Culturas
El 11M no tiene quien lo escriba... y quizá sea mejor así

Veinte años después de la explosión de diez bombas en varios puntos de la red de cercanías de Madrid, el reflejo de los atentados en la ficción es pálido. Novelas, películas y canciones se han acercado con timidez a aquellos trenes que reventaron en Santa Eugenia, El Pozo y Atocha.
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Coches fúnebres en el tanatorio improvisado en IFEMA el mismo 11 de marzo de 2004. Dani Gago

“Yo no diría que hay autocensura, diría más bien que es una historia a la que es difícil encontrarle la puerta de entrada en clave novelesca”. La respuesta es de Manuel Guedán, editor de Lengua de Trapo y Círculo de Bellas Artes. La pregunta, si los novelistas en España se han cortado, o se lo han pensado mucho, a la hora de escribir sobre un tema concreto: los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, de los que hoy se cumplen veinte años. 192 personas fallecidas en la mayor acción terrorista en territorio europeo en el último siglo, más de dos mil heridas, desinformación y manipulación por parte del Gobierno y los medios de comunicación sobre la autoría, respuesta ciudadana de exigencia de la verdad y elecciones generales solo tres días después. Son ingredientes que, a priori, podrían dar juego para escribir ficción, ya sea ambientada en todo lo que pasó o tomando lo sucedido como materia prima sobre la que desarrollar un relato novelado. Sin embargo, es un asunto que no ha abundado en la narrativa publicada en España en los años posteriores. Sí se han escrito ensayos de todo tipo, desde investigaciones documentadas a invenciones con la peor intención, pasando por análisis sobre la respuesta comunitaria ante la tragedia o el proceso judicial que la siguió, pero en las estanterías hay poca novela al respecto. 

“Una novela que aborde lo que pasó difícilmente podría quedarse en los atentados, sin el contexto político”, opina Manuel Guedán, editor de Lengua de Trapo

La vida antes de marzo, primera novela de Manuel Gutiérrez Aragón, publicada por Anagrama y ganadora del Premio Herralde en 2009, y Cosas que brillan cuando están rotas (Círculo de Tiza, 2016), también estreno de Nuria Labari en narrativa, son dos ejemplos, pero cuesta encontrar más. “Una novela que aborde lo que pasó difícilmente podría quedarse en los atentados, sin el contexto político, y el problema —opina Guedán— es que lo que pasó fue una tragedia, y lo que siguió es más bien una comedia bufa en la que un grupo de iluminados se creen que pueden engañar a todo un país”. Para él, algo tan “flagrante” no es el terreno ideal para una novela, “que se lleva mejor con la ambigüedad y verdades más sutiles. Por supuesto que podríamos leer un thriller sobre lo que pasó en el búnker del PP, imaginar el momento en el que se improvisa la mentira, los telefonazos a partir de entonces, y estaría bien, pero visto ahora es todo demasiado evidente, casi grosero”.

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Guedán recuerda que el 11 de marzo de 2004 estuvo en la génesis de la colección de los Episodios Nacionales de Lengua de Trapo, una línea lanzada por la editorial con títulos que exploran momentos relevantes social y culturalmente en la historia reciente de España. El mismo día de los atentados, en Madrid se celebró un concierto de la banda escocesa Belle and Sebastian. “Esa imagen, la de una ciudad sacudida por la tragedia, con el contrapunto de una sala donde un grupo de gente mantiene el impulso de escuchar música y bailar, nos parecía muy potente narrativamente”, argumenta Guedán. Hablando años después con la periodista Sabina Urraca, que en 2004 acababa de mudarse a Madrid, les dijo que ella había asistido a ese concierto. “Ahí supimos que la colección tenía sentido, que la literatura podía decir algo de la forma en la que entendemos y nos contamos nuestro pasado reciente, incluso el más doloroso”, comenta el editor. Soñó con la chica que robaba un caballo, firmado por Urraca, se convirtió en 2021 en el primero de los episodios nacionales contemporáneos de esta editorial, una suerte de relato generacional localizado entre la guerra de Iraq y la pandemia de covid19 en el que la música de Belle and Sebastian y los trenes estallados en Madrid están presentes.

