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Literatura
‘The Troubles’ en el Ulster: una guerra que también se lee
La aparente calma que vive el norte de Irlanda en el siglo XXI fomenta múltiples enfoques literarios, con propuestas que enriquecen las perspectivas desde las que se narra lo sucedido durante las tres décadas de enfrentamiento armado. Escritoras como Jan Carson no eluden el conflicto en sus obras y lo tratan aportando visiones personales, alejadas del maniqueísmo.
En Belfast vive una niña que tiene alas desplegables entre los codos y las axilas. Por mucho que sus padres la pongan a prueba para que vuele, no lo consigue. También hay un niño con ruedas en lugar de pies y otro que ve el futuro en los líquidos. Lucy es una chica que, a sus 15 años, se ha convertido en barco 149 veces. La hija del doctor Jonathan Murray es una bebé fruto del increíble amor entre él y una sirena que le hechizó con su voz. El galeno tiene un plan para que su hija nunca hable. El hijo del otrora paramilitar protestante Sammy Agnew es un youtuber que un verano incendia literalmente la capital norirlandesa sin una causa aparente, para disgusto de su progenitor. Todo esto sucede en la Belfast del siglo XXI que la escritora Jan Carson presenta en Los incendiarios (Hoja de Lata, 2020).
“Si eres un escritor norirlandés, nunca te quedas corto de temas sobre los que escribir”, avanza Carson, nacida en 1980 en Ballymena, condado de Antrim, uno de los seis del norte de Irlanda que continuaron bajo administración británica tras la independencia de la isla del Reino Unido en 1921.
“Quise escribir acerca de los hombres que han quedado traumatizados y callados por el pasado, puesto que es algo que vemos repetirse continuamente en los hombres en Irlanda del Norte”, afirma Jan Carson, autora de ‘Los incendiarios’
En su segunda novela, ella opta por contar una historia con ingredientes fantásticos pero dotada de un fondo bien pegado al suelo, compuesto por masculinidad, violencia y silencio: “Quise escribir acerca de los hombres que han quedado traumatizados y callados por el pasado, puesto que es algo que vemos repetirse continuamente en los hombres en Irlanda del Norte. Los problemas relacionados con la salud mental y el silencio en torno a ellos se han convertido en un legado muy traumático de los Troubles. Tanto Jonathan como Sammy me permitían explorar la importancia de hablar sobre el trauma y el profundo, doloroso y devastador legado de la violencia y el dolor traspasado de una generación a la siguiente”. El propio uso del lenguaje “en un lugar donde la verdad no es un concepto inamovible” es otra de las zonas que Carson se propuso examinar en Los incendiarios, un texto en el que utiliza las lentes del realismo mágico para mirar la cultura protestante en la que creció, en un entorno muy religioso. En sus páginas, la forma narrativa de las parábolas bíblicas interactúa con las exageraciones de García Márquez.
Los Troubles que menciona la escritora —los problemas, el conflicto armado, la guerra nunca declarada, el eufemismo— es el periodo de tres décadas en el que las dos comunidades residentes en el norte de Irlanda o Irlanda del Norte, según quien hable, se desangraron por sus diferencias políticas, territoriales y religiosas: irlandeses republicanos o leales a la corona, nacionalistas partidarios de una sola Irlanda o unionistas orgullosos de su pasaporte británico, católicos o protestantes. Los enfrentamientos venían de antiguo y se prolongaron hasta la firma y ratificación de los Acuerdos de Viernes Santo en abril de 1998, pero a partir de 1969 entraron en una espiral de destrucción en la que no se atisbaba la última pantalla. Ese año, ante la escalada de la tensión, el ejército británico pisó el Ulster —la histórica provincia del norte de Irlanda— por primera vez desde la partición oficial de la isla en dos en 1922.
