Crisis climática
La ola reaccionaria frena la lucha climática de la UE cuando la emergencia planetaria más apremia

Será difícil explicar en algunos años la paradoja de los tiempos que corren en Europa. Habrá que contar que cuando la emergencia climática se aceleró y empezó a mostrar su peor cara, con olas de calor mortíferas, inundaciones destructivas, incendios con una voracidad inédita y miles de muertes asociadas a un sistema adicto a los combustibles fósiles —24.400 personas este verano en todo el continente por las temperaturas extremas, según el cruce de datos de un instituto científico de Londres—, el bloque de países que más tiró del carro para sentar las bases de una doble transición, energética y ecológica, decidió tirar la toalla para sumarse a una ola reaccionaria y negacionista liderada por un político mesiánico como Donald Trump.
Lo que ha ocurrido esta semana confirma que la Unión Europea ha pisado con fuerza el freno de su lucha climática. El temido desmoronamiento del Pacto Verde ya es una realidad. No es el fin, aclaran analistas y expertos consultados por El Salto. Hay bases sólidas y leyes y normativas que, por el momento, son muy difíciles de desactivar. Pero sí un “giro estratégico en el peor momento” con graves consecuencias ambientales y sociales.
El Consejo de la UE tendría que haber votado este jueves la propuesta de la Comisión de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 90% para 2040. La reunión se pospuso. El borrador arrastraba el rechazo de Polonia, Italia, Hungría, Eslovaquia y República Checa, el grupo de países alineado con la defensa de los combustibles fósiles que presiona con fuerza para rebajar la ambición climática del bloque. Nada nuevo. Pero el pedido de postergación llegó de parte de Francia y Alemania, hasta el año pasado firmes defensores del Pacto Verde.
“Si la Unión Europea no es capaz de acordar un camino para 2035 y 2040, el resto de países, con menos responsabilidades históricas, se van a cruzar de brazos”, advierte Alberto Vela
Al afectar los planes nacionales de acción climática, el presidente Emmanuel Macron y el canciller Friedrich Merz han dado la orden de “negociar flexibilidades” para no afectar a la “competitividad y las inversiones” y no aumentar el “malestar social” en las calles. “Estoy a favor de tener estos objetivos en 2040, pero tenemos que darnos los medios para ello y hacerlos compatibles con nuestra competitividad. ¿Qué significa esto? Neutralidad tecnológica, flexibilidad, inversión”, dijo en julio el mandatario galo sobre la propuesta de la Comisión.
Sin acuerdo diplomático, el tema será analizado y debatido por los líderes de los Estados miembro en la cumbre de finales de octubre. En esta instancia, se necesita un acuerdo de unanimidad para que la propuesta salga adelante, bastante improbable ante la postura inflexible del tridente conformado por Giorgia Meloni, la primera ministra italiana; Viktor Orbán, su homólogo húngaro, y Karol Nawrocki, presidente de Polonia.
Sin plan climático ante la ONU
Además de patear para adelante la rebaja de emisiones para 2040, la UE tampoco presentará su nuevo plan climático la semana que viene ante Naciones Unidas, una obligación que tienen todos los países firmantes —el bloque, en este caso— del Acuerdo de París. En su lugar, presentará una “declaración de intenciones”, un documento sin ninguna validez que se traducirá en un “bochorno internacional”, según el análisis de Alberto Vela, asesor de la Oficina Europea de Medio Ambiente (EEB, por su sigla en inglés), la red más grande de organizaciones ciudadanas medioambientales de Europa.
“Lo que está en juego es la pérdida de influencia de la Unión Europea en un tema en el que ha sido líder en los últimos años. Si la Unión Europea no es capaz de acordar un camino para 2035 y 2040, el resto de países, con menos responsabilidades históricas, se van a cruzar de brazos”, advierte este experto, quien lleva años caminando por los pasillos de Bruselas.
El nuevo plan de la UE tendría que haberse presentado en febrero, en el primer plazo que estableció la ONU. Ante el retraso generalizado —sólo el 20% de los países han cumplido—, se fijó una nueva fecha: septiembre. En 2021, la UE fue de los primeros en enviar su hoja de ruta. Cuatro años más tarde, el documento sigue sin estar redactado.
“Hay una gran presión en Bruselas de dos sectores: uno es el sector corporativo y empresarial, el otro son muchos Estados miembro, cada vez más unidos y convencidos para que se retrase la acción climática”, explica Vela. Y contextualiza: “En la anterior legislatura la Comisión Europea propuso que las políticas industriales estuvieran subyugadas a lo que era el interés climático. Y ahora parece que se ha dado la vuelta, que son las políticas climáticas las que pasan a estar subyugadas a los intereses industriales. Este giro está erosionando el Pacto Verde”.
