Bosnia y Herzegovina
            
            
           
           
Marc Casals: “Bosnia sólo interesa cuando hay alguna tensión que puede derivar en guerra”
           
        
         
Hace quince años, Marc Casals (Girona, 1980) se adentró en Bosnia y Herzegovina durante un viaje por los países de la antigua Yugoslavia. El traductor no imaginó entonces que algún día viviría más de una década en el pequeño país balcánico que tan reciente tenía la tragedia de la guerra, aunque inmediatamente supo que formaría parte de su vida. “Volví de ese viaje completamente obsesionado con Bosnia, una obsesión que no me ha abandonado”, cuenta.
Ahora, casi treinta años después del inicio de aquella contienda que el resto de Europa miró desde la barrera, Casals presenta el libro La piedra permanece (Libros del KO), un compendio de dieciséis historias reales a través de las cuales intenta “explicar Bosnia”, lejos de maniqueísmos y soluciones fáciles. Fazila, Ratko, Alma, Šemsudin… Historias de resistencia de habitantes de la Federación (de mayoría bosniaca) y de la Republika Srpska (de mayoría serbia), las dos entidades del país. El libro de Casals se presenta como una muestra de la complejidad de un territorio brillante e inabarcable, pero que aún solo se conoce por el número de muertes y unas tensiones nacionalistas que hoy le devuelven un lugar a los medios.
  Tu  libro está compuesto de 16 perfiles reales que se interrelacionan  con la historia del país. Aunque están llenos de vida, la guerra de  los años 90 es el punto de encuentro entre todos ellos. ¿Ha sido  difícil hacer las entrevistas?
Algunas  fueron más delicadas que otras. Dario, de Mostar, era muy reacio a  hablar de su episodio en la avenida, porque un periodista unos años  antes se había presentado sin saber nada, que es algo que les ofende  mucho, que lleguen periodistas y los traten como carnaza para hacer  un artículo. De hecho, no me lo explicó hasta que una noche que  habíamos ido a cenar le dije de llevarlo a casa y de casualidad  cruzamos la avenida y, de pronto, lo revivió todo por el estrés  postraumático: se tiró diez minutos explicando lo que había  pasado, en el sitio donde había pasado. Estaba como desaforado. Fue  muy impactante.
  Es  muy reciente.
Hay  que ir con mucho cuidado. Tú estás poniendo a la gente en contacto  con las experiencias más traumáticas de su vida. Ellos normalmente  no hablan de esto, lo reprimen. Y a veces todo sale a presión. Me ha  pasado varias veces. Cuando eso pasaba, yo intentaba que cambiáramos  de tema, pero no había manera. Es importante el estrés  postraumático para entender Bosnia y se habla muy poco de esto.
Creo que tras la guerra se volvió una sociedad aún más conservadora, por el aumento que ha habido de la religiosidad en todos los grupos étnicos
  El  escritor sarajevita Damir Ovčina me explicó hace unos días que  mucha gente se deprimió en la guerra, y que es algo muy frecuente en  su generación, la de los nacidos en los 70. En tu libro, Dobrila  tiene visiones tras los bombardeos de Pale. ¿Cuál es el estado de  la salud mental en Bosnia?
No  hay cultura de ir al psicólogo ni al psiquiatra, ni recursos para  hacerlo. La actitud por defecto ante los traumas de la guerra es  callarse porque la vida sigue. Pero hay mucha gente que debería  tratarse y no puede. Especialmente los combatientes. Hay un  psiquiatra, que es una historia que al final cayó del libro, que me  contó que muchos hombres, por la presión de la masculinidad, se  iban guardando sus experiencias del frente, y todo acaba saliendo,  por ejemplo con alcoholismo o con violencia contra sus parejas.
Y específicamente, la generación de los 70 es la generación que cuando comenzaba su vida se topó con la guerra, y esta gente se ha quedado un poco en tierra de nadie, no está ni en el mundo de antes ni en el de ahora. Además, tuvieron bastantes problemas con las drogas en la posguerra, estaban muy perdidos. Los críticos literarios los llaman “la generación atropellada”, y la verdad es que es una descripción bastante gráfica.