Las reclamaciones de la población católica contra la discriminación civil, laboral, legal y política que padecía bajo el dominio británico en el norte, donde era minoría, fueron reprimidas con dureza en Derry/Londonderry en lo que se considera el primer incidente de los Troubles, dando paso a una incesante cadena de ataques mutuos entre las facciones de organizaciones armadas como el Ejército Republicano Irlandés (el IRA Oficial y los Provisionales, los provos), los variados grupos paramilitares lealistas como la Fuerza Voluntaria del Ulster o la Asociación en Defensa del Ulster, la aparentemente neutral Real Policía del Ulster —no lo era, encubrió y fue cómplice del terrorismo unionista— y el propio ejército británico. Los atentados, asesinatos, ejecuciones sumarias por traición y los enfrentamientos armados durante esos 30 años causaron más de 3.500 víctimas mortales, la mitad de ellas civiles. Episodios como el Domingo Sangriento el 30 de enero de 1972, cuando el ejército británico abrió fuego contra una manifestación en Derry/Londonderry provocando 14 muertos, o el atentado en Omagh el 15 de agosto de 1998, cuando un coche bomba colocado por el IRA Auténtico, una escisión opuesta a los Acuerdos de Viernes Santo, mató a 29 personas y dejó más de 200 heridos, jalonan una historia de terror real en la que también hubo detenciones indiscriminadas de población sospechosa de pertenecer al IRA, encarcelamientos sin juicio previo, torturas, huelgas de hambre de los presos republicanos y muerte entre las rejas.
Irlanda del Norte
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Y también hubo literatura que lo contó y lo sigue contando. Las letras tomaron parte en el conflicto, lo convirtieron en un tema más en las novelas, ya fuese como escenario o protagonista. La nueva situación de paz que se vive en el siglo XXI en el norte de la isla ha permitido una miríada de enfoques, propuestas y títulos que, gracias a la distancia que otorga el tiempo, enriquecen las perspectivas desde las que se narra. “Como persona nacida en medio de los Troubles, encuentro casi imposible escribir una historia localizada en Irlanda del Norte que no incluya alguna alusión a ellos y al legado que el conflicto ha dejado”, reconoce Carson, aunque no cree que escribir sobre ello sea un deber sino una cuestión ambiental casi inevitable: “Muchos de nuestros escritores más jóvenes han elegido no abordar directamente el conflicto en su trabajo y es un asunto que a veces juega un papel mínimo, de fondo, en mi propia escritura”.
Sin embargo, asume que “más de 30 años de violencia han moldeado este lugar de un modo que perdura y tiene largo alcance” y por ello cuando escribe sobre Irlanda del Norte “de forma honrada” alude al conflicto, “ya sea en cuanto a la psicogeografía de nuestro paisaje —con los muros de la paz aún intactos—, el sistema de educación segregado o el legado de problemas mentales, tres cuestiones que persisten después de 1998”.
Jan Carson y Anna Burns, ganadora del Premio Booker en 2018 con la novela Milkman (Alianza de Novelas, 2019), son dos firmas actuales “extremadamente buenas” que abordan en sus libros los Troubles, opina Sinéad Mac Aodha, directora de Literature Ireland, la agencia estatal para la promoción en el extranjero de la literatura irlandesa. Ella incluye a Carson dentro de una “nueva generación” de escritores del norte de Irlanda que “están publicando libros muy especiales y originales, ambientados en la actualidad pero que mencionan el conflicto pasado y la difícil transición a estos momentos más pacíficos”. Entre esos títulos cita Big girl, small town de Michelle Gallen, la novela negra de Adrian McKinty o Sweet home de Wendy Erskine.
Mac Aodha asegura que los acercamientos literarios al conflicto han sido numerosos, con variados enfoques y desde el mismo momento en que se estaban contando los muertos. “Autores como Brian Moore, Eoin McNamee, Deirdre Madden, Robert McLiam Wilson y Bernard McLaverty han escrito obras maestras que describían el horror inmediato de las atrocidades, la tortura despiadada y los crímenes que sucedían entonces. Ahora, afortunadamente, una nueva generación es capaz de explorar lo que sucedió desde un contexto en el que hay mucha mayor paz”, considera. En su opinión, ha transcurrido el tiempo suficiente para “permitir a los escritores y a sus lectores enfrentarse de forma segura al conflicto y aportar conocimientos profundos sobre el periodo y el daño causado a la sociedad, tanto literalmente como a un nivel psicológico”.
