¿Qué le pasa a la izquierda extremeña?
Chema Álvarez: "Me convertí en la cabeza visible de ese proyecto en mi pueblo, obligándome a mantener una estructura burocrática de partido que no servía para nada"
Retomamos nuestra reflexión colectiva sobre la izquierda extremeña con Chema Álvarez, amigo y colaborador de este medio.
Chema Álvarez Rodríguez es licenciado en Filosofía y Letras, Filología Hispánica, por la Universidad de Extremadura, aunque desarrolla su labor docente como Profesor Técnico de Servicios a la Comunidad en un Instituto de Educación Secundaria, impartiendo el ciclo de Atención a Personas en Situación de Dependencia. Ha trabajado como operario en las fábricas de Carcesa, envasando tomate, conserje-portero en el Ayuntamiento de Cáceres, monitor de ocio y tiempo libre, integrador social con minorías étnicas, técnico del Consejo de la Juventud de Extremadura, filólogo corrector en la Asamblea de Extremadura, profesor de educación especial, orientador en centros educativos, director de Equipo de Orientación Psicopedagógica, y algún que otro trabajo más de los muchos que recuerda con mucho cariño.
Fue Secretario de Organización de CNT Extremadura, cofundador de la Federación Regional Extremeña de Grupos Anarquistas (FREGA), miembro del Movimiento de Objeción de Conciencia y activista en apoyo del Movimiento por la Insumisión en Extremadura que acabó con el Servicio Militar Obligatorio. También cofundador de la Escuela de Educación para la paz de Extremadura.
Dispone de algunos libros publicados, entre los que le gusta mencionar los de carácter educativo, especialmente uno publicado con su gran amigo y compañero del alma Ángel Olmedo Alonso, Taller de Educación para la paz, la solidaridad y la tolerancia.
¿Qué fue, en Extremadura, de la oportunidad de cambio que se vislumbró a partir de 2011? ¿Puede hablarse de una crisis orgánica del Régimen extremeño del 83, o solo de una reconfiguración del sistema regional de partidos?
¿De qué izquierda hablamos cuando no hablamos de lo que no es izquierda? A mi entender, hay dos tipos de izquierda en Extremadura. Una es la izquierda oficial (y no estoy hablando del PSOE), reconocida por los poderes municipales, autonómicos y estatales. Es una izquierda institucionalizada, de caras y gestos grandilocuentes, habitada por lo que podríamos llamar (parafraseando a Juan Cruz en cuanto al mundo literario) “egos revueltos”. Es una izquierda con demasiado afán de protagonismo y poco o nulo trabajo anónimo, cuya única obsesión es lograr el poder a toda costa, molesta únicamente de un modo políticamente correcto, timorata ante diversos personajes, instituciones, empresas, hechos sociales. Es una izquierda que muy a menudo establece su estrategia en función de lo que le digan o viene de fuera, donde tiene su claro modelo y el manual de pasos a seguir, que fija la estrategia atendiendo solo a quienes se erigen como pensadores y pensadoras desde su nacarado pedestal o despacho con calefacción y aire acondicionado, conscientes siempre de que la única verdad verdadera es la suya y hay que dirigir al partido, a la masa, porque esta de política y estrategia política sabe poco, defensora a ultranza de ciertas siglas o banderas (o colores), pero no de unos principios morales, políticos, sociales, en los que muchas veces fundamenta su discurso, volviéndolo huero, falto de contenido real y de practicidad.
Es una izquierda que no se pringa donde tendría que pringarse, que cuando salen a relucir los grandes debates en la calle (nucleares, militarismo, corridas de toros, etc.) que generan tanta disensión entre los indecisos (los que dicen ser “apolíticos”) se calla, o habla elaborando discursos a medias tintas, tratando de agradar más a quien se opone a sus filas que a quienes están en ellas, autocomplaciente consigo misma porque ve que todo esto le da posibles buenos resultados a corto plazo. Es una izquierda que en los últimos años surgió de un inicial apoyo de la calle y que se ha metido en los despachos, olvidando de dónde viene y quién la puso allí, donde existen fuertes enfrentamientos personalistas, complicidades, conciliábulos, y donde se reparten los cargos atendiendo al derecho de herencia, pero no de capacidad.
