Opinión
Más allá de los toldos verdes: el ascenso de Carlos Quero y la economía política de la vivienda de Vox

Vox se está construyendo un discurso que culpa del problema de acceso a la vivienda a los inmigrantes —como hace con todos los problemas sociales— vinculando así las dos principales preocupaciones de la ciudadanía española según el CIS.
Carlos Hernández Quero
Carlos Hernández Quero en un acto de su partido para presentar sus propuestas de vivienda. CC BY-NC

El reciente nombramiento de Carlos Hernández Quero como portavoz adjunto de Vox en el Congreso de los Diputados ha levantado una polvareda de humo. Con él, los medios de comunicación han dado cuenta del giro “obrerista” o “lepenista” de un Vox que se habría lanzado a la conquista de los barrios populares, como ejemplificaría el acto organizado en Aluche el pasado 5 de noviembre bajo la consigna “Madrid Sur, ¡en pie!”. Un “nuevo” Vox que, con Quero, buscaría estar estéticamente alejado de la típica imagen del Cayetano. 

Mucho se ha escrito sobre la figura del joven historiador de la Complutense —y, además, mucho desde una perspectiva sensacionalista— y sobre el cambio en la retórica y en la imagen pública que Vox pretende proyectar. Pero poco sobre sus propuestas programáticas concretas, especialmente en lo tocante a la vivienda, materia de la cual Quero también es portavoz. Analizarlas, sin embargo, resulta una cuestión fundamental, ya que, desde hace meses, Vox se está construyendo un discurso que culpa del problema de acceso a la vivienda a los inmigrantes —como hace con todos los problemas sociales— vinculando así las dos principales preocupaciones de la ciudadanía española según el CIS.

No en vano, a finales de junio presentaba su nuevo programa económico y de vivienda con Carlos Quero y José María Figaredo como presentadores y con una imagen de portada que da buena cuenta de ello: grúas construyendo y aviones deportando. El programa, titulado Por una España nueva y decente, pivota sobre la austeridad y desarrollismo autoritario como ejes centrales y, a pesar de ser insostenible a todas luces desde el punto de vista de la economía burguesa, cumpliría con su objetivo principal: blindar la propiedad privada y las jerarquías de clase en tiempos de declive capitalista

El ala identitaria de Vox, representada por Quero, se centra en reivindicar la acción pública del Estado, pero limitada a los españoles, los únicos que se la merecen, desde su perspectiva

A través de este artículo queremos centrarnos en la economía política de la vivienda de Vox y en el discurso ideológico construido en torno a ella. Con ello, pretendemos contribuir a despejar un poco toda esa polvareda detrás de la cual se esconden los intereses de un viejo conocido nuestro: la clase capitalista.

Sin embargo, antes de adentrarnos propiamente en la cuestión de la vivienda, conviene hacer una apreciación preliminar sobre la perfecta convivencia de dos figuras aparentemente tan dispares como las de Quero y Figaredo.

Neoliberales e identitarios, dos caras de la misma moneda

En el interior de Vox se podrían distinguir básicamente dos alas, cuya convivencia es generalmente buena, pero no exenta de conflictos. Una está centrada en reivindicar el liberalismo económico y obsesionada con bajar impuestos, deshacer regulaciones y dejar libre curso al mercado para ordenar la sociedad. Esta es la corriente neoliberal representada por Figaredo. Su función es defender a capa y espada los intereses de la burguesía y de los millonarios contra cualquier tímido intento de redistribución o restricción a su actividad económica.

Por su parte, el ala identitaria de Vox, representada por Quero, se centra en reivindicar la acción pública del Estado, pero limitada a los españoles, los únicos que se la merecen, desde su perspectiva. Es lo que a veces se conoce como “chovinismo del bienestar”. Aunque no se atreve a desdecir a sus compañeros neoliberales, esta ala prefiere hablar menos de bajar impuestos y más de expulsar inmigrantes, los cuales estarían saturando los servicios y borrando la identidad nacional. Se desvía ligeramente de los neoliberales al criticar a los grandes empresarios por su insolidaridad y desarraigo, aunque solamente a los extranjeros —y tampoco a todos—, categorizados difusamente como “élites globalistas”. Los grupos a los que intenta apelar esta corriente son múltiples, pero, en general, serían las clases medias en vías de proletarización y la clase trabajadora nativa. Lo hace a base de señalar como causante de sus males a la población extranjera promoviendo una guerra del último contra el penúltimo por las migajas que les dejaría el modo de producción capitalista. 

