Derecho a la vivienda
Castelló de la Plana se abre paso en el modelo cooperativo de cesión de uso de vivienda en suelo público

La Llauradora presenta hoy al público su proyecto para conseguir dos decenas de unidades de convivencia para este proyecto pionero en el País Valencià.
La Borda (Barcelona)
El edificio de viviendas de La Borda (Barcelona) es uno de los referentes de La Llauradora (foto de La Borda).

Asistieron a unas jornadas sobre cooperativismo organizadas por el Departamento de Vivienda del Ayuntamiento de Castelló de la Plana en octubre de 2019. Algunas de aquellas seis personas ya eran amigas, otras acababan de conocerse, pero todas tuvieron claro que aquello era un match de los buenos. Sus intereses conectaban, se intercambiaron teléfonos y empezaron a quedar. La pandemia las frenó, pero no dejaron de trabajar: proyectan construir y habitar una cooperativa de viviendas en cesión de uso e intuyen que el Ayuntamiento hará todo lo posible para cederles suelo público. Ninguna será propietaria de nada, pero todas, y quizá también el Ayuntamiento, podrían ser dueñas de una cooperativa que aún está en fase de creación y que hoy se presenta al público en el espacio cultural Menador, a las 18.30h. 

La Generalitat ya ha anunciado que habrá cinco proyectos pilotos de cooperativas de vivienda en cesión de uso de suelo público en el País Valencià, en las tres capitales y en dos municipios pequeños. Y esta, de momento, se sitúa como el proyecto más consolidado. 

Las seis personas del match conforman el grupo promotor de la asociación sin ánimo de lucro —paso previo a la constitución de la cooperativa— La Llauradora, un nombre que homenajea a las mujeres que labran la tierra en la comarca de La Plana, apunta Laia Ruiz, del grupo promotor. Tras dos años de trabajo presentan su proyecto con la intención de encontrar a dos decenas de personas interesadas en formar parte. “El número ideal de unidades de convivencia sería de entre 20 y 30”, explica Ruiz, quien está viviendo el proceso “con mucha ilusión y un poco de miedo por saber cómo irá pero, sobre todo, con muchas ganas de que salga adelante”. 

A los miembros de La Llauradora les une su anhelo de romper con la especulación del mercado de vivienda y tener un paellero colectivo. Para lo primero les acompaña el Ayuntamiento de Castelló; para lo segundo, una cooperativa de arquitectura Crearqció

Dos viviendas sociales a disposición del Ayuntamiento

Más allá de las características arquitectónicas con las que sueñan el diseño del edificio, de este proyecto destaca que puede contar con respaldo público, mientras que la cooperativa podría ofrecer a la administración local un pago en especie: “La diversidad es lo mejor para todo”, asegura Dolors Igual, una profesora de secundaria jubilada (65 años), miembro del grupo promotor. “Lo ideal sería vivir en la diversidad, sino se hacen guetos: aquí los activistas, allí los migrantes. De lo que se trata es de convertirnos en un pequeño tapón de la barbarie neoliberal”, argumenta sobre esta medida que están valorando ambas partes. 

Raul Beltrán organizó aquellas jornadas del principio de esta historia. Es el asesor de la concejala de Vivienda del Ayuntamiento de Castelló (Podem-Esquerra Unida). Él también habla de dos viviendas en especie para pisos sociales, así como del papel que las entidades locales y autonómicas pueden y deben jugar para cambiar las dinámicas en materia de vivienda. 

Su ayuntamiento forma parte de la red Base Viva, presentado en mayo. Se trata de una colaboración público-local que aspira a fomentar la colaboración público-cooperativa. “Es lo más innovador que se está haciendo ahora mismo”, reconoce si le tiras de la lengua, porque la colaboración público-cooperativa en el Estado español aún es un jaleo burocrático y legal. “La red nos permite obtener asesoramiento jurídico, técnico y acceso a recursos económicos; aspiramos a presentarnos para optar a los fondos europeos Next Generation para la reconstrucción”, desgrana. 

“Nuestro proyecto es difícil de explicar porque es muy nuevo y aún falta tiempo para que este tipo de cooperativas se interioricen en la sociedad, pero creemos que hablar con el Ayuntamiento será fácil porque pensamos que hablamos el mismo idioma”, asegura Toni Valls
La Llauradora
Los seis miembros del grupo promotor de La Llauradora el primer día que quedaron.

Sobre el proyecto de La Llauradora, Beltrán es claro: “Para ceder suelo público hay una doble vía, la licitación, que es de pública concurrencia, o bien asignar un convenio nominal a La Llauradora debido a su carácter innovador”. ¿Y si hubiera más proyectos como este? “Si hay más proyectos, hay más suelo público”, zanja sobre una cuestión que no cree que sea un problema, sino un objetivo o una esperanza a medio o largo plazo. 

