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Sindicalismo social
Sindicalismo y feminismo: “La idea de individualización del trabajo es contraria a cualquier lucha por los derechos de la mujer”
2020 es el año en el que no hubo huelga del 8 de marzo pero que visibilizó mejor que nada cuales son los trabajos esenciales que sostienen la vida y la falta de valor que el capitalismo da a muchos de ellos.
Bajo el lema ‘Trabajadoras somos todas’, unas jornadas que pretenden continuar con el legado de las manifestaciones feministas del 8 de marzo evidenciando que hay más trabajo que el asalariado y dando un paso más en la consolidación del sindicalismo con perspectiva de género. ‘Explotación’ y ‘extractivismo’ son dos términos sobre los que gira la teorización de lo que millones de personas sienten cada día: vivir para trabajar, el desengaño de la meritocracia, la irracional injusticia de que unos empleos sean más valorados que otros. Como bien dice Raquel Gutiérrez Aguilar -matemática, filósofa y socióloga mexicana- las violencias patriarcales y capitalistas se amalgaman y se retroalimentan. “Necesitamos una reflexión muy de fondo sobre lo que llamamos como trabajo que crea y sostiene”, asegura, advirtiendo de que lo que se considera que genera valor y debe estar retribuido en el actual sistema, es “solo una parte del cúmulo de trabajo que sostiene la vida”.
De un trabajo que se ha visto como esencial, pero no está retribuido como tal, saben muchos las trabajadoras del hogar. Y más si son migrantes y/o racializadas. “Si un día nosotras paramos, las que trabajamos como cuidadoras y las que lo hacen sin cobrar, el sistema no funcionaría. El trabajo productivo no es posible sin el reproductivo”, afirma de manera contundente Costanza Cisneros, del colectivo Territorio Doméstico y del Observatorio ‘Jeanneth Beltrán’. Ella y sus compañeras están convencidas de que si estos trabajos los hicieran los hombres, no estaría invisibilizados, serías bien retribuidos y solicitados. De “trabajo exclavista” tachan el caso de las internas que en momentos de pandemia y con el Estado de Alarma han vivido cinco meses encerradas trabajando 16 horas diarias, durmiendo a los pies de las personas que cuidan, al no poder salir ni tomarse los días de descanso. Una falta de desconexión con el trabajo que muchas y muchos han descubierto por las condiciones en pandemia. “De esto ya saben las personas que trabajan en sectores en desregularización perpetua, para enfrentarnos al neoliberalismo que viene. Del teletrabajo o cuando se tiene que atender un mail, saben mucho las internas o las jornaleras marroquíes, que viven donde trabajan”, explica la abogada Pastora Filigrana.
Como advierte Graciela Gallego desde el Sindicato de Trabajadoras del Hogar y de los Cuidados, cuando son despedidas no tienen derechos reconocidos a otros trabajadores
Un sistema además que no recompensa el esfuerzo o la dedicación, porque como advierte Graciela Gallego desde el Sindicato de Trabajadoras del Hogar y de los Cuidados, cuando son despedidas no tienen derechos reconocidos a otros trabajadores. Nada menos que ocho años llevan esperando a que se ratifique el Convenio 189 de la OIT. “No es justo que yo esté trabajando siete años en una casa y que de la noche a la mañana salga con una mano delante y otra detrás”, explica y añade otros puntos que reivindican como estar dentro de la ley de riesgos laborales, la vulnerabilidad de la cotización y las horas reales que hacen y se registra. “Hay que demostrar a la sociedad que el trabajo que hacemos tiene valor real y social”, mientras lanza el guante de hacer una asociación de empleadores y ser la patronal del sector. “Querían brazos y llegamos personas”, reflexiona Costanza Cisneros visibilizando en este encuentro organizado por la Laboratoria, espacio de investigación feminista, que de las 600.000 mujeres trabajadoras del hogar que hay en España, unas 200.000 no cuentan con la documentación regularizada.
Precariedad, pobreza y deuda
Otro de los términos analizados es la ‘deuda’. Lotta Meri Pirita Tenhunen, del grupo de mujeres de la PAH de Vallekas, define este concepto como “una opresión”. “Es un mecanismo que extrae nuestra fuerza vital y nuestra fuerza de trabajo” y, continúa, nos hace consentir condiciones laborales que nunca aceptaríamos en otras circunstancias y va en contra de las luchas sociales pasadas. Ella denuncia que las situaciones de endeudamiento van mucho más allá de tener una casa en propiedad: están los préstamos para estudiar, para poder cuidar a un mayor, en emergencias sanitarias, para el acogimiento familiar, para poder tener las herramientas que nos permitan seguir trabajando, etc. “La deuda viene a reemplazar el espacio que tienen los derechos. Creíamos que teníamos derecho a estudiar y tenemos derecho a pedir un préstamo para estudiar”, enumera y recuerda que, las soluciones, deben pasar por hablar de una renta universal, la remuneración de los cuidados en el hogar y las demás alternativas propuestas.