En la larga historia de la reacción y la contrarrevolución, la convivencia en sus formaciones de dos alas homologables a estas no es nueva. El fascismo clásico, el ejemplo más extremo de esa tradición política, se caracterizó por representar una alianza entre dos sectores que representaban intereses diferentes, pero no opuestos. Por un lado, como los Figaredo, siempre existió una tendencia centrada en la defensa descarnada de los intereses de la clase capitalista. Agnelli en Italia o Thyssen-Krupp en Alemania financiando a Mussolini y Hitler, respectivamente, serían ejemplos característicos.

Los identitarios de Quero no se oponen al desmantelamiento del Estado de bienestar, sino que piensan en qué hacer con sus restos: quedará menos a repartir, pero eso solo será repartido entre los nativos

Por otro lado, como los Quero, en el mundo contrarrevolucionario siempre ha habido sectores que intentaban representar el descontento de las clases medias en descomposición, pero canalizándolo adecuadamente a la crítica inerte a muñecos de paja y chivos expiatorios. Su gran misión consistía en articular demandas que, en algún sentido cuestionaban el capitalismo, pero alejándolas de esta senda. Los sindicalistas revolucionarios italianos y su apuesta corporativista o los hermanos Strasser en Alemania serían los ejemplos históricos.

En Vox, a su manera, esta dualidad se reproduce, pero no se deben exagerar las diferencias: Quero y los identitarios no plantean nada que Figaredo y los neoliberales no puedan asumir. Es más, estos segundos entienden que para que su proyecto político prospere, han de convencer, con altas dosis de demagogia, a sectores de las clases populares, por lo que los Quero y compañía son más que necesarios. Los identitarios, por su parte, tampoco se oponen a las medidas de desmantelamiento del exiguo Estado de bienestar, sino que piensan en qué hacer con sus restos: quedará menos a repartir, pero eso solo será repartido entre los nativos. Y es que en el fondo se trata de mucho chovinismo, pero de poco bienestar.

Vox y la vivienda: propuestas ancladas en el desarrollismo autoritario

La propuesta de Vox en materia de vivienda se subdivide en dos flancos: del lado de la oferta, liberalización del suelo, del mercado de alquileres y de la compra-venta de vivienda; del lado de la demanda, “chovinismo del bienestar”. En última instancia, una forma de reedición del boom inmobiliario español de 1995-2007 pasado por un filtro ultranacionalista y xenófobo. 

Sus medidas de oferta incluyen, en primer lugar, la aceleración de los procesos de transformación del uso del suelo; favoreciendo tanto la —todavía mayor— liberalización del mismo como el incremento de las alturas de los bloques construidos y de la densidad urbana —es decir, un mayor hacinamiento en los barrios obreros—. En segundo lugar, una reducción drástica de los impuestos sobre el suelo, del IVA, del Impuestos sobre Construcciones, Instalaciones y Obras, de las tasas municipales correspondientes… En tercer lugar, “inundar” España de bloques de vivienda de protección oficial “para familias españolas” a través de diferentes fórmulas de cooperación público-privada y la “multiplicación del presupuesto en vivienda”.

El enfrentamiento entre la clase obrera por su origen étnico es el objetivo subyacente a la propuesta de Vox, a la vez que hacer ver que la falta de acceso a la vivienda es culpa de la inmigración

Del lado de la demanda, por su parte, nos encontramos con los siguientes elementos. En primer lugar, una política de vivienda social claramente chovinista: “Situar el arraigo y el acumulado histórico de años de la familia en España como principales criterios de asignación de viviendas”. Fomentar el enfrentamiento entre la clase obrera por su origen étnico es el objetivo subyacente a esta propuesta, a la vez que hacer ver que la falta de acceso a la vivienda es culpa de la inmigración. En segundo lugar, una fiscalidad diferenciada para la inversión de capitales extranjeros para compradores no comunitarios. Y por lo demás, poca novedad: retención de los flujos migratorios a nivel interno a través de su programa de reindustrialización; exenciones fiscales; y financiación pública y “créditos blandos” para familias jóvenes nativas condicionados al número de hijos. 

