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Cine
Ochenta años de ‘Ser o no ser’: el dilema shakespeariano de ser antifascista en Hollywood
Significarse o no significarse en la causa antifascista fue una fuente de problemas en Hollywood cuando la Alemania nazi conquistaba la Europa continental. Más de un cineasta podría haber mantenido dudas hamletianas durante varios años. En 1938 se estrenó Bloqueo, una llamada fílmica a apoyar la república española, entre un cierto clima de incomodidad de la industria. Los mercados alemán e italiano suponían cerca de un tercio de los ingresos internacionales para las majors de Hollywood, y sus ejecutivos querían evitar posibles boicots al cine estadounidense en los dos países… y en el número creciente de territorios que estos invadían.
La apuesta de Warner Brothers por las películas explícita o implícitamente contrarias a la Alemania hitleriana no cambió las cosas de manera abrupta. Jack Warner y compañía se avanzaron al que sería el clima del Hollywood en guerra mediante Confesiones de un espía nazi (1939), un thriller de miedo a la infiltración germana en territorio estadounidense que generó un conflicto diplomático, pero la toma de partido por parte de la industria audiovisual era cuestión de tiempo. El alineamiento gubernamental con la intervención militar, cada vez más evidente, empujaba a los estudios a abandonar paulatinamente el aislacionismo. Que la Alemania nazi vetase las producciones estadounidenses en agosto de 1940 quitó sentido a ese pactismo. Y el ataque japonés a la base militar de Pearl Harbor terminó de cambiar las cosas.
Pocos meses después de la entrada oficial de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial se estrenó Ser o no ser. Esta comedia ubicada en la Polonia ocupada trataba de un grupo de actores de teatro que intentaban sobrellevar la invasión, pero que se veían involucrados de manera creciente (y no del todo voluntaria) en la resistencia. Inicialmente, actuaban para proteger a las familias de conciudadanos que combatían en el exilio, pero las cosas se complicaban más, y más y más: disfraces, persecuciones, momentos de farsa con cadáveres y sus perillas, e incluso la planificación de un supuesto atentado contra Hitler.
Las circunstancias históricas que hacían posible que la industria financiase películas antifascistas como ‘Ser o no ser’ convertían en incómoda una comedia sobre el nazismo como ‘Ser o no ser’
El proyecto incorporaba bastantes materiales diversos. Era una comedia de espías, con flirteos y disensiones románticas, con momentos de falsa película. Se mostraban el ingenio inverosímil y la valentía de los actores convertidos en agentes intrépidos. El empeño resultó discutido. Las circunstancias históricas que hacían posible que la industria financiase películas antifascistas como Ser o no ser convertían en incómoda una comedia sobre el nazismo como Ser o no ser: Hitler y compañía habían pasado de parecer un asunto interno europeo a vivirse como una amenaza demasiado seria como para tratarla desde el humor.
Todo es cuestionable desde algún punto de vista
El autor de Ser o no ser, el germano Ernst Lubitsch, era uno de los referentes cómicos de Hollywood. No era un exiliado (su traslado a los Estados Unidos había sido un asunto profesional), ni se le consideraba una persona especialmente politizada, pero no necesitaba ser aleccionado sobre la amenaza que suponía el nazismo. Según su biógrafo Scott Eyman, el cineasta ya había percibido el fuerte antisemitismo ambiental en una visita al antiguo hogar en 1932, e incluso dejó entrever su malestar a través de unas inconcretas declaraciones a la prensa. En 1935, se le retiró la ciudadanía alemana por su origen hebreo. Las señales de alarma fueron suficientes como para que el cineasta preparase la emigración de varios familiares.
El infalible, o casi infalible, maestro del humor fílmico tuvo que afrontar un cuestionamiento inusualmente duro de su juicio cómico. El poseedor del ‘toque Lubitsch’, capaz de jugar habilidosamente con los límites marcados por la censura, tuvo que afrontar críticas al supuesto mal gusto del proyecto. ¿Era adecuado satirizar al nazismo a través de la comedia? ¿Era razonable ambientar la ficción en un país real con su drama real como la Polonia ocupada? ¿E incluir bromas sobre la rapidez de las autoridades ocupantes ejecutando detenidos?
Todo es cuestionable desde algún punto de vista, y la confección de una comedia sobre el nazismo no es precisamente la excepción a esta regla. Ambientar la ficción en Polonia podía resultar doloroso, pero localizarla en un país imaginario hubiese parecido un gesto escapista. Y no tratar las ejecuciones de población civil en los territorios invadidos podría interpretarse como una muestra de tacto o como una ocultación.