Simplificar las normas ambientales
El desmoronamiento de la agenda verde no empezó esta semana, aclara Xan López, activista, editor de la revista Corriente Cálida y autor del libro El fin de la paciencia (Anagrama, 2025). Es producto de una “nueva correlación de fuerza” donde el avance de la derecha y extrema derecha ha generado una “movilización contraria” a la que posibilitó que el Pacto Verde viera la luz.
El problema, completa López, es que este “nuevo ciclo” ocurre cuando el tiempo urge, en una de las últimas ventanas temporales para actuar y evitar los peores escenarios en las próximas décadas, y en la legislatura en la que deben aplicarse casi todo el marco normativo acordado y establecido entre 2019 y 2024.
Muchas reglamentaciones ya han sido modificadas. En febrero, la Comisión Europea adoptó un conjunto de propuestas destinadas a simplificar las normativas de la UE con el objetivo de “reducir la carga administrativa sobre las empresas y fomentar la competitividad”. ¿El objetivo de fondo? Conseguir un ahorro de ocho millones de euros en “costes administrativos” y movilizar hasta 50.000 millones de euros en inversiones.
Esta simplificación afectará a muchos requisitos administrativos relacionados con el medio ambiente, sobre todo en materia de residuos, productos y emisiones industriales. “Si hablamos de ahorro, también tenemos que hablar de costes. La factura climática de este verano ha sido de 43.000 millones de euros por todos los eventos climáticos extremos que ha sufrido el continente. Una cifra que irá a más en los próximos años en caso de no actuar. La relación ahorro-coste se oculta en esta nueva narrativa de la Comisión”, cuestiona Vela. El propio análisis de la Comisión muestra que el incumplimiento de la legislación medioambiental de la UE ya le cuesta a la sociedad 180.000 millones de euros al año.
“Proteger el tejido productivo europeo implica una transición justa, bien financiada y planificada, no priorizar las preferencias corporativas”, advierten las organizaciones que componen la EEB
La poda del Pacto Verde incluye la retirada del Reglamento sobre el Uso Sostenible de Plaguicidas, modificaciones en la Política Agrícola Común (PAC) y el retraso del Reglamento Europeo de Deforestación, entre otros retoques. En diciembre, un grupo de más de 1.900 científicos europeos alertó de los impactos de este retroceso. Sin embargo, el esquileo continuó. En junio, Bruselas retiró por sorpresa su propuesta contra el greenwashing, medida presentada en 2023 que buscaba prohibir el uso de información engañosa o inexacta por parte de las empresas con respecto a sus acciones ecológicas.
La próxima medida a caer sería la prohibición de los motores a combustión fijada para 2035.
En los pasillos de Bruselas se habla ya de frenar, matizar o directamente tumbar esa fecha. De momento, la Comisión ha dado el primer paso aflojando los objetivos de emisiones. Las metas de CO2 que debían cumplirse en 2025 se han retrasado a 2027.
Para López, la lucha contra el cambio climático tiene hoy una profundidad política que excede la emergencia planetaria: está irremediablemente atravesada por la lucha contra la tiranía
“Menos burocracia puede parecer justo y no nos oponemos, pero la letra pequeña cuenta otra historia”, advierten todas las organizaciones que componen la EEB. “La Comisión está eliminando los instrumentos que protegen la salud, el clima y los derechos de los ciudadanos. Y no, la desregulación no es sinónimo de competitividad. Europa realmente necesita una inversión pública masiva en infraestructura verde y social. Los subsidios y la reducción de la burocracia son una estrategia fallida cuando un millón de empleos en el sector manufacturero desaparecieron en la última década a pesar de las ayudas estatales. Proteger el tejido productivo europeo implica una transición justa, bien financiada y planificada, no priorizar las preferencias corporativas”, concluyen.
Al respecto, Vela, asesor de este grupo, agrega: “Sabemos que no hay apetito ahora mismo en el Parlamento Europeo para nuevas regulaciones. Pero es que al menos tenemos que implementar la existente. Todo lo que se ha aprobado de cara a 2030 necesitamos implementarlo, no puede ser que estemos reabriendo leyes que han costado cinco años negociar y debatir”.
Cómo resistir
López señala que en la Unión Europea “pasa una cosa que a veces es muy frustrante para mal, pero que ahora, paradójicamente, puede ayudar”. Se trata de una institución bastante lenta, con muchas fricciones, en la que es difícil llegar a acuerdos, “pero una vez que se llegan esos acuerdos no es tan fácil desmantelarlos a toda velocidad”. “Hay partes del Pacto Verde que parece que van a resistir, puede que se diluya o se retrase, pero no tiene pinta de que vayan a desaparecer completamente los objetivos de la UE”, analiza.
