Seguridad privada
La seguridad del Extremúsika pegó palizas a varios asistentes al festival y provocó los altercados

Vigilantes de seguridad del festival Extremúsika agredieron a varias personas, dos de ellas acabaron inconscientes y varias en el hospital. Los vigilantes (SEHIVIPRO) también amenazaron y golpearon al público, entrando después los antidisturbios. Todo lo anterior pone en entredicho al Extremúsika, a la promotora y las subvenciones que recibe. Las víctimas cuentan lo sucedido.
Extremúsika foto 2023
Fotografía del Extremúsika 2023. Foto: rrss Extremúsika.

Ha transcurrido una semana desde que acabó el festival Extremúsika y entre los jóvenes extremeños y los asistentes al mismo no ha dejado de hablarse de lo allí ocurrido. Todo comenzó la madrugada del sábado 15 al domingo 16 de octubre, cerca de las tres de la mañana, cuando, durante el concierto de los italianos Talco, los vigilantes de seguridad agredieron a varias personas sin justificación. En primer lugar, deciden llevarse a una persona del público, supuestamente por tener encendida una bengala (tubo que se sostiene en la mano y emite durante unos segundos humo de colores o chispas ignífugas, por lo que no supone peligro). Encender este tipo de artefactos es algo habitual en festivales de rock, y en días previos en el Extremúsika ya se había hecho, así como en ediciones anteriores (el mismo festival utiliza fotos del público con bengalas en su publicidad). Por ley, los vigilantes de seguridad solo pueden retener a alguien si ha cometido un delito y, en tal situación, solo durante el tiempo mínimo imprescindible hasta que llega la policía. Tampoco pueden cachear ni registrar.


Un joven graba la actuación de los vigilantes y cuando estos le ven intentan arrebatarle el móvil. Para evitarlo, se aleja corriendo. Los vigilantes le placan sin explicaciones, tirándole al suelo, y se lo llevan atenazado por el cuello. Ahí comienza su calvario. Desde El Salto hemos podido hablar con él. Se llama Toni y es un joven de Barcelona que había venido a Extremadura a disfrutar del festival. Nos cuenta cómo vivió lo sucedido: “Cuando vi que me cogían tiré el móvil al público para que lo recogieran y salvar la grabación, los seguratas me iban retorciendo el brazo y veía que me llevaban fuera de manera muy violenta, lo único que pensaba es ‘si me quieren sacar con tanta insistencia es por algo y no es bueno, se están escondiendo para hacerme algo’”. No se equivocaba: nada más pasar la valla del recinto recibió una tremenda paliza.

Los vigilantes de seguridad pensaron que nadie les veía, pero fueron grabados por encima de la valla y podemos ver cómo nada más salir empiezan a golpear a un asistente con saña, aun estando el agredido indefenso

Los vigilantes pensaron que estaban a salvo de miradas, pero fueron grabados por encima de la valla y, aunque solo sea durante unos segundos, puede verse cómo nada más cruzar la valla y sin mediar palabra, empiezan a golpearle con saña con las porras, aun estando el agredido indefenso. Uno de estos vigilantes (“grande, rapado, con barba y tatuajes”) es identificado por numerosos asistentes al festival como el agresor de varias personas.

Toni es golpeado durante unos minutos que se le hacen interminables: “Lo mismo suena duro decirlo así, pero lo viví como un auténtico espacio de tortura, solo veía puñetazos y patadas que se me venían encima, mucho dolor... Se me iban pasando unos a otros para golpearme”. Le hicieron lo mismo a una chica, según cuenta: “Desde allí veo que han sacado a una chica del recinto, una vigilante de seguridad la arrastra por el suelo con desprecio, parecía que estuviera jugando con ella, la tira de un lado para otro. No entiendo qué objetivo tenían... No nos hablan en ningún momento, parece que solo quieren golpearnos... Tenían auténtica rabia en los ojos”. A Toni le dejan inconsciente, durante la paliza recibe un golpe en la cabeza con la porra que le tira al suelo, donde queda postrado. Despierta en el puesto de Cruz Roja, le han partido dos dientes, tiene heridas por todo el cuerpo, sufre un ataque de ansiedad y no puede parar de temblar.

Toni es golpeado durante unos minutos que se le hacen interminables: “lo mismo suena duro decirlo así, pero lo viví como un auténtico espacio de tortura, sólo veía puñetazos y patadas que se me venían encima”

A otro chico los vigilantes le hicieron lo mismo que a Toni momentos después, solo por intentar ver qué estaba pasando. Se lo llevaron detrás de la valla y la emprendieron a puñetazos contra él. De un golpe le abrieron una brecha en la cabeza y hay un lapso de tiempo del que no recuerda nada; a él también le dejaron inconsciente por unos minutos.

