Salud
Normalizar la dolencia: sufrir violencia en la consulta de ginecología

Mar García sufre endometriosis, Marina Beltrán adquirió el Virus del Papiloma Humano tras la retirada de un DIU defectuoso y Diana Tarradas sufre recurrentes Infecciones del Tracto Urinario. Las tres denuncian falta de escucha en la consulta.
29 jul 2023 06:00

“Cada vez que me ponía de patas abiertas, antes ni siquiera de que el ginecólogo pusiera el gel para realizarme la ecografía, yo ya lloraba”, recuerda Mar García, quien entendió que el sufrimiento de su dolor tenía nombre y era endometriosis, una enfermedad que en España sufren dos millones y medio de mujeres pero que aún es desconocida. La joven, que ejerce de trabajadora social, no estaba embarazada, pero parecía que así fuera cada vez que tenía la regla. Ahora, hace más de un año que no tiene la menstruación y con 26 años recuerda que el dolor le empezó con 22. “Yo sufría muy malas reglas, me salía barriga de cuatro meses cuando tenía el periodo”, recuerda.

La solución a ese sufrimiento normalizado, después de repetidas y constantes visitas a médicos y ginecólogos, fue tomar Enantyum porque ni el Antalgin ni otros fármacos le saciaban el dolor. Con 24 años, Mar decidió visitar otro médico en su lugar de residencia, Palamós. “Fui porque me salieron unas verrugas en la ingle y me las tenían que sacar”, explica. Allí volvió a insistir mostrando fotos de su físico porque no podía ni moverse de la cama cuando tenia la menstruación y tener relaciones sexuales le generaba aún más dolor. “Yo trabajaba a las ocho de la mañana y me levantaba dos horas antes para tomarme el Enantyum porque si no, no podía ni moverme”. Fue en esa visita cuando la chica que realizaba la residencia médica insistió para hacerle una revisión. “No sé si recibió algún reproche por parte del médico porque ella no podía hacerlo, estaba de prácticas”, afirma. Pero Mar se tumbó en la camilla y fue cuando le encontraron un quiste de seis por seis en un ovario “de la medida de una naranja”, destaca. Ese día supo que tenía endometriosis en un ovario y en el intestino.

“Me sentí muy abandonada y tenía poca información de mi diagnóstico. Yo no sabía de qué se trataba. Me dijeron que había que operar, que me lo quitaban y listo”

“Me sentí muy abandonada y tenía poca información de mi diagnóstico. Yo no sabía de qué se trataba. Me dijeron que había que operar, que me lo quitaban y listo”. Mar lamenta que fue entonces cuando el médico reconoció sus dolores menstruales “aunque yo ya llevaba años visitándole e insistiendo que sufría fuertes dolores de regla, lo tuvo que encontrar esa chica a raíz de revisarme por otro motivo”.

Salud
La lucha de Lucía contra la enfermedad silenciada

La endometriosis es una enfermedad crónica cuyas causas no están claras y que afecta al 10% de las mujeres en España. Así la ha vivido Lucía Arnaiz, que el 8 de enero se sometió a una operación tras años de sufrir intensos dolores menstruales que nadie le explicaba.

Ese día Mar se fue a casa sin una cita para operarse de urgencias: “me dieron hora al cabo de dos meses y la tarde antes de la operación, cuando llevaba en ayuno desde hacia unas horas, me llamaron y me dijeron que a causa de la covid-19 las operaciones importantes eran otras y no me operaban”. En esa llamada Mar denuncia que no recibió más datos sobre el cambio de fecha de la operación u otra posible visita de seguimiento. Lo que vino después fue silencio. “Entonces solicité hora de nuevo y me indicaron que me cambiaban de ginecólogo. La historia de mi operación se quedó allí”, cuenta.

