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Ahora que se desvanece el humo de las barricadas en las carreteras cortadas por las tractoradas, podemos empezar a vislumbrar la cosecha de las reivindicaciones del sector primario y el resultado no puede ser más desolador. Unas cuantas promesas, unos cuantos millones, pero sobre todo la incómoda sensación de haber logrado descarrilar el tren del Pacto Verde europeo. Un pacto, ambicioso y necesario, aprobado en 2019 con el objetivo de descarbonizar la economía europea, y por supuesto, también su agricultura.
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Cuando se mira para atrás por el retrovisor, uno se da cuenta que todo el embrollo ha seguido un guion establecido. El Pacto Verde había alcanzado velocidad de crucero y, en el preciso momento que empezaron a visualizarse medidas concretas, los sectores afectados saltaron como un resorte. Primero fueron las corporaciones energéticas, que en una labor de lobby sin precedentes lograron que la Unión Europea (UE) reconociera el gas natural y la energía nuclear como energías necesarias para la transición energética. Y no pasó nada. ¿Se acuerdan?
Luego, tocó el turno de la industria del automóvil, sobre todo la alemana, que también logró ampliar el límite de uso de motores de combustión más allá del año 2035, que era la fecha fijada. Y en el tercer acto de una obra macabra, apareció el sector agroindustrial y químico. El año pasado la UE había dado pasos agigantados hacia un nuevo modelo de agricultura con un descenso muy importante de uso de pesticidas y fertilizantes, apostando por una reforma de la PAC que por primera vez impulsaba cambios significativos con una lógica nueva y más ecológica.
El agronegocio compró una enorme papelera e indicó a la administración europea donde tenía que guardar el Pacto Verde
Y de igual manera, cuando se pusieron sobre la mesa los instrumentos, objetivos y reglamentos, se activó el brazo ejecutor del movimiento de reacción. Estaba claro que toda esta desaceleración no podía ni debía suceder, y más teniendo en cuenta que en mayo de 2024 habría elecciones en la UE. Los pronósticos de los expertos en política internacional dan por descontado que habrá un aumento del voto conservador y de la extrema derecha. Por lo tanto, se requería descarrilar el tren del Pacto Verde o, al menos, ponerlo en pausa y ya luego, con las elecciones, un nuevo parlamento y un nuevo ejecutivo más decantado a la derecha, solucionar el desaguisado. Dicho de otra forma más llana: el agronegocio compró una enorme papelera e indicó a la administración europea donde tenía que guardar el Pacto Verde.
Pero la operación, esta vez, tenía su miga: contraponer la necesidad de parar las medidas de transición ecológica inmersos en el año más caluroso de la historia. Ni más ni menos. Y con los efectos del cambio climático evidentes y asomando en cada esquina. Es posible que la ciudadanía europea no entendiera que, con la emergencia climática quemándonos el cogote y con la contaminación sin precedentes de los ecosistemas, la idea de mandar los proyectos verdes a esparragar no sería bien acogida. Hacía falta actuar con tiento, sigilo e inteligencia.
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Para ello, la primera estrategia fue hacer creer a la opinión pública que no se podría garantizar la alimentación en Europa sin el uso de estos químicos, y para ello encargaron un informe a la Comisión Europea que lo ratificara, que los científicos con potestad dijeran que la agricultura sin pesticidas era una quimera. Esto es: sin agrotóxicos nos moriríamos de hambre. Pero el tiro salió por la culata y, lamentablemente para ellos, no fue así, sino más bien lo contrario. El informe explicitaba no solamente que era viable y deseable la reducción, sino que añadía que “cualquier fracaso a la hora de cumplir con el objetivo de reducción de pesticidas tendrá efectos a largo plazo potencialmente irreversibles en la seguridad alimentaria en el futuro”.
