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¿En el mismo barco?
La austeridad ha sido la doctrina económica elegida por las autoridades europeas como vía de salida de la crisis económica de la eurozona, pero también es la causa. Si la austeridad vuelve a ser la respuesta tal vez sea la última bala de la UE antes de estallar definitivamente por los aires.
Estamos viviendo el que probablemente sea el momento más decisivo de la historia de la Unión Europea. Con una nueva crisis económica a las puertas es hora de preguntarse cuáles son los problemas que tiene la UE a la hora de afrontarla y cómo la integración ha sido un callejón sin salida para los países del sur.
Las crisis más severas suelen coincidir con grandes cambios ideológicos a través de los cuales desaparecen incertidumbres pasadas y viejas líneas rojas y tabúes, pero lo que podemos extraer de la posición de Holanda y de otros países del norte de Europa acerca de cómo actuar en los próximos es que la actual Unión Económica y Monetaria (UEM) no funciona, al menos no para todos.
Desde que se estableció el euro como moneda común hasta que se inició la crisis global de 2008, la eurozona tenía una posición cercana al equilibrio o con superávit y, por lo tanto, sólo estaba expuesta indirectamente a problemas derivados de los desequilibrios mundiales. Sin embargo, una de las dificultades que tuvo que afrontar durante la primera década de la moneda única fue el desequilibrio interno causado por los nuevos miembros, especialmente estados post-soviéticos, que pasaban a formar parte del club europeo y, también, del mercado y moneda comunes.
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Los fallos de la Unión Monetaria y Económica se han hecho patentes desde la Gran Recesión y ahora, con la crisis del COVID-19, estamos empezando a verlos nuevamente. Durante los últimos años la Unión Monetaria ha sido cuestionada por diferentes razones y lo mismo ha ocurrido con el proyecto del euro. El proceso, que comenzó con el Tratado de Maastricht en 1992, tuvo tres fases que finalmente terminaron con las reformas de introducción del euro como moneda común en enero de 1999.
¿Cuáles son las características de la UEM? Son fundamentalmente cinco: coordinación de la política económica entre los Estados miembros; coordinación de las políticas fiscales, especialmente la limitación de la deuda y el déficit públicos; una política monetaria dirigida por el Banco Central Europeo (BCE); normas y supervisión de las instituciones financieras de la zona del euro; la moneda única y la zona del euro.
De esta forma, predomina en la UE la cultura de la estabilidad fiscal y de los precios como forma de equilibrar la economía. Uno de los elementos clave de la Unión Monetaria es el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), bajo el cual los países miembros deben mantener un déficit presupuestario inferior al 3% del PIB con un presupuesto en equilibrio o con un pequeño superávit a lo largo del ciclo, y con una deuda pública inferior al 60% del PIB.
La austeridad ha sido la política económica llevada a cabo por los policymakers de la UE, pero, ¿era la única alternativa? ¿Por qué se decidió resolver la crisis de la eurozona de esta manera? Parece evidente que la respuesta a la crisis del euro se basó en gran medida en postulados socio-económicos que crearon el problema inicial. Esta falsa salida fue impulsada por economistas, think tanks y diferentes actores políticos y financieros, muchos de ellos alemanes, que ya habían influenciado previamente los procesos institucionales de Maastricht durante la década de 1990. Sabemos de sobra las nefastas consecuencias que la austeridad ha tenido en nuestras sociedades, sabemos que esa no fue una salida para la mayoría de la ciudadanía sino para un sector muy pequeño, los verdaderos ganadores: el sector financiero y las grandes empresas.
La austeridad ha sido la política económica llevada a cabo por los policymakers de la UE, pero, ¿era la única alternativa? ¿Por qué se decidió resolver la crisis de la eurozona de esta manera?
La unión monetaria genera un conjunto de problemas para los diversos estados miembros derivados de la disparidad existente entre sí. Algunos teóricos como Wolfgang Streeck denominan Euroland a la estructura monetaria causante de los desequilibrios tanto redistributivos como regulatorios que emergen en los países de la zona euro.
Bajo la estructura de la Unión Monetaria se puede ver de forma muy clara una división entre dos zonas geográficas de la UE: centro y norte de Europa y la periferia mediterránea. Esta brecha se ha agudizado en los últimos diez años como resultado de la implementación de medidas de austeridad en el sur de Europa, que ha tenido como consecuencia conflictos y divisiones dentro de los estados miembros. Esta situación de desequilibrio y desigualdad en donde el norte se caracteriza por la estabilidad y sur por la dependencia de ayudas es un relato creado para mantener la estructura actual.
Uno de los elementos que caracteriza a la UEM es que elimina de la ecuación la posibilidad de devaluar la moneda por lo que perjudica en ese sentido a países con economías “menos competitivas”. Así, solo existen dos métodos para atajar problemas como el desempleo o la disminución de los ingresos. Por un lado, está la posibilidad de bajar el coste y por otro la de aumentar el valor de sus productos. Supone una devaluación interna en vez de una externa. En una zona tan heterogénea económicamente los problemas que surgen de esta convergencia son dos: el conflicto redistributivo y el regulatorio.
