Paquita, seis años internada en el Patronato de Protección a la Mujer: “Quiero que se sepa antes de morirme”

Hablamos con la superviviente más longeva (92 años) del sistema penitenciario oculto para mujeres, que entró en la institución franquista siendo una adolescente de 16 años.
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Ainoha J. Vilató Paquita, en la celebración de su 92 cumpleaños en abril de este año

A principios de junio, la televisión pública valenciana, À Punt emitió un documental sobre el Patronato de Protección a la Mujer. En él participaron profesionales de diversas disciplinas, también algunas de las supervivientes de esta institución franquista. Al otro lado de la pantalla estaba Paquita, quien escuchaba atentamente y asentía frente a los testimonios narrados en la pieza audiovisual. Lo hizo porque ella también sobrevivió a aquel sistema penitenciario oculto para mujeres, donde entró hace ahora 76 años.

“Lo que contaron en televisión es verdad”, afirma con contundencia. Con un lápiz de ojos y un pañuelo, Paquita anota uno a uno los nombres de las mujeres que aparecen en el documental. Esta también es su historia. A los 92 años recuerda con claridad aquel período de su vida, el de una “adolescencia robada”, como ella misma lo denomina. La pequeña de cinco hermanos nació en Castelló en 1933 en el seno de una familia “muy humilde”, explica. Una infancia marcada por la Guerra Civil, la hambruna y el extraperlo.

Terminada la guerra a su padre lo encarcelan “por rojo”, aunque su hija asegura que él no estaba significado políticamente ni había ido al frente. Unos meses más tarde lo liberaron, pero se había quedado ciego

“El ruido, el ajetreo y las sirenas. Eso es lo que recuerdo de la guerra” confiesa sobre aquellos años en los que las bombas empezaron a asolar la ciudad. Era 1937 y el primer episodio que recuerda es ese que duerme en algún lugar de la memoria colectiva del Castelló de la época : el bombardeo del crucero franquista “Baleares”. Su familia abandonó el centro de la ciudad, convertida en objetivo, y se trasladó a unos 7km de la capital de La Plana.

Terminada la guerra a su padre lo encarcelan “por rojo”, aunque su hija asegura que él no estaba significado políticamente ni había ido al frente. Sostiene que lo denunciaron porque “pertenecía a un sitio” donde le daban comida, en referencia al punto de alimentos que la UGT gestionaba en la iglesia de La Sagrada Familia de Castelló durante la Guerra Civil. Unos meses más tarde lo liberaron, pero se había quedado ciego a consecuencia de un glaucoma, según explica la protagonista de esta historia en conversación telefónica con El Salto.

“Esa vida entre la calle, mercados y bares me convirtió en una persona espontánea y con carácter”, relata. Una personalidad que le traería consecuencias

Paquita se vió obligada a abandonar el colegio para acompañar a su padre en la venta de los iguales, los cupones de la ONCE en la actualidad. “Esa vida entre la calle, mercados y bares me convirtió en una persona espontánea y con carácter”, relata. Una personalidad que le traería consecuencias.

Todo empezó en 1949, cuando por requerimiento de sus padres, ingresó en el colegio Madre Sacramento de València, regentado por las monjas Adoratrices. Tenía 16 años y una denuncia de la familia bastaba para que el Estado se hiciera cargo de “reeducar” a las jóvenes con ayuda de las órdenes religiosas.

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Paquita en la imagen de su primera comunión, años antes de entrar al Patronato

Allí le cambiaron el nombre y pasó a llamarse Milagros, también a cumplir con la prohibición de hablar con sus compañeras. La gran mayoría de niñas y adolescentes recluidas eran enviadas fuera de sus ciudades. No se podían reconocer entre ellas y se evitaba por todos los medios que establecieran lazos. Para asegurarse de que esta orden se cumplía Paquita recuerda que las monjas les colocaban “una crucecita pequeñita negra” de papel en los labios. Si se movía, estaban hablando.

También comunicarse en valenciano estaba prohibido, una norma aplicable al resto del territorio español, a excepción del interior de los hogares españoles. El franquismo privó de su uso en la educación, las administraciones y los medios de comunicación. “Había muchas chiquitas de la Ribera que no sabían hablar el castellano”, denuncia. Para ellas la prohibición también se extendió a eso que algunas congregaciones religiosas se atreven a llamar hogar para las niñas y adolescentes “sin alma”.

También comunicarse en valenciano estaba prohibido, denuncia: “Había muchas chiquitas de la Ribera que no sabían hablar el castellano” 

Señala que tampoco había intimidad ni libertad de pensamiento. Las internas acudían a las llamadas semanales de las monjas con el fin de que compartieran con ellas sus últimas reflexiones. “Me amenazaban con dejarme encerrada hasta los 25”, denuncia. Dejó de comer durante una semana con el objetivo de ponerse enferma para que la llevaran al hospital. “Aquí nadie venía a verme”, lamenta en referencia a su familia.

“Me miraron para comprobar si estaba tocada”, manifiesta en relación al Centro de Observación y Clasificación (C.O.C) al que llegaban todas las internas y desde el cual se decidía sobre su destino en base a una única premisa: completa o incompleta. Los C.O.C actuaron como filtros y no discriminaban en caso de violencias sexuales, que por lo general se daban dentro del núcleo familiar.