Como se sabe, la vivienda en propiedad ha constituido desde el desarrollismo franquista, la principal vía de integración social de la clase trabajadora nacional en la “sociedad de clases medias” del “capitalismo popular” que llegó a su apogeo entre 1995 y 2007. Es decir, ha constituido históricamente una de las principales herramientas de desactivación de la conflictividad social. De ahí que, a los ojos de Vox, esta sea la última bala para el resurgir del ya decadente mito de la “España de propietarios y no de proletarios” popularizado por José Luis Arrese.

Según afirmaba Quero en el acto de la campaña destinada a los barrios del sur de Madrid, una España feliz, una “edad dorada de los barrios”, la cual, sin embargo, se sostenía en el keynesianismo de precio de activos tan característico del cambio de siglo. Este consistía, a diferencia del keynesianismo clásico, no en el estímulo del crecimiento económico a través del aumento de los ingresos de los trabajadores, sino en el “efecto riqueza” derivado de la revalorización de los activos financieros a través del crédito barato y de una expansión sin precedentes de la deuda —que beneficiaba principalmente a las rentas más altas, al ser las que poseían más activos financieros susceptibles de revalorizarse—. 

Todo ello gracias al endeudamiento hipotecario de cientos de miles de familias españolas, muchas de las cuales lo perdieron todo tras la crisis de 2008. El ciclo de expansión inmobiliaria, lejos de beneficiar únicamente a los propietarios del suelo, las instituciones financieras o los capitales industriales dependientes del auge constructor, fue también clave para el sostenimiento de las finanzas públicas en todos los niveles de la Administración, así como el sostenimiento del Estado del Bienestar a través de diversos mecanismos impositivos y de apropiación de rentas.

No hay que olvidar que el ciclo inmobiliario de principios de siglo (que Vox pretende reeditar) dependió en gran medida de la importación de remesas de mano de obra barata migrante

Solo así se explica —más allá de la abstracta caída de la actividad económica— cómo se pasó de un superávit público que alcanzaba una cifra del 2% del PIB en 2007, a unos niveles de endeudamiento público que suponían el 11% de la producción interna en 2009 y que sumieron al Estado en una crisis de deuda que culminó con el refuerzo de las políticas de austeridad de cara al rescate bancario.

Además, no hay que olvidar que el ciclo inmobiliario de principios de siglo dependió en gran medida de la importación de remesas de mano de obra barata sometida a distintas formas de coacción legal, alimentando la expansión de sectores como la construcción, la agroindustria, el turismo, la hostelería o la industria de los cuidados. Esto parecería chocar frontalmente con su discurso xenófobo y antiinmigración de Vox. Pero al igual que sucede con otros puntos de su programa económico, todo el cacareo de las deportaciones masivas responde a una estrategia de amedrentar al proletariado inmigrante de cara a asegurar su sumisión.

El supuesto “obrerismo” de Vox en materia de vivienda

Esto nos lleva al siguiente punto: ¿cuáles son las ideas que articulan el discurso chovinista de Vox en materia de vivienda? Para descubrirlo es interesante acudir a Toldos verdes o minipisos, un artículo de Quero en el que reflexiona sobre la actual crisis habitacional en relación al papel que han desempeñado las élites políticas españolas ante situaciones históricas similares. El título ya deja entrever algo, haciendo un guiño a la construcción masiva de vivienda durante el desarrollismo —con sus característicos toldos verdes— frente a los presentes problemas de acceso a la vivienda.

Quero se apoya en el distributismo social, una teoría filosófico-política que, simplificando mucho, parte del viejo mito según el cual, bajo el capitalismo, es posible una sociedad de pequeños propietarios y productores independientes, sin ser conscientes de que la lógica de la acumulación y la tendencia a la concentración de capital tornan, tanto en la teoría como en la práctica, esa hipotética sociedad insostenible en el medio-largo plazo. En cualquier caso, y más allá de estas ficciones, Quero atribuye un papel fundamental en su discurso al desempeño de las élites políticas en la resolución de las sucesivas crisis habitacionales que han atravesado a España. Merece la pena escuchar lo que dice cuando habla sobre las primeras Leyes de Casas Baratas:

