La Vuelta señala el camino: Palestina y una nueva praxis internacionalista

El salto cualitativo que ha representado la acción popular contra el equipo Israel-Premier Tech es la expresión incipiente de un proceso más general de reposicionamiento y redimensión del internacionalismo en los espacios emancipatorios europeos.
Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) - Paz con Dignidad
3 oct 2025 07:00

La 80ª edición de La Vuelta ha supuesto un antes y un después. El masivo y necesariamente radical ejercicio de boicot popular contra Israel a lo largo de sus distintas etapas ha logrado su principal objetivo: romper con la imagen de normalidad y respetabilidad (en este caso, deportiva) que pretenden instalar las expresiones exteriores del proyecto sionista, cuestionar su homologación internacional y señalar con el dedo su naturaleza colonial y supremacista.

Más aún en el dramático contexto de la invasión terrestre de Gaza, cuando la relatora de la ONU Francesca Albanese advierte de que el número de víctimas palestinas podría multiplicar por diez las estimaciones actuales, y con el draconiano plan de sometimiento propuesto por Trump encima de la mesa. En el momento de finalizar este artículo el ejército israelí asalta la Flotilla Global Sumud en aguas internacionales, en una nueva muestra de la impunidad jurídica, política y ética con que opera la maquinaria sionista.

En esta coyuntura crítica, la acción popular contra el equipo Israel-Premier Tech ha generado un revulsivo de primer orden, y nos deja toda una serie de reflexiones y aprendizajes que, como parte del auge movilizador pro-palestino de los últimos dos años, no debemos pasar por alto.

Palestina en la mira del Estado-empresa occidental

Para comprender la actual espiral de movilización, cada vez más radical, disruptiva y antagonista, debemos partir de la centralidad de la cuestión palestina en el escenario euro-estadounidense. Y es que las élites político-empresariales y los Estados centrales tienen claras sus decisivas implicaciones en el mantenimiento de las condiciones objetivas y subjetivas para el ejercicio de la dominación y la hegemonía, tanto a nivel interno como en su proyección imperial.

Así lo demuestra el in crescendo represivo generalizado en el que nos encontramos en la actualidad, orientado a disciplinar vía coerción judicial-policial la solidaridad activa con Palestina desde el 7 de octubre de 2023: ilegalización y catalogación como grupo terrorista de Palestine Action en Gran Bretaña; represión policial y judicial contra cualquier expresión pública pro-palestina en Alemania o Francia; desmantelamiento por la fuerza de las acampadas solidarias, junto con detenciones y deportaciones en EEUU; criminalización y obstaculización administrativa de la cooperación internacional; puesta a disposición de los distintos cuerpos policiales para controlar y anular las protestas al paso de La Vuelta a España, etc.

Una represión sistemática que a simple vista se antoja absolutamente desproporcionada para una cuestión situada, aparentemente, al margen de la política doméstica. Que no afecta de forma directa y evidente a sociedades, ámbitos institucionales y vidas políticas y sociales de los territorios europeo y estadounidense. Y que, en pura lógica, debiera mantenerse en unos niveles de conflictividad mucho más bajos.

Hay varios motivos que explican esta circunstancia. El primero y más evidente: las maquinarias represivas responden ante el auge de una contestación social internacionalista que, como veremos a continuación, se torna cada vez más integral y antagonista, trayendo el conflicto generado por la agudización de la cuestión palestina al propio contexto, socavando así las bases de la estabilidad sistémica en el centro imperialista. Frente a este hecho, un Estado capitalista en proceso de franca devaluación autoritaria de las garantías liberales responde en consecuencia.

Más allá de esta circunstancia inmediata, hay motivos estructurales de peso en esta apuesta del establishment político-empresarial occidental, cuyo alineamiento pro-israelí es sistemático e histórico, y que se torna tanto más agresivo en el actual contexto de crisis y cuestionamiento de su hegemonía global. Como ya señalábamos al inicio de la ofensiva sionista contra Gaza en 2023, Israel constituye, en el actual contexto de vorágine geopolítica, una de las principales posiciones del bloque euro-estadounidense en una región absolutamente determinante. Es el exponente más destacado de las potencias centrales en Oriente Próximo, lo que significa un nivel de identidad estratégica entre ambas instancias que va más allá de la confluencia coyuntural de intereses, de la acción más o menos intensa de determinados lobbies o de la vigencia de alianzas internacionales más o menos sólidas.

