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Deshacer Oslo

Cuando se convoca a los palestinos, suele ser para que den testimonio de la brutalidad y la desposesión, no para que ofrezcan sus prescripciones políticas. Decolonising the Palestinian Mind es una brillante excepción a esa tendencia.
Palestina 2008 - 1
Check Point en Palestina en el año 2008. Álvaro Minguito
30 mar 2024 05:47

Cinco meses después del inicio de la campaña genocida de Israel contra el pueblo palestino, que presenta todo un compendio de violencia colonial, desde el bombardeo de maternidades hasta lo que Raphael Lemkin llamó en su día «discriminación racial en la alimentación», no han faltado los análisis críticos. Los intelectuales de la diáspora palestina han trabajado incansablemente para contrarrestar la hasbará [explicación] sionista; sin embargo, cuando se convoca a los palestinos, suele ser para que den testimonio de la brutalidad y la desposesión, no para que ofrezcan sus prescripciones políticas. Decolonising the Palestinian Mind, de Haidar Eid, publicado a finales del año pasado, es una intervención vital en este sentido. El libro se propone revitalizar la política de liberación palestina, articulando una praxis anticolonial transformadora, que rompa con las diversas «iniciativas de paz» al tiempo que redibuja «el mapa político (cognitivo) de la Palestina posterior a Oslo».

Eid enseña Literatura Inglesa en la Universidad al-Aqsa de Gaza y es miembro fundador del movimiento Boicot, Desinversión, Sanciones (BDS). Es autor de «Worlding» Postmodernism (2014), un alegato a favor de una teoría crítica antiautoritaria de la totalidad anclada en lecturas de Joyce y DeLillo, así como editor de Countering the Palestinian Nakba (2017), una recopilación de escritos de intelectuales estadounidenses, israelíes y palestinos, que aboga por un Estado democrático laico. Como parte del sistemático escolasticidio impuesto a la Franja, que supone en realidad la intensificación de la guerra que Israel lleva décadas librando contra la vida intelectual palestina, la Universidad al-Aqsa en la que trabaja Eid ha sido eliminada junto con todas las demás instituciones de educación superior de Gaza. Decenas de sus académicos y estudiantes han sido asesinados; todos han sido desplazados y ahora se enfrentan a la hambruna.

Oslo, escribe Eid, se ha convertido en un horizonte aparentemente imposible de transcender para la política palestina, tanto a pesar de su manifiesto fracaso como a causa de él

Decolonising the Palestinian Mind se completó en medio del actual asalto de Israel, del que Eid y su familia pudieron escapar finalmente gracias a su ciudadanía sudafricana. Un prólogo, fechado el 26 de octubre, capta la escala y la ubicuidad de la destrucción: «Estoy de pie sobre las ruinas de una casa en la ciudad de Gaza, oteando el horizonte. Lo más probable es que bajo los escombros yazca el cuerpo de algún mártir. El cuerpo de alguien que no pudo responder a una “advertencia” israelí». En una poética meditación «extracorpórea», Eid contempla el paisaje pulverizado como si se tratase del punto de vista de un fantasma. Otro prólogo, escrito en Rafah cinco días después, describe sus esfuerzos por eludir las bombas israelíes con su mujer y sus hijos pequeños, mientras huye del arrasado barrio de Rimal, situado en la ciudad de Gaza, hacia el norte de la Franja, para después dirigirse hacia el sur hasta la frontera con Egipto. Concluye reiterando la exigencia de un alto el fuego y de «reparaciones e indemnizaciones inmediatas», así como de un Estado democrático.

El libro, aunque se nutre de su experiencia de vivir entre bombardeos y bloqueos, no es un testimonio, sino un intento de llevar adelante el proyecto intelectual del desaparecido Edward Said, inspirándose en sus críticas intransigentes al «proceso de paz» de Oslo y en sus advertencias sobre un Estado desprovisto de soberanía y desvinculado de la descolonización. Oslo, escribe Eid, se ha convertido en un horizonte aparentemente imposible de transcender para la política palestina, tanto a pesar de su manifiesto fracaso como a causa de él. Su marco de referencia ha segmentado a la población palestina –la diáspora de refugiados, quienes viven bajo los distintos regímenes de ocupación en Gaza y Cisjordania y los ciudadanos palestinos de segunda clase de Israel– y ha creado un «bantustán fracturado avalado por la comunidad internacional».

