La Unión Europea, a medio pulmón

Las instituciones de la Unión Europea desarrollan toda su capacidad retórica para esquivar el hecho de que ni está ni se espera una respuesta común y solidaria a la crisis provocada por el covid19.
Berlín coronavirus - 3
Montecruz foto Berlín durante la pandemia de coronavirus.

“Con cuyo comienzo tantas cosas comenzaron y apenas han comenzado a comenzar”. Esta es una de las primeras frases de La montaña mágica de Thomas Mann. Se refiere a la Primera Guerra Mundial, pero andando el tiempo podría llegar a valer para la crisis del covid19. Sabido es que en tiempo de crisis prosperan los profetas. También hay quien intenta plantear posibles escenarios posteriores a la misma. Lo que no parece en ningún caso razonable es creer en un retorno a la “normalidad” viendo las cifras que los gobiernos manejan para las pérdidas económicas y los rescates. Con la gestión de la pandemia por parte de los gobiernos occidentales han quedado despojados de autoridad todos los aspirantes a profesor Pangloss de la globalización neoliberal y de la Unión Europea, actualmente uno de sus catalizadores más importantes.

A expensas de saber cómo evolucionará la situación política en un mundo post-covid19, la primera respuesta de los Estados ha sido un retorno al egoísmo nacional. Si las noticias publicadas a partir de las quejas del representante italiano ante la Unión Europea no invitaban precisamente a la esperanza de una respuesta común europea, en los últimos días vinieron a añadirse la confusa historia de la confiscación realizada por las autoridades checas de cientos de miles de mascarillas destinadas a Italia (retenidas temporalmente, según la versión oficial, para evitar la especulación), las restricciones del Gobierno checo a sus trabajadores transfronterizos en Alemania (entre los que se encuentran un millar de empleados del sector de la sanidad en el estado de Sajonia, con la sospecha de que Praga prevé su pronta movilización y quiere evitar que se encuentren en territorio alemán en ese momento) —con una situación similar en la vecina Austria y en el sector cárnico en Alemania o la decisión de Polonia de cerrar su espacio aéreo a los aviones rusos con cargamento humanitario (desmentida horas después por Varsovia). Según La Vanguardia, las empresas francesas y alemanas dejaron de vender material médico a otros países europeos “no por motu proprio, sino por orden de sus gobiernos”. A primeros de marzo, explicaba este diario, “con el virus azotando Italia y comenzando en España su expansión, Francia y Alemania decidieron requisar todos los productos y la producción de los mismos para evitar quedarse sin ellos cuando el covid19 llegara a sus territorios”.

Tobias Regel resumía bien la situación de la UE al sentenciar que “la imagen de falta de solidaridad está tratando de corregirse a través de una retórica de solidaridad”

La Unión Europea parecía haber abdicado. No es que no hubiera iniciativas: el Banco Central Europeo (BCE) anunció un plan de emergencia de 750.000 millones de euros, Austria e Italia pusieron en marcha un plan de cooperación para la eurorregión de Tirol-Tirol del Sur-Trentino, y Alemania, según manifestó en rueda de prensa su ministro de Exteriores, Heiko Maas, envió siete toneladas de material y 300 ventiladores a Italia, además de comenzar a aceptar el ingreso en sus hospitales de pacientes italianos y franceses para recibir tratamiento. Pero todas estas medidas llegaron después de que las imágenes de los aviones procedentes de China, Rusia y Cuba con material médico y médicos apareciesen en todas las pantallas de televisión, ordenador y teléfono móvil, corriendo así el riesgo de ser interpretadas como una muestra de la incapacidad de Bruselas para reaccionar a tiempo y de manera coordinada en un momento de crisis, en el mejor de los casos, y como una mera reacción política a aquella para aparentar no quedar por detrás, en el peor.

“Esta ayuda transporta también un mensaje político: mientras la ayuda europea para un país del núcleo de la UE y miembro de la OTAN, cuyos hospitales y personal médico en las zonas más afectadas hace tiempo que están sobrecargados, no atraviesa su mejor momento, reaccionan la China comunista y la Rusia gobernada autoritariamente a la situación de necesidad de Italia”, escribía en el Frankfurter Allgemeine Zeitung su responsable de política internacional, Klaus-Dieter Frankenberger. “Tanto da si pidieron la ayuda o les fue ofrecida: la relación de Italia con estos dos países será posiblemente en el futuro muy diferente a la actual, ¿y quizá también hacia sus ‘viejos’ socios?”, se preguntaba Frankenberger.