De las monjas Adoratrices a las Oblatas

En 1951 entró en el segundo correccional de los tres por los que pasaría a lo largo de su vida. “El peor reformatorio por el que he pasado”, admite en referencia a las Oblatas de Alaquàs, València. “Me encerraron en el chiscón”, denuncia. Una habitación oscura y pequeña donde sostiene que había restos de basura y orines. El aislamiento en una celda de castigo no era puntual ni es la única superviviente que ha relatado este tipo de abusos.

Las monjas también aplicaban electroshocks para redimir la conducta de las internas. Los intentos de fuga eran frecuentes, también los suicidios, pero no hay registros porque aquellas muertes se archivaban como “intento de fuga” o “transtornos de conducta”. La muerte de Inmaculada Valderrama en el reformatorio de San Fernando de Henares es buen ejemplo de ello.

Las internas se cortaban las venas, se lanzaban por el hueco de la escalera, o trataban de huir por la ventana enlazando varias sábanas y anudándolas a la pata de la cama

Las internas se cortaban las venas, se lanzaban por el hueco de la escalera, o trataban de huir por la ventana enlazando varias sábanas y anudándolas a la pata de la cama. Autolesiones en lugares visibles o el uso de líquidos corrosivos. Todo por salir de aquel infierno. Algunas no lo podrán contar jamás.

Paquita también intentó fugarse, pero no lo consiguió. A cambio la trasladaron al que sería el último reformatorio por el que pasaría y donde permaneció hasta los 22 años. Se trataba del Buen Pastor de Teruel y tras dos años de internamiento decidió hablar con el rector del seminario a quien relató su historia. “Yo no había hecho nada para estar allí”, insiste. Habían pasado seis años.

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“Me amenzaban con dejarme encerrada hasta los 25”, denuncia Paquita

Ante la pregunta sobre cómo se imaginaba su vida de los 16 años a los 22 de no haber entrado en el Patronato, Paquita responde : “Hubiera sido maestra”. Una adolescencia lejos del entorno familiar y con las únicas visitas de su hermana Rosita, quien se alejó del núcleo por discrepancias sobre el encerramiento en el Patronato de Protección a la Mujer de su hermana pequeña. Nunca le pidió explicaciones a su madre a quien reconoce “plenamente consciente de lo que pasaba allí”. Con los años trató de pedirle perdon, pero “ya era muy tarde”. “Me habían robado la adolescencia”, lamenta.

Hace doce años que Paquita se interesó por primera vez en buscar información y para ello visitó el archivo de Castelló. Le aseguraron que allí no había nada. Ese periodo coincide con la publicación del libro Las desterradas hijas de Eva (Anantes, 2012) de la investigadora y superviviente del Patronato Consuelo García del Cid. También de la promoción por algunos de los programas de televisión con más audiencia de la época. Un dato que refuerza la idea de divulgación en medios e instituciones al alcance de estas mujeres supervivientes al yugo eclesiástico del Patronato y que probablemente viven con la certeza de que su historia no tiene cabida en la sociedad. La última vez que Consuelo habló con El Salto fue en noviembre de 2023 y en aquel momento la red de mujeres supervivientes del Patronato era de 22. Ahora son más de 50.

“Yo solo era una adolescente que se hacia preguntas y que luchaba contra las injusticias, pero si algo tuve claro es que aquello era una aberración y lo tenía que contar”

Paquita es la superviviente del Patronato de Protección a la Mujer más longeva reconocida hasta la fecha. “Hay muchas como ella. Decenas de miles”, asegura García del Cid. Y añade : “nunca se podrán contabilizar, es imposible”. Apunta al éxito del franquismo en la ruptura de la frontera entre el bien y el mal para justificar la ausencia pública de supervivientes del Patronato. Y subraya : “Yo solo era una adolescente que se hacia preguntas y que luchaba contra las injusticias, pero si algo tuve claro es que aquello era una aberración y lo tenía que contar”.

De las instituciones, Paquita espera más divulgación : “Que se sepa, porque son historias de vida que la sociedad no conoce. Ese es mi deseo”. También apunta sobre la necesidad de nombrar a los responsables de su funcionamiento, muchos todavía vivos, porque el Patronato no cesó su actividad hasta 1985. De igual modo que las empresas que se beneficiaron del trabajo esclavo, que fueron muchas.

Algunas empresas que se beneficiaron de su trabajo esclavo, son Galerias Preciados, El Corte Inglés y Refrescos Tang

En referencia a este tema Consuelo duda sobre la responsabilidad de las mismas, puesto que éstas encargaban la mano de obra a las monjas. Algunas de ellas son Galerias Preciados, El Corte Inglés y Refrescos Tang. Y los productos que las internas confeccionaban para estas u otras marcas: mantones de manila, trajes y capotes de torero, el merchandising de la visita del Papa Juan Pablo II en los años 80, las sábanas de la Seguridad Social o los ajuares de novia.

En la misma tarde que À punt emitió el documental citado al comienzo de este artículo, la Conferencia Española de Religiosos (Confer) celebró un acto de “reconocimiento y petición de perdón” a las mujeres, niñas y adolescentes, que pasaron por los centros de internamiento adscritos al Patronato en sus más de 40 años de actividad.

Un perdón, a propósito, rechazado de forma unánime por las supervivientes allí presentes. Entre los testimonios que se pudieron escuchar en la Fundación Pablo VI de Madrid donde se celebró el acto, destacan las vejaciones, los abusos sexuales, el racismo, las amenazas o la esclavitud a las que las internas fueron sometidas de forma continuada durante 44 años.

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La mayoría de adolescentes recluidas eran enviadas fuera de sus ciudades, se evitabas que establecieran lazos entre ellas

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