Contigo empezó todo
Arnedo, el regalo de Reyes de la Guardia Civil

El 5 de enero de 1932, la Benemérita disolvió a balazos una manifestación sindicalista en la localidad riojana de Arnedo.

9 ene 2021 06:00

A Faustino Muro le gustaba el día de Reyes. Sus dos nietos eran uno de sus dos tesoros más preciados. El otro era su empresa, la fábrica de calzado que poseía en Arnedo. Debido a su avanzada edad, había delegado hacía unos años la gestión en su hijo Felipe. Pero para él siempre sería su negocio, el que había forjado durante 20 años en la localidad riojana hasta convertirse en una referencia en el sector y que ahora, en 1932, comercializaba sus zapatos por toda España. Así pues, seguía dedicando mucho tiempo a observar y analizar la marcha de la empresa. Felipe, que ciertamente había demostrado su validez como heredero, era una persona bastante obstinada y reacia a recibir sugerencias, pero en el caso de su padre siempre estaba dispuesto a escuchar la voz de la experiencia. El 6 de enero, sin embargo, era una excepción: Faustino dejaba a un lado los gráficos sobre costes y beneficios y se dedicaba exclusivamente a disfrutar de la alegría de sus nietos. La familia lo sabía y los críos siempre pasaban la noche del 5 de enero en casa de los abuelos, para poder gozar a la mañana siguiente de los múltiples regalos que el abuelo Faustino había dispuesto en el amplio salón de la casa.

Este año, sin embargo, Faustino no podía evitar que otros pensamientos más desagradables se cruzaran por su mente. Por este motivo, se había despertado un par de horas antes del momento en el que, calculaba, los niños irrumpirían como un tornado en el salón para despedazar los envoltorios de los presentes a ellos dirigidos.

Con un café en la mano, abrió el periódico sobre la mesa para comprobar la noticia que ya le había adelantado su hijo la noche anterior. Pronto la confirmó. Desde luego, no era la mejor publicidad para su gran amor, Calzados Muro.

No le gustaba criticar a su vástago, pero Felipe tendría que reconocerle que no había llevado nada bien este asunto. Era un buen gestor y seguro que mejoraría, pero le faltaba el pragmatismo de su padre. Faustino, fiel monárquico, no era ciego, y en la pasada primavera observaba claramente que las elecciones municipales de abril podían dar la estocada definitiva a una corona en crisis. Avisó a Felipe de que, con monarquía o con república, la empresa familiar podía seguir creciendo, y que lo mejor era abstenerse en temas políticos para no arriesgarse a padecer efectos indeseados. Su hijo, en esta ocasión, discrepó y procedió a instruir a los obreros de la fábrica para que votaran por los partidos correctos. Esto, como Faustino había previsto, no fue bien recibido por algunos elementos de la plantilla, agitadores incorregibles con los que había que tener mucho cuidado. Felipe, de nuevo contra los consejos de su padre, solventó la rebelión con el despido de cerca de 15 trabajadores, y además movió sus hilos para que no pudieran encontrar trabajo en las demás fábricas de la zona.

Faustino se acabó el café y se encendió uno de los puros de magnífica calidad que guardaba en una cajonera de su despacho. Con gesto de preocupación, siguió recordando el conflicto, que lejos de apaciguarse con la fortaleza mostrada por Calzados Muro, se enquistó por obra y gracia de los insoportables y testarudos sindicalistas de la UGT local, obcecados en la misión imposible de dar el brazo de Felipe a torcer.

El problema empeoró cuando las autoridades laborales dieron la razón a los trabajadores, instando a Calzados Muro a su readmisión. En este punto, mientras de cara al exterior defendía sin pestañear la política de la empresa, Faustino redobló sus esfuerzos por convencer a su hijo de llevar a cabo una retirada táctica. Se estaba extendiendo la imagen de la empresa como “despótica”, y las ventas podían verse eventualmente perjudicadas.

Felipe, orgulloso, siguió enrocado. El sindicato convocó huelga general en Arnedo para el 5 de enero, con cierto seguimiento. Otros empresarios con mejor —lamentaba decirlo— visión estratégica asumieron dar empleo a los trabajadores despedidos. Esto, en teoría, facilitaba una salida digna para los sindicalistas y cortaba de raíz la escalada del conflicto laboral.

Por desgracia, de la teoría a la práctica hay un trecho y los ánimos ya estaban demasiado caldeados. Los huelguistas celebraban el acuerdo con una manifestación por el centro de la ciudad. Estúpidos, ¿por qué no se fueron a su casa si ya tenían lo que querían?, lamentaba Faustino mientras daba otra calada a su cigarro. Al encontrarse la marcha con la Guardia Civil, se lio la de San Quintín. A Faustino no le costaba imaginar la sed de venganza de la fuerza pública cuando solo habían pasado unos días de los hechos de Castilblanco. Tras unos cuantos gritos y forcejeos, los guardias civiles abrieron fuego a discreción.

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Castilblanco, la masacre que cambió de bando

A finales de 1931, una multitud de campesinos en huelga linchó a cuatro guardias civiles en un pueblo de Badajoz.

Faustino apagó el puro. Tenía que intentar limitar daños y limpiar la imagen de su empresa. En unos días, cuando todo se calmara, hablaría con sus amigos de la prensa para defender de nuevo la buena voluntad de su hijo durante todo el proceso. Oyó gritos desde el salón. Tiró el periódico a la papelera y se apresuró a compartir la felicidad de sus nietos. En la página que el señor Muro se había dejado sin leer aparecía la lista de víctimas del día anterior:

Honorato Garrido Solana, 43 años, balazo en el vientre. Fermín Velasco Ezquerro, 50 años, amputada una pierna. Micaela Pérez Arpón, 30 años. Manuel Domínguez, cuatro años, hijo de la anterior…

Y así hasta contar 11 personas fallecidas y 30 heridas graves. Mientras los niños y niñas de las clases acomodadas riojanas estrenaban nueva ropa, muñecas y juguetes de moda, en las moradas de las clases humildes no había sitio para celebraciones: el regalo de Reyes de la Guardia Civil era sangre y muerte.

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