  Solo  tres de las historias del libro están protagonizadas por mujeres.  ¿Por qué?
Hay  varios factores. Primero porque el concepto del libro era mezclar  historias personales con la historia colectiva de Bosnia, y las  mujeres en general hacían vidas más domésticas. De hecho, las  mujeres que salen en el libro eran muy avanzadas para su época:  Dobrila era camarera en la kafana,  Fazila era comerciante de materiales de construcción, que en aquel  tiempo era algo impensable, y Alma era cantante. Y el segundo factor  es una cuestión de confianza: incluso estas mujeres con las que yo  sí que hablo tienen unos límites de pudor. Por ejemplo, si yo iba  solo raramente se sentaban conmigo en público, no estaba bien visto  y más siendo extranjero y más joven que ellas. Si iba acompañado  por una mujer, entonces sí. Eso para sentarse, imagínate para  confiar cosas más íntimas.
La historia de Fazila es muy extrema... que viva junto a miles de tumbas donde están sus familiares enterrados o, mejor dicho, apenas dos o tres huesos
  Los  roles de género están aún muy marcados.
Creo  que tras la guerra se volvió una sociedad aún más conservadora,  por el aumento que ha habido de la religiosidad en todos los grupos  étnicos, aunque sea una religiosidad un poco sui generis, mezclada  con la identidad nacional.
  Hablando  de religiosidad, no es lo mismo bosnio que bosniaco.
Entre  el público general todavía existe cierta confusión entre los  términos. Un bosnio es cualquier habitante de Bosnia,  independientemente de su etnia, mientras que el término 'bosniaco'  corresponde a sus habitantes de tradición islámica. Se trata de una  identidad de configuración reciente, en comparación con la de  serbios y croatas, con el islam y el vínculo con Bosnia como pilares  fundamentales.
¿Cuál  es la historia del libro que más te impactó?
En  todas tuve que levantar una especie de barrera emocional, porque sino  no hubiese podido escribir el libro. Pero como historia global, la de  Fazila. Cada vez que debía escribir o editar, o ir a verla a  Srebrenica, me tenía que preparar. Llegó un momento que pensé que  me desbordaría. La historia es muy extrema... que viva junto a miles  de tumbas donde están sus familiares enterrados o, mejor dicho,  apenas dos o tres huesos. Y la ves allí, en Potočari, vendiendo  flores, haciendo bromas y riendo. Su fuerza para seguir viviendo es  tremenda.
  La  situación en Bosnia ahora está tensa, con la última maniobra  militar en el monte Jahorina, y la presunta intención del líder de  Republika Srpska, Milorad Dodik, de ir separando instituciones, como  el poder judicial y el ejército. Pero hay elecciones en octubre de  2022 y Dodik no está en su mejor momento. ¿Hay motivos reales para  preocuparse? ¿Puede haber un conflicto?
Dodik  esta vez está jugando muy fuerte. Más fuerte de lo que había  jugado nunca. Él quiere conseguir avanzar lo máximo posible en el  socavamiento del estado bosniaco, el estado central. Es su proyecto a  largo plazo. Y si juegas con gasolina una chispa puede hacer estallar  algo. Pero es más posible el peligro de avanzar hacia la escisión,  con ese intento de que los serbobosnios se vayan retirando de las  instituciones estatales, que un conflicto abierto. Nadie sobrevive  quince años en política, y menos balcánica, sin saber lo que está  haciendo.
Hay que resaltar la irresponsabilidad que, por parte de la Unión Europea, supone desentenderse de Bosnia, porque abre la puerta a que otros actores más autoritarios penetren en el Viejo Continente
  Pero  escindir la Republika Srpska del resto de Bosnia es un conflicto  territorial tremendo. ¿Podría hacerlo?
