Manuel Cañada: "Cuando solo se piensa en los votos se acaba por no tener ni votos"

Retomamos, después del paréntesis navideño, nuestro cuestionario sobre la izquierda extremeña. Esta semana, con Manuel Cañada. Imprescindible. 

Manuel Cañada se reconoce como militante de los Campamentos Dignidad, la Marea Básica y el Frente Cívico Somos Mayoría, pero todos sabemos que es muchas otras cosas. 

¿Qué fue, en Extremadura, de la oportunidad de cambio que se vislumbró a partir de 2011? ¿Puede hablarse de una crisis orgánica del Régimen extremeño del 83, o solo de una reconfiguración del sistema regional de partidos?
En primer lugar quiero agradecer la invitación de El Salto Extremadura. Y aclarar, al mismo tiempo, que mi militancia desde hace ya más de 15 años se reduce casi exclusivamente –y de forma intermitente- a la participación en movimientos sociales como el Campamento Dignidad, la Marea Básica contra el paro y la precariedad, o el Frente Cívico Somos Mayoría. De todas formas, intentaré contribuir con el mayor rigor del que sea capaz.

Empezaré con una objeción a la segunda pregunta. Creo que debemos dejar de hablar en latín, en jerga, en nuestro particular metalenguaje. La expresión “crisis orgánica del Régimen extremeño del 83” me parece poco afortunada. Y no solo porque sea grandilocuente, sino porque además es una traslación mecánica a Extremadura del concepto “régimen del 78”. Hace casi tres décadas, analizando los eriales de la Transición en el país extremeño, Ricardo Sosa utilizaba la expresión “subpolítica” para referirse a “la política que se practica en las zonas dependientes bajo el influjo de un centro externo de decisión determinante en última instancia”. El cunerismo, el paracaidismo, la subalternidad en los discursos y prácticas han hecho mucho daño históricamente por estos lares. Creo que debemos esforzarnos en pensar con nuestra propia cabeza, casando la perspectiva amplia de análisis y el conocimiento cabal de la realidad que queremos transformar.

La expresión crisis orgánica del Régimen extremeño del 83 me parece poco afortunada. Y no solo porque sea grandilocuente, sino porque además es una traslación mecánica a Extremadura del concepto régimen del 78

Extremadura es una comunidad lastrada por la dependencia económica, social, cultural y política. Y la fortaleza del bipartidismo representado por el PSOE y el PP en nuestra región es una de sus manifestaciones. Quizás baste con señalar que en las últimas elecciones autonómicas de 2015, mientras que la suma de los resultados de estos dos partidos alcanzaba a duras penas el 50% en el cómputo estatal, en Extremadura ascendía hasta el 79%. El ibarrismo y sus secuelas no son sino las variantes locales del régimen del 78 en toda España.

La expresión crisis orgánica, como es sabido, la acuñó Antonio Gramsci. El dirigente italiano insistía en la necesidad de distinguir entre lo orgánico y lo coyuntural, entre los hechos o movimientos duraderos y los ocasionales, y establecer a partir de ello la iniciativa política. “La crisis no es para Gramsci un derivado necesario de los movimientos de la economía, pero tampoco es puramente política” (Portantiero).

Detengámonos pues, brevemente, en los elementos orgánicos específicos de Extremadura. La transición española se cerró con una clara derrota de las clases populares y consagró las desigualdades sociales y territoriales labradas durante el franquismo. Extremadura afrontaba la transición conmocionada aún por dos palabras, sin las que no se puede entender el siglo XX en nuestra tierra: represión y emigración. Aquí, el baño de sangre del franquismo había adquirido proporciones dantescas. Y la emigración desangraría la comunidad hasta el extremo de que en nuestros días el número de habitantes representa menos de la mitad que suponía en 1960 respecto de la población en España (2’3% frente al 4’7%). Víctor Chamorro lo definió con precisión: genocidio programado de un pueblo.

