Opinión
¿Vivir en Baleares es vivir en un paraíso?
Cuando llegó la pandemia de 2020, muchas personas decían que el mundo cambiaría: que viviríamos con menos estrés, con más sostenibilidad, que seríamos un poco más humanos. Existía una sensación generalizada de que la sociedad saldría mejor de aquel golpe y de que, a nivel político, se reforzaría la sanidad y se mejorarían las condiciones de los servicios públicos.
Han pasado cinco años y todo ha quedado en nada. Lo ha olvidado la sociedad y, sobre todo, lo han olvidado las personas responsables políticas.
En Baleares, la pandemia nos dejó una lección muy clara: aquello que siempre habíamos visto como nuestro punto fuerte —el turismo— también es nuestro punto débil
En Baleares, la pandemia nos dejó una lección muy clara: aquello que siempre habíamos visto como nuestro punto fuerte —el turismo— también es nuestro punto débil. La economía no puede depender únicamente del turismo, porque puede fallar. Y, además, no podemos tener un turismo a cualquier precio: no podemos basar el futuro en recibir cada año a más gente y más barata.
Desde fuera, muchas personas siguen pensando que Mallorca es un paraíso. Así me lo dijeron recientemente unos familiares de la península. Y es cierto que es una idea muy extendida. Pero ¿es realmente un paraíso para quienes vivimos aquí?
Geográficamente, quizá sí: playas y montañas maravillosas. Pero detrás de la postal hay otra realidad: la de la gente que vive aquí. Para nosotras y nosotros, Mallorca solo es un paraíso si tienes mucho dinero. Si no, es un lugar carísimo en el que sobrevivir.
Aquí hay gente trabajadora y gente pobre —y muy pobre—. Los salarios no compensan el coste de la vida. Muchas personas acaban migrando a la península en busca de una vida más asequible. La vivienda es prohibitiva, tanto para comprar como para alquilar, y hasta las habitaciones alcanzan precios desorbitados.
Es significativo que muchas personas residentes acabemos yendo a hoteles dentro de la propia isla para desconectar un fin de semana con “todo incluido”, como si fuéramos turistas en nuestra propia casa. También se ha extendido la práctica de los day pass, para poder pasar un día en un hotel disfrutando de sus servicios. No sé si esto existe en otros lugares de España, pero aquí es casi un fenómeno propio. Y todo esto dice mucho del modelo que hemos construido: un lugar donde incluso quienes vivimos aquí tenemos que entrar en la rueda turística para poder descansar.
Muchas personas acaban migrando a la península en busca de una vida más asequible. La vivienda es prohibitiva, tanto para comprar como para alquilar, y hasta las habitaciones alcanzan precios desorbitados
Por tanto, no es extraño que haya surgido un movimiento crítico con el turismo masivo. No se trata de rechazar el turismo, sino de reclamar uno más sostenible y equilibrado. No para que solo puedan venir las grandes fortunas, sino porque no podemos seguir sosteniendo un modelo que nos empobrece a nosotras mismas.
No puede ser que haya tantos pisos reservados únicamente para Airbnb, mientras las personas residentes tenemos dificultades para acceder a una vivienda. No puede ser que se penalice la vida en caravanas cuando, para muchas personas, es la única opción realista. No puede ser que, año tras año, recibamos cada vez más turistas sin poner ningún límite.
Si de verdad queremos vivir en un paraíso, este tiene que serlo también para las personas que vivimos aquí —las de toda la vida y las recién llegadas—.
Y aquí quiero hacer un inciso: resulta curioso que aceptemos con total normalidad que todo esté en inglés o en alemán, pero nos escandalicemos cuando se traduce información al árabe. Esta contradicción dice mucho de la sociedad que somos y de los miedos que todavía arrastramos.
Desde mi punto de vista, las personas migrantes aportan mucho más a la sociedad balear que el turismo. Es una paradoja: sostenemos el turismo gracias a ellas. Realizan los trabajos más precarios, los menos visibles, y sin ellas el motor turístico no podría funcionar.
Debemos cambiar el debate. No se trata solo de hablar de turismo: se trata de decidir qué modelo de sociedad queremos. ¿Queremos un paraíso solo para el turismo?
Por eso creo que debemos cambiar el debate. No se trata solo de hablar de turismo: se trata de decidir qué modelo de sociedad queremos. ¿Queremos un paraíso solo para el turismo? ¿O queremos un paraíso compartido por todas las personas que vivimos aquí y también por quienes nos visitan?
No es una utopía. Es perfectamente posible, pero requiere voluntad política y compromiso social. Lo que nos jugamos es demasiado importante: si no ponemos límites y criterios, aquello que hoy vendemos como un paraíso será precisamente lo que nos condene.
Porque el verdadero paraíso solo lo será si nos incluye a todas y a todos.
Baleares
Veinte turistas por cada residente: el motor económico de Baleares avanza hacia el colapso ambiental y social
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!