We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Confines del suroeste
El retorno de las vacas sagradas y la objeción campesina
Un balance en profundidad de las “vacas sagradas” que se atisban en el horizonte, pasada la tregua (esta breve suspensión confinada) de la infernal normalidad. Contra el retorno a una normalidad en que vuelvan a campar a sus anchas las vacas sagradas, hay que hacer objeción de conciencia para no volver a vernos inmersos en la guerra contra la vida, contra la libertad y contra la ética.
El antropólogo Marvin Harris, en su precioso ensayo Vacas, Cerdos, Guerras y Brujas: los enigmas de la cultura, se pregunta acerca de la funcionalidad material y la utilidad social que se esconde bajo algunos de los tabúes religiosos más llamativos. Al finalizar el capítulo en que analiza cómo la aparente irracionalidad de la adoración a las vacas en la cultura hindú es, en realidad, una práctica eficiente y muy productiva, Marvin Harris afirma que si queremos ver una verdadera “vaca sagrada”, en el sentido de práctica absurda, miremos al coche, (no puedo poner la cita textual porque a quién presté el libro, otra vez ocurrió que no me lo devolvió). Esas palabras, que tan ilustrativamente denuncian nuestra pretensión de estar en posesión de una racionalidad superior a la de los pobres pueblos atrasados, vienen muy a cuento ahora que, tras la pandemia, hay una especie de ansia generalizada de que retornen nuestras “vacas sagradas”.
Dejando al margen, para no aguar la fiesta, que son muchas las voces que advierten que la pandemia no ha hecho más que empezar y que es de temer que la película distópica que hemos padecido tenga segundas y hasta terceras partes y dejando también de lado, por el momento, las advertencias de que la covid-19 no es sino el primero de los icebergs contra el que ha chocado el Titanic de nuestro modo de vida y que los que vienen detrás son más grandes y nos llevarán al colapso, podemos atisbar ya en el horizonte las “vacas sagradas” que amenazan con volver luego de esta breve suspensión de la infernal normalidad.
Hay otras “vacas sagradas” igualmente nocivas y peligrosas que retornan con fuerza: la prórroga hasta 2028 de la ruleta rusa nuclear de Almaraz es una de ellas, la minería es otra
La primera es, sin duda, la que ya señalaba nuestro antropólogo: el coche, el coche como símbolo diabólico de la hipermovilidad neurótica de nuestro modo de vida, de nuestra dependencia del petróleo, el coche que destruye la estabilidad climática y que sacrifica el derecho a respirar en el altar de la religión del progreso que sacraliza la libertad de movimientos entendida como libertad de envenenar el aire que envenena nuestros pulmones. Su correlato aéreo es la aviación comercial y, de la mano de ambos, el turismo, ese consumo compulsivo de experiencias y paisajes para huir del vacío existencial y del aburrimiento mortal que conlleva la combinación de opulencia material y miseria cultural, porque cuando la cultura se reduce a consumo todo deviene miseria. Pero hay otras “vacas sagradas” igualmente nocivas y peligrosas que retornan con fuerza: la prórroga hasta 2028 de la “ruleta rusa” nuclear de Almaraz es una de ellas, la minería es otra. También retornan las macrogranjas de un lado y la caza de otro.
Centrales nucleares
El CSN da el visto bueno para retrasar el cierre de la central nuclear de Almaraz hasta 2028
Tampoco se fue la irresponsabilidad social generalizada respecto a las consecuencias de nuestros actos de consumo, respecto a los efectos socioambientales de nuestros caprichos
Ambas actividades ejemplifican tan dramáticamente aquello que decía Adorno de que en la frase “sólo son animales” es dónde precisamente arranca Auschwitz. O el cultivo del tabaco al que se aplican una media de 20 tratamientos químicos venenosos sólo en el campo y al que se brinda el sacrificio de un río entero (el Tiétar) y su fértil vega, el tabaco que es el símbolo más sangrante de la agroindustria imperialista extremeña y su ambivalencia moral, tan bien reflejada en la defensa cerrada que de él hace el presidente Vara pese a ser médico… forense. Y cómo no reconocer que la liga del fútbol profesional y multimillonario es otra de las vacas sagradas constitutivas de nuestra infernal normalidad y que, por eso, para su retorno se emplean pruebas médicas de las que carecemos el común de los mortales y hasta el propio personal sanitario.
