Opinión
Bolsonaro y el guiñol identitario
Leo que el auge global de los fascismos se lo debemos a las políticas de identidad, que distraen a la internacional socialista de su plan maestro justo cuando está a punto de ser ejecutado.

A Jair Bolsonaro una se lo imagina perfectamente compartiendo mesa en el asador junto a Carlos Herrera, Salvador Sostres, Albert Rivera o Pablo Casado. Colorado, encocado, con la camisa manchada de grasa y alzando la voz progresivamente según avanza el menú y se acumulan las botellas de vino vacías. Es la definición de hipérbole machista infusionada en caldo mesiánico. Una caricatura grasienta y vocinglera del fascista de toda la vida, ese que sabe cómo llevar el shock a los bares hablando con la procacidad justa para parecer el vecino de arriba.Pero no lo es. No es el vecino, ni se aprovecha de vacío ideológico alguno en la izquierda, ni es un tipo especialmente carismático más allá de hacer el gesto de la pistolita con los dedos a modo de matón de cuartel decidido a dar su merecido al primero que se menee.
El asombro es como la candidiasis, siempre vuelve. Estos días se me presenta en una forma ya familiar, leo —con asombro pero no con sorpresa— que la victoria de este depredador disfrazado de predicador sureño y, de paso, el auge global de los fascismos se la debemos a las políticas de identidad, que distraen a la internacional socialista de su plan maestro justo cuando está a punto de ser ejecutado. Ahí nos encontramos mujeres, maricones y defensoras del lenguaje inclusivo haciendo de escudos humanos a la misma derecha cuyo primer, segundo y tercer punto es exterminarnos.Me miro las manos, como mujer, trans y bisexual, intentando descubrir una vibración de poder que me haya pasado desapercibidaMe miro las manos, como mujer, trans y bisexual, intentando descubrir una vibración de poder que me haya pasado desapercibida, extiendo una de ellas con gesto intrépido intentando convocar un rayo, una telaraña o una mísera lucecita intimidante. Nada, ahí permanezco palmoteando el aire como una gilipollas sin que fuerza superior alguna me asista.Entiendo que alguna magia debe impulsarnos para ser capaces de alzarnos sobre lo humano cuando nuestra agenda nos coloca por delante en capacidad de influencia del Fondo Monetario Internacional, del ejército, de la prensa y de la manipulación de los medios de comunicación masivos. Las fuerzas vivas del capitalismo salvaje funcionando a toda máquina son las responsables del auge de sus hijos predilectos, ni más ni menos. El guiñol de la diversidad como elemento divisor de clase y facilitador de diablos nazis es una conjetura apoyada en absolutamente ningún hecho decisivo más allá de cuatro frases borrachas de Margaret Thatcher o de algún exceso teórico sin relevancia en la vida fuera de la academia. Conjeturar sirve para empezar a hollar el camino de las ideas, no tiene nada de malo, pero si las conjeturas no se demuestran, estamos ante humo panfletario, manipulación o mala intención. Cuando esto viene de tus compañeros de clase, aunque ya te hayas acostumbrado, duele, hiere y pone de especial mala leche.Del mismo modo que la derecha retuerce las medias verdades, las amplifica y las viraliza, creando así armas de desprestigio contra sus rivales políticos; así ha sucedido desde una izquierda con la que iré a votar y saldré a la calle —mi padre me enseñó que por encima de todo jamás se atraviesa un piquete— pero a la que me va a costar volver a tenderle la mano fuera de eventos que exigen apretar las filas.
Las políticas de identidad no las hemos inventado quienes supuestamente formamos parte de ellas. Ni siquiera existen. Son una caricatura creada desde la hegemonía y el estatus que ningunea a compañeros y compañeras de clase que —y esto es una verdad material irrefutable— ocupamos una posición de inferioridad aún dentro del proletariado. Feministas, activistas LGTB y activistas racializadas nos hemos limitado a señalar dichas desigualdades y a reclamar un espacio de equidad, justicia y restitución que no existía. Interpretar un acto de vindicación de las desposeídas como una traición de clase o como colaboracionismo es un acto de mezquindad impropio de alguien que se tenga por revolucionario, socialista, marxista o decente a secas.
La media de vida de las mujeres trans brasileñas es de 35 años. Gran parte de la violencia proviene del entorno cercanoSegún un detallado informe de la ANTRA, en Brasil, durante 2017 una mujer trans fue asesinada cada 48 horas. El 80% racializadas y el 70% trabajadoras sexuales. La mayoría de estos asesinatos incluyeron una sesión de tortura previa y muchos más de la mitad quedaron impunes. La media de vida de las mujeres trans brasileñas es de 35 años, 15 menos que en España. El mismo informe detalla condiciones brutales de rechazo familiar y especifica que gran parte de la violencia proviene del entorno cercano, incluyendo el asesinato. El mismo informe cuenta que los crímenes de odio contra el colectivo LGTB aumentaron un 30% en 2017 alcanzando una cifra total de 446 muertes violentas. Más de una diaria.La fundación Open Knowledge de Brasil afirma que en los diez días previos a las elecciones se contabilizaron 70 ataques contra personas LGTB en todo el país, la noche en que se ratificó la victoria de Bolsonaro, la policía informó de que una mujer trans fue acuchillada hasta la muerte en pleno centro de Sao Paulo por cuatro individuos mientras gritaban soflamas a favor del presidente ya electo.La disonancia cognitiva que se produce entre hechos comprobados y la necesidad de mantener el estatus aún entre los perdedores, aunque la entiendo como mecanismo de afirmación, nunca dejará de sorprenderme. Considerar, por ejemplo, a Marielle Franco —activista LGTB, bisexual y negra cuyo asesinato sigue sobrevolando la figura de Bolsonaro— una frívola sin noción de clase constituye un insulto intelectual y un acto de miseria humana incalificable.Las políticas de identidad no son otra cosa que proyectos de acción proletaria articulados por quienes más tenemos que perder y son, siempre y por definición, antisistema, anticapitalistas y solidarios. Utilizar el lenguaje e inventar fantasías de la posmodernidad a nuestro alrededor sí que debilita la lucha de clases. Nos concede el papel de la otredad y nos presupone faltas de conciencia o esquirolaje, cuando somos, probablemente, con quienes la lucha de clases se despacha con mayor violencia; los datos están ahí y gritan muy alto.
Podemos hacer mofa del lenguaje inclusivo o de la necesidad de representación todo lo que queramos. Al final sabemos quién visitará el paredón antes llegado el momento y quién sufre las primeras consecuencias del fascismo antes de que llegue. Conceder un poder indemostrable a las habitantes de las cloacas del proletariado y restar importancia a la máquina capitalista generando violencia, mentira y manipulación para prevalecer no va a ayudar a nadie. Ya no se trata de teorizar, están llamando a la puerta, van a echarla abajo el día menos pensado y los falsos debates no van a servir para contenerles.
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