Transporte
La necropolítica de desmantelar carriles bici

Es muy triste percibir en todas las declaraciones de intenciones del PP o de Vox una falta absoluta de compromiso con la biosfera, la ecología y nuestro futuro. Es el estertor de un mundo moribundo que se niega a abandonar la vaca sagrada que es el coche privado.
Carril bici no segregado que desaparece
Carril bici no segregado que desaparece al llegar a la confluencia con otra calle de Alicante Candela Prumm
26 jun 2023 13:00

20 de junio de 2023, el diario Público nos despierta con este titular: El tráfico dispara la contaminación en España: 7,5 millones de personas respiran aire nocivo para la salud. Y añade que España incumple todas las recomendaciones de la OMS en cuanto a calidad del aire. 21 de junio, en Valencia, en contraste, el titular de la portada en papel de uno de los periódicos locales dice lo siguiente: Catalá auditará los carriles bici de Valencia y rediseñará los peligrosos. En esta misma línea, de la ciudad alicantina de Elche, nos llegan titulares como estos: Primeras acciones del PP y Vox en el gobierno de Elche: desmantelarán carriles bici. Noticias similares se repiten una y otra vez en todos aquellos lugares en los que el binomio (PP y/o Vox) han alcanzado las alcaldías. Pareciera que un modelo de movilidad u otro se posiciona como seña de identidad central de determinadas fuerzas políticas.

Primeras acciones del PP y Vox en el gobierno de Elche: desmantelarán carriles bici. Parece que el modelo de movilidad se posiciona como seña de identidad central en determinadas fuerzas políticas

En Valencia, por ejemplo, la flamante alcadesa ya ha declarado que unificará la policía y la movilidad en una única concejalía porque según ella la movilidad y la seguridad ciudadana van de la mano. Lo cierto es que su afirmación tiene el carácter de epifanía involuntaria, con enormes connotaciones que seguramente no llegue ni a imaginar, y que va más allá de su estrecha visión de la ciudad cenicienta, ordenada en torno al tráfico motorizado en la que peatones y ciclistas son arrinconados y ninguneados.

Lo explicaré: No solo es que la contaminación ambiental provocada por los vehículos de motor mate, como nos recordaba el artículo de Público. Es que, a extramuros de la ciudad y de nuestros asuntos cotidianos, cabe recordar que la hipermovilidad motorizada de personas y mercancías a lo largo y ancho del globo es una de las primeras causas de emisiones de gases GEI. Algo que está llevando la atmósfera del planeta a unas concentraciones de dióxido de carbono nunca conocidas en la historia del Homo sapiens. La última vez que la atmósfera de nuestra casa común tuvo una concentración de gases comparable a la actual fue en el Plioceno y los humanos no existíamos. Estos niveles de CO2 nos están llevando rápidamente a puntos de no retorno, pasados los cuales el termostato del planeta, (es decir el clima seguro y con patrones predecibles que nos ha permitido establecer vidas prósperas en torno a la agricultura), se averiará irreversiblemente. Así que sí, señora Catalá, la movilidad y la seguridad ciudadana van de la mano. Alimentar a una población mundial en un contexto de sequías recurrentes y eventos extremos es un desafío y una cuestión de seguridad de primer orden. Y, por consiguiente, disminuir la escala y transformar los modos de este modelo de movilidad que nos está abocando al desastre es una cuestión central y de primer orden.

La hipermovilidad motorizada de personas y mercancías a lo largo y ancho del globo es una de las primeras causas de emisiones de gases

Es muy triste percibir en todas las iniciales declaraciones de intenciones del PP o de Vox una falta absoluta de compromiso con la biosfera, la ecología y nuestro futuro. Más bien, lo que se percibe es el estertor de un mundo moribundo y aún rebelde que se niega a abandonar la vaca sagrada que es el coche privado y todo lo que encarna y significa. Pero aquellos que nos preocupamos por estos temas no debemos subestimar esta oposición. Somos primates, seres atados a nuestros sentidos y la contaminación ambiental por venenosa que sea y el cambio climático por peligroso que sea no forman parte -todavía- de nuestro mundo sensorial. De manera que es muy sencillo relegar, ignorar o negar estas cuestiones.

Se percibe el estertor de un mundo moribundo que se niega a abandonar la vaca sagrada que es el coche privado y todo lo que encarna y significa

Y, además, está sociedad capitalista secuestra lo único que de verdad tenemos: nuestro tiempo para la vida. El tiempo para los amigos, para la familia, para el descanso, para la diversión, la creatividad y la contemplación. Por eso cuando algunas personas dicen que para que otras se muevan en bici por la ciudad ellas tardan 20 minutos más en llegar al trabajo o cuando te dicen que sin su coche no podrían conciliar su vida laboral y familiar, debemos escucharlas. No hay política de movilidad ni urbanismo con alcance transformador que no atienda a las necesidades de todos los vecinos y vecinas. No hay política de movilidad ni urbanismo transformadora si hace más honda la precariedad y la desigualdad de algunas, más bien se desmenuza en perversos argumentos rentabilizados en las urnas con mucho provecho por la ultraderecha.