En este sentido, la relevancia de la existencia misma del Estado de Israel trasciende de lejos su significación territorial o poblacional, y asume tintes existenciales en el sistema-mundo capitalista en tanto que elemento determinante en el mantenimiento de la hegemonía occidental en la región y, por extensión, en el escenario global. Esto no significa, claro está, que Israel no tenga agencia y agenda propias, pero explica el empecinamiento en determinados alineamientos occidentales, justificados sobre la base de argumentarios que no son sino actualizaciones más o menos liberales del histórico racismo colonial frente a los pueblos no blancos. En este sentido, no es casualidad la adhesión entusiasta de las principales extremas derechas europeas y estadounidenses a las expresiones sionistas más brutales.

Si la cuestión palestina se sitúa en el centro de la agenda de los Estados-empresa occidentales, también lo hace en las agendas emancipatorias del campo popular de esos mismos Estados

Esta articulación imperialista está hoy en cuestión por toda una dinámica de reordenamiento del escenario internacional: auge de los BRICS, declive de la hegemonía global de Europa y EEUU, competencia comercial, tecnológica y militar con China, repunte de las tensiones en Taiwan, guerras arancelarias, expulsión de Francia de sus posiciones poscoloniales en África occidental, guerra de Ucrania, amagos de realineamiento India-China, estancamiento de macro-iniciativas estratégicas como el Corredor India–Oriente Próximo–Europa (IMEC)… y las contradicciones que desata el propio genocidio gazatí, por supuesto.

En este contexto, y viendo comprometida su posición política, económica, corporativa, militar, cultural, las potencias centrales tratan de intervenir en el escenario internacional para mantener sus posiciones hegemónicas, para preservar, consolidar y ampliar esferas de influencia a nivel mundial. Y en el caso de Palestina y Oriente Próximo, esto implica aferrarse con todo a esa alianza estratégica con Israel, reforzando una posición sucursalista que opera en beneficio de las potencias centrales, aunque eso suponga avalar políticamente un genocidio. Aval que, por lo demás, se ve crecientemente afectado por el inevitable daño reputacional, generando dinámicas crecientemente erráticas, que van desde los apoyos más agresivos, sin fisuras y cada vez más abiertamente neocoloniales −el Plan Trump de gobernanza directa de la Franja de Gaza por parte de una suerte de tecnocracia comandada por él mismo y el infausto Toni Blair es quizá la expresión más reciente y grotesca−, hasta temblorosas estrategias de control de daños, como la reciente cadena de reconocimientos simbólicos del Estado de Palestina por parte de distintas instancias occidentales.

Estamos, en definitiva, ante una de las principales claves de bóveda de que depende el ascendente euro-estadounidense en el escenario global. A la creciente inestabilidad derivada del avance del plan genocida israelí sobre el terreno, se le suma la generada por el auge de una movilización popular que pone cada vez más el foco en el determinante concurso de las potencias euro-estadounidenses para el sostenimiento y viabilidad de Israel. En definitiva, si la cuestión palestina se sitúa en el centro de la agenda de los Estados-empresa occidentales, también lo hace, crecientemente, en las agendas emancipatorias del campo popular de esos mismos Estados, que tratan de desplegar dinámicas internacionalistas más integrales, radicales, transversales y corresponsables. Del análisis de las mismas deben emerger lecciones y líneas de acción para la consecución de nuevas espirales de conflicto.

Lecciones para profundizar en un nuevo ciclo de intervención internacionalista

El salto cualitativo que ha representado La Vuelta es expresión incipiente de un proceso más general de reposicionamiento y redimensión del internacionalismo en los espacios emancipatorios europeos. En los últimos años se vienen dando reflexiones diversas respecto a la necesidad de refundar la praxis internacionalista de acuerdo con el actual contexto de crisis sistémica y ofensiva imperialista y reaccionaria. Si bien nos encontramos lejos de ver posicionado un nuevo modelo de intervención internacionalista, podemos vislumbrar que lo sangrante de la tragedia palestina está desatando algunos nudos en este sentido, señalando futuras rutas de acción popular.

Destacamos tres avances producidos en los últimos tiempos de la mano de la emergencia de la cuestión palestina: una revalorización del principio emancipatorio radical, una transversalización del internacionalismo en la praxis del conjunto del campo popular, y un fortalecimiento de un sentido de integralidad y corresponsabilidad que rompe parcialmente con dicotomías aquí/allí.

