Opinión
            
            
           
           
           
           
Sobrevivir al verano sofocante de Madrid y a la gentrificación
           
        
        
Las cámaras  térmicas de Greenpeace registraron a principios de agosto  temperaturas récord en Madrid, superando los 60ºC en algunas zonas  como la Plaza Mayor o Callao. Desde la ONG alertan sobre los riesgos  para la salud de estas altas temperaturas y defienden la necesidad de  incluir más zonas verdes en las ciudades.
Sin embargo, no está claro si incluir  más espacios verdes en la ciudad es la solución más adecuada,  especialmente si ello implica la destrucción de tejido urbano  consolidado. La activista canadiense Jane Jacobs, conocida por  criticar duramente las prácticas de renovación del espacio público  durante la década de 1950 en Estados Unidos, defendía la  importancia de una estructura urbana diversificada y la necesidad de  preservar la historia y la vida social de los barrios: “Es  absurdo crear parques en los puntos de máxima concentración urbana,  si para disponer de esos espacios verdes es necesario destruir las  razones que llevaron a su concreción. Los parques de los conjuntos  residenciales no pueden nunca sustituir una estructura urbana  diversificada”. Sería interesante preguntarle, más 70 años  después, qué opina de la pérdida del espacio público, a favor del  consumo y la privatización en las nuestras grandes ciudades  actualmente.
“Es absurdo crear parques en los puntos de máxima concentración urbana, si para disponer de esos espacios verdes es necesario destruir las razones que llevaron a su concreción", decía Jane Jacobs
Jacobs sostenía que antes de cambiar  una ciudad o intervenir en ella hay que conocerla a fondo y eso  implica entender dónde está su vitalidad: “Para ello hay que  bajar a sus calles, hablar con la gente, descubrir el maravilloso  entramado de relaciones, vínculos y contactos que una ciudad genera  entre sus habitantes”. Precisamente, cuando trabajas en la calle  y te ves obligada a entablar una conversación con las personas de tu  alrededor, te das cuenta de cómo funciona cada barrio, sus negocios  y por dónde se mueven sus habitantes. Esto es algo que he podido  comprobar con mi experiencia en trabajos de calle, pues cuando una es  transeúnte rara vez se para a observar lo que ocurre a su alrededor  con detenimiento y eso es algo que tampoco hacen quienes planifican  un proyecto urbanístico.
Uno de los veranos de mi etapa de  estudiante, trabajé para una conocida ONG. Mi labor era informar  sobre los proyectos y tratar de conseguir nuevos socios que se  inscribiesen en nuestro programa. En mis turnos partidos, o mejor  dicho con una pausa de dos horas (no remuneradas), deambulaba por la  ciudad o me tumbaba en un parque a leer un libro. La mayoría de los  días comía de fiambrera (ensaladilla rusa, tortilla o cualquier  otra comida que no tuviese que ser recalentada). Una vez por semana  me permitía disfrutar de un menú del día en algún restaurante  local. Con el tiempo, en mis andanzas durante aquellas dos horas,  descubrí los restaurantes donde comer un menú del día a un precio  asequible, así como museos y mercados poco frecuentados, ideales  para pasar el rato y refrescarse.
Desde que me fui de Madrid, casi todos aquellos lugares han ido cerrando, entre ellos el mercado Ferpal, número 7 de la calle Arenal, con más de medio siglo de existencia. Todavía recuerdo, como si fuese ayer, el calor asfixiante que soportaba al laborar bajo el sol de julio en la capital. Nueve años después, estoy de vuelta por la que es mi ciudad natal, es un martes soleado y hace una temperatura de 38 grados. De nuevo, fracaso en la misión de encontrar una fuente para hidratarme o rellenar la botella de agua. Finalmente, entro en una franquicia de sándwiches muy conocida, pido educadamente si es posible usar el baño. La mujer que atiende al otro lado de la barra se dirige a mí y con un gesto me niega la entrada a los servicios: “Lo siento, pero los servicios sólo están disponibles para nuestros clientes, primero tienes que consumir”.