Esta izquierda no atenta contra principios establecidos por el orden y la moral de la derecha, no incomoda a los poderes económicos, ni los denuncia, no plantea acciones más allá de los muros del parlamento regional
Esta izquierda no atenta contra principios establecidos por el orden y la moral de la derecha, no incomoda a los poderes económicos, ni los denuncia, no plantea acciones más allá de los muros del parlamento regional, salvo cuando hay un rédito político y se puede llamar a las cámaras de televisión. Entonces sale extramuros del edificio parlamentario, pero no abandona su parlamentarismo oficial. Es una izquierda a veces cómica, pues solo basta con oír el tono grandilocuente que adoptan algunos de sus dirigentes cuando tienen algo que decir a micrófono abierto o en asambleas convenientemente organizadas donde se sigue prodigando el culto al líder.
Esta izquierda, que persigue unos fines sin atender a los medios, fundamenta su labor en el triunfo electoral, y es incapaz de comprender que el “Poder” que pretende alcanzar, la “representatividad parlamentaria”, es un modelo de poder construido, mantenido e interesado por la derecha económica, patriarcal, exclusivista y excluyente. Cuando ve que no puede alcanzar el Poder como tal, se conforma con recoger unas migajas, encontrar un hueco que le permita seguir sobreviviendo en las instituciones. De tanto mirar para arriba ya no sabe mirar para abajo.
En definitiva, es una izquierda integrada por políticos y políticas que solo se dedican a hacer “política”, en el sentido más weberiano (y hueveriano) de la cosa.
Hay otro tipo de izquierda (y no estoy hablando de Podemos ni de IU o partidos satélites), bastante incómoda para la anterior, con la que esa izquierda oficial no quiere que se la relacione, ninguneada, que no busca hacer aspavientos y que realiza un trabajo más callado, que pasa más desapercibida, a la que se acalla cuando llama la atención de la deriva que toman quienes dicen representarla. Es una izquierda menos mediática, más centrada en los medios y no en los fines, no tan preocupada por alcanzar el poder institucional, acostumbrada a echar ratos con la gente en la calle y plantear retos al poder desde sus asociaciones, vecindario, colectivos, escuelas, grupos, sin que vayan por delante las siglas, ni los colores ni las banderas.
Es una izquierda muy desmembrada y dispersa, donde sus miembros apenas se reconocen porque no se conocen físicamente, salvo cuando se encuentran en actos no solo políticos, sino en presentaciones de libros, plantes, huelgas, manifas, ocupaciones, asambleas, charlas, colectivos, escraches... en las bibliotecas, en la calle y en las plazas, donde ya no queda casi nadie y las farolas alumbran soledad. Es una izquierda que se centra más en el aquí y ahora, que plantea luchas inmediatas, acciones presentes, que presenta la batalla junto a quien lo necesita, más allá del rédito político e, incluso a veces, independientemente de las ideas que tenga el oprimido u oprimida (estas palabras ya fueron eliminadas hace tiempo del diccionario político por aquella otra izquierda).
Es una izquierda que no aspira a alcanzar el Poder, sino a derribarlo, porque no se trata de cambiar el plato con el que nos alimentan, sino la receta
Es una izquierda que llama a las cosas por su nombre, que a veces se equivoca y no tiene miedo a hacerlo porque sabe que de los errores se aprende y lo que hay que hacer es volver a levantarse, que no espera los aplausos de nadie, que construye sus propios ideales con largos procesos de reflexión (y depresión, por los quebraderos de conciencia), que entre el discurso y triunfo facilón, prefiere el trabajo callado, colectivista, sin ansias de lograr títulos ni reconocimientos públicos. Es una izquierda que no aspira a alcanzar el Poder, sino a derribarlo, porque no se trata de cambiar el plato con el que nos alimentan, sino la receta, sin preocuparse demasiado por quién ha de ocupar el lugar de privilegio que el Poder otorga, sabedora de que el poder no solo corrompe, sino que, además, desenmascara.
Esta izquierda se nutre de mujeres y hombres que llevan sus ideas a la práctica día a día, en sus trabajos o en su desempleo, en sus amistades, en sus proyectos vecinales y asociativos, en sus familias, en sus comunidades. A menudo, cada uno de ellos y de ellas, por sí solos, únicamente precisan un punto de apoyo y una palanca lo suficientemente larga para poder mover el mundo, cuando este se vuelve loco.