Él  asegura que tiene apoyos de estados como Hungría, Eslovenia, o  Polonia. Janez  Jansa era  unos de los líderes del nacionalismo esloveno y ahora está en esta  deriva, no ha dado apoyo abiertamente pero se encontró con Dodik,  igual que lo ha hecho Viktor Orbán, que fue a verlo a Banja Luka.  Como mínimo hacen gestos, pero a saber qué harían en un caso real  de secesión unilateral. También hay  que resaltar la irresponsabilidad que, por parte de la Unión  Europea, supone desentenderse de Bosnia, porque abre la puerta a que  otros actores más autoritarios penetren en el Viejo Continente.
  ¿Y  la Federación cómo puede responder?
La  Federación tiene sus propios problemas internos. Hay tensión entre  bosniacos y croatas: Dragan Čović,  el líder de los nacionalistas croatas, considera que la Federación  es una minorización de los croatas, porque la mayoría de los  habitantes son bosniacos, y reclama una solución. Claro, ahora mismo  la Federación difícilmente podrá dar una respuesta cohesionada.  Los partidos ciudadanos sí que están intentando articular algo pero  es demasiado pronto para valorar si lo conseguirán.
 
¿Has  hablado con los protagonistas del libro sobre el tema?
Con  algunos sí, aunque en general intentan no hablarlo. Fui a tomar un  café en casa de Fazila y sacó el tema directamente, porque ella  está en Srebrenica, cerca del memorial, y es una figura pública. Si  pasara algo quedaría en una situación muy delicada. Me dijo que  intentaba no pensar en ello, pero ahí está. Aún así, he visto que  la mayoría se lo toman con bastante serenidad, saben que el momento  es complicado pero al final todos son supervivientes, en el pleno  sentido de la palabra.
  ¿Ha  habido algún tipo de avance en la reparación de las víctimas tras  los Acuerdos de Dayton?
Entre  desplazamientos, violaciones y gente que perdió a familiares, las  víctimas de la guerra son muchísimas. Las condenas a criminales de  guerra han sido un bálsamo, pero hay heridas que no se cierran. Ni  siquiera ha habido un reconocimiento de todos los crímenes, los  relatos históricos son totalmente divergentes, cada bando ensalza su  relato de héroes versus criminales.
¿Será posible una reconciliación?
Ahora  mismo, no. Hay una clase dirigente que se ha dedicado a consolidar  estos relatos. Llegar a un acuerdo sobre lo que ha pasado es  dificilísimo, y sin un relato unificado sobre la guerra no se puede  conseguir una reconciliación completa. Además, hablar de  reconciliación puede ser un poco tramposo, porque si eso significa  que deben encontrarse todos en un punto medio, hay quien tendrá que  renunciar al reconocimiento de muchas cosas, en este caso los  bosniacos, que fueron las principales víctimas. Es un hecho  objetivo, igual que durante la Segunda Guerra Mundial en Bosnia las  principales víctimas fueron los serbios. Si la reconciliación  implica dejar de lado la verdad histórica, es una trampa.
Hay una añoranza de lo que había antes, aunque a veces sospecho que idealizada. Añoranza por lo que era Yugoslavia, pero también por la frustración del presente
La  matanza de Srebrenica aún es un tema espinoso, porque la Republika  Srpska se niega a reconocerla como genocidio. Pero más allá de este  conflicto, entre los propios bosniacos hay quien se queja de que  otras atrocidades de la guerra no han recibido la misma atención.
En  cierta forma es comprensible que en una guerra la mayor atrocidad  acabe englobándolas todas. La semana pasada fue el aniversario de  Vukovar y, aunque en Croacia pasaron muchas cosas, Vukovar es el  símbolo de todos los crímenes de guerra cometidos contra los  croatas. Lo mismo ocurre con Srebrenica en Bosnia. Y sí, esto ha  hecho que, por ejemplo, se olviden los crímenes de la zona de  Prijedor, los campos de concentración que salen en el capítulo que  le dedico a Kemo. No tanto dentro de Bosnia, pero en el ámbito  internacional sí que han quedado ocultos por la sombra alargada de  Srebrenica. Por otro lado, internamente Srebrenica está muy  instrumentalizada, por todos los bandos. El recuerdo del sufrimiento  de la guerra políticamente sigue siendo cohesionador, especialmente  para el electorado nacionalista.