Pero, a pesar de todo, del miedo en vena y del éxodo forzoso de los más jóvenes, a finales del franquismo y en la transición emergería, como en toda España, un potente movimiento democrático. Más tardío que en los núcleos urbanos pero con una considerable intensidad. Las huelgas obreras en el campo y en la construcción, la irrupción de un potente movimiento campesino (la UCE) que protagonizaba luchas durísimas como las “guerras” del tomate y del pimiento o, de modo especial, el movimiento contra la Central Nuclear de Valdecaballeros son algunas muestras de su creatividad y solidez. El año pasado se cumplían 40 años de la edición de un libro crucial en aquella etapa, Extremadura saqueada. El aniversario pasó en la región casi sin pena ni gloria. Y el mismo misterioso olvido ha sufrido también el pionero movimiento de la memoria histórica que, durante la transición, en nada menos que 37 pueblos del país extremeño, llevó adelante la exhumación de los republicanos fusilados. Los dos “olvidos” nos hablan muy bien del tipo de poderes que se han ido instituyendo durante este tiempo.

Extremadura sigue siendo una colonia, de manual. Y las políticas que se ponen en pie no solo consolidan la condición de colonia, sino que incluso la ahondan

En lo fundamental, cuarenta años después, los problemas estructurales de Extremadura siguen siendo los mismos que revelara aquel mítico libro: extracción de mano de obra, saqueo de alimentos, saqueo energético, evasión del ahorro… Extremadura sigue siendo una colonia, de manual. Y las políticas que se ponen en pie no solo consolidan la condición de colonia, sino que incluso la ahondan. El saqueo demográfico y laboral continúa: en los últimos 7 años, el saldo de población ha descendido en más de 37.000 habitantes. La eliminación del rebusco, el incremento extraordinario de la pobreza y la exclusión que revela el último informe de EAPN, o los intentos de reducción del número de perceptores de la renta básica de inserción son algunos indicadores de que la fábrica de pobreza y emigración continúa a pleno rendimiento.

Por no extenderme, apuntaré solo dos hechos sobre los que -sorprendentemente- apenas nadie habla en Extremadura y que muestran gráficamente la situación “colonial” de nuestra región. El primero es el de las puertas giratorias de exconsejeros de la Junta de Extremadura en dos grandes empresas del sector energético, Iberdrola y Enresa, estratégicas por sus dimensiones y cometidos. Y el segundo, la bancarización de las cajas de ahorro o, por decirlo con las palabras de Juan Serna, “la desaparición cobarde y corrupta de las Cajas de Ahorro”.

La colonia continúa, pero la crisis orgánica está ausente en Extremadura, al menos por el momento. O parece que tiene dimensiones menores a las que ha adquirido en el resto de España. Gramsci se refería con esa expresión a “una crisis del estado en su conjunto”, a una crisis profunda de legitimidad, de autoridad, de hegemonía, al momento en que “la clase dominante ha perdido el consenso, es decir ya no es dirigente, sino únicamente dominante”. El bloque de poder en Extremadura –banca y eléctricas, grandes y medianos propietarios de la tierra, pequeña burguesía crecida al amparo del presupuesto público en los últimas décadas, capas funcionariales vinculadas al poder político- parece sólido, pero en el campo social y político la partida siempre está abierta. Y dependerá de la iniciativa y capacidad hegemónica de los contendientes que la crisis vaya más allá del simple ajuste en la representación electoral.