Avances todos ellos que representan ejes estratégicos a priorizar en el futuro para una intervención política emancipadora. Y en cuya consecución, la dinámica de boicot a Israel-Premier Tech en La Vuelta ha supuesto un punto álgido y un catalizador de primer nivel, sumándose a toda una creciente movilización internacional atravesada en gran parte por estos mismos mimbres: destaca aquí, por supuesto, la iniciativa popular multinacional Flotilla Global Sumud, actualmente sometida a una situación crítica bajo ataque militar directo por parte de Israel; pero también las acampadas permanentes en los campus estadounidenses, las masivas movilizaciones en Londres, París, Estocolmo, etc., una creciente permeabilización de la causa palestina en América Latina, etc.

En primer lugar, sobre la revalorización del principio emancipatorio radical en la praxis internacionalista en favor de Palestina, se constata que la nueva fase abierta a partir del 7 de octubre de 2023 ha generado espacios para la socialización de parámetros programáticos que hasta hace no tanto tenían una connotación más disidente o periférica, y que apuntan a situar en el centro la verdadera naturaleza de las lógicas de dominación operativas en este territorio. Se trata de la lectura de la cuestión palestina como una cuestión de liberación nacional, que atañe no tanto a una lógica de mera resolución de conflictos en la que simplemente habría dos partes empecinadas en no ponerse de acuerdo (por motivos religiosos, de convivencia, etc.), sino más bien a un imperativo de descolonización del territorio. Lo que, en pura lógica, presupone la existencia de una opresión colonial ejercida por el Estado de Israel, que convertiría al ente sionista en un agente intrínsecamente ilegítimo, y posicionaría como primordial e irrenunciable el desmantelamiento de la maquinaria supremacista que representa.

Sobre la transversalización del internacionalismo en el conjunto del movimiento popular, las movilizaciones en el marco de La Vuelta no han sido algo aislado, sino el colofón exitoso a casi dos años de autoorganización popular

En este contexto, hojas de ruta otrora casi incontestables, como la solución de dos Estados, se muestran cada vez más inviables e ilusorias para el público general, frente a la flagrante evidencia de un Israel que a día de hoy pretende, manu militari, vaciar de población palestina la totalidad de la franja de Gaza y avanzar inmisericorde en la colonización de Cisjordania vía proliferación de asentamientos ilegales.

Este salto adelante en la caracterización de la cuestión palestina juega un rol no menor como condición de posibilidad del éxito de movilizaciones de signo abiertamente antagonista como las que aquí nos ocupan. Movilizaciones que, a su vez, tienen capacidad acreditada de marcar el pulso y la agenda en los Estados centrales, moviendo el piso de su habitual complicidad o de un confortable silencio abstencionista: la reciente celebración de la cumbre internacional para la solución de dos estados, marcada por la ya mencionada cascada de reconocimientos al Estado de Palestina, no se puede entender sin un terremoto popular de corte radical que ha trastocado la estabilidad política en Occidente. Es preciso ahondar en este parámetro en el discurso y la agenda del movimiento popular en favor de Palestina, ya que está demostrando tener la capacidad de obligar a los Estados a mover ficha.

En paralelo, este principio emancipatorio radical está catalizando el auge de estrategias centradas en la activación popular y, por tanto, cada vez menos vinculadas a lógicas de transacción o acuerdo, como las promovidas por la campaña BDS, el ejercicio de acciones de desborde callejero (como las que han llevado a la suspensión de varias etapas de La Vuelta, o la reciente huelga general en Italia, que ha incluido bloqueos de puertos y otras acciones de corte abiertamente confrontativo) o el señalamiento directo de empresas que, de una u otra manera, operan como cómplices de la ocupación israelí. El creciente posicionamiento de la noción de descolonización de Palestina va de la mano de la necesidad de acrecentar las dinámicas populares más disruptivas en territorios como el europeo, así como de confrontar con la gran corporación transnacional capitalista, en tanto que agente intrínsecamente vinculado a las lógicas de apropiación y dominación del territorio a nivel global, de las que el Estado de Israel es una de las expresiones más extremas actualmente vigentes en el escenario internacional. La campaña sostenida en los últimos años contra la corporación ferroviaria vasca CAF −que trasciende hoy el contexto de Euskal Herria y se ve señalado por agentes a nivel global como la relatora Albanese u organizaciones como Amnistía Internacional−, es un ejemplo paradigmático, al que se suman cada vez más casos de empresas como Sidenor, a las que cada vez les cuesta más seguir haciendo negocios con Israel como si nada.

En segundo lugar, sobre la transversalización del internacionalismo en el conjunto del movimiento popular, debemos partir de que las movilizaciones en el marco de La Vuelta no han sido algo aislado, sino el colofón exitoso a casi dos años de autoorganización popular iniciado a raíz del comienzo del genocidio en Gaza en octubre de 2023. Estas han logrado configurar sujetos territoriales relativamente sólidos que han elevado sustancialmente los umbrales de movilización, logrando condicionar la esfera político-institucional.

