesta social a 40 años de negocios a costa de los contribuyentes. Y, en escasas semanas, se producirá —salvo un vuelco espectacular— una nueva debacle de la izquierda en las urnas y un nuevo banquete para la extrema derecha, por segunda vez en Andalucía.

“Los salarios menguan, la cesta de la compra encoge, las calles no arden” se titula el primero de los reportajes de esta edición del mensual de El Salto. Las calles no arden quizá porque hay demasiado que conservar, quizá porque hay demasiadas incógnitas sobre qué pasaría si las calles ardieran, muy posiblemente porque no se ha derogado la Ley de Seguridad Ciudadana, porque, a cada momento de desobediencia civil le sigue un reguero de multas y persecución política.

Hay señas que muestran, ante todo, el cansancio. El fin del ciclo de Podemos en las instituciones, el temor a las consecuencias de la ley mordaza y el shock de la pandemia han debilitado a los movimientos sociales, que no han conseguido enfrentar la nueva oleada de la crisis con capacidad para repensarse, reforzarse o al menos retomar el ciclo de movilización anterior. ¿Qué hacer? Suena inocente decir que no es momento para desesperarse cuando todas esas señales están ahí. Y, sin embargo, esa parece ser la única solución. Seguir adelante y no desesperar, no resignarse al fin del mundo y seguir trabajando por el futuro es una urgencia y, al mismo tiempo, el tipo de anclaje en la realidad que puede servir en un momento de zozobra como este.

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