En este sentido, la autora de Los incendiarios valora que Irlanda del Norte sea hoy un espacio liminal, lo que favorece a la literatura: “Los términos del Acuerdo de Viernes Santo nos permiten abrazar múltiples identidades diferentes en paralelo y en tensión, y esto significa que ya llevamos más de veinte años en los que Irlanda del Norte ha sido una especie de área gris en la que la gente ha podido construir y reimaginar sus propias complejas nociones de identidad. Es un terreno absolutamente perfecto para inspirar la escritura y el pensamiento creativos”.
“La válvula de presión se ha aflojado y ahora la gente puede reírse un poco de ella misma y quizá, lo que es más importante, usar la comedia como un recurso para ayudar a procesar lo que sucedió”, dice Sinéad Mac Aodha, directora de la agencia para la promoción internacional de la literatura irlandesa
Por su parte, la responsable de Literature Ireland también subraya el tono cercano al humor en algunas obras y, saltando de disciplina, menciona el éxito de la serie de televisión Derry girls, que aporta la visión de mujeres jóvenes: “La válvula de presión se ha aflojado y ahora la gente puede reírse un poco de ella misma y de quienes la rodean y quizá, lo que es más importante, usar la comedia como un recurso para ayudar a procesar lo que sucedió”. Además, para Mac Aodha es conveniente recordar “el impacto que los Troubles han tenido en la vida creativa en el sur”, y enumera ejemplos como la película Juego de lágrimas de Neil Jordan, las novelas de Pat McCabe, la poesía de Thomas Kinsella o el “gran trabajo” de Seamus Heaney, Premio Nobel de Literatura en 1995, cuya vida transcurrió más en el sur pese a haber nacido en el norte de la isla.
Una nueva ciudad
“Irlanda del Norte en los años 70 era un lugar horrible”, decía a El Salto a finales de 2019 el periodista Stuart Bailie, autor del libro Trouble songs: music and conflict in Northern Ireland. Y abundaba en detalles: “El centro de Belfast quedaba desierto por las noches y la gente socializaba a las afueras. Había militares por todas partes. Como adolescente era casi excitante, como vivir en una película de acción”.
Jan Carson ha experimentado en directo el cambio en la ciudad en los últimos años, desde que se mudó a Belfast para estudiar en la universidad, y se muestra agradecida de ser una escritora que vive allí: “La comunidad literaria es rica, variada, prolífica e increíblemente alentadora. Producimos escritores de talla mundial en una ciudad muy pequeña que alberga una comunidad también pequeña: la mayoría nos conocemos y compartimos, colaboramos y apoyamos el trabajo del resto, en sus diferentes géneros y formas. Irlanda del Norte es también un lugar muy interesante sobre el que escribir. Hay un montón de cambios sucediéndose rápidamente. Con la llegada de una sociedad más pacífica, cosas como el turismo, la diversidad étnica o una próspera colaboración cruzada entre las dos comunidades, algo inédito durante los Troubles, están empezando a florecer”. Aun así, ella es consciente del delicado equilibrio que sostiene la vida en Belfast y de que el pasado aún está muy fresco —y el Brexit o la gestión de la pandemia del covid-19 pueden reavivar hostilidades—, una preocupación que refleja en la novela: “Los elementos mágico realistas son obviamente alegóricos pero quise pintar una ciudad que aún es frágil y tensa, en la que la posibilidad de la agitación nunca se ha desvanecido del todo”.