No tenía entonces la administración pública el músculo ni los recursos, tal vez tampoco la voluntad, para hacer un enorme plan de vivienda social. [...] Sí, hoy cuesta creerlo, pero hubo un tiempo en que las elites, bien por genuina preocupación social, bien por pragmatismo e interés, en lugar de querer navegar en solitario y vivir en una burbuja de inquietudes autorreferenciales, se responsabilizaban de la suerte de sus semejantes. Es lo que tiene la homogeneidad cultural. Cuando uno comparte códigos antropológicos y cosmovisiones es más sencillo que vea intolerables o injustas determinadas situaciones que suceden a su alrededor y que, en consecuencia, eche también sobre sus hombros la tarea de paliarlas o ponerles fin. Estar arriba acarreaba deberes con los que no lo estaban, por mucho que le cueste comprenderlo a toda esa casta financiera, académica, creativa o comunicativa que utiliza su dinero, su influencia o sus credenciales para culparte por lo pobre que eres, lo arcaicas que son tus costumbres y lo mal que votas. Si algo significa hoy ser miembro de la élite es tener el derecho a despreciar a la gente común, a la que ya no se reconoce como perteneciente a una misma comunidad moral. Perdida la unidad cultural, se acaban también los lazos y deberes cruzados, los nobleza obliga. Quién lo iba a decir.

Sí, quién lo iba a decir. Parece mentira que siendo doctor en Historia Contemporánea con una tesis que analiza la conflictividad urbana en la Madrid a caballo del XIX y XX todavía nos hagamos trampas al solitario sobre si es la presión colectiva de las clases trabajadoras organizadas la que arranca y conquista derechos políticos y sociales o si, por el contrario, es la benéfica filantropía de los ricachones. Ni siquiera hace falta insistir en la impresionante autoorganización obrera de principios del siglo XX, que seguramente Quero conozca bien, pero acaba ocultando: episodios como las primeras huelgas de inquilinos de Barakaldo o Sestao en 1905, las protestas obreras por el precio de los alquileres en el Madrid de 1920 o la impresionante huelga de alquileres organizada por la CNT en 1931 en Barcelona. Quero pide, Quero suplica unos amos bondadosos.

El sector identitario de Vox no deja de ser un trampantojo que intenta dotar de apoyo popular a los impopulares intereses de los sectores más reaccionarios, hoy representados en los neoliberales de Vox

Pero los deberes son “cruzados”: unas “élites” bondadosas con el “pueblo” requieren de obediencia ciega por parte de este, ¿no? El sector identitario de Vox, como todo sector “social”, “radical” o “revolucionario” que habite la ultraderecha de ayer y de hoy, por mucho que se vista de prendas obreristas, no deja de ser un trampantojo que intenta dotar de apoyo popular a los impopulares intereses de los sectores más reaccionarios, hoy representados en los neoliberales de Vox. 

Una última cuestión. Desde luego que con unidad cultural la “nobleza obliga”. Que se lo pregunten a gente como Agustín de Foxá, cuando describía en 1938 —desde esos supuestos códigos antropológicos y culturales compartidos— al proletariado madrileño armado contra el fascismo: 

Pasaban masas ya revueltas; mujerzuelas feas, jorobadas, con lazos rojos en las greñas, niños anémicos y sucios, gitanos, cojos, negros de los cabarets, rizosos estudiantes mal alimentados, obreros de mirada estúpida, poceros, maestritos amargados y biliosos. Toda la hez de los fracasos, los torpes, los enfermos, los feos; el mundo inferior y terrible, removido por aquellas banderas siniestras

Porque, en realidad, la demofobia camuflada de obrerismo de Quero —y del “sector identitario” de Vox— no es tan distante de los ecos de Foxá cuando afirma que la necesidad de deportaciones masivas, o cuando reclama la mano dura contra la okupación y la “inquiokupación”. Y es que bajo todas estas diatribas subyace una propuesta autoritaria contra la clase trabajadora, sea nativa o no, manifestada en propuestas que incluyen el endurecimiento las penas por usurpación en el Código Penal y, sobre todo, agilizando los desalojos express mediante procesos judiciales sin garantías jurídicas de ningún tipo. 

Crítica de la economía política de la vivienda de Vox

El problema de la propuesta de Vox en general es que invierte el orden entre causas y efectos. No son la inmigración o la okupación las responsables de que el mercado inmobiliario se muestre incapaz de satisfacer las necesidades de las familias. No. La aparente realidad contra natura de la constante y cuasi-exponencial subida de los precios de la vivienda y de los alquileres en España —contraria a las tendencias de largo plazo a la reducción del precio de las mercancías que están en la base de la competencia capitalista— encuentra su fundamento en las dinámicas de extracción de rentas propias de la existencia de propiedad privada sobre activos en condiciones de competencia limitada o monopolio, como en el caso del suelo urbano. 

