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Tecnología
Inteligencia artificial, el trabajo humano en peligro
La automatización del empleo provocada por los avances en robótica e inteligencia artificial aboca a la humanidad a replantearse las relaciones entre trabajo y vida.
Coordinador de la sección de economía
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com
Se llama Baxter. Es ligero, fácil de adiestrar y puede realizar multitud de operaciones tales como tareas de montaje, empaquetar productos, cargar y trasladar objetos u ocuparse de los mandos de una máquina. Pero lo que hace tan revolucionario a este humanoide, capaz de aprender movimientos con sólo mostrarle cómo hacerlo desplazando sus brazos, es su precio: 22.000 dólares, una cifra por debajo del coste salarial anual de un trabajador en cualquier país europeo.
Las ventas de robots se incrementaron un 15% en 2016 respecto al año anterior, tal como indica el informe The Impact of Robots on Productivity, Employment and Jobs de la Federación Internacional de Robótica. Según este, 2,5 millones de robots industriales estarán trabajando en 2019 y su presencia en establecimientos y fábricas se incrementará a un ritmo del 12% anual hasta entonces. Cada uno de ellos reemplazará —o ya ha reemplazado— a un ser humano. O a varios.
Gordon E. Moore, cofundador del fabricante de procesadores informáticos Intel, vaticinaba en 1965 que el número de transistores de un circuito integrado se duplicaría anualmente. Dio en el clavo una década más tarde, cuando redefinió el periodo a dos años. Desde entonces su predicción se ha mantenido. El crecimiento de la capacidad informática, el avance de la tecnología y, sobre todo, la aparición de la Inteligencia Artificial (IA) —con el machine learning (aprendizaje automático) en pleno auge, el big data (inteligencia de datos) y el cloud computing (informática de servicios en “la nube”) ya integrados en las grandes corporaciones— han hecho que la oleada de automatización que comenzó en los 70 se haya desbordado en los últimos años. Es un proceso que está en apogeo y ya ha sido bautizado como la Cuarta Revolución Industrial.
Pero esta revolución no afecta solo a la industria. El gigante de la logística Amazon presentaba el pasado abril su nuevo almacén automatizado en Castellbisbal (Barcelona), donde 3.500 unidades de Drive, un robot capaz de mover hasta 1.300 kilos, se encargarán a partir de octubre de organizar los pedidos de la empresa en un recinto de 17.148 m². Un inventario organizado mediante algoritmos que utilizan el big data del que dispone la compañía a nivel global para predecir las necesidades de género de cada mercado.
En mayo, la plataforma médica Mediktor presentaba el primer médico virtual que diagnostica, según la misma, con un 91% de acierto, y el hospital privado IMED de Valencia adquiría un robot Da Vinci XI para operaciones de cirugía de precisión.
Ya existen en San Francisco restaurantes de comida rápida que cocinan 360 hamburguesas por hora mediante un sistema automatizado, y la cadena japonesa Kura utiliza robots para preparar sushi, con camareros sustituidos por cintas transportadoras.
El sector del coche autónomo avanza a pasos agigantados y en California ya hay legislación para su implementación en las carreteras. El motor de inteligencia artificial Quill redacta noticias sobre deportes, economía o política para medios de comunicación como Forbes a un ritmo de un texto cada 30 segundos. Y el robot SW 6010, fabricado por la española Agrobot, selecciona y recoge las fresas maduras en campos de varios países con sus brazos robotizados dotados de visión artificial.
Transformación laboral
Para bien o para mal, el mundo del trabajo —en la práctica totalidad de sus facetas— va a sufrir una profunda transformación. Nada menos que el 54% de los empleos de la Unión Europea está “en riesgo de automatización”, según el informe Technology at Work de la Universidad de Oxford y Citibank, cifra que aumenta considerablemente en países como India o China.El gran debate en cuanto al futuro que nos depara esta nueva revolución industrial rodea una pregunta: ¿evolucionarán la sociedad y el empleo como en anteriores revoluciones industriales o será diferente esta vez?
Son muchas las voces que tachan de alarmistas y “luditas” a aquellos que temen que esta automatización del trabajo vaya a dejar a millones de personas sin la posibilidad real de conseguir un empleo. La confianza en que el sistema capitalista encontrará la manera de evolucionar para reconfigurar el mercado laboral es defendida por amplios sectores.