  Cada  11 de julio el memorial de Srebrenica parece un festival. ¿Ha habido  una fetichización de la masacre?
La  primera vez y última que fui a Srebrenica a ver la ceremonia me  quedé muy sorprendido. Me espantó el festival, la estampa de  funeral rodeado de una especie de feria de pueblo, y el paripé  internacional, con esos coches de los embajadores. Es una mezcla muy  extraña y un poco forzada. Y el capítulo de Srebrenica lo empecé  justamente con eso, porque dos horas más tarde allí no queda nadie.  Esta gente llega, hace lo suyo y se va, y luego se quedan solos  Fazila y otros familiares de los muertos. Lo que hay en Srebrenica el  resto del año es una soledad y una desolación bestial.
  Bosnia  actualmente tiene un 37,4% de desempleo entre los jóvenes, la  corrupción es altísima, y los mejores trabajos son públicos,  trabajos a los que no todo el mundo accede. ¿La yugonostalgia es  algo extendido?
Hay  una añoranza de lo que había antes, aunque a veces sospecho que  idealizada. Añoranza por lo que era Yugoslavia, pero también por la  frustración del presente. Eso está bastante extendido. Otra cosa es  la fetichización de Yugoslavia y de los partisanos por parte de  cierta izquierda tanto interna como externa. En el libro he intentado  que saliese una visión un poco más compleja de Yugoslavia y de las  causas de su disolución, porque el relato predominante es que era un  gran país gracias a Tito que de pronto se hundió sin más.
  ¿Esa  yugonostalgia se debe exclusivamente a la situación económica o  desigualdad?
No.  Evidentemente eso pesa, pero tras hablar con gente que vivió en  Yugoslavia siempre me queda la sensación de que añoran una dignidad  perdida. Como que estos países de ahora son un desastre y no son  respetados y que, en cambio, Yugoslavia tenía una cierta posición.  Que podían ir por el mundo diciendo que eran yugoslavos.
  Tenía  un gran ejército.
Y  tenía deportes, dentro del bloque comunista eran los más liberales,  podían viajar, y en la Guerra fría eran uno de los principales  actores del bloque de los países no alineados. Eran factores que  hacían que ellos se sintieran parte de un país que estaba bien,  algo que ahora no sienten. De hecho, muchos están migrando.
  En  Sarajevo hay un bar dedicado a Tito, que es como un culto al líder.  ¿Sigue estando presente su figura como algo referencial?
Sí,  sobre todo en los círculos probosnios sigue muy presente su imagen  de líder carismático y providencial. Hay un sociólogo serbio  llamado Todor Kuljić que dice que Tito es todo lo que no hay ahora,  en el imaginario colectivo. Y, de hecho, más que el bar Tito, que al  final es algo temático, es significativo que se encuentren retratos  de Tito en bares normales y corrientes. Eso es espontáneo.
En un momento dado, a Tito le interesó fomentar la identidad nacional bosniaca porque estaba en el movimiento de los países no alineados, en el que había muchos países con grandes poblaciones musulmanas
  Explicas  en el libro que Yugoslavia no se hundió únicamente por las  tensiones nacionales que pujaron en los 80, pero fue un gran elemento  de desestabilización. ¿Cómo influyó la desaparición de Tito en  ese aumento del etnonacionalismo?
Digamos  que desapareció la figura tutelar. En vida de Tito ya hubo pequeñas  crisis nacionales, pero por su autoridad moral adquirida durante la  Segunda Guerra Mundial y su capacidad política las iba capeando. A  principios de los 70 hubo una revuelta de cuadros del partido  comunista croata pidiendo más libertades nacionales, y Tito la  afrontó concediendo parte de las demandas y purgando a los que las  demandaban, que era su forma de proceder. Y luego en 1974 promulgó  una constitución descentralizadora.