Frente al desamparo, Mar le pidió a su padre que la acompañara. El nuevo sanitario que la atendió le mostró donde estaba el quiste con una ecografía y le dijo que ya no los operaban. “Me quedé atónita. En quince días de diferencia me habían cambiado de ginecólogo sin que yo lo solicitara y ahora resultaba que los quistes no se operaban. ¿Si se tenía que operar antes, por qué entonces, no? No pude discutir nada, se decidió que no se operaba y yo no tenía nada que decir”, lamenta. La solución al quiste y al dolor fueron hormonas anticonceptivas y ahora hace más de un año que no tiene la regla. “Es cierto que el tamaño del quiste se ha reducido a cuatro por cuatro, pero la solución fue recetarme Dimetrio, unas pastillas que en España no están consideras como anticonceptivas y que por lo tanto tenían una repercusión menor, aunque puede pasar mucho tiempo hasta que lo elimine y sigo teniendo un quiste en el ovario”.  

García denuncia que no sabía que consecuencias podía tener la operación ni tampoco la enfermedad: “Entiendo que ni siquiera lo deben saber, pero la hostilidad de la situación era muy extraña. El médico se dirigía a mi padre (que estaba allí porque yo se lo había pedido) y además me pedía que graduara cuanto dolor de regla tenía mientras me hacía una ecografía apretándome el quiste para verificar el daño que yo ya no podía soportar”, recuerda. Y añade: “lo que siempre me ha faltado y me ha removido es que si sigo teniendo esto, ¿por qué no me lo sacan? Y luego ya hacemos un tratamiento si hace falta”.

Desde que las Dimetrio forman parte de su rutina, Mar ya no podrá dejar de tomarlas. “No quiero estar veinticinco años de mi vida tomando anticonceptivos, no puede ser bueno de ninguna manera para mi cuerpo”.

“He aprendido a vivir con esto. Lo pasaba tan mal con la regla que no tenerla es una suerte, aunque soy super consciente de lo que comporta con 26 años, pero antes era un infierno”

El embarazo es otra incógnita para ella, a quien le dijeron que no hay forma de saber si puede o no estar encinta, aunque si hay formas de comprobarlo. “Si mis óvulos funcionan, me gustaría saber que posibilidades tengo de poder ser madre”, afirma. Aunque el médico le indicó que no afectaba demasiado, lo cierto es que la infertilidad puede alcanzar al 30-40% de las mujeres con endometriosis, según informes del Ministerio de Sanidad. Esta enfermedad afecta al 10% de las mujeres aunque camuflada con la menstruación, el diagnostico puede tardar unos ocho años. “He aprendido a vivir con esto. Lo pasaba tan mal con la regla que no tenerla es una suerte, aunque soy super consciente de lo que comporta con 26 años, pero antes era un infierno”.

Mar lamenta el abandono frente a su situación. “Si la chica de prácticas no me lo hubiera mirado, no me hubiera hecho caso nadie. Yo seguiría teniendo este quiste y sería tres veces mayor”, dice. García reconoce que realizaba las visitas con su padre porque no entendía nada, se sentía bloqueada y desamparada. Al salir de la consulta solo lloraba y por eso sentía que la lucidez de la compañía de su progenitor podría ayudarla con la resolución del diagnóstico. “Cuando me dijeron que me operaban no les hubiera preguntado ni cuanto duraba ni cuando volvería a casa ni si me anestesiaban”, relata. “Esa información me la tendrían que haber dado ellos, pero no se producía y yo estaba en estado de shock, suerte que iba con él”, dice.

