República del Sudán
            
            
           
           
El Fasher: la última matanza que revive el horror en Sudán
           
        
        
Amani lleva días sin apenas dormir ni comer. El martes 28 de octubre recibió una llamada que le hizo estremecer, todo su mundo se paró de inmediato: sus dos hermanos habían sido asesinados en la capital de la provincia sudanesa del Norte de Darfur, El Fasher. Otro de sus familiares estaba retenido, y para liberarlo con vida, las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) pedían alrededor de 1.000 euros de rescate, una cifra inalcanzable para ella.
“Un conocido me llamó para comunicarme la noticia. Al menos no ha sido como en otros casos, en los que los mercenarios mismos han cogido los móviles de aquellos a los que han asesinado, hacen una foto del cuerpo sin vida y la envían al grupo de la familia”, cuenta Amani desde un pequeño local a las afueras de el Cairo. Ella logró escapar de Darfur hace justo un año, como cientos de otros sudaneses que huyeron al país vecino antes de que la situación empeorara.
De haber tardado en llegar a Egipto, quizá no lo habría contado: desde el día en que Amani recibió aquella llamada, se ha sabido que al menos 1.500 civiles fueron ejecutados y masacrados por las FAR. El 27 de octubre, este ejército consiguió entrar en El Fasher tras forzar la retirada del Ejército sudanés. La magnitud de la matanza ha sido incluso captada por imágenes satelitales, en las que se distinguen rastros de sangre y fosas comunes visibles desde más de 700 kilómetros de altura.
Las FAR, hoy dirigidas por Mohamed Hamdan Dagalo “Hemedti”, se han convertido en un ejército paralelo con financiación procedente del comercio de oro
Nadia —que llegó a Egipto por las mismas fechas que Amani— busca en la galería de su teléfono las fotografías de cuatro seres queridos que han desaparecido. Les llama, pero no obtiene respuesta. Zainab, una de las últimas en llegar a Egipto hace apenas un par de meses, es incapaz de contar el número total de pérdidas en su familia. “Si lo pienso, pierdo la cuenta”, susurra a través de su velo negro, con el que guarda luto desde hace días.
Los recuerdos que dejaron atrás en la ciudad que vio nacer y crecer a estas tres mujeres, han sido reducidos a polvo. Algo que temían que sucediera tarde o temprano, desde que El Fasher cayó bajo un asedio total en mayo de 2024.
El Fasher, Darfur, y la guerra por los recursos de Sudán
La misma milicia que llevó a cabo la matanza de miles de personas conocida como el genocidio de Darfur de 2003 es la que, la semana pasada, dejó las horribles imágenes que Amani, Nadia y Zainab describen desde El Fasher. Se trata de los Janjaweed, o como se les conoce hoy, las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR).
Aquellas milicias actuaron bajo las órdenes directas del régimen de Omar al-Bashir. Contaban con financiación y armas del propio Estado sudanés. La violencia que ejercieron llevó a que la Corte Penal Internacional acusara a Bashir de crímenes de guerra y genocidio.
Dos décadas después, aquellas milicias han renacido con otro nombre y un respaldo diferente. Las FAR, hoy dirigidas por Mohamed Hamdan Dagalo “Hemedti”, se han convertido en un ejército paralelo con financiación procedente del comercio de oro y respaldado militar y logístico por Emiratos Árabes Unidos.
“Las FAR llevan años queriendo controlar esta región por su valor estratégico, y es que aparte de albergar muchas de las minas de oro, es un punto clave entre tres países: Libia, Chad y la República Centroafricana,” nos cuenta Mahgoub Mohamed, miembro activo de la comunidad sudanesa en El Cairo.
Si bien Darfur dispone de amplios recursos como el hierro, el níquel, el uranio o el cobre; el oro es el más destacado. Un informe de las Naciones Unidas relataba en 2024 que las explotaciones auríferas artesanales de la región representaban el 30% de la producción de oro del país entero. Su posición, junto a países en situación inestable, facilita la fuga de oro que después se transporta a los grandes mercados de compraventa, especialmente, Dubái.