Si Carson, que prepara nuevo libro para 2021, sitúa la acción de Los incendiarios en los barrios protestantes del este de Belfast y se fija en el poder de los símbolos unionistas, David Keenan localiza Por los buenos tiempos (Sexto Piso, 2020) en Ardoyne, un distrito católico, pobre y de clase trabajadora en el norte de la ciudad, donde cuatro colegas miembros del IRA Provisional participan en la lucha armada durante los años 70 —la mejor década de sus vidas, antes de acabar en un ataúd o en prisión— mientras leen tebeos y escuchan al crooner estadounidense Perry Como con tanta devoción como la que profesan por vivir en una Irlanda unificada. Crítico durante años en la revista The Wire, dedicada a estudiar la vanguardia musical, Keenan entrega ahora una novela de ritmo frenético, similar en eso a algunas de Irvine Welsh, cuya lectura provoca ratos de carcajada a mandíbula batiente. En ella describe relaciones personales truncadas, acciones terroristas que rozan el absurdo y traiciones que se ven venir, pero también retrata la capacidad de olvidar como un superpoder. “Porque es casi imposible”, comenta Keenan. En sus páginas, por si fuera poco, suena mucha música. “No es tanto una novela sobre los Troubles cuanto una novela sobre tratar de decir que sí, tratar de afirmar tu propia vida y existencia encarando unos sucesos y una violencia terribles. Y aun así decir que sí, porque al final esto es lo que la vida nos pide. El libro trata también sobre la resistencia y la magia y el lenguaje como su vehículo”.
“La gente de clase obrera en el norte tenía televisión por primera vez y se podía ver a sí misma en las pantallas protestando y peleando, junto a una película de John Wayne”, comenta David Keenan, autor de ‘Por los buenos tiempos’
Keenan precisa que con Por los buenos tiempos trató de escribir un libro que fuese fiel a lo que siente la gente corriente que vive en una zona de guerra y aclara que no le interesaban los grandes sucesos ni los personajes que han pasado a la historia. “Quise atrapar el terror y el glamur seductor de aquellos tiempos. La gente de clase obrera en el norte tenía televisión por primera vez y se podía ver a sí misma en las pantallas protestando y peleando, junto a una película de John Wayne. Me interesa escribir sobre lugares donde la realidad está disponible para quien la quiera. Durante los Troubles, Belfast era exactamente eso”.
Música
El sonido de las bombas en el Ulster
Nueva York tenía los grupos, Londres la ropa, pero Belfast tenía el motivo. El punk surgió de lo imposible en Irlanda del Norte en los años más crudos del conflicto armado, que la amenaza del Brexit ha hecho reavivar. Pero no solo el punk se inspiró en los años más sangrientos en Irlanda: desde Boney M a Orbital también abordaron el conflicto.
Keenan es escocés, pero tiene raíces irlandesas. Su abuelo, padre y tíos eran de Ardoyne y es por la educación oral que recibió de ellos que se ha acercado al conflicto con esta novela. “Por su amor y fe en el lenguaje —explica—, por la asombrosa forma en la que contaban historias aunque todos eran analfabetos. Ni mi padre ni sus hermanos sabían leer ni escribir, pero amaban las historias”. El escritor recuerda que empezó a comprender el poder redentor de la literatura poniendo la oreja en las conversaciones familiares. “Hablaban de lo ocurrido en los Troubles y, aunque yo era un niño pequeño, escuchaba con asombro la manera en la que hablaban de la violencia y cómo bromeaban sobre ello. Una cultura que no se puede reír de sí misma, incluso en los peores momentos, es bárbara de verdad”.
Su padre le animó a leer desde crío, diciéndole que era muy importante y que cambiaría su vida. “Siempre me pregunté cómo cojones lo sabía si nunca había leído un libro, pero un día entendí que quizá lo que tenía en la cabeza era la fantasía más increíble sobre lo que podría ser leer y que realmente la mayoría de los libros nunca están a la altura de esa fantasía. Entonces prometí que escribiría libros que estuvieran a la altura de la fantasía que hace de ellos una persona analfabeta”.
No digas nada y no te rindas
En septiembre se puso a la venta un título que se antoja fundamental para comprender la historia del conflicto en el norte de Irlanda durante el último medio siglo: No digas nada, publicado por Reservoir Books con edición en catalán a cargo de Periscopi. Firmado por el periodista estadounidense Patrick Radden Keefe, el volumen parte de la investigación sobre un suceso determinado pero se acaba convirtiendo en el mapa biográfico de varios nombres clave en la orilla republicana.