No hay política de movilidad ni urbanismo transformadora si hace más honda la precariedad y la desigualdad

Por esta razón, cualquier política de corte ecologista que se precie debe ir arropada por dos trabajos esenciales. El primer de ellos, la incansable e imprescindible labor de enseñar, educar y alfabetizar ecológicamente a miles y miles de ciudadanos que viven a espaldas de la ecología y del planeta. Reflexionar colectivamente sobre como satisfacer las necesidades humanas sin comprometer la vida en la Tierra y lograr que se reconozca que vivimos en un planeta finito del que somos ecodependientes y que la biosfera es el único hogar posible para nosotros y nuestros hijos.

El segundo trabajo tiene que ver con atender las condiciones de vida de las personas y no se trata aquí de mantener estilos de vida petroadictos, se trata de procurar que no sean los ciudadanos de rentas más bajas los más desfavorecidos. Y si se pretende influir en el comportamiento ciudadano con restricciones (o disuasiones) al tráfico del tipo que sean es obligatorio que a su vez se trabaje en las alternativas porque la dependencia del vehículo privado es estructural. Pondré un ejemplo muy cercano, en la ciudad de Valencia se ha invertido mucho tiempo, esfuerzo y dinero en políticas centradas en la movilidad sostenible, se ha fomentado los desplazamientos en bici, se ha peatonalizado numerosas calles y plazas y se ha bonificado el transporte público tanto el autobús como el metropolitano. Sin embargo, todas estas medidas solo han supuesto un descenso modesto -aunque bienvenido e interesante- del flujo motorizado en la ciudad porque la mayor parte del mismo es de salida y de entrada como bien nos revelan los mapas de intensidades que el ayuntamiento publica mensualmente en su web. Es muy difícil reducir significativamente la cantidad de coches que atraviesa y cruza la ciudad si no hay esfuerzo conjunto entre administraciones y no se refuerzan coordinada y consecuentemente las redes ferroviarias de cercanías. Esas cuyo servicio, frecuencia y calidad se ha menoscabado sin disimulo en los últimos años. Todo esto, a su vez, acompañado del impulso del bus-VAO, trenes suburbanos o buses Lanzadera y medidas estructurales como leyes laborales que fomenten el teletrabajo o la flexibilidad en los horarios de entrada y salida o la generalización de la semana laboral de cuatro días, etc.

Atender las condiciones de vida de las personas no se trata de mantener estilos de vida petroadictos, se trata de procurar que no sean los ciudadanos de rentas más bajas los más desfavorecidos

Es obvio que la transformación del modelo de transporte por otro más amable con el planeta y por lo tanto con nuestras vidas requiere de un consenso social que abarque a ciudadanos de toda el área metropolitana, a las distintas administraciones territoriales con competencias, a empresas y organizaciones del sector privado. Las políticas de movilidad deben responder a un esfuerzo colectivo, consensuado, planificado y paulatino con vocación de pervivencia superando de una vez la política partidista y cortoplacista. No es para menos, puesto que nos va que el planeta sea habitable (o no) en ello.

Esto es casi una utopía, una entelequia. La realidad es que existe un sector de la ciudadanía comprometida con la movilidad sostenible y algunos grupos políticos como el equipo de Joan Ribó que, en su momento, aceptaron la obligación de transformar la ciudad de Valencia y que, con mayor o menor fortuna, con errores y aciertos, estaban transformándola. Y por el otro lado, tenemos a otra fracción de la ciudadanía disconforme que se siente agraviada y perjudicada por el cambio, que depende psicológica y materialmente (y es muy pertinente este último adjetivo) de su coche y que no asumen el signo de los tiempos. Este sentimiento es recogido con facilidad por las opciones conservadoras que transmutan en votos la destrucción de los carriles bici.

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No hay modo superar este escollo, esta brutal polarización, si no se trabaja esta renuencia con mucha pedagogía y medidas sociales inclusivas que cuenten con todos la ciudadanos y que demuestren de una vez por todas que relegar el coche al museo de la historia nos beneficia a todos. Si no se hace este trabajo lo que tendremos periódicamente es el urbanismo de la revancha, los abanderados de la libertad encaramada al tubo de escape y la necropolítica que desmantela carriles bici.

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