“No creo que sea una mayor amenaza que innovaciones anteriores”, defiende José Luis Aznarte, del departamento de Inteligencia Artificial de la UNED, al explicar que hay un riesgo y una amenaza de que muchos puestos de trabajos desaparezcan, pero que también tenemos las herramientas para invertir ese problema. “Puede ser que estemos ante un cambio en la economía y que sea tan grande que se produzca un vuelco, especialmente en el panorama de las clases oprimidas, pero no caería en el alarmismo”, afirma Aznarte.
Sergio Salgado, de la plataforma Xnet, defiende que sí existe un factor que diferencia esta etapa: “Cuando en la segunda revolución industrial las máquinas sustituyeron al humano en el trabajo físico, éste tenía un segundo campo a donde poder emigrar. Se pasó al campo del trabajo mental. Pero ahora no hay un tercer campo al que migrar”.
Por ello, plantea dos posibles escenarios: “Que esto sea el fin del trabajo, como pivote de nuestra sociedad en la que tienes que ganarte la comida con el sudor de tu frente. O, como ha pasado otras veces a lo largo de la historia, que el humano sea desplazado de ese campo de trabajo a otro y que la sociedad evolucione de una manera más rápida, creando otra mucho más compleja que ofrezca trabajos que ahora mismo no podemos ofrecer”.
Otras voces, como la del investigador sénior del Robotics Lab de la Universidad Carlos III Alberto Jardón, opinan que este cambio del mercado laboral afectará de manera diferente a los países según lo preparados que estén. “Las naciones que van a tener más problemas para poder asumir este cambio serán aquellas en las que se haya invertido menos en educación y en Investigación y Desarrollo, porque van a estar menos preparadas para los cambios”.En la misma línea, Carme Torras, del Institut de Robòtica i Informàtica Industrial CSIC-UPC, alega que “los países que tengan más formación en estas tecnologías van a tener menos tasa de desempleo”. Además, según plantea, “los países donde la tasa de parados es más baja son los que están más automatizados, como es el caso de Corea del Sur”.
Una amenaza real
Independientemente del grado de impacto, es un hecho que los puestos de trabajo menos cualificados están amenazados, no solo en las fábricas. “Trámites realizados antes por las administraciones o, por ejemplo, en el sector de la telefonía, han sido sustituidos por herramientas informáticas, y esto va a continuar en el futuro”, indica Torras.De cajeros automáticos, expendedoras de tabaco y máquinas de café hemos pasado a cajas sin dependientes en grandes superficies, servicios de atención al cliente automatizados y asistentes de voz como Alexa —de Amazon—, un dispositivo que está causando furor en EE UU, capaz de realizar compras online con solo escuchar la voz de su propietario.
Sin embargo, en los despachos de dirección también tienen que echarse a temblar. “Watson, la gran apuesta de IBM en Inteligencia Artificial, va a llegar al mercado a finales de año y su objetivo es sustituir a todos los directivos”, apunta Salgado.
Este sistema de inteligencia artificial y cognitiva es capaz de analizar inmensos volúmenes de datos no estructurados, entender preguntas complejas y presentar respuestas y soluciones.Es una plataforma que adelanta lo que Martin Ford, escritor y fundador de una empresa de desarrollo de software en Silicon Valley, ya plantea en El auge de los robots: la tecnología y la amenaza de un futuro sin empleo: “Muchos empleos para profesionales cualificados —incluyendo abogados, periodistas, científicos y farmacéuticos— se han perdido a causa del avance de la tecnología de la información. Y no son los únicos. La mayoría de los trabajos son rutinarios y predecibles en alguna medida, y son muy pocas personas las contratadas para llevar a cabo tareas verdaderamente creativas”.
El contexto que da lugar a Watson no existiría sin internet. “La red fue la verdadera revolución”, destaca Torras. “A partir de ahí se recogen grandes cantidades de datos, a lo que todos contribuimos gratuitamente”.