Del DIU al papiloma

“Me colocaron el dispositivo intrauterino (DIU) sin informarme de nada. En ningún momento me dijeron que eso me dolería un montón y que no me dormirían. No podía andar, lloraba por la calle”, recuerda Marina Beltrán de 27 años. A Marina no le hicieron ningún tipo de estudio clínico previo ni la informaron de la colocación del DIU: “Le pregunté al ginecólogo si afectaba a mis relaciones sexuales y me dijo que no podría tenerlas hasta al cabo de una semana. Si no se lo hubiera consultado ni siquiera lo sabría”, recuerda Marina.  Después llegó la notificación del Virus del Papiloma Humano (VPH), por teléfono: “Apenas recuerdo qué me dijo, fue muy rápido”, explica Marina. Todo empezó en cuanto le retiraron el DIU. “Me quedó la mitad dentro y el médico me dijo que ese trozo no me lo podían sacar en la consulta privada, tenía que ir a la pública donde me dieron hora al cabo de muchos meses. Allí el doctor me dijo que me lo tenían que sacar de urgencia y que en la pública iba a tardar demasiado”, recuerda. Fue por eso que terminó en una clínica privada de Girona donde le diagnosticaron el VPH. La frecuencia de la infección por VPH en mujeres en España es del 14,3%, siendo del 29% en las mujeres jóvenes de 18-25 años, según informes del Ministerio de Sanidad.

Beltrán, que ejerce de gerente de una casa de colonias en Palamós, también tomó pastillas anticonceptivas. Empezó a los catorce años porque tenía reglas cada quince días, fuertes y dolorosas. “Entonces tenía la menstruación una vez al mes pero igual de dolorosa. Estuve tres años con las pastillas y las dejé de tomar porque no me sentaban bien. Luego me puse el aro hasta que sentí que estaba perdiendo la líbido,” explica. Más adelante fue cuando decidió ponerse el DIU de cobre porque era el único anticonceptivo sin hormonas. En 2018, año en que Beltrán se colocó el anticonceptivo, un 4,3% de las mujeres en España utilizaban el DIU de cobre, según la encuesta de anticoncepción en España realizada por la Sociedad Española de Contracepción. El DIU fue bastante bien durante los cinco años que Beltrán lo llevó. Los problemas empezaron en cuanto se lo sacaron y la doctora le dijo que se había quedado la mitad dentro.

“Habían detectado que había un numero de DIU defectuosos, pero no informaron a ninguna de las personas que los llevábamos“

“Habían detectado que había un numero de DIU defectuosos, pero no informaron a ninguna de las personas que los llevábamos. Yo podría haber puesto una denuncia entonces, no tenía sentido hacerlo años después. Me pedían una caja donde se almacenaba el anticonceptivo que no sabía ni si me la habían llegado a dar ni donde podía estar. Insistí en que lo miraran en el registro para encontrar el responsable, fue una tortura”, denuncia Marina. La doctora que le atendió en la clínica privada “me dijo que a lo mejor caía por si solo o si no tendría que operarme”, explica. En cambio el doctor de la consulta pública le explicó que eso era muy peligroso y que había que sacarlo inmediatamente. Marina ya no recuerda cuantos médicos visitó ni cuantas personas llegaron a atenderla durante esos meses de infierno que estuvo intentando encontrar una solución a lo sucedido.  

El supuesto día que debían sacarle el anticonceptivo, solo la exploraron y le dijeron que lo harían una vez ella volviera de su mes de viaje. A la vuelta no vieron nada, no sabían si había expulsado el DIU o si quedaba algo en su interior y la doctora no se quería arriesgar a operar. “No sé del todo si me queda algo o si no queda nada, pero eso me dijo”, afirma.

Viajar con óvulos vaginales

“Yo voy de viaje y en mi maleta hay amoxicilina, óvulos vaginales y crema para hongos”, relata Diana Tarradas, educadora social de 27 años, para quien el dolor frecuente han sido las infecciones del tracto urinario (ITU) que lleva sufriendo desde hace doce años. Tarradas afirma que desde su anterior ruptura ha dejado de padecer tantas infecciones. “Creo que hay una vinculación emocional. Ahora tengo alguna de vez en cuando, pero antes mi vida eran las infecciones de orina constantemente. Si tenía un examen o alguna actividad importante dejaba de tener relaciones sexuales los días previos. Antes de estar con mi expareja sufrí alguna, pero al dejarlo dejé de vivir con miedo, mi cuerpo se relajó y dejé de lado las infecciones”, dice.

