Sistémico Madrid
Los Gallardo, raíces profundas
La tercera fortuna de Catalunya aloja en un piso de Madrid la sociedad que articula su imperio farmacéutico y sanitario, valorado en más de 3.000 millones de euros.
Quienes les han conocido dicen que cultivan un miedo maquinal a la celebridad. A que los dos hermanos, sus seis hijos y sus 19 nietos puedan ser reconocidos o localizados dentro y fuera de Pals, Mahón, Pedralbes y otros lugares comunes de la familia. Y eso que llevan años refregándose entre las familias más ricas del país. Quizá por eso, en el piso dos de la avenida Reina Victoria de Madrid, 58, parece que no haya nada. Res de res. Nihil, nothing, niente. Un pisito —apenas 70 metros cuadrados— donde nada llama la atención salvo las dos banderas de España descoloridas por el sol que cuelgan de la ventana. Un pisito que aloja la joya de la corona de sus negocios, el Grupo Corporativo Landon, con el que controlan su 66% de la farmacéutica barcelonesa Almirall.
Jorge Gallardo (1941), el presidente de Almirall, es contenido y nervioso. Suele quitarse las gafas y se frota la nariz aguileña cuando se dirige al público con palabras convincentes como “innovativo” o “senior management meeting”. En 2015, antes de las elecciones catalanas del ya lejano 27S y, según la moda de entonces, mediante un plasma, se sintió moralmente obligado transmitir sus desvelos a los empleados de la farmacéutica: “Nunca hemos mezclado el tema político con el empresarial”, pero “en las próximas elecciones se plantea por parte de algunos partidos la posibilidad de declarar unilateralmente y sin diálogo la independencia de Catalunya”. “Esta posibilidad —añadía— iría en detrimento de nuestro buen funcionamiento, ojalá no lleguemos a estos extremos”.
No hay duda de la catalanidad de las raíces y de algo del ramaje. La sede de Almirall está en Barcelona, al igual que gran parte de su plantilla
“La compañía tiene profundas raíces catalanas”, recordó entonces también el dueño del fabricante del Ebastel y el Almax. No hay duda de la catalanidad de las raíces y de algo del ramaje. La sede de Almirall está en Barcelona, al igual que gran parte de su plantilla. También las dos sociedades patrimoniales de los hermanos se gestionan desde la sexta planta de un edificio de oficinas de su propiedad, en Vía Augusta, 200. Pero no Landon, que es el tronco. Hace dos años, el sector farmacéutico asentado en el cordón industrial de Barcelona decidió en bloque —con Almirall, Esteve, Ferrer y Puig como referencias locales— que no mudarían sus empresas fuera de Catalunya como medida de presión —5.700 sí lo han hecho—. Landon no lo necesitaba, siempre tuvo su sede social en Madrid.
Pero el presidente de Almirall no es el único de la familia que se moja en política. Susana Gallardo (1964), que se casó con el concejal francocatalán Manuel Valls este verano, dedicó la lluviosa mañana del 1-O a pasearse cámara en mano por varios centros electorales enroscada en una bandera de España. “Aquí votamos todos. He votado en cuatro colegios ya. Este vídeo lo mandaré a la CNN”. Uno de sus hijos, Alberto Palatchi (Barcelona, 1991), se afilió al PP cuando tenía 21 años e ingresó en la junta directiva de Xavier García Albiol en 2016.
Los miembros del clan Gallardo Ballart se reparten un patrimonio que ronda los 3.000 millones de euros. También son dueños de edificios de oficinas, hoteles y participaciones de lo más diversas, así como de cerca de 500 millones en inversiones financieras. En 2012 asaltaron el negocio de la sanidad privada y compraron a Adeslas sus hospitales. Hoy, su firma Goodgrower explota bajo el paraguas de Vithas el segundo grupo hospitalario más grande del Estado.
Al tiempo que creaban Vithas, los hijos del farmacéutico Antonio Gallardo Carreras se beneficiaban de la amnistía fiscal de Cristóbal Montoro, regularizando 112,9 millones de euros, según destapó la investigación Los Papeles de la Castellana.
Tras toda una vida agitada en el mundo de los negocios, Antonio Gallardo Ballart (1936), el más mayor de la familia, pasa hoy por un risueño mecenas de la paleontología a través de la Fundación Palarq. En 2016, donó parte de su colección de arte al Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC). Valiosas tablas góticas y medievales procedentes de iglesias de Castilla y Aragón que obraban en su poder y cuya dación le evitarán pagar futuros impuestos. “En el mundo de los negocios la gente normalmente solo piensa en una cosa: en el dinero y en cómo llegar al dinero”, dijo a principios de este año. “Es mucho más divertido dar dinero que tratar de ganarlo”, añadió. Pero sin pasar por el fisco, no vaya a ser que con sus impuestos se construya un hospital público.
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