Los vigilantes son miembros de la empresa SEHIVIPRO (Seguridad Hispánica de Vigilancia y Protección S.L.), con sede fiscal en Sevilla y acusada de haber recibido trato de favor por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. Algunos de sus miembros tienen antecedentes por agresiones, entre otros delitos.

Los heridos no comprenden qué es lo que querían los vigilantes; ya les habían sacado del festival, no les pidieron identificación, solo les golpearon con brutalidad una y otra vez. Cuando acababan, simplemente les dejan allí tirados.

Los vigilantes de SEHIVIPRO repitieron esta operación varias veces: entraban tres de ellos al festival a coger a alguien y se lo llevaban lejos de las miradas, tras la valla, donde esperan los demás para pegarle. A posteriori, las víctimas de las palizas han atado cabos y han llegado a una conclusión: “Parece que estaban organizados para hacerlo así”. Antes de Toni hubo otros agredidos por el mismo procedimiento. Los vigilantes “salían de cacería” y cualquier excusa les servía, el argumento de la bengala parece que es lo único que ha encontrado la empresa de seguridad para defenderse en la prensa.

Videovigilancia
Vigilancia masiva: de entrada, no

Las nuevas medidas que se han ido normalizando debido a la pandemia han de analizarse de manera crítica al regular, básicamente, la forma de relacionarnos y de interactuar como sociedad. Otro punto importante es la privacidad, debate por el que las instituciones, junto a las grandes corporaciones tecnológicas, pretenden estandarizar qué entendemos por “seguridad”. Sin duda, entramos en un nuevo ciclo histórico del que el autor del artículo arroja datos acerca de lo que pueden suponer los datos biométricos o el reconocimiento facial en una futura legislación.

La historia de Gema enlaza con la de Toni y empieza igual. Ella grabó la agresión a Toni. Cuando la ven grabando, dos mujeres vigilantes intentan quitarle el móvil, la cogen y la arrastran por el suelo por medio recinto. “Fue todo muy rápido, recuerdo a una chica de seguridad agarrándome las piernas y a la otra cogiéndome de la cabeza”. La sacaron también del recinto (o se podría decir que la “metieron” en el espacio donde se llevaban a la gente), una de las vigilantes la tira al suelo y, colocada sobre ella, le aprieta la cabeza entre las piernas. Gema consigue zafarse —“no sé ni de dónde saqué la fuerza para escapar”—, pasa la valla y sale del punto ciego, pero tras hacerlo piensa que no puede dejar al otro agredido allí: “Pienso ‘tengo que volver, tengo que grabar lo que está pasando’”. Cuando vuelve, se encuentra al segundo chico inconsciente tirado en el suelo. “Me asusté mucho, en ese momento pensaba que estaba muerto”, recuerda. Intenta grabar pero la vigilante, de nuevo, trata de quitarle el móvil y la amenaza: “Ni se te ocurra grabar”. Le da un golpe al móvil y lo tira al suelo, rompiéndolo. Más tarde, Gema consigue llevarse al chico a la Cruz Roja. Los vigilantes le dicen que ya avisan ellos a la policía para que vaya a atenderlos, pero tras una hora allí no han llegado y Gema se extraña,  ya que sabe que hay policía fuera del recinto. Llama ella misma y la policía le dice que no ha recibido aviso alguno. En Cruz Roja ya hay varios heridos y los enfermeros no tienen suficientes medios para curar las lesiones; hay que dar puntos, de modo que envían a algunos al hospital de Cáceres.

Los vigilantes de SEHIVIPRO repitieron esta operación varias veces: Tres de ellos entraban al festival a coger a alguien y se lo llevaban lejos de las miradas, tras la valla, donde esperan los demás para pegarle

Cuando los vigilantes se percatan de que están siendo grabados tras la valla y hay gente protestando al otro lado, vuelven al recinto y empiezan a increpar y golpear a los asistentes. Ante esto, el público no da crédito y les reprocha su actuación a gritos, a lo que algunos guardas responden jaleándoles y retándoles a pelear con ellos. “Un segurata se golpeaba el pecho con la mano mientras vociferaba e insultaba a la gente, cogió un extintor con las dos manos y lo zarandeó por encima de su cabeza, amagando con tirarlo contra el público... imagínate que lo tira y le da a alguien en la cabeza”. Lo cuenta Alberto, un chico emeritense que había ido al festival con unos amigos. Otro testigo añade: “Uno de los seguratas gritaba al público una y otra vez ‘os voy a matar’, estaba fuera de sí”.

