Opinión
Estrategias para no rendirse

Quizás colocarnos en ese futuro que plantea Marge Piercy pueda ayudar a pensar estrategias para conseguir llegar a esa utopía.
Manos bebe
12 oct 2025 06:00

En la novela Mujer al borde del tiempo, Marge Piercy imagina un futuro marcado por una utopía feminista que, en muchos aspectos, tiene en cuenta los límites planetarios. Lo que plantea no es una utopía irrealizable. Habla de un modelo de alimentación que se adecúa a la disponibilidad de fuentes energéticas en un planeta finito, de cómo distribuir de manera justa los trabajos de cuidados, de una sociedad donde tu vida no está determinada por la clase social o los límites tecnológicos en relación a la disponibilidad de minerales.  

En estos tiempos en los que la palabra futuro aparece como algo difuso, como escondida entre una neblina que, a ratos, se hace opaca, imaginar mundos impensables, casi imposibles, se convierte en un ejercicio vital. Imaginar lo que podría ser ayuda no solo a cuestionar la forma de configurar las sociedades, sino que posibilita explorar otras nuevas. Desde ahí se pueden desafiar las estructuras patriarcales y el modelo económico. Desde esos lugares se pueden romper las fronteras y las clases sociales.

Quizás, colocarnos en ese futuro que plantea Marge Piercy, en un futuro habitado por personas descendientes de las generaciones que consiguieron impulsar los cambios sociales necesarios para que la realidad fuera distinta, pueda ayudar a pensar estrategias para conseguir llegar a esa utopía.

Si hiciéramos ese ejercicio de imaginación, si nos colocásemos en el futuro sabiendo que lo conseguimos, podríamos recuperar la memoria de cuáles fueron las cosas que posibilitaron los cambios. Podríamos contar en las historias cómo lo logramos. 

Quizás, desde ese futuro en el que lo conseguimos, contaríamos que comprendimos que la vida solo era posible si alguien nos cuida

Quizás algunas de esas historias hablarían de que lo conseguimos porque decidimos reflexionar sobre las consecuencias que tenía conformarnos con que nos pareciera normal que el mundo estuviese así. Otras hablarían de que hubo un momento en el que nos cuestionamos si este orden de las cosas tenía que ser admitido, si teníamos que rendirnos al abuso de poder y la destrucción de la naturaleza sin que nada estallase. Si teníamos que conformarnos con que ese era el único orden posible. Quizás las historias hablarían de que aprendimos a reconocernos como parte de una red formada por tierra, agua, plantas, animales y aire. Quizás hablarían de que comprendimos que formamos parte de entramados ecosistémicos de los que requerimos toda una serie de funciones sin las cuales la vida no sería posible.

Quizás, desde ese futuro en el que lo conseguimos, contaríamos que comprendimos que la vida solo era posible si alguien nos cuida, y que decidimos que esas tareas no podían seguir asumiéndolas mayoritariamente y de forma no libre las mujeres.

Quizás esos relatos hablarían de que nos dimos cuenta de que lo que creemos da forma al mundo y que por eso era esencial que pensásemos no solo que éramos capaces de contribuir al cambio, sino que ese cambio era posible.

Quizás en ese futuro donde lo conseguimos, al mirar hacia atrás, veamos que hubo un momento en el que creímos que no era necesario conseguirlo todo. Que bastaba con intentarlo.

Y quizás ese futuro utópico que mujeres como Marge Piercy han sido capaces de imaginar, fue posible porque en ese espacio de disputa de las historias que permanecen y las que no, los movimientos sociales, las personas que creen que se puede organizar el mundo de otra manera, decidieron dar voz a historias que permanecían silenciadas. Historias donde esas otras voces, voces que vienen de lugares periféricos, marcaban los pasos y la forma de actuar. Las estrategias para no rendirse.

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