In varietate discordia

La pregunta de Frankenberger no es baladí. Quizá tenga que ver con la multiplicación estos días de noticias —en una curiosa pinza entre neoliberales, neoconservadores y un sector nada desdeñable de la llamada ‘nueva izquierda’— que buscan vacunar a la población contra el creciente prestigio internacional de China alertando del uso propagandístico de los envíos de cargamento sanitario e incluso de la posibilidad de que Beijing ayude a en la reconstrucción económica de Europa. Cabe dudar con todo de la efectividad de estas publicaciones. Como opinaba recientemente el periodista estadounidense Mark Ames, “la degenerada clase gobernante estadounidense cree que esta ayuda es mala porque los italianos cuyas vidas sean salvadas pueden sentirse agradecidos a China y Rusia por permitirles vivir”. El jueves, Huawei decidía suspender su programa de donación de mascarillas a Europa después de que el alto representante de la Unión Europa para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, cometiese la torpeza de sugerir que detrás de los envíos había una campaña de propaganda.

Mientras tanto, las medidas adoptadas por la Comisión Europea —desde el envío de aparatos de ventilación asistida a los países más afectados al mantenimiento del flujo de transporte de mercancías entre Estados—, el Parlamento Europeo o el BCE han pasado largamente desapercibidas al lado de los esfuerzos de los Estados miembro individuales para contener la epidemia. La puntilla ha sido el plante a finales de esta semana del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, y del primer ministro italiano, Giuseppe Conte, que se negaron a firmar una declaración conjunta tras seis horas de tensa cumbre europea por videoconferencia, en la que Alemania, Holanda, Austria y Finlandia se opusieron a mutualizar la deuda a través de los llamados ‘coronabonos’, causando, a la vista de los mensajes publicados en las redes sociales, una fuerte contestación social en Europa meridional. (Por otra parte, no del todo inéditos: algunos economistas han desenterrado cómo en los setenta la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) emitió unos títulos de deuda similares para combatir el shock económico de la crisis del petróleo).

El primer ministro portugués, António Costa, no pudo contenerse en su comparecencia y calificó de “repugnantes” las declaraciones anteriores del ministro de Economía holandés, Wopke Hoekstra, quien sugirió que las economías de Europa meridional no habían hecho suficientes esfuerzos económicos como para contar con reservas económicas en este momento de crisis. “En el Sur se muere, en el Norte se ahorra”, apostillaba Der Spiegel. A todo esto, en paralelo, el Gobierno holandés pedía a otros Estados europeos que aceptase pacientes de su país por no contar con el suficiente número de UCI. En Italia, Matteo Salvini reactivaba el euroescepticismo de la Liga, y más al Este Víktor Orbán declaraba que el país ha recibido ya asistencia de China y solicitado ayuda al Consejo de Cooperación de los Estados de Habla Túrquica, al que Hungría pertenece, aunque recalcó la voluntad de seguir perteneciendo al bloque occidental. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Desde las páginas de NachDenkSeiten, Tobias Regel resumía bien la situación de la UE al sentenciar que “la imagen de falta de solidaridad está tratando de corregirse a través de una retórica de solidaridad”.

Aunque estos días están fuera de foco por tener un número de contagios inferior al de Italia, España o Francia, no habría que perder de vista a los países de Europa del Este, donde la situación podría agravarse las próximas semanas. Tal y como recordaba recientemente József Böröcz, profesor de Sociología de la Universidad Rutgers, “la UE se ha promocionado a sí mismo, ya para tres generaciones, como un metaestado supranacional que es un mecanismo efectivo y eficiente de ‘compartir y mancomunar’ las considerables soberanías de sus Estados miembro”, y ganar fuerza en el proceso. Uno de los objetivos era ofrecer respuestas sencillas y rápidas a momentos de crisis como este. No las ha dado. Es más, es la tercera vez que la Unión Europea fracasa a la hora de dar una respuesta coordinada después de la crisis de deuda de 2008 y la crisis de los refugiados de 2015.

Para empeorar las cosas, continuaba Böröcz, “la UE ha afirmado ser nada menos que el repositorio de toda la bondad del mundo, ha incrustado su autoproclamada superioridad moral en las mentes de todas las sociedades viviendo geográficamente en Europa”. Eso incluye a “los cerca de doscientos millones de personas que viven en los antiguos Estados socialistas”, que antes de la desintegración de la URSS y sus satélites “eran mundialmente respetados por su preparación ante una epidemia”, contando con “una infraestructura que estaba diseñada para prevenir/mitigar desastres como el que ha ocurrido” y “los recursos del Estado y el compromiso intelectual que conllevaba una tarea que era ‘sistémicamente neutral’”.