Las informaciones aportadas por numerosas personas del público coinciden y se repiten en cada testimonio. Algunos vigilantes, además de la porra reglamentaria, llevaban porras extensibles, que son ilegales. Golpearon a varios asistentes al Extremúsika de los que estaban más cerca de las vallas. “Todo muy mal, gente tirada por el suelo, muchos con moratones, mucho miedo”, recuerda un testigo. Hay que subrayar que en este festival había gente muy joven y también menores de edad que habían ido a ver a artistas como Quevedo. Las denuncias no han parado de crecer desde hace una semana y los afectados han creado un grupo.

Las múltiples agresiones provocaron que la indignación creciera y los vigilantes, viendo que la situación les podía escapar de las manos, se retiraran. Sin embargo, vuelven a los pocos minutos con la policía nacional, concretamente con unos 15 antidisturbios (la unidad antidisturbios venida de Sevilla estaba cubriendo el festival). Se desconoce qué le dijeron los vigilantes a la policía.

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Música Sé lo que hicisteis el último verano: pasarlo mal en un festival de música
El regreso de la temporada estival de festivales musicales está resultando accidentado. A las numerosas cancelaciones se suman las denuncias por el trato abusivo que recibe el público asistente.

Intervención de los antidisturbios y otros testimonios

La situación estaba ya calmada, pero cuando entra la policía se vuelve a tensar por momentos. Los antidisturbios entraron con los cascos puestos y las porras en ristre. Esto provocó una estampida. “La gente se tropezaba y se iba directa al suelo, había gente tirada por todos sitios... podría haber acabado mal, porque además estaba todo medio a oscuras”, dice Cecilia, de Cáceres, que estaba en el festival con sus compañeras de trabajo. “¿A quién se le ocurre entrar de esa manera en un recinto lleno de gente? Sentí mucha impotencia”. Su compañera añade que “esto no tenía que haber ocurrido, lo han provocado los vigilantes”. Las autoridades no han explicado el motivo de la actuación policial ni han hecho público quién dio la orden a los antidisturbios de actuar dentro del festival. La Delegación de Gobierno de Cáceres no se ha pronunciado al respecto.

Los vigilantes de seguridad no solo señalaron a los agentes algunas de las personas que habían protestado contra ellos, a quienes la policía se llevó, sino que los primeros también echaron del festival a otras personas “de manera aleatoria”. Se calcula que desalojaron a unas 20 personas en ese momento, que vieron cómo su noche se acababa de inmediato. Dos personas fueron expulsadas al ir a denunciar que habían sido agredidas. Otra chica cuenta cómo vio “a una pareja que se iba ayudando mutuamente mientras andaban, les habían pegado a los dos”. Ella vio las agresiones a pocos metros: “Se supone que los vigilantes están para evitar altercados y aquí los han provocado, da que pensar qué tipo de individuos se esconden detrás de ese uniforme”.

El grupo que actuaba en ese momento en el escenario frente al que ocurrieron los hechos, Talco, interrumpió el concierto para preguntar qué había ocurrido

El grupo que actuaba en ese momento en el escenario frente al que ocurrieron los hechos, Talco, interrumpió el concierto para preguntar qué había ocurrido y pidieron que alguien del público subiera a contárselo. Así lo hizo un miembro de la Asociación Bellota Rock. Sin embargo, tras esto, la organización del festival decidió continuar como si tal cosa y sin explicar nada en ningún momento. Algunas personas opinan que tendría que haber acabado el festival en ese instante porque “aquello no era de recibo”.

Estos días se ha hablado mucho en redes sociales de la violencia ejercida por la empresa de seguridad del Extremúsika. Se pueden encontrar numerosos comentarios de personas que presenciaron los hechos: “Lo que ocurrió ayer durante el concierto de Talco en el Extremúsika fue vergonzoso. Estábamos pasándolo genial cuando de repente aparecieron los seguratas a llevarse a gente aleatoriamente, abusando, pegando e incluso forzando. Nadie entendía nada. La gente se alteró y empezamos a pedir explicaciones. Persona que replicaba, se llevaba una hostia. Delante de mí apalizaron a un chico que estaba preguntando que por qué se llevaban a su amigo. Desde la valla [los vigilantes] nos hacían gestos y nos provocaban”.