La conjunción de esa ingente cantidad de información —o big data— y la reciente capacidad para procesarlos ha dado lugar a que los algoritmos ‘aprendan’ y ofrezca soluciones. “Ese es el gran paradigma”, apunta Jardón, “esos algoritmos de inteligencia artificial pueden extraer información útil de un gran conjunto de datos de una manera rápida”. Por lo tanto, tal como remarca la investigadora, “si la toma de decisión se basa en manejar un montón de datos, la máquina es superior”. Millones de trabajos, basados en las tomas de decisiones rápidas o sensibles, podrían desaparecer a corto plazo.
Pero no todo es blanco o negro. En los empleos en los que se requiera un gran procesamiento de datos pero haya necesidad de una decisión y supervisión humanas se tenderá a una “potente simbiosis”, como la califica Torras, entre humano y máquina. “La máquina hará la parte para lo que está mejor dotada y el hombre tomará la decisión”.
Además, como expone Jardón, la nueva tecnología creará otros empleos que se desarrollarán de forma paralela, tal como pasó con la era internet. “Hace 20 años no se podía prever que habría tantos empleos en gestores de información como programadores de páginas web o generadores de comercio electrónico”.
Renta no vinculada al trabajo
Estamos acostumbrados a que la defensa de una renta básica universal (RBU) provenga siempre de sectores sociales o partidos de izquierda, pero el panorama que nos presenta la robotización del mundo laboral ha puesto en boca de las personas más poderosas del mundo la RBU como una solución.Prueba de ello es que por segundo año consecutivo, ha sido uno de los debates principales del Foro Económico Mundial, comúnmente conocido como el foro de Davos.
Este evento, que reúne todos los años a las personas más influyentes del planeta, invitó a expertos en la materia para defender la RBU como un paliativo a las consecuencias del mercado laboral del futuro, aunque sus motivos no sean exactamente los mismos que defienden sectores de la izquierda, tal y como opina Juan Gimeno, presidente de la ONG Economistas Sin Fronteras, al decir que “en Davos se habla de RBU porque son conscientes de que la falta de cohesión social e injusticia crecientes son un polvorín; la ven como un seguro para que el sistema no explote, no como un elemento de justicia social como lo vemos nosotros”.
En la meca tecnológica del planeta y de donde salen muchos de esos avances tecnológicos, Silicon Valley, también se está debatiendo y experimentando sobre la posibilidad de implantar esta medida.
El fondo ‘acelerador’ de empresas tecnológicas Y Combinator ha realizado un experimento en el que repartía entre mil y dos mil dólares a cien familias en la ciudad de Oakland durante un año para estudiar los efectos de esta medida sobre la sociedad.
Además, el “Economic Security Project”, un think tank compuesto por profesores de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos y fundadores de algunas de las empresas tecnológicas más exitosas, defiende en su web que “la automatización, la globalización y la financiarización están cambiando la naturaleza del trabajo, y estos cambios nos obligan a repensar la manera de garantizar oportunidades económicas para todos”. Hecho que prueba la preocupación de los mismos gurús de la innovación sobre el futuro de una sociedad donde no habrá una oferta laboral capaz de propiciar un sustento para gran parte del planeta.
¿Robots pagando IRPF?
Vista la insólita situación de que los sectores más sociales y liberales planteen la misma solución, falta idear un sistema que pueda soportar esa RBU y la falta de ingresos que provocará la disminución de la masa laboral total.El debate sobre un posible impuesto a los robots repuntó con fuerza cuando, en febrero de este año, el fundador de Microsoft, el millonario Bill Gates, explicaba en una entrevista en la revista Quartz que “si un robot viene a hacer lo mismo que un humano, se podría pensar en que pueda tributar a un nivel similar”. Las reacciones ante tal afirmación no se hicieron esperar y fueron muchos los que tacharon de loco a Gates.
“La idea de introducir un impuesto robot tendría un impacto muy negativo en la competitividad y el empleo”, ha declarado la Federación Internacional de Robótica con sede en Frankfurt, después de que la propuesta de gravar a las empresas que automaticen su producción llegara a instancias europeas.
La Comisión Europea se ha visto obligada a pronunciarse al respecto. Una resolución aprobada en febrero por el Parlamento establece que se estudie la posibilidad de regular la ética y funcionamiento de esos robots. Una coalición compuesta por liberales y conservadores bloqueó la posibilidad de que la resolución hable de destrucción de empleo, de renta básica y de impuestos a los robots.