En la raíz de todos los atropellos laborales, las desigualdades de género y las situaciones más extrema, se encuentra siempre un elemento común: la pobreza. Así lo recuerda María José Barrera, del Colectivo de Prostitutas de Sevilla, que recuerda que su lucha, de reconocimientos, derechos y seguridad no es ni más ni menos que para que “las hijas de muchas mujeres no tengan que abocarse a la prostitución por culpa de la pobreza”. Barrera recordó que muchas de las ayudas asistenciales que ofrecen en concreto en el ámbito local son “migajas” y no los derechos que las mujeres merecen poara tener un trabajo y una vida digan, poniendo además la contradicción de la regulación que sí han tenido proxenetas y negocios del sexo pero que han dejado desprotegidas a las mujeres.
Pobreza como a la que está llevando ciertas fórmulas empresariales que buscan una situación de privilegio en cuanto a la relación laboral con los trabajadores y, sobre todo, con las trabajadoras. Por eso, Nuria Soto, de Riders x Derechos, puso el foco en el caldo de cultivo que supuso el mundo de los repartidores de plataformas online que gracias a su lucha colectiva han logrado que se les reconozca la realidad de falsos autónomos que viven miles de personas vulnerables. “En este sector, ha evolucionado tanto los neologismos que las palabras que usan nada tiene ver con la realidad”, comenta Soto, que explica que en lugar de hablar de despido hablan de ‘desconexión’. “Lo que hacen es reproducir la desigualdad de siempre pero cambiando el lenguaje de siempre, como la imagen de una mujer repartiendo con sus hijos. Ellos los llaman ‘conciliación’, pero es precariedad”, comenta en referencia a la imagen de la repartidora rusa en metro que tiene que trabajar con sus dos hijos al no tener con quién dejarlo. “Esto no es un problema sectorial, es un reflejo de un problema social que estamos viéndolo ya en otros sectores. Ahora apelan a que las leyes son antiguas y el modelo es innovador, pero en realidad es la precariedad de siempre”, explica.
Pastora Filigrana: “Lo que está pasando ahora es que están intentando desregularizar otros sectores que sí que lo estaban y quieren hacernos pensar que trabajadores y empresarios están en el mismo nivel para negociar”
El caso de los riders, donde las mujeres son una minoría, ocurre como en otros sectores: no disponer de un centro de trabajo ni poder tejer una red entre compañeros y compañeras hacen que los trabajadores no puedan unir fuerzas. “Nos organizamos para romper con el aislamiento que tenemos. Sabemos que cuando trabajamos en un domicilio estamos solas, tenemos que aguantar pero resistimos para lograr hacer del trabajo digno”. Es una reflexión de Amalia Caballero, de Territorio Doméstico, pero que podría firmar las trabajadoras domésticas, los falsos autónomos, las jornaleras, las que son empleadas en la economía sumergida. “Gracias a la lucha obrera —explica la abogada y activista Pastora Filigrana—, hemos entendido que los trabajadores y las trabajadoras están en una situación de desventaja frente al empleador. Ha costado siglos entender esto y que haya cierta protección para equilibrar las fuerzas. Ya hay pocas en el sector del trabajo doméstico y lo que está pasando ahora es que están intentando desregularizar otros sectores que sí que lo estaban y quieren hacernos pensar que trabajadores y empresarios están en el mismo nivel para negociar con figuras como los riders o los falsos autónomos”. “Los lobbys no pretenden otra cosa que cargar en la clase obrera las responsabilidades de las empresas”, sentencia Nuria Soto que advierte que “la idea de individualización del trabajo es contraria a cualquier lucha por los derechos de la mujer”.
Organización, reivindicación y herramientas sindicalistas
“Las herramientas del amo nunca desmontará la casa del amo”, recita Marta Malo, de la organización de las jornadas recordando la cita de Audre Lorde. Y es que solo con herramientas propias de la clase obrera se puede hacer frente a la situación de desigualdad y de desproporción de poder en la relación laboral. Son muchos los ejemplos de luchas colectivas que se han dado en sectores precarizados y feminizados y que han tenido que buscar una organización propia y mecanismos propios: auxiliares de las residencias de mayores, las jornaleras, las limpiadoras de centros esenciales, las camareras de piso en hoteles, etc. Precisamente en este último sector es donde mejor ejemplo han dado del apoyo mutuo para lograr los objetivos. María del Mar Jiménez recordó que el nombre con el que se conoce a las camareras de piso, las ‘kellys’, viene de ‘las que limpian’ y de la palabra en irlandés que significa luchador. “Somos las que limpiamos y las que luchamos”, afirmó. “Yo puedo dar la cara porque soy fija y lo hago por esas mujeres que hacen el mismo trabajo en cuatro horas que hago yo en ocho, cobren lo mismo y sean contratadas por el hotel”. Una situación agravada por la pandemia ya que los contratos por obra y servicio y la externalización de las empleadas han hecho que muchas fueran despedidas de la noche a la mañana sin indemnización.