Estas articulaciones de base, que en territorios como Euskal Herria o Madrid han adquirido verdaderas dimensiones de masas, han conseguido permeabilizar en mayor o menor medida al conjunto de organizaciones del campo popular. Si bien las organizaciones internacionalistas sectoriales (aquellas que se identifican principal y fundamentalmente como tales, y que, en consecuencia, intervienen prioritariamente en este campo) han jugado y juegan un papel elemental como vanguardia promotora y dinamizadora preferente de los impulsos movilizadores, se ha conseguido sumar orgánica y activamente a estas articulaciones a una gran variedad de sujetos. Así, junto con las organizaciones internacionalistas propiamente dichas, juegan un rol fundamental sindicatos combativos, organizaciones en defensa del derecho a la vivienda, de apoyo a personas refugiadas, feministas, ecologistas, vecinales, juveniles, políticas, etc. Todas ellas han posicionado la cuestión palestina en el centro de sus agendas de movilización, al menos en la coyuntura crítica actual, y han tomado parte activa en acciones disruptivas como el boicot en La Vuelta. Esto supone, como decimos, un salto adelante en la transversalización de una praxis internacionalista radical en el conjunto de organizaciones del campo popular.

En tercer lugar, el fortalecimiento de un sentido de corresponsabilidad en la articulación de las distintas escalas de intervención, con la mira puesta en una cada vez mayor integralidad de la praxis internacionalista. Forzada por una situación sangrante y extrema, la causa palestina trasciende cada vez más parámetros de solidaridad estrictamente unidireccionales −desde Europa hacia los pueblos oprimidos periféricos−, en gran parte desconectados de las dinámicas sociopolíticas del propio territorio, y sin hacer germinar verdaderas contradicciones en los propios escenarios del centro imperialista.

El caso concreto del boicot a La Vuelta ha puesto sobre la mesa un eje de intervención fundamental en esta comprensión de que el internacionalismo debe ejercerse en la propia casa

Los últimos dos años de autoorganización pro-palestina han supuesto un salto cualitativo en esta mirada más corresponsable e integral, permeabilizando y redefiniendo parcialmente una noción tradicional de solidaridad que se ofrece al sujeto ajeno, a la otredad. Este avance se manifiesta en la incorporación estratégica a la agenda pro-palestina de la confrontación sobre el terreno con los propios gobiernos y empresas, en tanto que agentes partícipes de la arquitectura imperial que dota de soporte y cobertura a Israel. Se asume así un mayor compromiso por hacer saltar las costuras que sean necesarias, que se ve reflejado en una agudización de las propias contradicciones en el seno de sociedades como la europea, la española o la vasca. Esto, a su vez, significa insertar la cuestión palestina en la propia agenda emancipatoria como elemento vertebral. Y, en consecuencia, dotar de peso real en nuestra dialéctica de confrontación con las respectivas élites político-empresariales a una cuestión que, a simple vista, no nos afecta de manera directa e inmediata-pero que, como hemos señalado, los propios Estados occidentales identifican como susceptible de alterar los equilibrios de poder interno en el contexto occidental en favor de los sectores subalternos-.

El abanico de engranajes sistémicos que, de manera directa o indirecta, son objeto de cuestionamiento y confrontación,en el propio territorio, por parte de la acción internacionalista en solidaridad con Palestina es amplio y diverso. Y, de nuevo, el movimiento popular tiene la capacidad de mover el piso de las grandes alianzas europeas Estado-empresa en este ámbito. Más allá de haber logrado forzar avances simbólicos en materia de reconocimiento del Estado Palestino −desdibujados por el servil y entusiasta aval proporcionado al Plan Trump−, la propia Unión Europea se ha visto obligada recientemente a poner encima de la mesa el elefante en la habitación que representa la vigencia del Acuerdo de Asociación UE-Israel, que se ha mantenido incólume hasta fechas recientes pese a que su cláusula 2 de respeto a los DDHH y los principios democráticos está siendo flagrantemente pisoteada.

Estados como el español se están viendo empujados a articular embargos de armas y comerciales, nunca del todo efectivos, nunca del todo concretados y aterrizados, pero valorados como imprescindibles para conservar vínculos elementales con la propia base social progresista. El señalamiento de la complicidad empresarial con Israel y la ocupación está también formando parte cada vez más del sentido común de amplios sectores en Europa, extendiéndose más allá de campañas previas al 7 de octubre como la de la mencionada CAF, y dotando a dinámicas como BDS de un aval y una autoridad anteriormente mucho más limitados.