Este enclave en el Golfo Pérsico se ha convertido en el centro neurálgico del comercio mundial de oro, donde se concentra una cuarta parte del negocio global. Pero tras ese brillo, organizaciones como Swiss Aid, Global Witness o The Sentry muestran que buena parte del mineral que llega a los Emiratos Árabes Unidos procede de Sudán, y de las minas de Darfur concretamente.
“Ahora que las FAR han conseguido entrar, va a ser muy difícil sacarlas, ya que su intención es instalar aeropuertos en la región para poder realizar su comercio de manera directa”, teme Mahgoub, también originario de Darfur, que dejó atrás el país poco después del genocidio de 2003. “Va a ser un área de comercio donde no necesitan a los civiles, los matarán a todos, y traerán mano de obra extranjera como hacen con sus combatientes”, denuncia.
Entre los mercenarios desplegados figuran no sólo sudaneses procedentes de las capas más humildes y con escasas oportunidades educativas, sino también de los países vecinos, ex-militantes colombianos, e incluso, dice Mahgoub, algunos procedentes de la India.
Quien puede escapa, mientras la esperanza por la paz se desvanece
Desde que la masacre de El Fasher comenzó entre el 27 y el 28 de octubre, la población de aproximadamente 250.000 habitantes de la capital del estado de Darfur del Norte ha intentado huir de la ciudad. Su plan era resguardarse en la ciudad de Tawila, a unos 75 km, que aún se considera un enclave seguro fuera del control de las FAR.
Sin embargo, organizaciones como el Comité de Rescate Internacional o el Consejo Noruego para los Refugiados advierten de que “sólo unos pocos miles” han llegado a la ciudad vecina. Malthide Vu, responsable de defensa del Consejo Noruego para los Refugiados, afirma que el reducido número de personas que han llegado a Tawila en los últimos días “debería ser motivo de preocupación para todos nosotros”.
En El Cairo, Amani, Nadia y Zainab explican que las especulaciones que reciben desde Sudán son poco esperanzadoras. “Creemos que las FAR les han rodeado durante el camino, y que la gente se encuentra atrapada en las montañas. Si no los matan las milicias, morirán de hambre.”
“He oído casos en los que las FAR han pedido dinero para dejar pasar a la gente, a ellos o a sus familiares fuera de Sudán,” dice Amani con tristeza. “Es en vano. Muchas veces, después de recibir el dinero, les matan igual.”
La situación en Darfur ha despertado el miedo entre aquellos que habían regresado a Sudán cuando, hace unos meses, el Ejército sudanés logró en mayo liberar Jartum, la capital del país, tras dos años de combate.
Muawiyah Khaled, quien había estado viviendo en El Cairo desde el comienzo de la guerra en 2023, regresó a Jartum. Desde allí, dice ahora arrepentirse de haber vuelto, y prepara la manera de regresar a Egipto.
“La gente está huyendo desde el oeste al este de Sudán, e incluso Jartum se está quedando desierta. En la capital vivimos con miedo constante por los drones de combate que pasan por encima de nuestras cabezas. Aunque no bombardean zonas residenciales, atacan el aeropuerto y zonas del ejército cercanas a nosotros,” escribe Muawiyah desde Sudán.
Vivir en el exilio como refugiado no es fácil. En Egipto, donde hoy viven más de 116 millones de personas, los sudaneses encuentran pocos sitios donde ganarse la vida. Amani y las otras mujeres trabajan en el campo por poco más de un euro al día.
Ellas, como otras mujeres que consiguieron salir de El Fasher antes que los hombres, esperaban reagruparse en Egipto, piensan que juntos, trabajando, sería más fácil salir adelante. Ahora que sus familiares han sido asesinados, no saben qué será de su futuro. “Sólo queremos un lugar seguro,” suspira Amani. “Y que la gente nos vea y hable de lo que está pasando en Sudán. Ahora, eso es lo único que importa”, concluye.
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