Pero es que hay vacas sagradas también en la conciencia social que no se terminaron de marchar, que quizás requieren de shocks más contundentes para desaparecer: el servilismo y el caciquismo, el “qué hay de lo mío”, el “y tú más”, o la pulsión cainita que siempre vuelve, como las oscuras golondrinas, cuando las cosas se tuercen en este país. Tampoco se fue la irresponsabilidad social generalizada respecto a las consecuencias de nuestros actos de consumo, respecto a los efectos socioambientales de nuestros caprichos, y respecto a la herencia envenenada que dejamos a las generaciones venideras, eso que se llama ruptura del contrato intergeneracional. Nos comemos la merienda y nos cagamos en el morral, según el dicho popular. Una ruptura que va en paralelo a la fractura intrageneracional, es decir a lo que llamamos crisis de cuidados: una sociedad tan enferma que encierra a sus ancianos en lugares apartados (la vejez, como la muerte, son de mal gusto y han de ser ocultadas) mal gestionados y peor financiados que devienen mataderos, una sociedad tan desquiciada que no sabe qué hacer con la infancia y ni siquiera la soporta si cierran temporalmente los gulags infantiles de los centros escolares… La epidemia ha puesto en evidencia, con una crueldad inusitada, la radical perversidad de nuestras vacas sagradas, la locura ecocida y genocida de nuestro culto a ese Dios ingrato y malencarado que es la Economía con su apóstol enloquecido: el Crecimiento, ese Dios que ponemos por encima de todo, incluso por encima de la vida.
Creo que está todo dicho, teorizado, analizado, profetizado, ya todas tenemos argumentos de sobra para tratar de pensar y habitar este tiempo excepcional de aceleración histórica, por eso ésta va a ser mi última entrega en-desde los confines del suroeste, y la pregunta que me hago es que si todo está dicho y redicho ¿qué puede añadir una simple aspirante a campesina cuando ya hay exceso de teoría y una sobreabundancia de análisis? Y digo aspirante porque llegar a ser campesina no es algo fácil, es un proyecto vital y vitalista, una meta honorable pero inalcanzable. Para entender la dificultad habría que definir lo campesino. Empecemos diciendo que es algo que, desde luego, está en las antípodas de lo que representa un productor agrario, un gestor de flujos de capital carente de moral y principios que vayan más allá del mero lucro mercantil. Por poner un lamentable ejemplo de este tipo de capitalistas agrarios: gente como Angel García Blanco presidente de ASAJA Cáceres que, sin venir a cuenta, da rienda suelta a su ecofobia y a su odio retrógrado en la entrevista publicada el pasado 25 de Abril en el peor periódico extremeño de hoy en día.
Extremadura
Los dos líderes en Extremadura de la organización empresarial ASAJA reciben 188.909 euros en ayudas de la PAC
La única salida a la actual concatenación de crisis y catástrofes que amenazan la civilización, y que incluso en el límite ponen en peligro a la propia especie, pasa por recuperar el modo de vida campesino
Carlos Ayones me enseñó que la ideología es algo tan sencillo pero complejo, a la vez, como el hacer de la necesidad virtud, por eso no sólo soy aspirante a campesina, además soy campesinista, y desde esa virtuosa necesidad convertida en mi ideología me atrevo a afirmar que la única salida a la actual concatenación de crisis y catástrofes que amenazan la civilización, y que incluso en el límite ponen en peligro a la propia especie, pasa por recuperar el modo de vida campesino. Contra el retorno a una normalidad en que vuelvan a campar a sus anchas las vacas sagradas hay que hacer objeción de conciencia para no volvernos a ver alistados y alistadas en la guerra contra la vida, contra la libertad y contra la ética, la guerra contenida en eso que llaman “normalidad” y a la que nos convocan nuevamente. Y una de las vías de esta huida de la guerra nihilista es la vía campesina, el devenir rural, la objeción de conciencia campesina.
No, no se trata de volver a atrás, es algo mucho más complicado que eso: es reconstruir la clase campesina que la modernización capitalista prácticamente abolió, reconstruir la clase campesina como base de la sociedad. Es reestructurar el resto de las actividades, la industrial y la terciaria, al modo campesino. Es rerulizar y desurbanizar, es poner a la vanguardia por primera vez en la historia a lo que siempre estuvo en la retaguardia. No es volver a las cavernas, ni al feudalismo, ni hablo de un campesinado idealizado, sino que se trata de recuperar los saberes, la cultura, las costumbres, la filosofía, las formas de manejo de los recursos, las técnicas de relación con el trabajo vivo,… en definitiva, el modo campesino de habitar el mundo, que ha sido el modo más estable y estabilizador de la supervivencia colectiva durante milenios, desde la revolución neolítica.