Los esfuerzos en este sentido cada vez son más aterrizados y efectivos. El caso concreto del boicot a La Vuelta ha puesto sobre la mesa un eje de intervención fundamental en esta comprensión de que el internacionalismo debe ejercerse en la propia casa, desatando los propios nudos y agudizando las propias contradicciones. Se trata del impacto generado sobre una herramienta político-corporativa de primer nivel, como son las marcas-país o marcas-territorio. A todos los niveles, y en todos los territorios en los que se ha logrado detener la normal marcha de la carrera ciclista, el argumento reiterado hasta la saciedad por las autoridades ha transitado el mismo terreno: se ha perjudicado la imagen global de España, de Madrid, de Euskadi, de Bilbao, etc. Pradales, Aburto, Ayuso y Almeida han salido furibundos en defensa de las diversas nomenclaturas perjudicadas por la solidaridad con Palestina, desde la Marca España hasta Marca Basque Country.

A la postre, se trata de esfuerzos impulsados por las administraciones en colaboración público-privada con el fin de posicionar el respectivo territorio como generador de dinamismo económico, estabilidad y seguridad jurídica y política, facilitando así entornos corporativos competitivos y la captación/atracción de capitales foráneos en sectores considerados estratégicos. El caso de Bizkaia es paradigmático. Dentro de la amplia gama de ámbitos en los que esta marca-territorio se quiere operativizar (industria, turismo, logística, etc.), y de la mano de iniciativas estratégicas relativas al fortalecimiento de la capitalización empresarial en el territorio (como Invest in Biscay), nos encontramos con una apuesta denodada en favor de la atracción de grandes eventos internacionales. Es en este eje en el que se enmarca la captación de eventos como la salida del Tour de Francia de Bilbao en 2023, la Eurocopa 2021, o, en lo que aquí nos compete, las etapas de La Vuelta previstas por el territorio, en una lógica extensible al conjunto de la Comunidad Autónoma Vasca. En definitiva, una apuesta en favor de la habilitación del territorio como escenario orientado a facilitar la acumulación de capital mediante la simbiosis de instituciones públicas y empresas privadas.

La solidaridad con Palestina debe comenzar en nuestra propia casa, y pasa por dinamitar cualquier expresión de un predominio corporativo que tribute al servicio de los mismos intereses que están empujando hacia la aniquilación del pueblo palestino

Este esquema ha estallado de la mano de las protestas pro-palestinas, señalando la contradicción consustancial que existe entre el normal discurrir público-privado de la acumulación de capital y la garantía de los derechos elementales. Las airadas reacciones de los representantes institucionales −con la excepción de un Pedro Sánchez que demuestra saber leer coyunturas y pulsos sociales− señalan con nitidez el camino: la solidaridad con Palestina debe comenzar en nuestra propia casa, y pasa por dinamitar la Marca España, la Marca Madrid, la Basque Country y cualquier otra expresión de un predominio corporativo que, a la postre, tribute al servicio de los mismos intereses que están hoy empujando hacia la total aniquilación del pueblo palestino. El simbolismo de un movimiento que pone la solidaridad y los derechos por encima de un logo o una marca supuestamente intocable es de una potencia política de primer orden, y contribuye como pocos a la generación de sentido contrahegemónico.

En definitiva, la determinación popular demostrada en acciones como el boicot a La Vuelta nos muestra que, cada vez más, la liberación palestina constituye un hito de primer orden para avanzar en los propios procesos de superación sistémica en territorios como el europeo. Palestina es hoy el centro del mundo. Lo que ocurre allí no nos es ajeno, sino que nos involucra directamente y se imbrica con nuestros propios procesos transformadores, que exigen al movimiento popular una praxis internacionalista a la altura de la gravedad del momento. Hay mimbres para ello. Sigamos construyéndolos, comenzando por una respuesta popular contundente en apoyo a la Flotilla Global Sumud.

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La estrategia de la España-marca para “salir de la crisis” pasa por ampliar el poder y los negocios de “nuestras empresas”. Pero, nos preguntamos en este blog, ¿qué futuro le espera al capitalismo español? ¿Sobre qué pilares se pretende sostener el modelo de crecimiento y acumulación en los años venideros? ¿Podrán las organizaciones políticas y movimientos sociales construir contrapoderes efectivos y propuestas alternativas para confrontar los dictados de la clase político-empresarial que nos gobierna?
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