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Concentración de repulsa por los atentados en la estación de El Pozo el 12 de marzo de 2004. Dani Gago

La traductora, documentalista y programadora de cine Ana Useros es la autora de Cuando no se podía, uno de los últimos libros en esta serie de Lengua de Trapo. En él aborda, entre otras cuestiones, el terrorismo de ETA y sus repercusiones sobre el activismo de izquierda en Madrid durante la primera década del siglo XXI. Ella se plantea si la ausencia de producción literaria o cinematográfica sobre el 11M no habrá sido en cierto modo “una bendición”, y lo justifica: “Si pensamos en cómo se han gestionado otros conflictos de nuestra historia —el conflicto vasco, la guerra civil, la Transición, las responsabilidades franquistas—, vemos que la tendencia general ha sido justamente reducirlos a una cuestión familiar, o convertirlos en un telón de fondo donde no se distingue a los buenos de los malos... operaciones de silencio, en resumen”. En ese sentido, Useros destaca que lo “interesante de la novela de Sabina Urraca, que trata deliberadamente el 11M de manera tangencial, es alertar, creo que de una forma muy inteligente, sobre esa tentación de banalizar el acontecimiento o, incluso, sobre esa imposibilidad de no banalizarlo en determinadas circunstancias”.

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Indagando en los motivos de la reducida creación literaria sobre el 11M, Useros se pregunta si uno de ellos pudiera ser la “enorme condensación simbólica” que tiene ese momento, si una circunstancia que, en principio, debería hacer de los atentados un “material” muy rico para una elaboración literaria no acaba siendo “justo lo que lo impide, porque está muy sobreelaborada de partida”. En su opinión, parece como si “el significado de aquellos hechos —los significados, porque son múltiples— se nos hubiera dado de entrada, antes de conocer los detalles de lo que ocurrió; como si, de alguna manera, se hubiera invertido el proceso más habitual, en el que conocemos unos acontecimientos y después la literatura se afana por darles un sentido más allá de la secuencia argumental”.

“El relato que hemos construido colectivamente del 11M carece, afortunadamente, de esa dimensión ‘amigo-enemigo’ en relación con quienes pusieron las bombas”, afirma Ana Useros

Resulta llamativa la comparación con lo que sucedió en Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001, cuando Al Qaeda atentó contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Arlington (Virginia). Escritores afamados como Don DeLillo, Salman Rushdie, John Updike, Paul Auster o Ian McEwan publicaron novelas cuyas tramas estaban relacionadas con lo acontecido. Algo similar ocurrió en la gran pantalla, con el estreno de numerosas películas, grandes producciones de Hollywood, ambientadas en los ataques. Para Useros, el 11S tiene unas connotaciones culturales muy diferentes a las del 11M en Madrid. Lo entiende como el acontecimiento legitimador de una reactivación imperialista: “Ya no se trataba de exportar la democracia o de detener el comunismo, sino de proteger a la ciudadanía estadounidense de un ataque terrorista. No es solo que el 11S en concreto se haya tratado en la literatura, sino que toda la ficción estadounidense posterior —desde la novela a las series policiales de consumo diario, donde se produce automáticamente una militarización de la policía— está empapada de esa lógica de ‘defensa contra el terror’, aunque no novele en sí el ataque a las Torres Gemelas”. Y señala una diferencia sustancial: “El relato que hemos construido colectivamente del 11M carece, afortunadamente, de esa dimensión ‘amigo-enemigo’ en relación con quienes pusieron las bombas, ya sea de manera individual, como un grupo terrorista o como una comunidad”.

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Constantino Bértolo, ex director de la editorial Debate, fundador y responsable del sello Caballo de Troya entre 2004 y 2014, no cree que haya existido una escasez de literatura en torno al 11M. De haberla, matiza, ha sido relativa. Además de docenas de “ensayos comercialoides”, menciona varias novelas que “podríamos calificar de significativas y dignas desde el punto de vista de la calidad”: El corrector, de Ricardo Menéndez Salmón; Madrid Blues, de Blanca Riestra; El mapa de la vida, de Adolfo García Ortega; La piedra en el corazón, de Luis Mateo Díez, o la citada La vida antes de marzo, de Gutiérrez Aragón. “Seguro que hay más, menos conocidas, de autores y editoriales menos visibles. Lo que sí está claro es que ninguna fue un éxito y acaso esa sea la sensación predominante. Da la sensación de que hoy las novelas que no se venden masivamente no existen”, valora.