“Cualquiera en su sano juicio, incluso si estaba profundamente comprometido en la causa anticomunista, podía estar de acuerdo en que, sin duda, la salud pública era importante”, aseguraba Böröcz al agregar que estas sociedades contaban con estas estructuras públicas “hasta que se permitió que quedasen obsoletas o se desmantelaron en sus ataques de ansiedad y comienzos de ajuste estructural liberal de la UE”. “No contando con los recursos, el marco institucional, las leyes y los medios, ahora están peleando por conseguirlos bajo las ruinas del sistema —lamentaba Böröcz— “que destruyeron en favor de ‘Europa’, el sueño”. Pues para la población general, en su desconocimiento del complejo sistema de gobierno del bloque, la UE era eso, un sueño, o mejor dicho: una aspiración. Por eso mismo con cada fracaso se dejan sentir más la frustración y el resentimiento.

La sensación de que la UE va por detrás en esta crisis parece haberse instalado en el imaginario de buena parte de la población de los Estados miembro y, además, como ha recordado en este mismo medio Wolfgang Streeck, “durante las últimas décadas ha ejercido una incesante presión sobre los Estado miembros para que estos redujeran su gasto público y su gasto médico y para que abrieran el sector sanitario a la inversión privada y los mercados competitivos”. El anuncio de la suspensión del Pacto de Estabilidad para permitir a los países miembro saltarse los límites de déficit inevitablemente demuestra, como apuntaba Yago Álvarez en estas páginas, “que todo aquello que ‘no se podía’ cuando Grecia lo pedía [durante la crisis de deuda] sí que se podía”. En efecto, la crisis del covid19 erosiona aún más la legitimidad política y cultural del proyecto de la UE y la acerca un poco más a aquella frase de La marcha Radetzky de Joseph Roth: “‘¡Naturalmente! —respondió [...]—, literalmente todavía existe. Todavía contamos con un ejército —señaló el conde al teniente—, y con funcionarios —indicó el conde al responsable de distrito—. Pero es claro que se descompone. ¡Se descompone, es más, ya se ha descompuesto!’”.

La eurozona, en riesgo de desintegración (otra vez)

“Aunque bienvenidas, es improbable que estas medidas se encaminen a resolver los desafíos a largo plazo de intentar gobernar de manera efectiva la Unión Europea en ausencia de cambios institucionales más profundos”, advertía días atrás el economista Marshall Auerback al comentar algunas de las medidas adoptadas por Bruselas. Con todo, “la vía política de la menor resistencia cada vez más parece inclinar el momento hacia la Europa de los Estados nacionales más que hacia unos Estados Unidos de Europa; partiendo de esta base es difícil ver cómo puede sobrevivir la unión monetaria”.

Escriben Tooze y Schularick: “Lo que la última crisis no consiguió puede que lo logre el covid19: la ruptura de la eurozona”

A juicio de Auerback, si la UE no acepta la emisión los ‘coronabonos’ para los que ya hay una mayoría de países a favor, se incrementa el riesgo de una salida de Italia del bloque, con un efecto dominó imposible de prever. El también economista Wolfgang Münchau ha propuesto que, en respuesta, los nueve países a favor de la medida emitan sus propios eurobonos entre ellos y se dirijan después al Banco Central Europeo, un paso que cree que “el BCE difícilmente puede rechazar”. En una entrevista a la agencia dpa publicada el pasado viernes, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aunque se mostró confiada en la capacidad de Europa “para reinventarse”, dijo que los ‘coronabonos’ son “un término popular” y consideró “justificadas” las preocupaciones en Alemania y otros países, inflamando todavía más la situación.

Entre las voces de alerta se encuentran también las del director del Instituto Europeo Adam Tooze y el economista Moritz Schularick, quienes en un artículo publicado en The Guardian llamaban la atención sobre la ausencia de un mecanismo común para responder a un shock económico como el de 2008. “Durante la crisis financiera de 2008 muchos observadores predijeron el desplome inminente de la divisa común europea: se equivocaron —escribían Tooze y Schularick—, pero lo que la última crisis no consiguió puede que lo logre el covid19: la ruptura de la eurozona”. Los autores valoran que la situación actual es sensiblemente peor, con Italia al borde de “una depresión económica tras una catástrofe humanitaria”.

“No solo el shock económico será posiblemente más grave; la crisis del coronavirus es, en primer lugar y antes que nada, un desafío más fiscal que monetario y, en consecuencia, golpea a la debilidad central de la eurozona”, aclaran. “Las diferencias existentes en la condición fiscal de cada país están causando ya una aguda divergencia en la respuesta política”, pero “cuanto más dure la crisis, más visibles se harán estas diferencias” y “no todos los países serán capaces de mantener el apoyo vital a sus economías al mismo nivel”.

En un escenario así se “desencadenaría una dinámica política que podría empujar a la eurozona al margen de la ruptura de nuevo”. Un proceso que, sin embargo, podría estar ya en marcha, avanzando de manera tan invisible por el continente como el propio coronavirus, sin que haya por ahora ningún proyecto que se le oponga.

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