“Yo tengo la uretra más cercana a la vagina, pero creo que es la justificación biológica que tienen los sanitarios porque a parte de que haga pipí, no me han aconsejado ni guiado en nada”

La educadora social afirma que sus infecciones tenían relación con lo que sufría a nivel vital. “Mi cuerpo somatizaba todo lo que me pasaba con infección de orina. No era normal. Con quince años, después de mi primera relación sexual ya tuve infección, y en ese momento yo tenía miedo”, explica. “Yo tengo la uretra más cercana a la vagina, pero creo que es la justificación biológica que tienen los sanitarios porque a parte de que haga pipí, no me han aconsejado ni guiado en nada más para evitar tenerlas”, afirma. Las ITU son un problema frecuente en Atención Primaria, representando el 18,4%, según el último Estudio de la Prevalencia de la Infección Nosocomial en España (2018). De hecho, se calcula que un 20% de las mujeres padecerá cistitis a lo largo de su vida; en España alrededor de 4 millones de mujeres de entre 20 y 44 años desarrollan al año una cistitis aguda.

Salud
Endometriosis Larraitz Amezaga: “Hay mujeres con endometriosis que se han quedado en una silla de ruedas”
Buscar información y tejer redes fue lo primero que hizo Larraitz Amezaga tras ser diagnosticada de endometriosis. Producto de su inquietud ha publicado ‘Endofeliz’, una guía para aportar luz.

La primera vez que Diana tuvo que ir al médico fue a los quince, dos días después de tener la primera relación sexual. Desde entonces ha probado las pastillas de arándanos, jabones distintos y nada ha funcionado. Cada vez que tenía relaciones le pasaba lo mismo y le dolía tanto que no se podía mover. “Era como mear ácido y encima apenas sale nada”,  dice. Además al tomarse el antibiótico le daba reacción y sufría de hongos. Cuando ya había tenido más de seis infecciones le dijeron que seguramente era propensa a ellas. Había normalizado vivirlas y tomar antibiótico. “Ya no iba al médico, llevaba conmigo la amoxicilina. Sé que no debía auto medicarme, pero estaba harta de ir allí, que me culpabilizaran y que se limitaran a decirme que hiciera pipi, que me limpiara y que me fijara con quien tenía relaciones”, recuerda.

En épocas en las que la actividad sexual era más recurrente, Diana vivía en una infección de orina continua. “Yo les avisaba que tenía muchas y que sabía cuando se producían, pero no analizaban porqué, solo me decían lo mismo. En el 2018, antes de irme a Argentina donde no quería que me pasara, un médico de confianza me recetó las pastillas preventivas Furantoína que tenía que tomarme después de tener relaciones sexuales. Fue el único fármaco que me salvó, porque prevenían las infecciones, pero en el 2020 las retiraron del mercado. Fue la única época de mi vida en la cual no tuve infecciones”, explica. Cuando tuvo que dejar las pastillas y volvió a tener relaciones sexuales, reaparecieron las infecciones.

“En una de las consultas, que fui sin depilarme, el ginecólogo normalizó mis infecciones sin hacerme ni caso y me dijo que miraríamos si tenia ovarios poliquísticos debido a mis pelos”

Tarradas visitó muchos médicos distintos. “Creo que fueron más de diez. En una de las consultas, que fui sin depilarme, el ginecólogo normalizó mis infecciones sin hacerme ni caso y me dijo que miraríamos si tenia ovarios poliquísticos debido a mis pelos. Creo que aún estoy en shock. Terminé con las piernas abiertas con ese hombre mirándome los ovarios y dándose cuenta de que no era ese el diagnostico sin solución a mi problema inicial, que seguía ignorando”, lamenta.