El secuestro y desaparición en diciembre de 1972 de Jean McConville, una viuda que vivía con sus diez hijos en un piso de protección oficial en una zona muy deprimida de Belfast, acusada por el IRA de ser confidente del ejército británico, es el hilo con el que Radden Keefe teje una historia extendida a lo largo de varias décadas, hasta descubrir ya bien entrado el siglo XXI quién ejecutó a McConville. Para ello se vale de un proyecto sobre memoria desarrollado por una universidad de Boston consistente en entrevistas a antiguos paramilitares republicanos y unionistas. Material de alto secreto que debe ser custodiado hasta que ninguno de los participantes siga vivo y entonces se pueda acceder a él. Pero hay grietas y filtraciones que permiten al autor del libro llegar a su conclusión.
Advierte Radden Keefe que No digas nada no es un libro de historia sino una obra de no ficción narrativa. Como tal, el resultado es fascinante: su lectura deviene adictiva por la manera en que maneja la abundante información que logró reunir durante cuatro años de trabajo y siete visitas a Irlanda del Norte y por cómo construye el relato. También avisa de que lo que ofrece es una historia concreta, por lo que hay aspectos de los Troubles que apenas aborda, como el terrorismo unionista. Así, en sus páginas cuenta la vida de las hermanas Price, Dolours y Marian, integrantes del IRA desde su juventud, y cómo se afronta la vejez con la mochila de esa experiencia, habiendo perpetrado atentados, pasado por la cárcel y secundado huelgas de hambre; indaga qué fue de los hijos de Jean McConville, huérfanos desde la adolescencia; y asiste a la evolución de las figuras de Gerry Adams, de liderar la milicia republicana armada a la carrera política sin mirar atrás, y Brendan Hughes, su lugarteniente, un soldado desengañado y fuera de juego cuando cesaron los disparos. Radden Keefe muestra asimismo algunas tácticas de guerra sucia empleadas contra los republicanos por el gobierno británico, sin reparar en daños, y presenta a dos personas tan diferentes como Alfredo Scappaticci, responsable de depurar por la vía rápida a los chivatos infiltrados en el IRA que acabó resultando el mayor de ellos, y Bobby Sands, preso republicano fallecido en la cárcel durante una huelga de hambre en 1981.
“Si un tema me fascinaba en tanto que periodista era la negación colectiva: esas historias que las comunidades se cuentan a sí mismas a fin de asimilar acontecimientos trágicos o transgresores”, reconoce Radden Keefe, autor de ‘No digas nada’
Aunque creció en una ciudad con gran impronta irlandesa como Boston, y de hecho parte de su familia paterna emigró allí desde Irlanda en el siglo XIX, el autor de No digas nada no había sentido un interés profesional por el conflicto hasta 2013, cuando leyó un obituario de Dolours Price en el que se mencionaba la batalla por ese archivo del Boston College y las comprometedoras declaraciones que guardaba. Escrutar las imprevisibles repercusiones que ocasionaría la liberación de esa información, una espoleta retardada de los Troubles, fue lo que le motivó para emprender este trabajo. “Si un tema me fascinaba en tanto que periodista era la negación colectiva: esas historias que las comunidades se cuentan a sí mismas a fin de asimilar acontecimientos trágicos o transgresores”, reconoce Radden Keefe, a quien le intrigaba que un archivo de reminiscencias personales de excombatientes pudiera ser tan explosivo: “¿Qué podía haber en esos relatos que fuera tan amenazador en la actualidad? El entramado que formaban las vidas de Jean McConville, Dolours Price, Brendan Hughes y Gerry Adams me inspiró a contar una historia sobre cómo ciertas personas llegan a radicalizarse en su inflexible devoción a una causa y sobre cómo unos individuos —y toda una sociedad— dan sentido a la violencia política una vez que han atravesado el crisol y por fin tienen tiempo para reflexionar”.