Las diferencias entre estados miembros requieren de una respuesta política que no pase por debilitar o desestabilizar la economía de los países más débiles y es por ello por lo que precisamente la eliminación de la posibilidad de devaluación debe compensarse con pagos en forma de ayuda regional y estructural a los estados participantes menos competitivos. Esta dicotomía centro y periferia en la UE presenta una serie de complicaciones que nacen de un intercambio: el apoyo financiero concedido por el primero al segundo y el control político concedido a cambio por el segundo al primero.
Esto se debe a que el apoyo financiero no se dará de forma incondicional, ni siquiera si se comunica a la opinión pública como una expresión de “solidaridad europea”, porque la realidad es que la UEM es profundamente anti-europea en la medida en que no garantiza la cooperación real entre estados ni la defensa de los derechos sociales.
A día de hoy no existe un proyecto político que acompañe a la UEM sino una especialización productiva a lo largo de la Unión Europea a través de la cuál a unos países les sale sistemáticamente a pagar y a otros, año tras año, a deber. Como afirma la economista Lídia Brun, “los desequilibrios son cosa de dos: sin déficits periféricos, no hay superávits en el centro económico”.
A día de hoy no existe un proyecto político que acompañe a la UEM sino una especialización productiva a lo largo de la UE a través de la cuál a unos países les sale sistemáticamente a pagar y a otros, año tras año, a deber
De esta forma, y en base a la dicotomía centro y periferia anteriormente mencionada, en vez de corregir las fallas y errores institucionales en el diseño del euro y construir las uniones fiscales, financieras y políticas necesarias para salir de la crisis de 2008 a través de la cooperación solidaria entre estados, la amplia mayoría de líderes políticos aceptaron una narrativa de santos y pecadores en donde se señala a los países del sur (PIIGS) como estados derrochadores y ahogados en corrupción en oposición a la buena gestión y eficiencia del norte.
Lo que vemos es una suerte de supremacismo cultural por el cual unos países gozan de ventajas económicas por haber cumplido, según su criterio, mientras que otros deben ser controlados para evitar el gasto excesivo al que están acostumbrados. Este relato, hegemónico en el centro y norte de Europa, parte de un análisis erróneo que se acerca más a una profecía autocumplida que a una realidad que es completamente diferente.
La semana pasada Tax Justice, una red de investigadores y activistas preocupados por los efectos de la evasión de impuestos y los paraísos fiscales, publicó un estudio que revelaba el coste para el conjunto de la UE por la pérdida de ingresos como consecuencia de la evasión fiscal: “por cada dólar que recauda Holanda de beneficios evadidos por empresas americanas, el resto de países europeos deja de recaudar cuatro. Cada año las pérdidas de recaudación que genera el paraíso fiscal holandés en la UE son unos 10 mil millones de dólares”.
En otros países como Alemania la situación de privilegio no es muy diferente ya que ahora mismo impone medidas neokeynesianas, pero impide que se haga a nivel europeo. ¿Realmente estamos todos en el mismo barco? Se argumenta que la situación de países como España se debe a su alto nivel de deuda. En España la deuda pública aumentó un 60% del PIB el rescate bancario, el estallido de la burbuja inmobiliaria, la socialización de pérdidas y, por supuesto, la austeridad. Ese es el argumento que emplean algunos países para sostener el relato de la irresponsabilidad de España o Italia. Lo que no se menciona es que ese nivel de deuda viene determinado por una serie de medidas, entre ellas la austeridad, que han contribuido a incrementar el problema más que a proponer una salida al mismo. Así, la situación es un constante quiero y no puedo porque, como afirma el economista Juan Torres: “hay dos formas de hacer esclavo a un ser humano. Una es la de tomarlo en propiedad y la otra consiste en anular su capacidad para tomar decisiones libres sobre su vida, sobre su presente y su futuro. Esto segundo es lo que consigue la deuda”.
La estructura de la UEM también ha generado deficiencias democráticas en Europa desde hace décadas. La capacidad regulatoria de los poderes públicos estatales fue entregada a un poder de carácter tecnocrático no sometido a procesos políticos como la rendición de cuentas o la transparencia. La ausencia de mecanismos de control de estos poderes supranacionales refuerza la sensación que tienen los ciudadanos de que la democracia no es una prioridad.
La estructura de la UEM también ha generado deficiencias democráticas en Europa desde hace décadas. La capacidad regulatoria de los poderes públicos estatales fue entregada a un poder de carácter tecnocrático
Así, como ciudadanos tenemos derechos, pero el poder ya no reside en nuestro voto, la UE representa lo que algunos teóricos como el politólogo de la Universidad de Harvard Yascha Mounk denominan liberalismo ademocrático, es decir, derechos sin democracia. Para muchos la trayectoria del proceso de integración europeo es un ejemplo de cómo la economía ha absorbido a la democracia.