Bértolo, autor de ¿Quiénes somos? (Periférica, 2021), una recensión crítica de 55 títulos de la literatura española del siglo XX, considera que la utilización partidista que se hizo de los atentados no es la causa de esa relativa escasez literaria. Más bien al contrario, teniendo en cuenta las dinámicas de la industria editorial: “El partidismo convirtió el tema en noticia y hoy los escritores y escritoras tienden a escribir ‘novelas noticiables’ en las que el marketing sopla a favor. Se suele decir que, ante sucesos como este, se requiere que pase bastante tiempo antes de que la ficción entre en el tema. Tampoco me convence este argumento en momentos en que el marketing ya forma parte sustancial de la poética dominante y cuando las editoriales, sin duda, recibieron con gusto económico las novedades al respecto”.

“Visto el escaso éxito de las novelas publicadas sobre el tema, no parece que las subjetividades colectivas estuvieran muy necesitadas de consuelo”, dice Constantino Bértolo

Preguntado por la capacidad de la literatura para ayudar a reparar el trauma de un acontecimiento como el 11M, Bértolo concede que esta provoca efectos en la subjetividad de quien lee y que, en ese sentido, puede servir de alivio, pero apunta que ese carácter lenitivo de lo literario le parece de baja o media intensidad y evanescente con el paso del tiempo. “En todo caso —concluye—, y visto el escaso éxito de las novelas publicadas sobre el tema, no parece que las subjetividades colectivas estuvieran muy necesitadas de consuelo. Quizá en alguna serie encontraron mejor y mayor refugio”.

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Miremos, pues, a la producción audiovisual para hallar esas series o películas de producción española que han retratado las circunstancias del 11M. El miércoles 6 de marzo, la plataforma de streaming Disney+ estrenó la miniserie Nos vemos en otra vida, seis capítulos basados en el libro de Manuel Jabois de 2016 que documentaba su entrevista a Gabriel Montoya Vidal, ‘Baby’, el primer condenado por los atentados y el único menor de edad. En febrero de 2023, Netflix lanzó Todas las veces que nos enamoramos, una comedia romántica de ocho episodios en la que sus protagonistas aparecen a punto de besarse en uno de los vagones cuando estalla una bomba. En 2011 Telecinco emitió los dos capítulos de la serie 11M, cuyos guiones se escribieron teniendo en cuenta los hechos probados en las sentencias de la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo.

La película No habrá paz para los malvados, dirigida por Enrique Urbizu y protagonizada por José Coronado, Rodolfo Sancho y Helena Miquel, llegó a los cines en 2011 y un año después ganó seis Premios Goya. Aunque no trata explícitamente de los atentados, Urbizu explicó en alguna entrevista que el filme pretendía examinar las grietas que permitieron el 11M. Las aproximaciones desde el cine a lo sucedido en Madrid han tenido en estos veinte años, sobre todo, un enfoque documental. Un híbrido entre reportaje y ficción es Chicos normales. Dirigida por Daniel Hernández y estrenada en septiembre de 2008, esta película se acerca a las casas y vidas de tres jóvenes de Jamaa Mezwak, un barrio marginal de la ciudad de Tetuán, donde nacieron cinco de los terroristas que participaron en el atentado.

En la nota a sus suscriptores enviada el lunes 4 de marzo, Kike García, del medio humorístico El Mundo Today, mencionó este asunto, calificando como una anomalía cultural que no haya películas sobre el 11M. “Diferencias de la industria aparte, los americanos tienen un montón de películas sobre el 11S y nosotros no tenemos ninguna película importante sobre el 11M, y han pasado muchos años. Creo que no es porque sea un tema tabú, que también, sino por la teoría de la conspiración. Las cadenas de televisión, que al fin y al cabo son las que controlan la producción cinematográfica, consideran muy posiblemente que es un tema político que puede dividir a la audiencia”, opinaba García, quien también recordó que en El Mundo Today solo han publicado una noticia dedicada al 11M, sobre el diario El Mundo. “Es curioso que Pedro J. Ramírez siga trabajando de lo suyo”, decía en el mensaje. En efecto, el tratamiento que algunos medios de comunicación dieron a los atentados y al posterior proceso judicial sí es materia prima con la que se deberían crear textos, pero no literarios sino redactados por un tribunal y en forma de sentencia condenatoria.