Nunca hemos tenido tanta riqueza colectiva, pero nunca tampoco ha habido tantos millones de personas sin acceso a necesidades tan básicas como la alimentación, el agua, la salud y la vivienda
Y ¿cuáles son esas características estructurales del campesinado que contienen las semillas de un futuro posible y amable que tenemos que sembrar con urgencia? La primero que habría que resaltar es que la orientación de la economía campesina es la satisfacción de las necesidades básicas de la comunidad, algo que debería parecer obvio pero que en los dos siglos de industralismo ha sido radicalmente pervertido y sustituido por otro tipo de objetivos: el beneficio, la plusvalía, el poder. Así ocurre que nunca hemos tenido tanta riqueza colectiva, pero nunca tampoco ha habido tantos millones de personas sin acceso a necesidades tan básicas como la alimentación, el agua, la salud y la vivienda. Esta brutal y dramática desigualdad social ha de ser resuelta, urge, nos va la vida en ello.
El campesinado no sólo es agro-ganadero: es silvicultor, es también artesano textil, alfarero, cestero, hilandero, es albañil, es caminero y hacedor de puentes (pontifex)
De modo que urge rehabilitar esa moral campesina del cuidado y la reproducción social que se plasma en un modo de producción en el que predomina el valor de uso sobre el valor de cambio, es decir que el modo de producción campesino se orienta principalmente a la producción de los bienes necesarios para el mantenimiento de la familia y el grupo social (la aldea, la comunidad) y sólo de un modo marginal o secundario produce excedentes para el intercambio mercantil.
Se produce la mayoría de lo que se consume, se consume la mayoría de lo que se produce, llegando así a otro de los principios básicos de esta moralidad campesina: la autosuficiencia, la autogestión y la autosubsistencia como virtudes socio-comuntarias y objetivos estratégicos que deben regir la producción. Una especie de aplicación irrestricta o ampliada del principio de subsidiariedad: producir en el seno de la comunidad local todo lo que sea posible de todo lo que es necesario. Por ello el campesinado no sólo es agro-ganadero: es silvicultor, es también artesano textil, alfarero, cestero, hilandero, es albañil, es caminero y hacedor de puentes (pontifex), es educador, es curandero y cuidador, es alfabetizador y artista, es transmisor cultural y guía espiritual y finalmente es político y administrador. De hecho la clase campesina es la única que idealmente posee sus medios de producción y puede procurarse sus medios de existencia y reproducción social, dependiendo más de la naturaleza que del mercado, esto siempre, claro está, que estos medios no le hayan sido arrebatados manu militari por los señores de la guerra devenidos feudales y monarcas, o por la burguesía mediante cercamientos y desamortizaciones, o por el estado, el mercado o el comité central, etc.
Franco Berardi, Bifo, lo expresa así en sus luminosos diarios de la pandemia: “es necesario luchar para transformar todo el trabajo productivo en trabajo de cuidado de la Tierra, de lo viviente, de la convivencia humana, de la reproducción de la vida”.
Urge rehabilitar esa moral campesina del cuidado y la reproducción social que se plasma en un modo de producción en el que predomina el valor de uso sobre el valor de cambio
Que el campesinado haya dependido de un modo tan directo de la naturaleza, de la climatología, de la geografía, de la hidrología, del flujo de energía solar, y que sea la clase que realiza el intercambio metabólico directo con ella, explica por qué es objetivamente conservacionista, radicalmente biomimético, estratégicamente ecologista (aunque eso no evite que subjetivamente haya algunos Juan Metidieri campando por ahí). Y es que si todo lo esencial en el mundo campesino orbita en torno a la reproducción social, la reproducción y el cuidado de las condiciones biofisioquímicas que posibilitan la obtención mediante trabajo y tecnología de los recursos para cubrir las necesidades de la comunidad son parte de ese imperativo. El campesinado necesita estabilidad climática y con su actuación la conserva, necesita recursos hídricos y con su utilización los distribuye y recrea, necesita biodiversidad y con su gestión la multiplica, el campesinado necesita la naturaleza y la naturaleza necesita al campesinado.
Otra característica de la producción campesina que debemos incorporar en la nueva economía que surgirá de esta crisis global es la eficiencia energética, el empleo de energía renovable, fundamentalmente solar, como el único camino para que el metabolismo social se subordine a las leyes básicas de la termodinámica y frenar la aceleración entrópica catastrófica de nuestra civilización. Jorge Riechmann habla de “comunismo solar” y San Francisco de Asís estaría de acuerdo en volver a subordinarnos al “hermano sol”. Una senda que incluirá la progresiva sustitución de la declinante energía fósil por trabajo humano y animal que no es otra cosa que energía solar fisiológica u orgánica, y esto tanto en las actividades agrarias, como en el transporte.