En 2011, el 15M inició un pulso entre el poder y el pueblo, que todavía continúa. En 2014, España se convirtió en un gigantesco escrache a políticos y banqueros, las Marchas de la Dignidad entraron en Madrid e irrumpió Podemos. Los grandes poderes temblaron, pero fueron capaces de reorganizar rápidamente sus trincheras: la abdicación de Juan Carlos I, la creación de Ciudadanos, las leyes mordaza, la tregua del Banco Central Europeo, el golpe de mano en el PSOE…

En Extremadura se participó intensamente en esas luchas. En 2011, al relámpago del 15M se sumaba la sublevación de las bases de IU-Extremadura, que se negaban a apoyar al candidato del PSOE, que había sacado menos votos que el PP

En Extremadura se participó intensamente en esas luchas. En 2011, al relámpago del 15M se sumaba la sublevación de las bases de IU-Extremadura, que se negaban a apoyar al candidato del PSOE, que había sacado menos votos que el PP. Como escribíamos por entonces Juan Andrade y un servidor, los dos acontecimientos tenían un “aire de familia”, apuntaban a los límites sociales, políticos y simbólicos del sistema y los desbordaban, dislocando el terreno de lo posible. “Plazas que disuelven cortijos”, titulamos a aquel esperanzado análisis de urgencia. Pero la ocasión se malogró. Al respecto, comparto en gran medida lo que plantean en estas mismas páginas Víctor Casco, Miguel Manzanera o Jónatham Moriche.

En 2013 surgirían los Campamentos Dignidad, que supusieron un pequeño terremoto en Extremadura. El movimiento desobediente pasaba de las plazas a las oficinas de empleo. La clase obrera y los barrios más machacados entraban en la escena. Los parados, precarios y pobres se convertían en el sujeto central y en el eje de las alianzas sociales durante un largo período, interviniendo activamente en el despliegue de las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo de 2014 y en la derrota del PP en las elecciones autonómicas del 2015.

¿Qué balance haces de la acción de la izquierda social, política y cultural extremeña en esta legislatura 2015-2019 que ahora concluye?
En esta legislatura Vara ha demostrado que es un auténtico artista repartiendo perrunillas. La imagen del 18 de noviembre de 2017, todos juntitos en amor y compaña, y el presidente de la Junta distribuyendo en el convoy de Renfe las perrunillas, refleja muy bien lo que han sido estos cuatro años. No sé si tengo una percepción equivocada pero creo que la iniciativa política, en general, la ha llevado Vara, o sea el PSOE. Y bien que lo siento, porque el edificio Extremadura, en sus manos, se cae a pedazos.

Lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en relación al tren condensa magníficamente la situación actual de nuestra comunidad, la composición de la sociedad extremeña, sus contradicciones, las correlaciones de fuerza, los límites y las posibilidades de transformación. Y nos permite en cierta medida responder a la pregunta planteada.

Que los dos únicos partidos que han gobernado en Extremadura y en España durante los últimos 37 años puedan abanderar la protesta demuestra la catadura moral de sus dirigentes, por supuesto, pero también la extrema debilidad de la sociedad civil extremeña

Desde luego hay que ser un lince para llevar sentado 19 años en el gobierno de Extremadura –y 32 su partido- y encabezar una movilización para protestar por la postración en la que se encuentra el ferrocarril en la región. Hay que ser un lince y tener poco pudor, claro. Que los dos únicos partidos que han gobernado en Extremadura y en España durante los últimos 37 años puedan abanderar la protesta, sin que nadie les increpe siquiera, demuestra la catadura moral de sus dirigentes, por supuesto, pero también la extrema debilidad de la sociedad civil extremeña. Que quienes de forma sistemática han desmantelado la red del ferrocarril convencional –a ritmo de corrupción, no se olvide, concesiones del AVE a Florentino Siemens Mir, etc, etc-, puedan liderar este movimiento nos indica la fortaleza del clientelismo en esta tierra. El gran Rafael Chirbes, que vivió durante 12 años en Extremadura, lo describía con precisión y amargura: “el mal extremeño, que se levanta sobre esa masa coralina que lo ocupa todo, y que te deja sin esperanza porque está hecha de la corrupción de aquellos a quienes deberías querer; de quienes deberían ser los tuyos. El ibarrismo ha fabricado el cemento de su edificio moliendo el alma de los de abajo. Con todos los técnicos, artistas, filósofos, sindicalistas, empresarios, y demás agentes sociales, puestos de cara a la pared del pesebre, pensar en Extremadura se tiñe con aires sombríos, trae resonancias de una España que creíamos ya superada”.