Un ejemplo de cómo se ha priorizado la unión monetaria y en general el aspecto económico sobre la democracia es el euro como moneda común. Durante la crisis de la eurozona las autoridades europeas salvaron el euro a costa de erosionar la democracia, lo que tuvo graves consecuencias sociales.
Si los países del norte al ser mayores en número y con más peso económico, principalmente Alemania, cumplen el rol de ejercer el control político y fiscal, entonces los países del sur se encuentran en desventaja y sus democracias se ven limitadas. Es necesario, por ello, establecer un equilibrio en el que no haya ganadores ni perdedores y donde predomine la cooperación real, porque se nos dice que vivimos en una unión de estados mediada por acuerdos, no por imposiciones.
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En el nombre del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, hoy suspendido, se han aplicado recetas de austeridad en toda Europa que han debilitado nuestro sistema económico y sanitario.
Parece, entonces, que poner fin a la austeridad y establecer una redistribución justa podrían ser uno de los caminos a explorar para resolver la crisis del covid-19 que se avecina en los próximos meses. Menciona Adam Tooze, historiador de la Universidad de Columbia, que “la maldición europea —demasiado tarde, demasiado poco— sigue en pie”. Es el momento de repartir ganancias, de que países como Holanda, Alemania o Finlandia asuman que tendrán que llevar a cabo una transferencia permanente a países del sur como Italia o España. Si nuestras economías están debilitadas es porque somos el barco hundido que permite que otros se mantengan a flote. No puede declararse europeísta alguien que defienda la situación actual.
Con el debate sobre los eurobonos, y tras el primer pulso de la semana pasada, han quedado establecidos los bloques: quiénes apuestan por una integración en la que ningún estado se quede atrás y quiénes abogan por mantener el sistema intacto para seguir culpando a otros de los problemas que ellos mismos generan. La pugna está entre una salida neoliberal o una de carácter neo-keynesiano.
El primer caso lo conocemos de sobra, pero el segundo deja claras dudas ante la ausencia de un proyecto real compartido por todo el bloque. Pero esta vez está en disputa, no estamos en 2010, ya que no es sur contra norte, algunas piezas se han movido. A Italia, España, Grecia y Portugal se les han unido Francia, Irlanda, Bélgica, Luxemburgo y Eslovenia. Ahora mismo existe una mayoría contra el bloque de la ortodoxia fiscal representado por Holanda, Alemania, Finlandia y Austria.
Si bien es cierto que ningún bloque es monolítico, lo que caracteriza al sur y a sus aliados es el carácter progresista de sus gobiernos, concretamente España, Italia y Portugal. Sin embargo, otros estados como Francia o Irlanda han optado por una mirada más social influenciados por su propio contexto nacional: las masivas huelgas y manifestaciones de los chalecos amarillos y de pensionistas y el auge del Sinn Fein respectivamente.
Ahora mismo existe una mayoría contra el bloque de la ortodoxia fiscal representado por Holanda, Alemania, Finlandia y Austria
La pregunta entonces es, ¿quiénes no encajan? ¿Los que llevan años cumpliendo a rajatabla las directrices de Berlín o los países con privilegios fiscales? Desde luego los que juegan con reglas diferentes del resto. En las próximas semanas y meses nos jugamos mucho, el futuro de nuestras sociedades, y desde luego partimos con mucho en contra.
Los límites del sur y sus aliados son fundamentalmente, además de su dependencia y menor fuerza económica, los votos de bloqueo de Alemania y Holanda en el Consejo de Europa y en el Eurogrupo, ambos organismos regidos por la regla de unanimidad de voto a la hora de aprobar medidas. Esta regla es un escudo para frenar cualquier decisión que afecte al sistema por lo que el margen de maniobra es menor. Existen otras vías como la mutualización de deuda solo en los países del sur que deberían considerarse en caso de mantenerse el bloqueo.
No es cuánta integración debe producirse sino cómo debería ser esa integración. La integración es un medio para la cooperación solidaria entre estados, para preservar los lazos entre ciudadanos europeos y sus respectivas instituciones políticas, para garantizar la paz y la estabilidad del continente y de sus democracias. En ningún caso debe entenderse el proyecto de integración como un fin en sí mismo.
Una mayor integración sería deseable y beneficiosa si se diesen una serie de factores que en la actual estructura de la UEM no podemos encontrar. La austeridad ha sido la doctrina económica elegida por las autoridades europeas como vía de salida de la crisis económica de la eurozona, pero también es la causa. Si la austeridad vuelve a ser la respuesta tal vez sea la última bala de la UE antes de estallar definitivamente por los aires.
El ministro de Asuntos Exteriores alemán, en un inesperado acto de sentido común, declaró recientemente que “en esta crisis necesitamos ayuda rápida sin herramientas de tortura como una troika o medidas estrictas de austeridad’, lo que parecer indicar que hay una ventana de oportunidad que no podemos desaprovechar.
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Es el momento de domar a los mercados, poner al Banco Central Europeo a disposición de la gente y que este financie la lucha contra el Covid19.