Las rentas son ingresos pasivos que para maximizarse requieren una demanda solvente constante y subir los precios lo máximo posible, siendo de por sí formas de acumulación de capital con una lógica inflacionista inherente. La demanda solvente de vivienda y la magnitud de las rentas apropiables depende necesariamente de las dinámicas de desarrollo desigual y de la tendencia a la concentración del comercio y de la producción en determinados espacios para aprovecharse de las economías de escala propias de la acumulación de capital y fluctuantes a lo largo del tiempo.

Sin embargo, la subida de los precios de los alquileres y de la extracción de rentas aumentan la presión sobre los salarios y la competitividad de los capitales industriales. Esta dinámica solo se podría sostener si es compensada por un fuerte dinamismo económico en el mercado interno, una extraordinaria expansión del crédito privado o la entrada de demanda procedente del exterior en la forma de remesas procedentes del turismo, lo que le da a las crisis de vivienda un carácter cíclico y permanente en la historia de la producción capitalista a nivel internacional.

La última burbuja, nacida al calor de la recuperación económica tras la crisis de 2008, empezó a gestarse a partir de la venta por parte del Estado de gran parte del parque de vivienda que había sido nacionalizado mediante los rescates bancarios entre 2009 y 2013, y que fue comprado en su mayoría las entidades que han venido a sustituir a los bancos y cajas de ahorros tras la crisis, las empresas de gestión de activos y fondos de inversión como Blackstone, que se han convertido en los principales terratenientes urbanos del país. La vía elegida entonces por el Partido Popular —y apuntalada posteriormente por los sucesivos gobiernos de coalición entre PSOE, Podemos y Sumar— para relanzar un proceso de acumulación de capital que se había vuelto enormemente dependiente del ciclo expansivo inmobiliario requirió a su vez reforzar el aparato represivo del Estado con el objetivo de apagar la crisis social causada por el estallido de la burbuja y el incesante aumento de los desahucios.

Es esa rabia y frustración la que podría explicar, al menos en parte, el eventual éxito que pueda tener una figura como la de Quero y su falsa retórica obrerista en la “larga marcha” de Vox hacia el poder

En la actualidad, la crisis de sobreproducción que asola a la economía mundial y el estancamiento secular de los niveles de crecimiento industrial —tanto en España como en otros países— han propiciado que los ciclos de carestía y especulación sobre los precios de la vivienda y los alquileres dependan cada vez más de la expansión crediticia y de la demanda solvente procedente del exterior.

Esto, junto a la renovada expansión crediticia propiciada por las compras extraordinarias de activos por parte del Banco Central Europeo —posteriormente limitada por el regreso de la inflación en el contexto de la crisis inducida por la pandemia del covid-19—, han propiciado la recuperación del ciclo de expansión inmobiliaria y una nueva burbuja, menos boyante que la anterior y basada en gran medida en las rentas procedentes de los alquileres y con una base social preponderante de pequeños y medianos propietarios.

Mientras tanto, PSOE, Sumar o Podemos, en tanto que fuerzas leales al Estado burgués —y por tanto subordinadas a los procesos de acumulación del capitalismo residencial— se han dedicado a apuntalar mediante un incansable juego de sombras en forma de medidas a favor de los rentistas, grandes y pequeños, y el refuerzo autoritario del Estado, los procesos de gentrificación y exclusión sistemática del acceso a una vivienda digna a amplias capas de la clase obrera.

Es esa rabia y frustración la que podría explicar, al menos en parte, el eventual éxito que pueda tener una figura como la de Quero y su falsa retórica obrerista en la “larga marcha” de Vox hacia el poder —la cual, ahora mismo pasa por penetrar en los barrios populares—. Y que, en el corto y medio plazo, sus propuestas en materia vivienda puedan pasar a discutirse seriamente como un modelo a implementar en España a pesar de que, en realidad, la ficción de relanzar el crecimiento económico español a través de un nuevo boom inmobiliario esconda un pastel de lujo para el capital y represión y miseria para la clase trabajadora, especialmente para la migrante.

Mientras, los capitalistas, verdaderos responsables de todo esto junto con los partidos políticos burgueses, frotan sus manos. Hay mucho en juego, y la respuesta escapa a las pretensiones de este artículo. Pero una cosa está clara: esa respuesta solo puede obedecer a una estrategia socialista que entierre tanto a la reacción como al resto de fuerzas burguesas que son condición de posibilidad para que esta emerja.

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