Vara aprendió la lección de los últimos años, la de que el motor de la política no está en los despachos, sino en la calle. El movimiento contra la refinería de Gallardo, una extraordinaria alianza, que unió al movimiento ecologista y a los agricultores de Tierra de Barros, de mano de personas tan generosas y sabias como el recientemente fallecido Pedro Vicente Sánchez, contribuyó decisivamente a su derrota en las urnas. Y otro tanto le ocurriría a Monago con el movimiento por la renta básica, al que despreció como Vara hiciera con la Plataforma Ciudadana Refinería No. Y así, cuando sintió los primeros tambores del malestar ferroviario, Vara se puso al frente de la manifestación, utilizando el presupuesto y los medios públicos y marginando a los colectivos que venían denunciando el desastre, el Movimiento por el Tren Ruta de la Plata y la Milana Bonita. Y quienes podrían o deberían impedírselo, o al menos intentarlo, se sentaron solícitos a la mesa y se pusieron a cabalgar ambigüedades y significantes vacíos, hoy me opongo al AVE y mañana ya veremos.

El tren es el síntoma, pero la enfermedad es el olvido de Extremadura, la deuda histórica, el desprecio de décadas. El tren es el indicio, pero el crimen se llama emigración, paro y clientelismo

Pero, como le gustaba decir a Marcelino Camacho, los hechos han de analizarse siempre en sí y en su contexto. Y más allá de los intentos de control del rechazo ciudadano por los partidos mayoritarios o de los ardides de Ferrovial Agroman y sus recaderos en el mundo de la política, la calamidad del tren extremeño puede acabar convirtiéndose en el abreojos del aislamiento y la marginación general en la que se encuentra Extremadura. Porque el problema de esta tierra no es solo ni fundamentalmente cómo se llega o se sale de ella, sino cómo se permanece en ella dignamente. El tren es el síntoma, pero la enfermedad es el olvido de Extremadura, la deuda histórica, el desprecio de décadas. El tren es el indicio, pero el crimen se llama emigración, paro y clientelismo.

El balance sobre la acción de la “izquierda política” con representación parlamentaria se deduce de mi valoración sobre lo que ha ocurrido, hasta el momento, alrededor de la principal controversia de esta legislatura. Pero además hay que añadir la decepción brutal que han supuesto los presupuestos de 2018. El escamoteo de más de 40 millones de euros para partidas que estaban comprometidas en las leyes aprobadas y que debían destinarse a renta básica de inserción, ayudas de contingencia y pobreza energética, es una felonía difícil de olvidar. Manuel Sacristán lo dejó dicho: "ética sin política es narcisismo, política sin ética es politiquería".

Durante este periodo lo mejor, como casi siempre, ha venido de la mano de los movimientos sociales. En primer lugar, del movimiento feminista, que ha arraigado con mucha fuerza en numerosas ciudades y pueblos de Extremadura. También, aunque con menor intensidad, del tenaz movimiento de los pensionistas, y de los Campamentos Dignidad y la RSP, del movimiento contra el paro y la precariedad que se ha consolidado, a pesar de toda la represión y de los intentos de cooptación desde el poder. Y me gustaría destacar tres iniciativas que han surgido en esta etapa, modestas pero que portan una semilla transformadora potentísima. Me refiero a la Asociación 25 de marzo, que está roturando el terreno de la identidad extremeña, vinculando las luchas jornaleras del pasado con los afanes del presente; las primeras manifestaciones reivindicando la fecha como Día de Extremadura, la representación teatral que un grupo de actores de Badajoz ha puesto en pie adaptando el texto de Víctor Chamorro, así como el encuentro de emigración, son algunos de sus primeros frutos. La segunda simiente a que me refiero es el Teatro de la Dignidad que ha escenificado ya su primera obra y, por último, me gustaría citar también El Salto Extremadura, este medio de comunicación, independiente, libre de ataduras, una de las escasas voces críticas en el páramo extremeño. Los grandes ríos siempre nacen en pequeños manantiales. 

