Crisis climática
Sobrevivir al verano sofocante de Madrid y a la gentrificación

La gentrificación ha empeorado la calidad de vida urbana, convirtiendo las ciudades como Madrid en lugares cada vez más calurosos y poco amigables para sus habitantes.
Puerta del Sol sede de la DGS
Aspecto de la Puerta del Sol, después de su última remodelación, no tiene ninguna sombra ni una fuente de agua. Así, no da tregua a los paseantes. David F. Sabadell
8 ago 2024 06:00

Las cámaras térmicas de Greenpeace registraron a principios de agosto temperaturas récord en Madrid, superando los 60ºC en algunas zonas como la Plaza Mayor o Callao. Desde la ONG alertan sobre los riesgos para la salud de estas altas temperaturas y defienden la necesidad de incluir más zonas verdes en las ciudades.

Sin embargo, no está claro si incluir más espacios verdes en la ciudad es la solución más adecuada, especialmente si ello implica la destrucción de tejido urbano consolidado. La activista canadiense Jane Jacobs, conocida por criticar duramente las prácticas de renovación del espacio público durante la década de 1950 en Estados Unidos, defendía la importancia de una estructura urbana diversificada y la necesidad de preservar la historia y la vida social de los barrios: “Es absurdo crear parques en los puntos de máxima concentración urbana, si para disponer de esos espacios verdes es necesario destruir las razones que llevaron a su concreción. Los parques de los conjuntos residenciales no pueden nunca sustituir una estructura urbana diversificada”. Sería interesante preguntarle, más 70 años después, qué opina de la pérdida del espacio público, a favor del consumo y la privatización en las nuestras grandes ciudades actualmente.

“Es absurdo crear parques en los puntos de máxima concentración urbana, si para disponer de esos espacios verdes es necesario destruir las razones que llevaron a su concreción", decía Jane Jacobs

Jacobs sostenía que antes de cambiar una ciudad o intervenir en ella hay que conocerla a fondo y eso implica entender dónde está su vitalidad: “Para ello hay que bajar a sus calles, hablar con la gente, descubrir el maravilloso entramado de relaciones, vínculos y contactos que una ciudad genera entre sus habitantes”. Precisamente, cuando trabajas en la calle y te ves obligada a entablar una conversación con las personas de tu alrededor, te das cuenta de cómo funciona cada barrio, sus negocios y por dónde se mueven sus habitantes. Esto es algo que he podido comprobar con mi experiencia en trabajos de calle, pues cuando una es transeúnte rara vez se para a observar lo que ocurre a su alrededor con detenimiento y eso es algo que tampoco hacen quienes planifican un proyecto urbanístico.

Uno de los veranos de mi etapa de estudiante, trabajé para una conocida ONG. Mi labor era informar sobre los proyectos y tratar de conseguir nuevos socios que se inscribiesen en nuestro programa. En mis turnos partidos, o mejor dicho con una pausa de dos horas (no remuneradas), deambulaba por la ciudad o me tumbaba en un parque a leer un libro. La mayoría de los días comía de fiambrera (ensaladilla rusa, tortilla o cualquier otra comida que no tuviese que ser recalentada). Una vez por semana me permitía disfrutar de un menú del día en algún restaurante local. Con el tiempo, en mis andanzas durante aquellas dos horas, descubrí los restaurantes donde comer un menú del día a un precio asequible, así como museos y mercados poco frecuentados, ideales para pasar el rato y refrescarse.

Desde que me fui de Madrid, casi todos aquellos lugares han ido cerrando, entre ellos el mercado Ferpal, número 7 de la calle Arenal, con más de medio siglo de existencia. Todavía recuerdo, como si fuese ayer, el calor asfixiante que soportaba al laborar bajo el sol de julio en la capital. Nueve años después, estoy de vuelta por la que es mi ciudad natal, es un martes soleado y hace una temperatura de 38 grados. De nuevo, fracaso en la misión de encontrar una fuente para hidratarme o rellenar la botella de agua. Finalmente, entro en una franquicia de sándwiches muy conocida, pido educadamente si es posible usar el baño. La mujer que atiende al otro lado de la barra se dirige a mí y con un gesto me niega la entrada a los servicios: “Lo siento, pero los servicios sólo están disponibles para nuestros clientes, primero tienes que consumir”.