Para muchos asistentes, aunque no fueran agredidos, esto supuso su fin de semana arruinado, un festival por el que algunos habían pagado 90 euros: “Imagínate, un mes esperando el Extremúsika, vienes y te vas a casa con magulladuras y heridas por la estampida, y con un mal rollo en el cuerpo...”.

Lo que vivió Carlos también fue tremendo: “He ido a muchos festivales desde joven y nunca he visto algo parecido a lo de este”. Es fan del grupo Ska-P y vino a Extremadura a verlos a ellos y a Talco. Nos narra su experiencia: “Estuve en el festival el sábado, estaba en el concierto y veo pasar a un vigilante con la porra fuera persiguiendo a alguien, se corre la voz y oigo a unos chavales decir que los vigilantes le han pegado a una chica y que han estado dando palizas tras las vallas. Un vigilante pasa a nuestro lado provocándonos y le respondemos, a mí me dieron un porrazo, pero a un chaval que estaba al lado mio le abrieron la cabeza”.

Carlos ayuda al joven herido, que sangra por la cabeza, y le acompaña en taxi hasta el hospital. Se trata de un joven de Talavera al que le tuvieron que poner siete grapas en la cabeza y una en la ceja. Carlos lo explica con detalle: “Si no le saco de allí lo matan, no tenían freno, se veía claramente cómo el segurata era el típico loco que aunque estés en el suelo no para de patearte”. El agresor es el vigilante grande y rapado antes mencionado. Según le dijo la policía a varias de las víctimas, le conocen por casos anteriores, tiene antecedentes y no debería haber estado trabajando en eventos como este. Cuando Carlos y el joven llegan a Urgencias, coinciden allí con otras personas agredidas por la seguridad. Recuerdan cómo “estuvimos hablando con una pareja de gallegos, a él le habían cogido del cuello para pegarle y ella tenía la mano hinchadísima porque le habían dado con la porra”. Otro hombre tuvo menos suerte, directamente le partieron la mano.

Muchos de los atendidos por Cruz Roja en el festival se reencontrarían en el hospital de Cáceres una hora después. Toni, el chico agredido con el que empieza este relato, prosigue: “Las enfermeras alucinaban, no dejaban de preguntarnos qué había pasado allí y decían que nunca habían visto algo así en Cáceres”.

“Un vigilante pasa a nuestro lado provocándonos y le respondemos, a mí me dieron un porrazo, pero a un chaval que estaba al lado mio le abrieron la cabeza”. Se trata de un joven de Talavera al que le tuvieron que poner siete grapas en la cabeza

En menos de una hora se registraron más de diez entradas con heridos. Hubo un chico al que tuvieron que derivar a otro hospital, y del que no hemos podido conocer su estado. Muchas de las víctimas denunciaron al momento. Algunos destacan que la policía de Cáceres fue muy atenta con ellos a la hora de tramitar la denuncia contra los vigilantes de seguridad y les acompañaron durante todo el proceso, explicándoles las opciones que tenían. Toni, ya de vuelta en su ciudad, nos explica que se está recuperando pero que tiene los músculos de la espalda agarrotados, un tremendo dolor en la mandíbula y no puede comer. Está de baja en el trabajo y comenta que “los primeros días después del Extremúsika estaba muy nervioso, no podía dormir, tenía pesadillas. Ahora estoy bien durante el día pero en cuanto me voy a la cama me viene todo de nuevo a la cabeza”.

La Asociación Bellota Rock ha prestado su apoyo a las personas afectadas y ha servido como punto de encuentro entre las mismas. Se trata de una asociación de Valdencín que organiza conciertos y pequeños festivales y apoya a bandas extremeñas.

Más abusos de los vigilantes durante el festival

Al hablar con los asistentes, hay más quejas sobre la seguridad. Los baños fueron un enclave donde los vigilantes se propasaron en repetidas ocasiones. Una chica con la que hablamos explica que una vigilante la golpeó allí. Había entrado al servicio de chicos porque el otro estaba lleno y le urgía pero “la seguridad ordenó a todo el mundo que saliera, y esta mujer vino hacia mí, venía de manera agresiva. Me empezó a gritar que qué hacía allí y me dijo que si luego me violaban que no les pidiera ayuda. Empezó a empujarme, me empujaba contra la pared sin parar. Me hizo daño, yo soy pequeña y ella era bien grande”. Los vigilantes le preguntaron después, jocosamente, si acaso era “de esas del punto violeta” (en referencia al espacio de encuentro que se coloca en algunos eventos para atender casos de acoso sexual) y amenazaron con echarla del festival, si bien finalmente no lo hicieron.

