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Ecologismo
Descampaos de mis amores
Hace justo un año estábamos en la fase de “también habrá que saltar a la pata coja, y habrá que coleccionar sellos de Nigeria”, como cantaba Krahe.
Andábamos enloquecidos haciendo lo que fuera, ¿cómo afrontar el confinamiento sin llenarnos de actividad?. Como ratones en la rueda, en nuestras jaulas mentales con más o menos tubos por los que colarse, escaleritas, pasadizos, laberintos que recorrer. Videollamadas, clases on line, fitness con la maldita entrenadora virtual que ni se despeina, resistiré, resistiré, resistiré.
Y en esas, pensé algo para que el paseíto de una hora que nos dejaban dar no fuera sólo caminar por las aceras del barrio (los parques estaban cerrados): íbamos a recoger al menos diez plantas distintas cada día, y a identificarlas en casa.
El primer día empezamos a buscar alrededor de un descampado que tenemos enfrente, vallado, claro, para que se sepa que es de alguien. La sagrada delimitación de propiedad, los mismos alambres que nos dicen en el monte: no sueñes con la sombra de esos árboles, son míos, no te acerques a esas moras, quién te ha dado permiso para oír las ranas de aquella charca que te enseñó tu abuelo.
Andábamos enloquecidos haciendo lo que fuera, ¿cómo afrontar el confinamiento sin llenarnos de actividad?. Como ratones en la rueda, en nuestras jaulas mentales con más o menos tubos por los que colarse, escaleritas, pasadizos, laberintos que recorrer
Desde fuera de la valla del descampado cogimos ramitas con hojas y flores de lo que encontrábamos, sin repetir, y cuando había veintitantas plantas distintas, paramos. Unos cien pasos. Aún nos sobraban cincuenta minutos de nuestra hora del recreo.
Es pequeño pero suficiente para construir cuatro o cinco bloques de urbanización cerrada, como la que hay al lado. Con piscina en el centro. Muy refrescante porque no le da el sol. A ver, es que si dejan más espacio para las zonas comunes y no suben tanta altura, salen menos pisos. Matemáticas.
Urbanismo
Apuntes sobre la ciudad neoliberal
Con el pretexto y el discurso de la “sostenibilidad”, “la regeneración urbana” o “reactivación de la economía” a causa del covid-19, estamos vivenciando de manera acelerada y transparente la lógica predominante que atraviesa y articula la ciudad neoliberal en la actual crisis del capitalismo tardío.
Desde fuera se oye el eco de los juegos de los niños, desbordando los límites, igual que se salta la vida la valla del descampado.
La semana pasada asomaron entre los hierbajos tres tulipanes rojos. Rareza, sí. Quizá algún bicho perdió la semilla por el camino.
Pusimos este invierno en la terraza una casita para pájaros, casi de adorno, con incredulidad. En marzo hemos visto muchas mañanas, siempre a la misma hora, acercarse un herrerillo a curiosear, entrar, salir…Ahora le ha sustituido un abejorro violeta, de los que crían en la madera. De momento solo viene de visita.
Podemos vivir de espaldas a la naturaleza, y sacarla de nuestro mundo urbano diciendo que “limpiamos”. Pero está claro que ella se empeña en convivir, se adapta, encuentra su lugar
En el árbol más cercano una pareja de urracas están haciendo su nido.
Aquellos meses de encierro no hubo mantenimiento de aceras, no era esencial quitar la maleza, podía invadir los alcorques, las grietas del asfalto. Y así fue. A nadie le molestaban las amapolas.
Podemos vivir de espaldas a la naturaleza, y sacarla de nuestro mundo urbano diciendo que “limpiamos”. Pero está claro que ella se empeña en convivir, se adapta, encuentra su lugar. No hace falta darle protagonismo con cubiertas (verdes) y corredores (verdes), y jardines (verdes) horizontales y verticales (...y el verde, verde limón).
No está mal, claro.
Pero no necesita esa domesticación para cambiarnos el CO2 por oxígeno, retener la lluvia, refrescar el verano (ese calor que desprenden el hormigón, el cemento, el asfalto, ese aliento, no lo echa la tierra), o llenar con píos y graznidos los extraños silencios que consiente el tráfico.
Sólo hace falta un buen descampado cada cuatro o cinco manzanas.
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En Barna el confinamiento sirvió para que dejasen en paz al césped y no lo segaran, y fue una explosión de adventicias, de insectos y mariposas, necesitamos parar de intervenir tanto, dejar a la naturaleza seguir su curso, renaturalizar, dejar un resquicio a lo salvaje, que se calle las desbrozadoras,los cortacesped, los malditos aparatos de gas tan gasolina para producir ruido y un chorro de aire, permitir a las hojas caídas fertilizar los suelos, permitir a la fauna que ocupen su nicho entre nuestros trastos y edificios, dejar de amputar a los árboles y arbustos (la topiaria debería prohibirse), devenir más simples, más cuidadosos, dejar a Gaia que nos guíe.