Gaza, escribe Eid, es ahora «la imagen especular de Oslo»: tanto la condición de posibilidad del desastre actual, como la verdadera cara de un proceso de paz, que prometió la coexistencia pero que nunca contempló la justicia ni la reparación. Como nos recuerda Eid, «entre el 75 y el 80 por 100 de los habitantes de Gaza son refugiados, cuyo derecho al retorno está garantizado por el derecho internacional, hecho que ha sido totalmente ignorado por Oslo». En su opinión, «la invasión y el asedio de Gaza fueron producto de Oslo. Antes de que se firmaran los Acuerdos de Oslo, Israel nunca utilizó todo su arsenal de F-16, bombas de fósforo y explosivos de metal inerte denso (DIME) para atacar los campos de refugiados de Gaza y Cisjordania».

Al aceptar tácitamente la existencia de Israel como Estado judío y al coordinarse con sus aparatos represivos, la ideología neonacionalista, escribe Eid, se ha convertido en parte del proyecto sionista

«Oslo» nombra una forma de falsa conciencia que aflige a la «intelligentsia asimilada» y a las élites políticas palestinas, que han sido desvirtuadas, cooptadas, onegizadas y corrompidas por el aparato legado por los Acuerdos. Ni la izquierda residual ni la resistencia islamista han conseguido salir de esta jaula de hierro. Incluso Hamás, de la mano de su propuesta de una «tregua a largo plazo» (hudna) basada en las fronteras de 1967, ha sucumbido a ella. En opinión de Eid este biestatismo –«el opio del pueblo palestino»­– no puede desafiar la lógica del apartheid israelí, ya que implica la reducción de «Palestina» a los actuales habitantes de los territorios ocupados y asediados por Israel. De hecho, acepta las «ideas racistas sobre la separación de los pueblos», cuando la condición sine qua non de la liberación debería ser reunificar al pueblo palestino, que el sionismo ha dividido por definición.

El legado de Said ocupa un lugar destacado en este esfuerzo por desvincular la política palestina de los Acuerdos de Oslo. Eid repasa la disección que el gran crítico hizo del llamado proceso de paz, desde 1993 hasta su muerte en 2003, y secunda su conclusión de que «ninguna negociación es mejor que las interminables concesiones que simplemente prolongan la ocupación israelí». Echando la vista atrás y evaluando los Acuerdos, Eid se pregunta:

¿¡nos hemos visto obligados a soportar estas horribles masacres, un asedio genocida, la imparable anexión de nuestra tierra, la construcción de un muro de apartheid, la detención de familias enteras y de niños, la demolición de cientos de casas y muchos otros abusos sólo porque una clase compradora vio la «independencia» al final de un túnel tapiado!?

Es necesario volver a la tradición anticolonial de Said, Césaire, Fanon y Biko para contrarrestar un «neonacionalismo» palestino, que «embellece la ocupación, acepta la normalización y defiende la solución racista de los dos Estados» sin tener en cuenta el hecho de que ello «niega los derechos de dos tercios del pueblo palestino, a saber, los refugiados y los ciudadanos palestinos de Israel». Esta ideología neonacionalista, escribe Eid, al aceptar tácitamente la existencia de Israel como Estado judío y al coordinarse con sus aparatos represivos, se ha convertido en parte del proyecto sionista. Su única «solución» es dar a una clase política circunscrita los adornos de la condición de Estado (bandera, himno, fuerza policial) y delegar el poder sobre una población fragmentada. Esto significa negar la existencia del pueblo palestino como pueblo y reducir Palestina a la condición de enclave gobernable o ingobernable. La estatalidad así concebida equivale a la rendición. A lo sumo, un Estado de este tipo concedería a los palestinos una «autonomía» teórica sobre el 22 por 100 de su territorio, pero sin control sobre sus fronteras o reservas de agua, sin derecho al retorno y sin defensa contra el coloso militar israelí.