Pero esa no fue la peor de las experiencias. Diana estaba en Barcelona cuando tuvo que ir al Centro de Atención Primaria más cercano a las cinco de la madrugada después del dolor de su primer pipí. “Me hicieron esperar en la sala más de una hora y no había nadie. Les reclamé atención, pero no me hicieron caso. Fui al baño y meé sangre. Estuve más de media hora en la sala de espera llorando y los médicos no me decían nada, pero insistí y finalmente me hicieron la prueba. No sabía si me había bajado la regla o era grave. De repente entré en una sala, yo no podía contener el dolor y me ingresaron. Tenia una pielonefritis la infección había llegado al riñón”, recuerda Diana. Le pusieron amoxicilina intravenosa y un pañal. Horas más tarde se pudo ir a casa.

Las tres lamentan sus experiencias vividas en las salas de consulta, la falta de acceso a la información y la poca atención personalizada. “Es como generalizado que da miedo ir al ginecólogo. Seguro que me encuentra algo y me lo dirá mal, no entenderé nada, saldré con la cabeza como un bombo, lloraré y seguiré igual sin saber que tengo. ¿Y ahora qué?”, dicen. “Nos dicen que no googleemos, pero en nuestro caso sí, porque esta información que terminamos compartiendo con nuestras personas más cercanas, mucha es autodidactica y no debería”, se queja Diana. “Hace falta que se sienten con nosotras, que nos escuchen y que nos expliquen qué nos pasa, que nos respondan las dudas  y que no tengamos que ser nosotras quienes por nuestra cuenta vayamos en busca de esta información”, defiende Marina. “Que las visitas no se terminen hasta que nosotras no lo entendamos. Tienen que saber que no entendemos lo que nos están diciendo”, dice Mar. Y añade: “¿y por qué le tengo que explicar yo mis cosas a la recepcionista?”, se queja. “A mí esto me cabrea. Está fatal, porque tienes una cola de gente detrás y te encuentras explicándole tus miserias a esa persona cuando no es a ella a quien se lo tienes que contar”, insiste Mar.

“Nuestra vida está normalizada en una dolencia femenina, todas tenemos algo. Yo no conozco a ningún chico que tenga dolor de huevos cada mes, si eso pasara seguro que habría un seguimiento"

“Que nos hagan un buen seguimiento y que no tengamos que ir contando mil veces el mismo problema, porque eso te remueve. Que no minimicen nuestro dolor, es algo que nos pasa desde hace tiempo. Desde que tenemos la regla ya empezamos a tener problemas con las visitas ginecológicas. Vamos a muchos y cambiamos constantemente por la falta de información y seguridad que nos afecta cada mes”, añade Beltrán.

“Nuestra vida está normalizada en una dolencia femenina, todas tenemos algo. Yo no conozco a ningún chico que tenga dolor de huevos cada mes, si eso pasara seguro que habría un seguimiento o cura. Nosotras tenemos normalizado dejar de hacer cosas por tener la regla. ¿Algún chico ha dejado de ir a algún sitio por dolor de huevos?”, dice Diana.

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Siento mucha rabia y tristeza al conocer estas horribles experiencias. Yo no he vivido algo tan desesperante ni de lejos, pero una muestra de esta violencia hacia las mujeres en la medicina, una pequeña muestra, la viví en el momento de ponerme el DIU. El ginecólogo, un chico muy jovencito, me dijo que notaría solo una ligera molestia. Cuando acabó le dije: "no fue una molestia, sentí dolor". Su reacción fue de sorpresa e incredulidad: "No, este procedimiento no duele", afirmó rotundo. No recuerdo qué le respondí, pero me enfadó que fuera tan categórico con un asunto que él mismo no había experimentado en sus propias carnes. Imaginé a miles de mujeres antes que yo poniéndose un DIU y quitándole importancia al dolor sentido, como solemos hacer, por lo que para los ginecólogos se trata de un procedimiento sin dolor y quien diga lo contrario es una quejica.

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