Como los baños estaban masificados, una pareja fue detrás de unos árboles. Hasta allí fueron los vigilantes a echarles la bronca. Lo narra un testigo: “Uno de ellos se puso a gritarle a dos centímetros de la cara al chico, parecía que quería provocarle para luego hacerle algo, el chico no cedió a la provocación, levantó las manos y le dijo que no quería problemas, a lo que este respondió cogiéndole del cuello”. Les cortaron las pulseras del festival para que no pudieran volver a entrar. Esta ha sido una práctica habitual durante el Extremúsika, se cortaron pulseras sin motivo justificado a decenas de personas que habían pagado su entrada. Las normas del festival explican que pueden expulsar a alguien en casos muy concretos, si se observa el incumplimiento de las indicaciones del personal. Sin embargo, en la gran mayoría de los casos no habría sido así. Cuando les pedían el número de identificación a los vigilantes, estos se quitaban la placa identificativa y la escondían.
Los vigilantes echaron sin motivo justificado a decenas de personas que habían pagado su entrada y les cortaron las pulseras de acceso al festival

Los asistentes explican que desde el principio del Extremúsika la seguridad trataba mal a la gente en el acceso de entrada al recinto festivo. Más testimonios en este sentido: “Algunos nos miraban muy mal”, “con mucho odio, como si nos tuvieran ganas”. Son varios los que coinciden en reseñar las “miradas amenazantes”. También destacan que algunos vigilantes tenían estética neonazi, “cabezas rapadas, botas militares, pantalones remetidos bajo las botas” (lo que algunos han relacionado con el logo de la empresa de seguridad) y, por lo que les oyeron decir, dedujeron que eran de extrema derecha. No entienden cómo el festival ha podido optar por contratar a esta empresa, “no podría haber más diferencia entre la gente que va al Extremúsika y los organizadores”

La mayoría de los asistentes, tras enterarse de lo ocurrido lo tiene claro: “No volvemos al Extremúsika ni locos”. Entre ellos, algunos apuntan que prefieren festivales de rock más pequeños, autogestionados o de carácter local, de los muchos que hay por Extremadura todos los veranos, “además con precios más baratos o gratis y con la posibilidad de conocer esos pueblos”. Es esta una tendencia general que se observa por todo el país como alternativa a la masificación de los grandes festivales. Queda por ver qué pasará el año que viene con el Extremúsika.

La promotora del festival, las reacciones y las subvenciones

La promotora del festival, Progevents, no ha dado explicaciones de lo sucedido. Tampoco han adelantado cómo piensan indemnizar a las personas heridas por la empresa de seguridad. Parece que todo se resolverá en los juzgados. Lo que sí han hecho es borrar en las redes sociales del festival los comentarios que denuncian cada día lo ocurrido, en algunas de las publicaciones, de hecho, hay más de 100 comentarios eliminados. Esta promotora gestiona también el festival Stone & Music de Mérida (que se realiza en el Teatro Romano) y el Alcazaba Festival, y su director es Carlos Lobo. Desconocemos si la empresa de seguridad que contratan para estos otros festivales es también SEHIVIPRO.

Por otra parte, el Extremúsika recibe el patrocinio de la Junta de Extremadura, además del de la Fundación Extremeña de la cultura, de la Diputación de Cáceres y del Ayuntamiento de la ciudad (así como de varias empresas de bebidas alcohólicas). Desde instancias de la sociedad civil se ha exigido que las instituciones públicas retiren de inmediato el patrocinio y las subvenciones al festival: “El Extremúsika no puede recibir apoyo institucional ni ayudas públicas después de lo que ha pasado este año, con la cantidad de personas que han sido brutalmente agredidas”. Exigen una investigación en profundidad más allá de las denuncias particulares.

Tan solo por parte de la Diputación de Cáceres el Extremúsika ha recibido este año 150.000 euros de dinero público a fondo perdido. “Es injustificable que un negocio privado como este macrofestival, que gana una millonada con la venta de entradas, reciba una financiación pública de este tipo, las subvenciones deben ser para apoyar a los pequeños proyectos, y las ayudas al turismo deben ir a los pequeños negocios e iniciativas de la provincia de Cáceres”, recalcan. Explican que la promotora habla de 81.000 asistentes para justificar las subvenciones, pero lo consideran una manipulación: “Suman los asistentes de los tres días para inflar la cifra, pero es la misma gente multiplicada por tres, así que siguiendo sus datos como mucho serían 27.000; sin embargo, viendo las fotos, tanto este año como el pasado a lo sumo hay 10.000”. Critican también que reciban subvenciones extremeñas cuando el personal contratado para el festival era de una empresa de otra comunidad.