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Tren 17305 en el que explotaron cuatro bombas a las 7:39 de la mañana del 11 de marzo de 2004, a la altura de la calle Tellez, 500 metros antes de entrar en la estación de Atocha. Dani Gago

Al cantautor Ismael Serrano los atentados le tocaron muy de cerca: Vallecas es su barrio, donde creció. Su familia vive allí, sus primos cogían el tren para ir a la universidad. Pasó buena parte de la mañana del 11 de marzo de 2004 tratando de localizar a sus parientes desde Barcelona, donde aquella noche iba a actuar en un evento de Comisiones Obreras finalmente cancelado. “El día 12 tocaba en el País Vasco, a las afueras de Bilbao, en un teatro pequeñito —recuerda el músico—. Me llamaron de la productora y, como las primeras informaciones apuntaban a ETA como responsable de los atentados, querían pedirme que no suspendiera el concierto porque era el momento de generar espacios de encuentro y de crear vínculos de solidaridad, no fracturas entre Euskal Herria y el resto del Estado español. No lo suspendimos, pero sí retrasamos la hora de inicio para que la gente pudiera acudir a la manifestación que se había convocado, que fue muy masiva. Ya se empezaba a corear aquello de que se quería saber la verdad, se conocía la posibilidad, casi una realidad, de que la autoría fuera de Al Qaeda. En el concierto hubo tensión, emoción, una necesidad de compartir sentimientos. Sabían de mi proximidad con el barrio, con Vallecas, y se palpaba en el ambiente una solidaridad y una angustia compartida que servían de bálsamo en un momento muy difícil”. El cantautor establece un hilo entre el presente y algunas de las situaciones que pasaron tras el 11M: “Aquello fue el comienzo de muchas cosas que hoy nos toca vivir. No solo los bulos, fake news y teorías de la conspiración, sino también un cierto desafecto hacia la clase política porque sentíamos que el Gobierno nos estaba mintiendo ante una tragedia tan grande”.

“Echo en falta en los compositores no solo un posicionamiento político, que tampoco estaría mal pero no es obligatorio, sino cantarle al nosotros, a los anhelos y sueños colectivos”, lamenta Ismael Serrano

La música acompañó durante los meses posteriores al trauma vivido. Se celebraron conciertos y homenajes a las víctimas. El propio Ismael Serrano participó en varios de ellos, cerca de Pilar Manjón, presidenta de la Asociación 11M Afectados del Terrorismo. Pero, al igual que en literatura o cine, no hay muchas canciones que lo hayan cantado. Se recuerdan “Jueves”, de La Oreja de Van Gogh; “Jueves 7:36h”, de Marwan; o el minuto de silencio de “11 de marzo”, el primer tema del disco Armamente de Habeas Corpus.

Serrano destaca el valor terapéutico de la música en momentos tan dolorosos, de duelo colectivo, y descarta que en los músicos y grupos españoles se haya producido una autocensura sobre el 11M motivada por cuestiones políticas. Él encuentra la explicación a esa ausencia en otras razones: “Una situación así te paraliza porque te desborda. La dimensión de la tragedia es tan grande que es difícil encontrar las palabras. Si algo define al cantautor es el cuidado de la palabra, darle un vuelo poético, y es difícil sobre todo en las fechas inmediatamente posteriores. Con más calma sí escribí después una canción, ‘Fragilidad’, que de alguna manera hace mención al dolor de aquellos días, a esa sensación de fragilidad, a la violencia que genera más violencia… Todos conocíamos a alguien que estaba allí, las víctimas eran muy cercanas: trabajadores, estudiantes, gente humilde que cogía esos trenes cada día. Y en ese estado de shock es difícil escribir canciones. El ejemplo más claro lo tenemos en la pandemia, hay pocas canciones sobre ella. Yo mismo no he sido capaz de escribir sobre la pandemia, necesitaba escapar. El trauma es tan grande que uno elude el tema y prefiere practicar el escapismo”.

Más allá del 11M, Serrano también indica otra ausencia en la música española que puede ayudar a entender por qué se canta sobre lo que se canta y no sobre otros temas: “Echo en falta en los compositores no solo un posicionamiento político, que tampoco estaría mal pero no es obligatorio, sino cantarle al nosotros, a los anhelos y sueños colectivos, esa capacidad empática que te lleva a entender la lucha y la tragedia ajenas como propias”.

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