Eid subraya la necesidad de un camino diferente hacia la liberación, que «se divorcie de la ficción de la solución de los dos Estados o de las dos prisiones»

Eid también se inspira en Said para diagnosticar el estancamiento de la clase política en Cisjordania y Gaza. Denuncia la decisión de construir una estructura representativa en condiciones de bantustanización aceptada explícitamente en las elecciones al Consejo Legislativo de 1996 y describe las elecciones de 2006 como un repudio de la lógica política de la bantustanización y al mismo tiempo como la implantación del «virus de Oslo», incluso en un Hamás victorioso. Después de 2006, afirma Eid, Hamás desempeñó el papel de «funcionario de prisiones» sui generis. Eid no aborda cómo se destruyó esta especie de distensión el 7 de octubre, ni la gestación de esta operación durante los años de aparente contención. Sin embargo, su evaluación del gobierno de Hamás antes de esa fecha es sombría:

Día tras día, hemos visto cómo esta autoridad pasaba de la fase de resistencia a la del asedio, a coexistir con él y finalmente a aprovecharse de él. Esta autoridad ha creado una nueva clase rentista, improductiva, cuyo capital se basa en el comercio de los túneles (antes de su destrucción por las autoridades egipcias), el comercio de tierras, el monopolio de la comercialización de los materiales de construcción, etcétera. Esto ha ido de la mano de un monopolio de la definición de resistencia, que excluye la posibilidad de reconciliación con quienes no siguen su ideología.

Eid se detiene especialmente en la incapacidad de Hamás para capitalizar la unidad palestina y la solidaridad internacional tras la guerra de 2008-2009 (Operación Plomo Fundido para Israel; Batalla de al-Furqan para Hamás). Al igual que los asaltos israelíes precedentes y subsecuentes, este pretendía crear entre los palestinos la sensación de «que se enfrentan a un poder metafísico que nunca podrá ser derrotado». Sin embargo, Israel no consiguió quebrar el espíritu ni la sustancia de la resistencia, declarando un alto el fuego unilateral tras matar a 1.400 palestinos y destruir áreas enteras de la Franja de Gaza. Lo que siguió fue, en opinión de Eid, un «aborto de victoria» marcado por los vanos esfuerzos por mediar en un gobierno de unidad nacional entre Hamás y Al Fatah, y por el compromiso infructuoso con Estados Unidos, alimentado por las falsas esperanzas en el gobierno de Obama. Esto demostró que Hamás había abrazado el fetiche de la estatalidad, reinventando la rueda rota de la «independencia» en lugar de liderar una lucha de emancipación popular.

Mientras las potencias imperiales empiezan a tantear «soluciones» para el día después del genocidio, las alternativas pueden equivaler a una negación permanente de la libertad palestina

Eid subraya la necesidad de un camino diferente hacia la liberación, «que haga de la desosloización de Palestina su primera prioridad» y que «se divorcie de la ficción de la solución de los dos Estados o de las dos prisiones». Su propuesta consiste en desvincularse de las estructuras políticas de la gobernanza palestina, rompiendo tanto con la derecha religiosa (Hamás) como con la derecha laica (Fatah), cuya principal prioridad, argumenta, es su propia existencia política. El programa de Eid implica desmantelar la Autoridad Palestina junto con el «programa nacional clásico» de la burguesía palestina, así como trabajar por la formación de «un Frente Unido construido a partir de un programa de resistencia y reformas» mediante la reconstitución del Consejo Nacional Palestino (CNP). Eid se basa en el concepto de Paulo Freire de «viabilidad no probada» (inédito viável), que afirma que los oprimidos pueden utilizar «situaciones límite» para desarrollar prácticas críticas con el potencial de transformar «las condiciones hostiles en un espacio para la experimentación creativa de la libertad, la igualdad y la justicia». Esto puede sonar utópico, dada la enorme hostilidad de las condiciones existentes hoy en Gaza, pero mientras las potencias imperiales empiezan a tantear «soluciones» para el día después del genocidio, las alternativas pueden equivaler a una negación permanente de la libertad palestina.

¿Y qué hay de la izquierda palestina? Gran parte de ella está integrada materialmente en la economía subalterna de la representación política palestina: «La mayoría de los miembros de las oficinas políticas de los principales partidos de izquierda están empleados directamente por la Autoridad Palestina/Organización para la Liberación de Palestina (AP/OLP) o cobran salarios mensuales sin estar empleados directamente». Eid afirma que el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) y el Partido del Pueblo Palestino (PPP) no han sido capaces de plantear un desafío eficaz a la deriva autoritaria de la OLP y la AP. Por ello, sostiene que la izquierda debe reconstruirse al margen del actual sistema político palestino, inspirándose en las movilizaciones populares contra la limpieza étnica de los beduinos del Néguev, la Intifada de la Unidad y la resistencia a los desahucios en Sheikh Jarrah.