El 1 de marzo de 1981, el preso republicano Bobby Sands, condenado a 14 años por posesión de armas, dejó de comer en la cárcel de Long Kesh donde cumplía la sentencia. Sands había pasado ya cuatro años allí por una condena anterior. El 10 de abril obtuvo un escaño en la Cámara de los Comunes británica como representante del Sinn Féin por el distrito electoral de Fermanagh y South Tyrone, aunque nunca iría a Westminster. Falleció el 5 de mayo. Fue el primero de los diez reclusos que murieron durante la huelga de hambre que llevaron a cabo para exigir el estatus de presos políticos o una categoría similar a la de prisioneros de guerra. A partir de 1976, los republicanos encarcelados en Long Kesh —varios centenares— habían protestado negándose a vestir el uniforme de los presos comunes, con lo que únicamente disponían de mantas para cubrirse y se veían confinados en las celdas, pues las normas de la cárcel obligaban a llevar el uniforme fuera de ellas. Esta protesta de las mantas acabó transformándose en la llamada “protesta sucia” cuando los reos dejaron de ir al retrete y la ducha, lugares donde los guardias solían propinarles palizas. Entonces cagaban, meaban y embadurnaban las paredes de las celdas con sus excrementos. En el otoño de 1980 siete presos, entre ellos Brendan Hughes, iniciaron una huelga de hambre, sin obtener resultados. La del siguiente verano concluyó con diez cadáveres. Margaret Thatcher, entonces Primera Ministra del Reino Unido, afirmó categórica que los prisioneros republicanos nunca serían presos políticos.
Bobby Sands también escribía. En su primera reclusión en Long Kesh había organizado algunas clases de poesía y durante la segunda condena firmó artículos desde la prisión y mantuvo un diario mientras permanecía en huelga de hambre. La editorial Antipersona publicó el año pasado No me rendiré, un librito con esos textos. Layla Martínez, su editora y colaboradora de El Salto, tradujo los escritos de Sands, una tarea que le resultó “más dura” que la traducción habitual de textos narrativos, al tratarse de una experiencia real. Para ella fue un reto porque el deterioro físico y mental provocado por la huelga de hambre hizo mella en la escritura de Sands, menos clara y peor ordenada según se iba debilitando, hasta que ya no pudo redactar. “Se nota que le cuesta cada vez más escribir e incluso en los últimos días se detecta cierta paranoia”, dice Martínez. Al final, explica, “ya no hay pasajes líricos, ni descripciones sobre los pájaros que ve desde su ventana, sino solo ideas fragmentarias y dispersas. También aumentan mucho los párrafos en gaélico a medida que pasa el tiempo. No era el idioma materno de Sands, lo había aprendido ya en la cárcel, pero para él tenía connotaciones políticas y sentimentales muy importantes”.
“De todo lo que fue asesinado cuando murió Bobby Sands —el padre, el hijo, el militante—, el escritor es seguramente lo menos importante, pero fue algo que también perdimos”, dice Layla Martínez, traductora de Sands
Ella valora los textos de Sands más por lo político que por lo literario, como un “documento en primera persona de su huelga y de lo que vivían los presos del IRA cuando eran encarcelados”, pero atisba una semilla que, en otras condiciones, hubiera podido germinar: “Se notan titubeos de principiante, búsqueda de una voz propia, pero también se ven trazas de una escritura que podría haber evolucionado y crecido”. Por eso, Martínez hace una observación interesante acerca de las otras heridas que ocasiona un conflicto como los Troubles: “De todo lo que fue asesinado cuando murió Sands —el padre, el hijo, el militante—, el escritor es seguramente lo menos importante, pero fue algo que también perdimos”.
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Interesante.
Sin duda, se trata de un conflicto con gran trascendencia y rica (múltiple) en experiencias para rescatar, aprehender y aprender. Un duro episodio que, en líneas generales, se ha tratado correctamente y de forma adulta por distintas expresiones y sensibilidades, también las artísticas.
Nota: Creo que en esta publicación ya se ha hablado de la música de esos años duros (principalmente el punk norirlandés), aunque me gustaría recomendar una magnífica película que relata esa expresión.' Good vibrations' (Lisa Barros D'Sa, Glenn Leyburn 2.012)
Estupendo artículo! Aunque sobre otro tema (el post punk en una pequeña ciudad de provincias inglesa), recomendar también This is Memorial Device de David Keenan, quizá la mejor novela sobre música que he leído nunca.