En diciembre, el lobby presionó hasta la saciedad y consiguió dos victorias tácticas
Después de esta derrota, se pasó a nivel máximo de alerta. Había que hacer lo necesario para acabar con el Pacto Verde, más viendo que en la agenda de la última Cumbre del clima en noviembre del año pasado, la necesidad de la descarbonización de la agricultura fue tema central. En diciembre, el lobby presionó hasta la saciedad y consiguió dos victorias tácticas. La primera fue la enésima renovación del uso del glifosato, a pesar de que no hay un solo informe científico que diga que esta substancia no es altamente tóxica, y después que la OMS reiterara que es cancerígeno. La segunda fue cargarse el nuevo reglamento de uso de pesticidas, que incluía una interesante y necesaria reducción. Aquel día retumbaron las paredes del Parlamento, y no en sentido metafórico, por los aplausos entusiastas de la derecha y por los gritos de júbilo del agronegocio.
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No obstante, estos fueron movimientos tácticos. Necesitaban la victoria total y arrasar con el pacto. Y para eso no quedaba otra que tirar del freno de emergencia. Ese freno de mano de la agroindustria consiste, como en tantas otras veces, en movilizar a las grandes patronales agrarias. Primero en Países Bajos, luego en Alemania, Francia y luego en España… el objetivo era claro, exterminar el Pacto Verde. Pero esto no se podía verbalizar ni hacer público. Había que mezclar la píldora con un poco de azúcar, por lo cual aparecieron nuevas reivindicaciones. Algunas con base, justas e históricas, como las de la agricultura familiar y de sindicatos agrarios, como la injusticia en la cadena alimentaria, los precios, la competencia desleal, o como el desastre que ha supuesto los acuerdos de libre comercio como causa fundamental de la desaparición de la agricultura de pequeña y mediana escala.
El 6 de febrero, el mismo día que se iniciaban las movilizaciones agrarias en buena parte del Estado español, Úrsula Von der Leyen declaraba el Pacto Verde tocado y hundido
El resultado de esta maniobra fue espectacularmente exitoso. El 6 de febrero, el mismo día que se iniciaban las movilizaciones agrarias en buena parte del Estado español, Úrsula Von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea, declaraba el Pacto Verde tocado y hundido, enterrado y finiquitado para siempre. Ello ha supuesto cerrar definitivamente el proyecto de “De la Granja a la Mesa”, la gran estrategia europea que tenía como objetivo hacer más sanos y sostenibles los sistemas alimentarios europeos. Para rematar al moribundo, la Comisión Europea renunció también a la Ley del Sistema Alimentario Sostenible, una macro normativa que buscaba integrar la sostenibilidad en todas las políticas relacionadas con los alimentos. y que incluía elementos de alto interés general como mejorar el acceso a una información clara y veraz para las personas consumidoras, cambiar el etiquetado nutricional, regular la publicidad, atajar el consumo excesivo de alimentos ultraprocesados o adecuar el consumo de carne a las recomendaciones de las autoridades sanitarias, entre otras muchas cosas. Kaput también con esto.
Como todo buen pastel, también este tiene una guinda. La UE acaba de firmar dos nuevos acuerdos de libre comercio, uno con Chile (pescado, frutos secos, uvas) y otro con Kenya (flores y frutas). Hace pocos meses, lo hizo con Nueva Zelanda (fruta y pescado), y seguirá ahora ya sin freno.
Y algunos todavía piensan que los agricultores, y las personas consumidoras, hemos ganado esta batalla.
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Después de este buen relato sobre las políticas insostenibles de la Unión Europea, se hace inaceptable cualquier invitación a participar en las próximas elecciones al parlamento de la Unión Europea.
Lo más triste es que muchos izquierdistas y agroecologistas se pusieron a apoyar la revuelta parda de los tractores, y sirvieron así inconscientemente a los intereses de los terratenientes, del lobby agroquímico, del monopolio de la distribución de alimentos y de las fuerzas más reaccionarías y ecocidas de la Unión Europea. Incluso se atrevieron a escribir artículos en estas mismas páginas apoyando esta maniobra de las fuerzas oscuras contra la salud de los alimentos y las personas, contra la sostenibilidad de los ecosistemas, contra el clima y contra la agricultura sostenible, familiar y de cercanía. Cráneos privilegiados diría Max Estrella