  Había  un trato de favor hacia los bosniacos, los bosnios musulmanes.
No  sé si diría que Tito tenía favoritismos pero sí que les dio un  empujón en su proceso de construcción nacional. En un momento dado,  le interesó fomentar la identidad nacional bosniaca porque estaba en  el movimiento de los países no alineados, en el que había muchos  países con grandes poblaciones musulmanas, y porque además los  bosniacos en general eran proyugoslavistas. Tenían un sentido de  pertenencia a Bosnia y Herzegovina que no estaba tan desarrollado  entre serbios y croatas, así que darles más poder contribuía a  apuntalar Bosnia.
  ¿Prima  un discurso simplista sobre la caída de Yugoslavia?
Creo  que generalmente se habla poco de la crisis de deuda que azotó  Yugoslavia en los años 80, que se reflejó en la pérdida de poder  adquisitivo, y cómo ese descontento social hizo que la gente  estuviese más receptiva a los cantos de sirena nacionalistas. Y  también se habla poco de la memoria oculta, es decir, cómo lo que  era un intento bienintencionado del régimen comunista tras la  Segunda guerra mundial de no remover lo que había pasado, o tratarlo  desde un punto de vista de ocupantes y colaboracionistas contra  resistentes sin los elementos nacionales, creó un decalaje entre la  historia pública y lo que mucha gente hablaba en las casas. En los  80, eso fue aflorando, especialmente a partir de las exhumaciones de  fosas de víctimas de los ustachas,  de mayoría serbia. Evidentemente, todo el mundo tiene derecho a  enterrar a sus muertos, no hace falta ni discutirlo, pero sí que eso  animó las ideas nacionalistas y se extendió una cierta paranoia de  que aquello se iba a repetir. En general, creo que los relatos sobre  Yugoslavia y sobre Bosnia conviene ir enriqueciéndolos y  matizándolos.
  El libro muestra la complejidad del mapa étnico del país, sin que  la gran mayoría de las historias sean de habitantes bosniacos,  aunque son las grandes víctimas. ¿Ha sido difícil?
No  fue difícil que los serbios me explicaran su historia, porque están  tan acostumbrados a ser “los malos” que cuando alguien escucha  sus vivencias lo agradecen. Muchos consideran que están  infrarepresentados y que se da una visión homogénea de ellos  cuando, como has visto, hay de todo. Esto para mí era importante,  porque leía cosas escritas por extranjeros sobre Bosnia y los  serbios salían como una caricatura del chetnik  con  la barba y el puñal, o como francotiradores, o en el otro extremo  como víctimas de una conspiración internacional. Sí que fue  complicada la parte de documentación, porque no hay los mismos  libros en la Federación que en la Republika Srpska, así que también  tuve que ir a la biblioteca de Lukavica. Eso demuestra hasta qué  punto están separados los relatos.
En el momento de escribir, el equilibrio tampoco fue fácil, fui con mucho cuidado, porque escribiendo sí que puede parecer que justificas crímenes, o puedes acabar enredado en un discurso nacionalista.
  Hace  poco, un conocido del pueblo minero de Banovići me comentó que en  la capital se refieren a ellos como papci,  algo  así como paletos, lo que trasluce en una tensión que llega hasta el  fútbol. En el libro también abordas las diferencias abismales entre  el campo y la ciudad. ¿Has notado este desprecio?
Es  algo que he visto mucho en Bosnia, pero también en Serbia y en  Bulgaria. Tiene que ver con que eran sociedades tradicionalmente  rurales, con diferencias sociales muy marcadas. Eso genera estos  orgullos y menosprecios. En el caso de Bosnia, Sarajevo es mucho más  cosmopolita y era más yugoslavista. Los sarajevitas son muy  conscientes de ser de Sarajevo. Durante la guerra hubo muchos  desplazamientos, mucha gente de Bosnia Oriental se fue quedando en la  ciudad y, frecuentemente, por el hecho de no ser de Sarajevo no  recibían toda la solidaridad que cabía esperarse dado el horror del  que estaban huyendo.