¿Ves deseable y posible la unidad de la izquierda transformadora y los actores de cambio en Extremadura? ¿Qué desafíos les aguardan en el medio plazo del próximo cuatrienio, y qué estructuras y estrategias necesitaría desarrollar para enfrentarlos con éxito?
Confieso mis recelos a establecer el calendario de los movimientos populares y de la política transformadora tomando como referencia los tiempos electorales. La vida de las personas y del pueblo no se ajusta solo a los ritmos de las efemérides institucionales. ¿En qué calendario estaban previstos el 15M o las Marchas de la Dignidad? ¿Quién preveía hace seis meses, tras la victoria de Macron en las elecciones generales francesas que iba a estallar un movimiento destituyente como el de los chalecos amarillos? “La política de emancipación tiene que tomar el poder sobre sí misma. Es decir, demostrar que es capaz de crear su propio tiempo, su propio espacio y su propia actividad”, decía Alain Badiou y no puedo estar más de acuerdo. Necesitamos nuestro propio tiempo, que no es necesariamente ni en primer lugar el que dimana de las fechas electorales y de los congresos de los partidos.

Necesitamos nuestro propio tiempo, que no es necesariamente ni en primer lugar el que dimana de las fechas electorales y de los congresos de los partidos

Es preciso cambiar nuestra concepción de la política, que no puede reducirse en modo alguno a la simple selección de las élites de la democracia delegada. La democracia representativa sin la democracia plebeya es un fósil, afirma Álvaro García Linera. Obremos entonces en consecuencia, cambiemos el orden de prioridades de nuestra acción cotidiana. Uno de los principales desafíos a los que nos enfrentamos en los próximos años y décadas es construir un vigoroso movimiento popular, muchas comunidades y movimientos de base, núcleos de democracia directa que abarquen todas las células y ámbitos de la vida social. “Hoy es mucho más importante tener movimientos, sindicatos de verdad, cooperativas, ateneos o centros sociales, que una clase política fetén”, afirmaba hace poco Emmanuel Rodríguez. Ese es nuestro orden de prioridad: construir movimiento social y comunidades de base.

Necesitamos sindicalismo social y sindicalismo laboral, sindicalismo en los barrios, en las oficinas de empleo, en los servicios sociales, y también en las empresas y tajos, claro está. Sindicalismo capaz de unir a los trabajadores de la vendimia, con independencia de que sean inmigrantes o locales, para enfrentar la negociación del convenio del campo, congelado en la práctica desde hace más de una década. Sindicalismo capaz de organizar el trabajo precario, a las kellys, a los trabajadores de la hostelería o del comercio, a los falsos autónomos, a la juventud explotada, a los canis y a los informáticos, a los becarios e interinos, al conjunto de la clase trabajadora. Un sindicalismo de verdad, de lucha y no de despacho, que reniegue del pacto social permanente, asambleario, vinculado al territorio y a los movimientos sociales.

Necesitamos seguir expandiendo el sindicalismo social, las luchas por la renta básica universal, el derecho a la vivienda digna o la defensa de la educación y la sanidad públicas. Necesitamos extender el movimiento de defensa de las pensiones hasta el último rincón de Extremadura, conscientes de que no estamos ante un combate puntual por la recuperación del IPC, sino ante una batalla de fondo contra el propósito del capitalismo financiero, que quiere degradar y privatizar las pensiones para convertirlas en un nuevo nicho de negocio.