El campesinismo apela a formas de intercambio de reciprocidad generalizada, a un tipo de racionalidad comunal en que los valores centrales son la solidaridad, el apoyo mutuo, el cuidado de toda la vida y de todas las vidas
La diversidad es el método de la naturaleza para lograr resiliencia, resistencia, fortaleza y perdurabilidad, por eso el campesinado que siempre ha sido biomimético, es decir que ha tratado de imitar a la naturaleza al reconocer en ella la maestría de la vida, procura diversificar las producciones, procura hacer lo contrario que la agricultura capitalista de monocultivo: poner todos los huevos en la misma cesta, y así habrá que volver a diseñar agrosistemas en que se combine lo agrícola, lo ganadero, lo forestal en paisajes más diversos y más capaces de resistir las turbulencias del clima y de la crisis humanas intentando maximizar las productividad integral de los ecosistemas que no es lo mismo que maximizar los beneficios.
Todo esto tiene por supuesto un correlato político, pues el campesinismo apela a formas de intercambio de reciprocidad generalizada, a un tipo de racionalidad comunal en que los valores centrales son la solidaridad, el apoyo mutuo, el cuidado de toda la vida y de todas las vidas, un modelo de economía moral, natural y feminista que remite a la democracia de base, a la autorregulación política local, a un conservacionismo intuitivo y a la autogestión y la autodeterminación en su sentido más integral y extenso, en definitiva un tipo de libertad antiliberal y antiindividualista, un tipo de democracia no jerárquica, no representativa sino directa.
El ecólogo Victor M. Toledo, que actualmente es el secretario de Medio Ambiente del gobierno mexicano escribía ya en el año 1988: “el campesinado que los ojos del capitalismo y del socialismo real aparece como un sector arcaico, conservador y finalmente obstaculizador del desarrollo de las Fuerzas Productivas, adquiere un enorme valor para el diseño de un futuro diferente”. Y ese futuro contenido en la “utopía campesina” que estoy tratando de proponer aquí, pasa por salir de la lamentable concepción de la política partidista y cainita que en estos días se está haciendo tan evidente en este país, pasa por recuperar los viejos valores de la gestión comunal, del asamblearismo, de una democracia con un ágora incluyente y amable que incluya a las niñas y niños, a los-nacidos que no por no poder concurrir a las urnas o al mercado carecen de derechos, a las otras especies que no por no poder hablar dejan de ser actores relevantes en la polis.
La tarea es tan inmensa e inconmensurable como las amenazas que se nos vienen encima, a un lado está la esperanza frágil pero luminosa, a otro el horror y la extinción
La inmensa tarea de reconstruir el campesinado, de diseñar una vía campesina de salvación colectiva y superación de la pesadilla infernal de la nueva-vieja normalidad, requiere que pongamos a germinar todas las semillas que aún no se han extinguido, las semillas físicas de las plantas y animales pero también las semillas culturales, intelectuales, políticas y espirituales de nuestro pasado agroganadero y rural. Necesitamos “hacer rizoma” como hacen los robles bajo los que escribo, conectar las savias, que fluyan las sabidurías y los deseos, reiniciar el mundo allí dónde el éxodo rural, la desamortización, la modernización, los monocultivos de pinos y eucaliptos, etc. pretendieron eliminarnos, extinguirnos, aplastarnos. Sembrar tierras, criar animales, repoblar con árboles, ocupar pueblos abandonados, volver al pueblo de nuestros ancestros, abandonar las ciudades, recuperar las herramientas y los viejos oficios, reparar los paisajes, abandonar los coches, desertar de la guerra contra la naturaleza y la vida, limpiar el aire, hacer rizoma, conquistar libertades humildes… la tarea es tan inmensa e inconmensurable como las amenazas que se nos vienen encima, a un lado está la esperanza frágil pero luminosa, a otro el horror y la extinción. Hay que optar, todavía somos pocas en la primera opción, pero Jesús Ibáñez siempre nos recordaba “que los apóstoles fueron 12 y los bolcheviques sólo unos pocos más”.
Relacionadas
Acuerdos comerciales
Crisis del campo Tratados y tractores: de aquellos acuerdos de libre comercio, estas protestas
Medio ambiente
La Sublevación de la Tierra en Francia (que deberíamos imitar)
La ilustración no podía estar peor elegida, parece propaganda de john deere
No dejes de escribir por favor, necesitamos vuestras palabras y reflexiones para coger aliento y seguir luchando con esperanza en el futuro...y para no sentirnos tan solas
No dejes de escribir por favor, necesitamos vuestras palabras y reflexiones para coger aliento y seguir luchando con esperanza en el futuro...y para no sentirnos tan solas
No dejes de escribir por favor, necesitamos vuestras palabras y reflexiones para coger aliento y seguir luchando con esperanza en el futuro...y para no sentirnos tan solas