Desde instancias de la sociedad civil señalan que: “El Extremúsika no puede recibir apoyo institucional ni subvenciones públicas después de lo que ha pasado este año, de la cantidad de personas que han sido brutalmente agredidas”

Desde el Ayuntamiento de Cáceres, a través de su concejal de seguridad, Pedro Muriel, han defendido a la promotora del festival y han valorado “muy positivamente” la actuación de los vigilantes de seguridad. Asimismo, han afirmado que el festival “es seguro” y, sin embargo, a la vez han asegurado que lo ocurrido “se trata de un hecho aislado”. No obstante, hay quienes apuntan que el Ayuntamiento debería defender a los cacereños y a los agredidos en vez de a la promotora y a los agresores. El concejal ha afirmado que “no se debe ensombrecer el Extremúsika” y que “hemos vivido un gran festival”. Las declaraciones le han parecido “una broma de mal gusto” a algunas de las personas heridas.

El grupo Talco denunció a posteriori lo que definieron como “una situación de violencia inútil que no tendría que haber ocurrido” y desearon “un abrazo a todos los hospitalizados”. Por su parte, el grupo de rap Los Chikos del maíz, que también actuó, manifestó en sus redes su “repulsa a la presencia y actuación de la seguridad y la policía durante el concierto de Talco. Un abrazo a las afectadas”.

Finalmente, resulta llamativo el tratamiento de lo ocurrido desde los medios de comunicación extremeños. Preguntamos a los afectados su opinión al respecto. “Excepto Televisión Extremeña y, en cierta medida, Canal Extremadura, aquí nadie ha contado nada, ni los periódicos ni las radios”. Otra asistente afirma que “han ocultado lo que ha ocurrido, reproducen la versión de la promotora: dicen que fue una pelea entre asistentes y los de seguridad, cuando fueron ellos los que la liaron”. Revisando lo publicado, es cierto que apenas se habla de los heridos y no se ha preguntado a los agredidos, que hubiera resultado lo mínimo en cuanto a ética periodística. “Leí varias noticias en el periódico y lo despachan en tres párrafos, para colmo acaban haciendo promoción del festival”. Otro asistente al festival es más contundente: “Es pura censura, el Extremúsika da mucho dinero a alguna gente y tienen comprados a los medios con la publicidad. Es increíble que lo que ha ocurrido aquí no haya trascendido más que por el boca a boca, si los antidisturbios entran en un festival en Madrid y los seguratas le abren la cabeza a un chaval, lo tenemos en la tele toda la semana”.


Otras críticas al festival
El festival ha recibido también críticas en relación a la comisión que le han cobrado a todos los asistentes por las pulseras con las que se pagaban las consumiciones, algo de lo que no habían sido informados, así como por la insuficiencia de autobuses para retornar a Cáceres desde el recinto de madrugada. Igualmente, se ha hecho notar que solo ha habido un grupo extremeño entre las más de 60 bandas que actuaron y que ha habido grupos que han anulado su actuación a última hora, como Ayax y Prok (que cancelaron por segundo año consecutivo), sin compensación económica para los asistentes.

Un joven conocido en Instagram por su labor de difusión sobre la situación de las personas con diversidad funcional ha denunciado que el acceso para personas con discapacidad física era nefasto, recordando cómo “se tambaleaba la plataforma accesible para personas con discapacidad porque el de seguridad colaba a todas las niñas guapas que quería, llegó a echar a los acompañantes de las personas en silla de ruedas”. Explica que el cuarto de baño reservado estaba siempre ocupado porque el vigilante colaba a quien quería, “le expliqué que es el único por donde cabe una silla de ruedas y que esas personas son las que lo necesitan. Con lo que ha costado que en los eventos haya accesibilidad y ahora no la respetan”. Finaliza contando que “el pasillo de acceso era muy estrecho y nos metían a empujones, cuando desde hace años en este tipo de eventos hay una cola rápida para personas con dificultades”. Tampoco había ningún aparcamiento reservado para minusválidos, “tuve que andar muchísimo con las muletas, poca señalización, todo escalones y casi ninguna rampa”.

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