Nos urge poner en pie, de nuevo, un movimiento que abogue por la reforma agraria integral en Extremadura, que no acepte como una maldición bíblica una estructura de la propiedad de la tierra que se encuentra entre las más latifundistas de toda Europa y que sea capaz de poner en pie ocupaciones tanto simbólicas como efectivas. La tierra ha de cumplir una función social, no puede seguir siendo el cortijo intocable de aristócratas y nuevos ricos, mientras el paro sigue condenando a miles de extremeños a la emigración. Una reforma agraria que abarque todos los aspectos del ciclo agroalimentario, desde las semillas a la distribución.

Es desde ahí, desde la acción capilar, desde donde podremos afrontar los desafíos de Extremadura pero también los tiempos convulsos que vienen, la pinza que neoliberalismo y neofascismo han empezado a levantar en España y en todo el mundo

Extender los movimientos sociales críticos, el feminismo del 99%, como dice Nancy Fraser, el ecologismo social, que ha jugado en Extremadura un papel de vanguardia en las últimas décadas, las iniciativas de economía social y alternativa, los colectivos y espacios culturales y artísticos liberados de la tutela institucional. Y junto a todo ello precisamos potenciar nuevas herramientas socio-políticas como la Asociación 25 de marzo o las Consultas Republicanas.

Es desde ahí, desde la acción capilar, desde donde podremos afrontar los desafíos de Extremadura pero también los tiempos convulsos que vienen, la pinza que neoliberalismo y neofascismo han empezado a levantar en España y en todo el mundo. La crisis histórica del capitalismo global que estallara en 2008 continúa, la crisis ecológica y la crisis económica confluyen y hacen presagiar convulsiones inéditas hasta la fecha. Y en la Unión Europea, todo indica que pueden producirse importantes cambios, e incluso es probable una progresiva desintegración. No podemos afrontar el ciclo que empieza –ni ninguno- en clave de clase política, pensando solo en las próximas elecciones. Cuando solo se piensa en los votos se acaba por no tener ni votos.

El fascismo crece en la frustración y en el rencor social, en la disolución de los vínculos comunitarios. Fascismo financiero y fascismo social se alimentan mutuamente. Y, como le gusta decir a Enrique de Castro, uno de los luchadores históricos de la parroquia de Entrevías, cuando los de abajo no se enfrentan a los de arriba están condenados a hacerlo entre ellos mismos. El fascismo se combate con ideas, con memoria histórica, con cultura, pero también, al mismo nivel de importancia, organizando la defensa de los intereses económicos y sociales de las clases populares.

Termino respondiendo al primero de los interrogantes. Claro que me parece deseable la unidad de la izquierda transformadora y de los actores de cambio, lo he defendido siempre, incluso en los primeros compases de Unidos Podemos. Y lo sigo defendiendo. Pero, como no se ha cansado de repetir Julio Anguita, “Unidos Podemos no existirá hasta que las militancias de Podemos, IU y Equo trabajen juntas”. La unidad popular es mucho más que la mera coalición electoral. Construir una confluencia social y política es tarea de naturaleza distinta a la mera pastelería de listas electorales. La política seria empieza por el qué, no por el quiénes; por el programa y las alianzas sociales, no por las listas; convocando a la ciudadanía más allá de carnés partidarios, a los comunes, a muchos y muchas que quizás no se identifican especialmente con ninguna de las partes pero sí lo hacen con el todo, con la voluntad de cambio real.

Vienen tiempos de transformación y quizás turbulentos. Pongamos el oído atento a nuestro pueblo, a la gente sencilla, escuchemos el rumor social, las resistencias casi ocultas, las esperanzas. Y recordemos, por lo que concierne a Extremadura, que nuestra gente no fue nunca un pueblo de bueyes. Tomemos la fuerza de la memoria. 25 de marzo de 1936, la primavera del Frente Popular, la revolución campesina, aquella a la que no nos atrevimos siquiera a llamarla por su nombre. 1 de septiembre de 1979, el movimiento contra la Central Nuclear de Valdecaballeros, del que ahora se cumplen 40 años. Hasta en las condiciones más adversas se puede, siempre se puede.

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