Al día siguiente, el calor tampoco ha  cesado, el termómetro marca 37 grados, mi amiga me pregunta por  whatsapp si conozco alguna piscina por el centro. En ese momento,  mientras me refugio en una tienda de la calle Preciados, se me viene  a la cabeza la piscina de Palomeras, lugar que solía frecuentar  durante aquel verano con otros compañeros de trabajo. La verdad es  que, aunque hayan pasado nueve años, siguen siendo escasos los  distritos de Madrid centro que cuenten con una piscina para  refrescarse en verano. La capital es la localidad del interior con  menos instalaciones de baño por habitante. En total son 28 las  instalaciones municipales disponibles a día de hoy , lo que, desde  luego, no parece un número muy elevado para los 3,4 millones de  habitantes de la ciudad. Una de las pocas excepciones es Chamberí,  con la piscina del Canal de Isabel II. Aunque la gestión es de la  Comunidad de Madrid, la entrada cuesta más del doble que en las  municipales.
El jueves mi amiga y yo quedamos en la  salida de metro Ibiza y caminamos diez minutos hasta llegar al  estanque del Retiro. Mi amiga me cuenta que finalmente no fue a la  piscina, pero que quizás pruebe una nueva que han abierto por  Tetuán, cerca de su casa en Francos Rodríguez. Son las seis de la  tarde y a la sombra todavía hace mucho calor, le doy un trago largo  a mi botella de agua. Ha pasado por lo menos media década desde la  última vez que pisé este parque, desde que me mudé, me queda  bastante lejos este oasis urbano. Mi amiga tampoco vive cerca, pero  no se nos ocurre otro lugar público donde pasar una tarde de  principios de agosto.
En contraste con el siglo XIX, cuando la ciudad se expandía y los arroyos y huertas ofrecían un respiro de frescor, la urbanización desmedida ha ido desplazando estos espacios naturales
Aunque Madrid cuenta con grandes  parques como el Retiro o la Casa de Campo, el casco histórico y los  barrios centrales se encuentran densamente poblados y con una notable  falta de espacios verdes accesibles para los residentes. En contraste  con el siglo XIX, cuando la ciudad se expandía y los arroyos y  huertas ofrecían un respiro de frescor, la urbanización desmedida  ha ido desplazando estos espacios naturales
En la actualidad, para los habitantes urbanos que buscan un respiro del calor, la terraza de un establecimiento cercano equipada con un sistema de nebulización se presenta como una de las pocas opciones viables. Sin embargo, esta solución temporal suele venir acompañada de una presión implícita: consumir más para conservar el lugar. Lo más seguro es que se vean obligados a pedir algo de comer porque seguramente haya personas esperando y si ellos no acceden, perderán su prioridad y también el privilegio de unos minutos a remojo.
El mes pasado se cumplieron 25 años  desde que se estrenó la película Manolito Gafotas, una historia  entrañable que nos habla también de la frustración de la clase  obrera y del privilegio de poder irse de vacaciones, atrapados en un  verano caluroso y costumbrista en el barrio de Carabanchel Alto.  Actualmente, cualquier familia trabajadora que viva en un piso  pequeño, mal aislado y sin apenas zonas verdes tampoco puede  refugiarse de las altas temperaturas de la misma forma que aquellas  que cuenten con una casa climatizada, con jardín o una residencia de  vacaciones.
En el Madrid de los ochenta un chapuzón o pasar el día remojo costaba 125 pesetas o lo equivalente a 0,75 euros. Tres décadas después, parece que huir del calor o refrescarse es cada vez menos accesible para los habitantes de las grandes ciudades. El verano en la urbe se vuelve hostil y difícil, lejos de la idealización de películas como La Virgen de Agosto o los clásicos de Rhomer. Los habitantes urbanos sobreviven como pueden a lo que para muchos es la “mejor época del año".
Ayuntamiento de Madrid
        
            
        
        
Almeida privatiza las piscinas de verano y polideportivos e impide a las vecinas acceder a un servicio público
        
      
      Medio ambiente
        
            
        
        
Un 85% del total del arbolado de la plaza de Santa Ana desaparecerá en los próximos días, en plena ola de calor
        
      
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