 
Se  asumió que la guerra estaba provocada por serbios rurales porque  supuestamente eran más identitarios. ¿Desde dónde se alimentó ese  relato?
En  parte es fruto de esta mentalidad que comentábamos. Había una  necesidad de explicarse lo que estaba pasando, y lo fácil era asumir  que el campo era primitivo. Además, es cierto que el ámbito rural  no era tan multiétnico como la ciudad, y como se disparaba a  Sarajevo desde las colinas fue fácil montar ese relato. Pero si  miras la cúpula de la entonces Republika Srpska eran todos  habitantes de Sarajevo.
  Como  Karadžić.
Sí,  Radovan Karadžić  era un psiquiatra establecido en Sarajevo, tenía su círculo de  poeta diletante, y los que lo conocían lo consideraban una persona  un poco extraña, pero no se esperaban que tuviese esa deriva. Pero  no solo él: Nikola Koljević era profesor de literatura de la  Universidad de Sarajevo, experto en Shakespeare, Biljana Plavšić  era profesora de ciencias y había estudiado en EE UU con una beca  Fullbright, y Momčilo Krajišnik más de lo mismo.
La cúpula no era rural, pero también coincidió el discurso urbanita sobre lo que estaba ocurriendo con el relato nacionalista de la tradición serbia, porque la mayoría de serbios en el siglo XIX eran campesinos, así que a ellos les convenía ensalzar esto. Y de hecho, Dodik, el líder serbobosnio actual, sí que es hijo de agricultores y sigue alimentando la imagen rural. La tradición agraria en el nacionalismo serbio tiene mucho peso.
  Hablando  de relatos, los Balcanes siguen estando estereotipados y  mistificados. El balcanista Miguel Roan en su libro Balcanismos  afirma  que son “nuestro Drácula particular”. ¿A qué crees que se  debe?
Los  Balcanes son una realidad muy desconocida. Primero porque formaron  parte del Imperio Otomano, así que estuvieron separados de Europa  Occidental, y después porque las décadas de comunismo hicieron que  se conocieran poco. Al final los estereotipos son una forma simplona  de cubrir un vacío. Ahora mismo no creo que haya cambiado mucho,  porque no están en el foco informativo. Los Balcanes, y  especialmente Bosnia, interesaron cuando había guerras, y solo interesan  cada vez que hay alguna tensión que parece que puede derivar en  guerra, como está pasando ahora.
  Tú  escribes sobre cultura y arte en la revista Ctxt, como la historia  sobre Kusturica y los gitanos, el perfil del cantante Šaban  Bajramović, o el artículo sobre Ivo Andrić y sus ensayos sobre  Goya.
Me  parece muy importante tratar también aspectos culturales, porque los  Balcanes son mucho más que un lugar donde ha habido guerras. Por eso  estoy especialmente orgulloso de que Ctxt me dé confianza para  escribir perfiles de literatos, músicos y otros artistas.  Creo que  este tipo de textos puede ofrecer una dimensión nueva al público  general que no tiene por qué tener necesariamente un conocimiento  profundo de la región, y contribuir a que no se vea a los Balcanes  sólo a través del prisma de la guerra, sino también como un lugar  de talento y creatividad.
  Llevas  más de quince años viviendo en los Balcanes. Has pasado por  Bulgaria, Croacia, Bosnia… y te has quedado diez años en Sarajevo.  ¿Qué tiene Bosnia, y en concreto la capital, que engancha tanto?
(Ríe)  Pues no lo he racionalizado mucho, es un poco como cuando te  enamoras, no te pones a diseccionar. Pero tiene un gran magnetismo,  he visto que esa atracción se le despierta a mucha gente. Supongo  que es por la fuerza del paisaje, mezclada con la tragedia y la  dignidad de sus habitantes, y la diversidad que tiene el país. Todos  estos matices y entrecruces de culturas, tradiciones y religión  hacen que sea un lugar muy complejo pero muy especial. Es lo que al  final he intentado plasmar en el libro.
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