Al día siguiente, el calor tampoco ha cesado, el termómetro marca 37 grados, mi amiga me pregunta por whatsapp si conozco alguna piscina por el centro. En ese momento, mientras me refugio en una tienda de la calle Preciados, se me viene a la cabeza la piscina de Palomeras, lugar que solía frecuentar durante aquel verano con otros compañeros de trabajo. La verdad es que, aunque hayan pasado nueve años, siguen siendo escasos los distritos de Madrid centro que cuenten con una piscina para refrescarse en verano. La capital es la localidad del interior con menos instalaciones de baño por habitante. En total son 28 las instalaciones municipales disponibles a día de hoy , lo que, desde luego, no parece un número muy elevado para los 3,4 millones de habitantes de la ciudad. Una de las pocas excepciones es Chamberí, con la piscina del Canal de Isabel II. Aunque la gestión es de la Comunidad de Madrid, la entrada cuesta más del doble que en las municipales.

El jueves mi amiga y yo quedamos en la salida de metro Ibiza y caminamos diez minutos hasta llegar al estanque del Retiro. Mi amiga me cuenta que finalmente no fue a la piscina, pero que quizás pruebe una nueva que han abierto por Tetuán, cerca de su casa en Francos Rodríguez. Son las seis de la tarde y a la sombra todavía hace mucho calor, le doy un trago largo a mi botella de agua. Ha pasado por lo menos media década desde la última vez que pisé este parque, desde que me mudé, me queda bastante lejos este oasis urbano. Mi amiga tampoco vive cerca, pero no se nos ocurre otro lugar público donde pasar una tarde de principios de agosto.

En contraste con el siglo XIX, cuando la ciudad se expandía y los arroyos y huertas ofrecían un respiro de frescor, la urbanización desmedida ha ido desplazando estos espacios naturales

Aunque Madrid cuenta con grandes parques como el Retiro o la Casa de Campo, el casco histórico y los barrios centrales se encuentran densamente poblados y con una notable falta de espacios verdes accesibles para los residentes. En contraste con el siglo XIX, cuando la ciudad se expandía y los arroyos y huertas ofrecían un respiro de frescor, la urbanización desmedida ha ido desplazando estos espacios naturales

En la actualidad, para los habitantes urbanos que buscan un respiro del calor, la terraza de un establecimiento cercano equipada con un sistema de nebulización se presenta como una de las pocas opciones viables. Sin embargo, esta solución temporal suele venir acompañada de una presión implícita: consumir más para conservar el lugar. Lo más seguro es que se vean obligados a pedir algo de comer porque seguramente haya personas esperando y si ellos no acceden, perderán su prioridad y también el privilegio de unos minutos a remojo.

El mes pasado se cumplieron 25 años desde que se estrenó la película Manolito Gafotas, una historia entrañable que nos habla también de la frustración de la clase obrera y del privilegio de poder irse de vacaciones, atrapados en un verano caluroso y costumbrista en el barrio de Carabanchel Alto. Actualmente, cualquier familia trabajadora que viva en un piso pequeño, mal aislado y sin apenas zonas verdes tampoco puede refugiarse de las altas temperaturas de la misma forma que aquellas que cuenten con una casa climatizada, con jardín o una residencia de vacaciones.

En el Madrid de los ochenta un chapuzón o pasar el día remojo costaba 125 pesetas o lo equivalente a 0,75 euros. Tres décadas después, parece que huir del calor o refrescarse es cada vez menos accesible para los habitantes de las grandes ciudades. El verano en la urbe se vuelve hostil y difícil, lejos de la idealización de películas como La Virgen de Agosto o los clásicos de Rhomer. Los habitantes urbanos sobreviven como pueden a lo que para muchos es la “mejor época del año".

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