Como resume Toni Valls, del grupo promotor y activista de la PAH desde 2011, “nuestro proyecto es difícil de explicar porque es muy nuevo y aún falta tiempo para que este tipo de cooperativas se interioricen en la sociedad, pero creemos que hablar con el Ayuntamiento será fácil porque pensamos que hablamos el mismo idioma”, indica. Recuerda que en Copenhague alrededor del 30% del alquiler es en cesión de uso de suelo público y destaca que países como Austria, Noruega y Uruguay también tienen fórmulas para regular el derecho a la vivienda. Para que este sea un derecho efectivo y no se convierta en un bien de mercado, como en el Estado español.

“No se plantea que todos los niños del edificio se queden jugando en el patio de La Llauradora y no vayan al parque del barrio, sino que el edificio comparta infraesctructuras con el barrio, manteniendo el equilibrio de una comunidad cohesionada sin ser una comunidad cerrada”, Júlia Gomar, de la cooperativa de arquitectas Crearqció

Hablemos de dinero

Llegados a este punto de la historia, es necesario hablar de dinero. ¿Cuánto hay que invertir para formar parte de esta cooperativa de vivienda en cesión de uso? Es decir, para formar parte de una cooperativa de vivienda que nunca permitirá que cada unidad de convivencia escriture la vivienda a su nombre, o que sus hijos hereden el piso, pero que le devolverá la aportación inicial en caso de que se mude. La aportación inicial de cada socia será de alrededor del 20% del precio final de la vivienda. Calculan que entre 18.000 y 22.000 euros para un apartamento pequeño (45-55m2), entre 24.000-29.000 euros para el mediano (55-65m2) y entre 30.000 y 36.000 euros para el grande (65-75m2). 

No son cantidades lanzadas al aire. En enero contrataron los servicios de Domèstiques, el proyecto de acompañamiento conjunto de dos cooperativas amigas, una de arquitectas (Crearqció) y otra de abogadas y mediadoras (El Rogle). Júlia Gomar forma parte de Crearqció. “El acompañamiento que realizamos es importante para superar barreras técnicas, legales y arquitectónicas, así como para generar un espacio facilitador más democrático en la toma de decisiones”. 

Con ellas han esbozado las necesidades arquitectónicas del grupo, que dividen el edificio en cuatro partes: el espacio íntimo (la vivienda), el espacio doméstico (la lavandería, el paellero, el taller de cerámica, la huerta, el espacio para los juegos), el espacio colindante entre el edificio y la vivienda y el colindante entre el doméstico y la ciudad. Un espacio, este último, que no está definido hasta que sepan dónde se ubicará el bloque. 

“Estamos acostumbrados a una comunidad con piscina, pero no aspiramos a ese modelo, sino a uno que no vacíe el espacio público, sino que lo complemente. No se plantea que todos los niños del edificio se queden jugando en el patio de La Llauradora y no vayan al parque del barrio, sino que el edificio comparta infraesctructuras con el barrio, manteniendo el equilibrio de una comunidad cohesionada sin ser una comunidad cerrada. En ese equilibrio está la innovación y la transformación del modelo de vivienda”, explica Gomar.

“Lo ideal sería vivir en la diversidad, si no se hacen guetos: aquí los activistas, allí los migrantes. De lo que se trata es de convertirnos en un pequeño tapón de la barbarie neoliberal”, indica Dolors Igual, del grupo promotor 

El paellero

Pero hay dos cosas que quizá en el dosier que han redactado no tienen la suficiente relevancia que el propio grupo promotor le da: la intergeneracionalidad del proyecto, en el que convivirán desde niños de 6 años hasta adultas de 65, y el paellero colectivo. Los domingos en La Llauradora se perfilan con olor a paella, con celebraciones comunitarias, con arroz y sandía. “El paellero siempre ha sido un elemento imprescindible de nuestra cooperativa, permite momentos de celebraciones y comidas, que son un buen momento para tejer relaciones”, indica Laia Ruiz. Sobre los conflictos que pueda suscitar la vida comunitaria, indica que “es verdad que cuanto más roce, más conflicto, pero los conflictos son parte de la vida, son un reto porque apenas tenemos referentes de vida comunitaria, por eso La Llauradora también es un reto a nivel personal para salir de un modelo individualista”, recalca, e indica que conocen las asambleas emocionales que celebran en Cal Cases, un modelo de vida comunitaria, en este caso rural, ubicado en la provincia de Barcelona. 

De Barcelona también nombran La Borda, el proyecto emblemático de cooperativa en cesión de uso construida en suelo público, mientras que en Madrid destacan Entre PatiosCon estos proyectos comparten el deseo de construir un edificio sostenible y unas dinámicas que prioricen los cuidados, con espacios domésticos compartidos como la lavandería, que fomenta tejer relaciones en espacios cotidianos, como ocurría en los safareig. Saben que Castelló no es Barcelona ni Madrid, pero esperan encontrar suficientes personas para cimentar juntas este proyecto que dignifica la vida acompañada y combate el capitalismo más salvaje.

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