Los principios de este movimiento deben incluir un firme repudio del biestatismo; el apoyo a la solidaridad internacional y a las campañas de boicot; la unidad entre los palestinos de Gaza, Cisjordania y la diáspora; el rechazo del neoliberalismo; la revitalización del Consejo Nacional Palestino; y la voluntad de aprender lecciones tanto de la izquierda latinoamericana como de la lucha sudafricana contra el apartheid. Todo ello requeriría no sólo una política diferente, sino una nueva cartografía cognitiva que «desafíe el espacio recientemente dibujado por Estados Unidos, Israel y sus aliados árabes, el llamado nuevo Oriente Próximo», y en su lugar plantee la existencia de una «Palestina secular-democrática en el corazón de un mundo árabe democrático». En otras palabras, exigiría abandonar la fatal presunción de que puede repararse el legado de la partición repitiendo sus premisas fundacionales.

La intervención de Eid es valiosa por la urgencia de su propósito y la apertura de su perspectiva. Sus propuestas tienen especial resonancia ahora que el fantasma de la creación de la estatalidad planea sobre los escombros de Gaza. Sin embargo, conviene recordar que el derecho internacional, invocado por Eid para subrayar la injusticia y la criminalidad del apartheid israelí, funciona con la condición de la estatalidad como marco de referencia. La concepción de los dos Estados establece los términos de las afirmaciones jurídicas de la libertad palestina, como se ha visto en los casos del Tribunal Internacional de Justicia, que cuestionan la legalidad de la ocupación israelí y tratan de aplicar la Convención sobre el Genocidio a la guerra actual. Uno de los principales desafíos para cualquier programa político palestino alternativo será navegar por un orden jurídico internacional, que proporciona uno de los pocos escenarios para la afirmación legitimada de derechos, al tiempo que deja dichas reivindicaciones expuestas a la captura y domesticación por parte de potencias hostiles, sobre todo de Estados Unidos.

En cuanto a la concepción de Eid de «un Estado democrático» como el principio orientador de la liberación palestina, huelga decir que se enfrentará a los imponentes obstáculos del sistema imperial. También se enfrentará al abrumador compromiso de los judíos israelíes con la lógica sionista de eliminación y dominación, que no ha hecho sino endurecerse con los recientes acontecimientos. Eid se hace eco del estribillo universalista de Césaire, «hay sitio para todos en la cita de la victoria»; pero, ¿qué cita, o incluso coexistencia tolerable, puede imaginarse con quienes se han unido en masa a una guerra promovida y proseguida en términos explícitamente exterministas? Incluso si mantenemos la fe en la más utópica de las visiones, es difícil evitar la sensación de que serán necesarios acuerdos transitorios: tal vez alguna variante del proyecto expuesto por el marxista judío marroquí Abraham Serfaty en sus escritos sobre Palestina escritos en la cárcel en los que abogaba por el establecimiento de dos Estados, un Israel laico «desionizado» organizado a tenor de los principios de «una persona, un voto» y de una nación palestina «árabe», como solución provisional.

¿Quién es capaz de perseguir semejante visión que, por citar la frase final de Eid, podría «poner patas arriba todo el panorama hegemónico»? Aunque Eid critica enérgicamente a las formaciones organizadas tanto de la izquierda como de la derecha, mientras se centra en los cuadros de base y en el movimiento BDS, no es tan claro sobre el papel de la resistencia armada. Se habla poco de las alas armadas de los diversos partidos y facciones, que no siempre se han adherido a las posiciones de sus direcciones políticas, o de los frentes de resistencia popular surgidos en la Primera y la Segunda Intifadas y que siguen operando bajo diversas formas defensivas, sobre todo en Jenín. Eid formuló su visión de Hamás como «funcionario de prisiones» antes del 7 de octubre, pero no es fácil cuadrarla con la operación Tufan Al-Aqsa lanzada ese día, un ataque que parece ser la deliberada anulación irrevocable del statu quo ante. También merece la pena señalar, en contra de la crítica de Eid a la colaboración de la izquierda palestina con la AP, que el FPLP ha unido fuerzas recientemente con Hamás, la Yihad Islámica Palestina y la Iniciativa Nacional Palestina para denunciar el nombramiento por Abbas de un nuevo primer ministro «tecnócrata», Muhammad Mustafa. Sin embargo, es mérito de Eid que en el momento quizá más sombrío y sin duda más mortífero de la historia palestina, haya tenido el valor intelectual no sólo de romper con concepciones de paz preñadas de los desastres de la guerra, sino también de afirmar una visión anticolonial expansiva de la liberación.

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Artículo original: Undoing Oslo publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Alexander Zevin, «Gaza and New York», NLR 144.
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