Los límites de la IA y la robótica en el mundo laboral, a día de hoy, están claros para Carme Torras: “Hay dos habilidades que las máquinas no van a poder sustituir por el momento: la creatividad, tareas donde cada problema es distinto y, por tanto, no existen montones de datos que analizar, y el contacto social, la empatía, todo lo que son tareas de tipo social”.
En ello coincide Aznarte, para quien “es muy difícil sustituir todos los trabajos que comporten una parte creativa” y no ve posible que una máquina escriba hoy una buena crónica periodística.
Ahora bien, “otra cosa es una basura de crónica”, plantea. Y es que, para él, “si queremos rebajar los estándares lectores de nuestra sociedad, el problema no está en la máquina, sino en la sociedad”. Este experto aporta un ejemplo: “El traductor de Google sirve para hacerte una idea de qué estás leyendo, pero son textos sin calidad”.
En la misma línea Jardón indica: “Si lo que quieres es una descripción objetiva de los hechos sin ningún aporte de subjetividad, posiblemente podamos llegar a tener un sintetizador de texto que sea gramaticalmente correcto e incluso pueda generar un poco de formato. Hay algoritmos de aprendizaje y existen millones de crónicas, pero yo creo que al final el consumidor es cada día más exigente en cuanto al tipo de producto que quiere conseguir”.
Lo que está claro es que, con sus limitaciones actuales, la inteligencia artificial y la robótica seguirán desarrollándose a pasos agigantados durante los próximos años. La duda es cuál será su función. “Esta es la clave del asunto, porque el problema no es la inteligencia artificial, sino para qué se está usando”, expone Aznarte. “Yo echo en falta líneas de investigación en esta disciplina para orientar la investigación no solo a la maximización del beneficio de unas cuantas, sino a hacer mejor la vida de todas las personas”.
Y es que en la ética y los valores están muchas respuestas sobre el mundo del futuro. Ética para un buen uso de la tecnología y valores que programas y robots tendrán en su núcleo. Ya lo plantea Torras: “Hay que enseñar ética a todos los niveles, desde programadores y diseñadores de robots a usuarios y distribuidores. Esto es esencial, porque el uso que se va a hacer y la manera en que la informática y los robots se van a desarrollar depende mucho de los programadores que hay detrás, de los valores éticos que quieran poner en esos dispositivos”.
“Un robot puede ayudar a una persona mayor con una movilidad reducida a ponerse los zapatos, a buscar cosas cuando esté descansando o a traer un vaso de agua”, plantea la investigadora del Institut de Robòtica i Informàtica Industrial, Carme Torras. Su equipo está desarrollando el sistema I-DRESS, con aplicaciones como ayudar a vestirse a personas con problemas motrices o hacer camas en hospitales. Proyectos como este, indica, “liberarían de trabajo a personal asistencial, que podría realizar otras tareas, como empatizar con el enfermo o la persona mayor”.
La cultura popular ha recogido esta idea en repetidas ocasiones, desde El cortador de césped a Matrix, pero lo cierto es que la contraposición entre un “mundo virtual” y uno “real” ha perdido sentido en los últimos años. A medida que la conectividad ha dejado de verse como un hecho puntual para pasar a ser un estado constante, tiene más sentido hablar de la convivencia entre “virtual” y “físico”, ya que en nuestro día alternamos estos dos espacios continuamente. Buen ejemplo de ello es el éxito —como mínimo mediático— de la aplicación Pokémon Go, lanzada al mercado en verano de 2016. El videojuego es el paradigma de la llamada realidad aumentada, que no conecta al usuario a un mundo separado del suyo, sino que añade una capa de información suplementaria al entorno, permitiéndole interactuar y jugar con ella, combinando los planos “virtual” y “físico” en todo momento.
Sea en el formato que sea, basta pasear por cualquier ciudad para detectar el poder absorbente de otro artefacto reciente en la historia de la humanidad: la pantalla. Una superficie que está presente en todos los escenarios de la vida cotidiana, del transporte público a la consulta del médico, pasando por la oficina, el gimnasio o el avión. En un planeta de 7.400 millones de personas existen 7.000 millones de números de teléfono, por lo que cada vez parece menos posible escapar de esta mediación tecnológica. Un dispositivo que de un modo más sutil y menos alienante de lo esperado, ha convertido en presente el temido escenario de la conectividad total.
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