Limpieza, de lo personal a lo político

¿Se puede ser ecofeminista y tener la casa como los chorros del oro? La autora de este artículo se cuestiona la necesidad de limpiar a fondo la casa y sobre todo recuerda que la mayoría de los productos de limpieza son tóxicos y altamente contaminantes.

Asesoría Instituto Español de Bioconstrucción
25 abr 2019 08:00

En mis tiempos…, me sorprendo usando esta expresión al hablar de cuando era joven o más joven. Vuelvo a empezar.

En los tiempos en que vivía con mi madre, tenerlo todo limpio era lo más importante para la “mujer de la casa”. Recuerdo los fines de semana, cuando me sacaba de la cama –y a veces de la casa–, porque ya era hora de hacer lo que mis hermanas y yo llamábamos el “zafarrancho de combate”, cuando parecía que por la casa había pasado un tornado. Todo se movía y se limpiaba, y cuando digo todo es todo; que hasta desaparecieron los números de mi escalímetro –una regla especial que usaba en la carrera de arquitectura– después de pasar por un buen fregado con estropajo nanas y posterior lavavajillas, no fuera a sobrevivir alguna bacteria o quedar algo de roña.

También me acuerdo del olor a amoníaco en el baño, una especie de bofetada seguida de una pequeña náusea;de los aparadores sin polvo; el inodoro reluciente; el sonido de la lavadora; el olor a suavizante pugnando entre otros tantos olores, todos de flores cuando en casa no teníamos ni un tiesto.

Y eso que mi madre siempre ha trabajado también fuera de casa, pero la limpieza es la limpieza y una casa sucia es de guarras. Otra costumbre de esa época era mantener una habitación sin usar, con la funda de plástico sobre el sofá estilo rococó, cerrada a cal y canto para que no entrara una mota de polvo; preparada para el momento en que llegasen visitas importantes a las que impresionar. En este caso, yo sólo era la amiga de la hija de la dueña, así que sólo dejaban que me asomase, eso sí, con trapos en los pies –no fueras a rayar el parqué–, la luz encendida y la persiana bajada.

Limpieza equivalía, o equivale todavía en muchos casos, a olor a lejía; a ambientadores que camuflan los olores; a multitud de botes bajo el fregadero, uno para cada suciedad: los cristales, la moqueta, el suelo de madera, los azulejos, el suelo de terrazo, el canto de metal, y así podríamos seguir indefinidamente, todos juntos a punto de un episodio de “vamos, que la he liao parda, he echado ácido clorhídrico encima de sulfato…y ha hecho una reacción que flipas…”.

Sensibilidad química

Puede parecer que esto sólo es una anécdota, pero me encuentro con varias noticias de muerte de mujeres debido a mezclas de productos de limpieza: “Una mujer muere tras inhalar lejía con aguafuerte cuando limpiaba”, “Muere intoxicada una mujer cuando limpiaba con amoniaco”. Mientras tanto youtubers recomendando mezclas caseras multiusos Triple A: para pulverizar, a base de amoníaco y que no es necesario aclarar… una maravilla para el ama de casa.

Otras noticias no tan dramáticas (o sí) nos hablan de riesgos del uso de estos productos a largo plazo: “Las sustancias químicas domésticas compiten con los vehículos como fuente de contaminación” o “Usar productos de limpieza puede ser tan dañino para los pulmones como fumar”.

Cuando nos adentramos en el sector profesional, donde 95 % del personal de limpieza son mujeres, que además en la mayoría de los casos también limpian sus propias casas la cosa se complica. La última noticia que he leído: “Un juzgado de Ourense reconoce el síndrome de sensibilidad química como accidente laboral”, pone en evidencia la falta de seguridad de las personas que limpian, pero también puede ser un gran paso para tomar conciencia de los peligros y sobre todo, cambiar la forma en que limpiamos, tanto a nivel doméstico como profesional.

Pero entonces, ¿cuánto tengo que limpiar?

Me planteo varias preguntas: ¿Hasta qué punto debemos limpiar para sentirnos bien? ¿Somos conscientes de cómo limpiamos, con qué limpiamos y quiénes limpiamos?

Personalmente he tenido que aprender a no ver cierto nivel de suciedad, o por lo menos que no me preocupe en exceso, a soportar un poco de polvo en los estantes, a limpiarlo con un trapo húmedo en lugar de moverlo de sitio, a tener muebles de madera natural en lugar de plástico que atrae el polvo como un imán, a convivir con un cierto desorden, a percibir la falta de olores como algo positivo… En definitiva, a desaprender a limpiar para incorporar hábitos más saludables.

Pasar más tiempo fuera de casa, pasear, ensuciar y limpiar lo justo, con productos naturales como vinagre, jabón casero o bicarbonato, ordenar y no acumular objetos que a su vez acumulan suciedad. Limpiar con alegría y salud, con la música de fondo en lugar del ruido de la aspiradora, cantando mientras muevo el cuerpo improvisando un baile con la fregona o unos faralaes con la bayeta.

Y ventilar: ¡qué bueno es el aire fresco que limpia el ambiente y la mente!

Sobre este blog
Saltamontes es un espacio ecofeminista para la difusión y el diálogo en torno al buen vivir. Que vivamos bien todas y todos y en cualquier lugar del mundo, se entiende. También es un espacio para reflexionar acerca de la naturaleza, sus límites y el modo en que nos relacionamos con nuestro entorno. Aquí encontrarás textos sobre economía, extractivismo, consumo, ciencia y hasta cine. Artículos sobre lugares desde donde se fortalece cada día el capitalismo, que son muchos, y sobre lugares desde donde se construyen alternativas, que cada vez son más. Queremos dialogar desde el ecofeminismo, porque pensamos que es necesario anteponer el cuidado de lo vivo a la lógica ecocida que nos coloniza cada día.
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