El silencio de la mayoría de Hollywood ante las atrocidades hitlerianas, o la visión simpática del nazismo que aparecía en obras de años anteriores, no había incomodado a algunos de los comentaristas indignados ante ‘Ser o no ser’
Algunas de las críticas pudieron partir de una politización sobrevenida. El silencio de la mayoría de Hollywood ante las atrocidades hitlerianas, o la visión simpática del nazismo que aparecía en obras de años anteriores (como el misterio pop Charlie Chan at the Olympics), no había incomodado a algunos de los comentaristas indignados ante Ser o no ser. En realidad, el resultado parecía llevar a buen puerto la doble intención del realizador: ridiculizar al enemigo nazi (aunque resultase cuestionable, también, la decisión de representar a la mayoría de los fascistas como personajes más grotescos que amenazantes) y también ridiculizar la vanidad de unos artistas que pueden sentir que su arte es más importante que la situación del mundo. En una de las escenas del filme, la protagonista femenina encarnada por Carole Lombard aparece con un espectacular vestido de noche que pretende llevar en una escena de torturas en un campo de concentración, ante la estupefacción de un dramaturgo más concienciado.
La misma existencia de la película podía interpretarse en este mismo sentido: como una construcción frívola sobre una tragedia de dimensiones colosales. Con todo, cumplía su función de una cierta llamada a la acción antifascista. E incluía algunas puyas que podían entenderse en clave autocrítica. Las autoridades polacas censuran la obra que está a punto de estrenar la compañía teatral de los protagonistas para no ofender a Hitler e intentar evitar confrontaciones, como habría defendido el Hollywood mainstream solo unos meses antes del rodaje del filme.
La enorme mortandad derivada de la Segunda Guerra Mundial era evidente, pero el mundo de 1942 todavía no conocía el alcance del horror nazi: el holocausto judío, el asesinato masivo de población romaní, las limpiezas étnicas en la Europa Oriental expresadas en obras como Ven y mira... Quien sí tuvo que hacer humor para una audiencia plenamente consciente de esas realidades fue el cómico Mel Brooks (La loca historia del mundo), impulsor de un remake de Ser o no ser en los años 80 del siglo pasado. El empeño ya resultaba atrevido en clave estrictamente cinéfila, porque el original se había convertido en un hito de la comedia estadounidense, pero el peso de la historia real lo convertía en algo casi temerario.
Cine
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La iniciación como partisano de un joven es el punto de partida de Masacre: ven y mira, uno de los filmes más desagradables de la historia, una obra que trasciende los moldes del cine bélico orientado a la acción y se acerca a la representación del horror.
Quizá la comedia chirría más en Soy o no soy. Sus imágenes no se concibieron dentro de las lógicas del Hollywood que denominamos clásico, de unas omisiones a las que nos hemos acostumbrado y que hemos tendido a asumir y naturalizar: sus realidades fuera de campo, sus temas imposibles de tratar debido a las directrices de la censura... La comedia sobre el nazismo parece más inoportuna cuando se recrea fuera de ese terreno de juego, aunque Brooks y compañía intentasen clonar el original, aunque añadiesen más momentos de sufrimiento y miedo del colectivo judío, aunque aludiesen a la persecución de una homosexualidad que permanecía fuera del cuadro en el Hollywood de los años 40.
Los filmes de Lubitsch y de Brooks compartieron una tesis: el oficio del cómico es entretener incluso en las circunstancias más duras. Era la misma conclusión de Los viajes de Sullivan, una memorable comedia posterior al crac del 29: un cineasta se embarcaba en una inmersión en la miseria con el objectivo de realizar un drama social, pero terminaba concluyendo que su mejor aportación a las personas desfavorecidas era proporcionarles unas carcajadas. Como dice uno de los personajes secundarios de Ser o no ser, precisamente el personaje de deje melancólico y vocación shakespeariana que pronuncia algunos de los diálogos más dramáticos: “Una risa no es algo que despreciar”.
The Three Stooges, un grupo de cómicos, abrieron la veda mediante el cortometraje You, nazty spy. Sus autores empleaban el humor físico y la burla gruesa más orientada a un público infantil o juvenil, pero el contenido de su propuesta fue tan desaforadamente insultante que se puede considerar como algo subversivo en un momento de cautela diplomática. Nueve meses después del estreno de esta obra, llegó a los cines la más elaborada El gran dictador, de Charles Chaplin, donde también se parodiaba a Hitler, Göring y Goebbels (y se añadía en la narración a un trasunto de Musolini).
En años posteriores, en un clima crecientemente belicista, el dúo cómico formado por Bud Abbott y Lou Costello haría dos comedias de ambientación castrense aparentemente dirigidas a dar una imagen positiva del servicio militar. También participarían en una comedia con la consabida trama de espionaje por parte de agentes germanos, Rio Rita, que se estrenaría poco después de Ser o no ser. Los Three Stooges insistirían con el corto Higher than a kite, que haría escarnio del culto a la personalidad de Hitler: engancharse un retrato del führer en el trasero te convierte en una figura inviolable.
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