Si he de responder a las preguntas, diré que no creo que exista ninguna crisis en el modelo que surgió en el 83. Los poderes económicos y las estructuras de poder siguen siendo las mismas y se siguen fundamentando en los mismos principios de explotación, engaño, lucro individualizado, autocomplaciencia política y abandono de la realidad extremeña. Es el modelo Ibarrista…pero sin Ibarra.
¿Qué balance haces de la acción de la izquierda social, política y cultural extremeña en esta legislatura 2015-2019 que ahora concluye?
El balance personal que hago de la izquierda entre 2015-2019 es bastante lúgubre, fúnebre y con responso. Dejamos que se vaciaran las plazas para poner a seis diputados en el parlamento regional que, finalmente, se acabaron convirtiendo en el partido mismo. Mi experiencia personal ha sido la de alguien que después de 29 años sin votar, desde el referéndum de la OTAN (años en lo que, por otra parte, jamás abandoné el activismo político) acudió a las urnas con una ilusión desbordada por el discurso que abogaba por una renta básica universal y acabar con la casta política. Sin desearlo (ni esperarlo) y solo guiado por un sentimiento servicial de apoyar en cuanto pudiera, me convertí en la cabeza visible de ese proyecto en mi pueblo, obligándome a mantener una estructura burocrática de partido que no servía para nada y desarrollar al mismo tiempo un activismo de partido que le daba al mismo cierta presencia en las calles, llegando incluso a elaborar y poner en marcha la edición de un boletín informativo impreso, para el que conseguí una exigua subvención, no regional (el único dinero del que dispusimos). Este proyecto de pueblo no fue apoyado por aquella izquierda institucional de la que se hablaba, más allá de poner “me gusta” en la publicidad de las acciones que se realizaba en facebook.
Dejamos que se vaciaran las plazas para poner a seis diputados en el parlamento regional que, finalmente, se acabaron convirtiendo en el partido mismo
También participé en un grupo de trabajo regional (Educación), adepto al partido, que a pesar de dar muy buenos resultados, gracias a la capacidad de trabajo de las personas que lo integraban, siempre siguiendo métodos asambleístas y de apoyo mutuo, fue primero desmochado y luego desarbolado desde lo que ya era la cúpula regional institucional de ese mismo partido. No gustaba que pudiera existir un grupo autónomo, capaz de generar ideas y acción para llevarlas a cabo. Desde que aquel grupo desapareció o fue suplantado, desaparecieron tanto ideas como acciones. Desde mi punto de vista y a la vista del paso del tiempo, para el partido era preferible mantenerlo en silencio, anulado.
Lo que perdura de esta experiencia es haber tenido la oportunidad de encontrar en los diversos foros y plazas a quienes, independientemente de que suba o baje la marea, continúan con su trabajo anónimo y callado, muy en sintonía con las mías, con quienes comparto pesares, ilusiones y activismo.
¿Ves deseable y posible la unidad de la izquierda transformadora y los actores de cambio en Extremadura? ¿Qué desafíos les aguardan en el medio plazo del próximo cuatrienio, y qué estructuras y estrategias necesitaría desarrollar para enfrentarlos con éxito?
En cuanto a si veo posible y deseable la unión de la izquierda transformadora, y como se puede colegir de lo escrito hasta aquí, me quedaría, como pregunta, en si es deseable la unión de la izquierda… sin lo de transformadora. Creo que aún hace falta mucho trabajo de calle, menos desde las instituciones, y que difícilmente se puede confiar en estructuras políticas que se sienten más cómodas con quienes se definen como rivales en el terreno político que con quienes han crecido, dentro de la misma familia. Repudiar a amigos y compañeros para establecer pactos con quienes ven en los demás una competencia frente a la supervivencia, no parece augurar nada bueno. Creer que la estrategia de utilizar a partidos viejos que anteponen sus siglas a los principios que originalmente les movía por el hecho de que disponen de una estructura municipalista amplia y veterana, supone renunciar a unos principios de identidad y asumir la carga de dichos partidos, acostumbrados a permanecer en el poder cueste lo que cueste, aunque sea en mínima representación.
A partir de aquí, me estoy planteando si me quedo de nuevo otros 29 años sin votar. ¡Quién lo viera!
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