Es el caso de muchas más empleadas consideradas esenciales, que primero vieron los aplausos y luego nada. Como en el caso de las limpiadoras de hospitales, que también se organizaron fuera de los grandes sindicatos -o sindicatos desclasados- para reclamar sus derechos. “Ya era hora que las mujeres tengan voz en el sindicalismo, que de apoyo al trabajador tiene poco y menos a las mujeres”, reivindicó María Fuentes, de las trabajadoras del centro sanitario madrileño Gregorio Marañón que militan en Co.bas, que denunció que se intente tapar sindicatos que no tienen subvenciones gubernamentales, asamblearios y de base. “Hemos visto durante la pandemia que si no hubiéramos estado ya organizadas hubiera sido muy complicado estar en la lucha y hacer posible incluso el sostenimiento de la vida”, comenta Rafaela Pimentel, de Territorio Doméstico y activista feminista implicada en la comisíon de la huelga del 8M en Madrid. Una acción a la que también aludió Haizea Miguela Alvarez, integrante de Feministas en acción, explicando que “esta crisis ha revelado que sin nosotras no es que se pare el mundo, es que no se cura y no se mueve. No es posible”. Una herramienta, la huelga, del sindicalismo clásico que se quiso desbordar hacia los trabajos no asalariados, añadiendo a la pata de lo laboral la de cuidados, la de consumo y la estudiantil.
Pero, ¿no hay feminismo dentro del sindicalismo actual? La agrupación no mixta de Mujeres Libres es el ejemplo. Se trata de una organización nacida en 1936 y que compaginó la emancipación de la mujer con la defensa antifascista. Mientras enseñaban a leer y escribir, a conducir o buscaban su independencia económica, enviaba víveres a las ciudades asediadas por los golpistas. Hoy, retoman el pulso en algunas ciudades, como Madrid, donde se milita dentro de la organización y otros sindicatos como CNT o CGT. “Si en nuestros espacios ideológicos se aprecia el patriarcado, como no lo vamos a tener que combatir en las empresas”, se pregunta Paula en el plenario de las jornadas, hablando en nombre del colectivo, que explica que “el sindicalismo con perspectiva anarcofeminista es básico y necesario a día de hoy más que nunca, por lo que para eso también está y estará Mujeres Libres”.
Uno de esos sindicatos de clase, que no acepta subvenciones, asambleario y contrario a los ‘liberados’ sindicales también ofrece su postura, más después de introducir en su definición el término ‘feminista’ y ser legalizadoras de la huelga del 8M. “Desde CNT pensamos que tanto el sindicalismo como el feminismo tienen un elemento común: la lucha de clase”, explica la secretaria general del sindicato anarcosindicalista de Comarcal Sur, Yolanda de la Torre. Ella recuerda que el modelo de lucha de la organización es defender a todas y todos los trabajadores de un centro de trabajo, sea una cirujana o un limpiador. “El sindicato -prosigue- tiene que devolver a la sociedad la confianza y la conciencia de clase perdida en todos estos años de profesionalización del sindicalismo y donde existen privilegios entre trabajadoras y trabajadores. Este debe ser horizontal para todas”. Porque como pasa en muchos otros aspectos de la vida, en el sindicalismo y el feminismo puede haber un antes y un después esta pandemia. Raquel Gutierrez Aguilar advierte: “Si no intervenimos, esta nueva realidad se va a parecer mucho a la vieja realidad”.
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¿Y a los hombres que son el 90% de las muertes en el trabajo no les afecta a sus derechos? ¿Sólo a las mujeres? ¿Así siempre y en todo? ¿Ya no compartimos problemas y luchas? ¿La sociedad está dividida por sexos como si fueran castas de la India?
Este artículo no pretende invisibilizar la cruda realidad de los accidentes laborales que sufren trabajadores y trabajadoras de diversos sectores y cuya mortalidad estadísticamente es superior en hombres, sí. Pero que más hombres (o mujeres) mueran no es signo de éxito (o reproche) alguno al otro sexo. La realidad de por qué mueren más hombres requiere atención: sí. Y, curiosamente, esa atención no está desvinculada de la perspectiva de género: en primer lugar, las mujeres tienen una mayor tasa de paro; en segundo lugar, los accidentes mortales ocurren en sectores donde la ocupación masculina es mayor y, en tercer lugar, son producidos por accidentes de tráfico o derivados de patologías de salud previas (los hombres estadísticamente tenemos más accidentes de tráfico y somos más sancionados a pesar de haber un porcentaje similar de conductores y conductoras, y desarrollamos ciertas patologías cardiovasculares con mayor facilidad). Todo ello, ayuda a entender de manera más certera por qué hay ciertas tendencias de género en la mortalidad laboral. Pero no hay que olvidar lo más importante: la mortalidad laboral en hombres y mujeres está causada directamente por la falta de controles de seguridad y los recortes en derechos laborales, por la persecución sindical, y, en definitiva, por la patronal.
Por supuesto que es la patronal, entonces sería mejor: "“La idea de individualización del trabajo es contraria a cualquier lucha por los derechos de la mujer y del hombre”. ¿no?