Las cuestiones de sostenibilidad ambiental y las políticas de transición en la agricultura y ganadería son las que más riesgo corren, a su juicio —“ ya ni siquiera por consideraciones geopolíticas o de coyuntura, sino por incapacidad de enfrentarse a los intereses de ese sector económico”—, mientras que la política industrial y de transición energética, van a resistir.
“Incluso en países como Hungría, que es de los más reaccionarios de la Unión Europea, está habiendo una transición energética bastante acelerada, con mucha inversión de China. Yo creo que aquí hay que ir un poco fino y ver qué intereses se cruzan, porque no sólo está el interés puramente medioambiental y climático, sino que hay intereses de inversión, crecimiento, competitividad, autonomía energética y preocupaciones por los suministros. Es decir, hay políticas que pueden salvarse por razones que nos pueden gustar menos, pero que aún así puede que sobrevivan”, explica.
“Es curioso que la Comisión haya tomado esta agenda de desregulación y simplificación que realmente no tiene ningún apoyo popular. No lo decimos nosotros. Lo dice su propia agencia de estadísticas”, apunta Vela
La presión social aparece como un factor clave para “resistir”. En los últimos días, varias organizaciones ambientales lograron que 200 mil europeos se movilizaran de forma virtual para impedir la simplificación de las normativas verdes. “Tengo la sensación de que en este y en otros temas, ahora mismo, en contra de lo que ha sido históricamente la norma de la Unión Europea, una construcción política de arriba hacia abajo, hay más exigencias de ambición, integración y políticas un poco a la altura del momento desde la sociedad en general que desde los dirigentes políticos. Hay que prestar atención a esto, puede ser una pequeña puerta para reencaminar este intento de contrarreforma y de volver a activar un ciclo de movilización”, subraya.
Vela comenta que la última encuesta de Eurostat, la oficina de estadística de la UE, refleja “cifras altísimas” de apoyo en todo el bloque a una mayor acción climática y a una mayor protección medioambiental. “A la gente le importa su salud, le importa la salud de sus hijos, le importa tener ríos limpios, le importa el aire que respiran y les importa evitar olas de calor, incendios devastadores y todo tipo de fenómenos que estamos viendo más frecuentes y más intensos de desastres climáticos. Es curioso que la Comisión haya tomado esta agenda de desregulación y simplificación que realmente no tiene ningún apoyo popular. No lo decimos nosotros. Lo dice su propia agencia de estadísticas”, aclara.
Una lucha contra la tiranía
Para López, la lucha contra el cambio climático tiene hoy una profundidad política que excede la emergencia planetaria: está irremediablemente atravesada por la lucha contra la tiranía. Su análisis es que en el mundo se están generando dos bloques políticos bastante fuertes y militantes. Uno alrededor de los intereses fósiles, “de una visión más conservadora del mundo, reaccionaria incluso, de mantener las jerarquías y privilegios existentes”, con Estados Unidos como abanderado. “Una especie de facismo fósil mundial”, describe.
Como respuesta a este movimiento, una serie de países están empezando a percibir que la defensa de sus sociedades democráticas y libres “está ligada a su capacidad de ser autónomos a nivel energético” y de dejar de depender energéticamente de estos países productores de combustibles fósiles.
“Estas dos luchas están un poco empezando a converger y están generando algunos compañeros de campo un poco extraños, por ejemplo países de la Unión Europea que están empezando a ver que hace falta una alianza, aunque sea pragmática, con China y que falta una separación bastante intensa y un poco agresiva con un aliado tradicional como es Estados Unidos”, amplía.
“Hay países que están pidiendo una separación de Estados Unidos a nivel estratégico en algunas cuestiones, como puede ser monetaria, energética, de política industrial, militar, y ciertas alianzas pragmáticas o puntuales con países como China”, apunta López
López aclara que “no es una cosa absolutamente cristalina, que no es una separación 100% nítida”, pero sí que se están generando “fracturas” en alianzas históricas y que parecían irrompibles. ¿En qué dirección está navegando el barco de la UE? “No hay una dirección clara”, explica el activista. Pero el futuro del continente dependerá, en gran parte, de para qué lado se gire el timón.
“Hay países que están pidiendo una separación de Estados Unidos a nivel estratégico en algunas cuestiones, como puede ser monetaria, energética, de política industrial, militar, y ciertas alianzas pragmáticas o puntuales con países como China. Lo que viene a decir el informe Draghi. Y hay otros elementos que, por motivos diferentes, ya sea por pura ideología o por conservadurismo están poniendo muchos palos en la rueda para evitar esto”, describe.
En la lucha climática, por ende, “cabe cualquiera que quiera trabajar por la sostenibilidad de la civilización humana en la Tierra” y “cualquiera que busque preservar nuestra dignidad y autonomía ante aquellos que trabajan para dominarnos”, resume López.
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