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Ecofeminismo
De la distopía a la ecotopía en estos tiempos críticos
Si algo se puede decir de los seres humanos es que somos animales de relato. A través de la historia, toda revolución ha tenido una cultura, un relato que la acompañaba. Y en este momento que vivimos, el dibujo que hagamos de nuestro futuro puede ser distópico o ecotópico. Cuál sea el relato que nos hagamos, determinará en gran medida lo que pueda suceder.
Cuando pensamos en distopías, en ese planeta devastado y esa humanidad viviendo en un régimen fascista, hay un efecto de parálisis, de anestesia, de disociación, y esto no tiene potencial emancipador. Es como una “zona de confort distópica” en la que la resignación abona a una profecía autocumplida, un efecto pigmalión. Si pensamos que no hay salida, no la habrá. No es posible movilizar sin proyectar una idea de futuro posible y deseable. Necesitamos pensar en ese futuro ecotópico para poder construir un presente habitable.
La utopía sirve para caminar, decía Galeano. Pero a veces oscilamos entre los pronósticos desmovilizadores y lo naif, el espacio de la fantasía o de la irrealidad, pensando que algún descubrimiento mágico resolverá la crisis en que nos hallamos. Necesitamos generar una ecotopía posible, con los recursos limitados que hay. Y esto pasa por generar horizontes de deseo fuera de la imaginación capitalista.
Vacunas contra la aceptación del abismo
Para crear ecotopías, tenemos reflexiones que ofrecer que, creemos, también sirven de antídoto a la inacción y el desánimo. Vacunas contra la ansiedad, el fatalismo o la aceptación del abismo.
Una de ellas es contradecir la idea de que la naturaleza humana es mala. El capitalismo nos lo recuerda todo el tiempo: ten presente que hay que protegerse de los que te rodean, comprarse alarmas, competir en el trabajo, que no se te adelante nadie. Esto nos provoca ganas de tirar la toalla, de pensar “sálvese quien pueda” o incluso “mejor si desaparecemos como especie y empieza esto de nuevo”. Se generan miradas descreídas en la especie humana. Narrativas centradas en el conflicto y en nuestra maldad. Decimos que la humanidad es un cáncer. Pero podemos hacer un recorrido por las vidas humanas que emocione: la protección cotidiana de las criaturas o de las personas enfermas que realizan muchas mujeres en condiciones de extrema dificultad, las experiencias en catástrofes, como las que relata Rebeca Solnit en Un paraíso en el infierno, las estructuras comunitarias, los mil ejemplos de solidaridades de proximidad. No somos un cáncer. Lo que sí lo es, es el patriarcado capitalista.
Creernos mejores nos ayuda a ser mejores
Creernos mejores ayuda a ser mejores. Y somos mejores de lo que creemos. No lo demostramos todo el rato, pero sí lo hemos hecho muy a menudo. La realidad muestra que podemos reaccionar de formas increíbles ante la dificultad. Y hay que contar con ello. Así que quizás no es tan importante si “somos” o “no somos” mejores, sino más bien si lo podemos ser. Y pensar que podemos ser mejores, nos hará mejores, alimentando ese bucle de profecía autocumplida.
En nuestra ecotopía, los recursos materiales son finitos, pero hay mucha riqueza ilimitada a repartir: las relaciones bonitas, la creación artística, la creatividad, el deporte, la risa, el sexo, los amores, el estudio, el juego. La justicia, el vivir sin miedo y sin violencias, no necesitan grandes consumos de energía y materiales. Hay pedazos de ese mundo que están aquí, microutopías. Ese mundo de suficiencia no es un mundo gris. Es un mundo en el que merece la pena vivir: con amigas, con cultura, con autoestima y estima por la vida, con diversidad. Un mundo bello, justo, seguro, con tiempo para la vida…
Nuestra ecotopía son muchas ecotopías precisamente porque la vida es diversa y pueden convivir distintas maneras de organizarse. Podemos pensar que algunas libertades conquistadas vale la pena mantenerlas y, en cambio, otras, como la libertad del capital para arrollar, arrasar y explotar, hay que cuestionarlas.
La incertidumbre y las buenas compañías
Aunque parezca difícil pensar que podamos construir esa sociedad ecotópica en medio de esta gravísima crisis, precisamente la incertidumbre ante la que nos encontramos tiene la ventaja de poder abrir posibilidades que ahora somos incapaces de imaginar. El devenir no está cerrado. A veces hay acontecimientos precipitantes que facilitan procesos que ahora parecen muy costosos o imposibles. El descubrimiento de la electricidad, la revolución del 15M, la huelga feminista en España eran impredecibles un mes antes. Es lo que se llama “cisne negro”, un acontecimiento difícil de prever pero que tiene un alto nivel de impacto y que de pronto cambia una parte de la historia.
Es el momento de la historia que nos ha tocado. Nos toca aceptar el presente. No podemos gastar demasiada energía en desesperarnos o dejarnos llevar por una ira que no se traduzca en movilización. Podemos, como sugiere Joanna Macy, honrar el dolor, pero no dejemos que nos atrape. Aceptemos el presente pero rebelémonos ante el futuro. Aquí estamos para hacer que los futuros que deseamos se vayan acercando.
El activismo permanece si se alimenta de relaciones y de sueños, de los vestigios de esperanza. Reivindicamos un activismo alegre. Vidas con sentido, más interesantes. Por suerte estamos juntas, bien acompañadas.
Por último, consideramos un error pensar en términos de cuántas vidas se van a perder en esta transición. No nos lo podemos permitir. Es la lógica del capitalismo la que nos plantea escenarios de sacrificio, de reparto desigual. Vamos a salir de esa lógica. Son tantas las vidas humanas y no humanas que se nos presentan como zonas de sacrificio, como daños colaterales de una trayectoria insalvable, que hay un enorme margen para plantear la transformación y transición ecosocial como un escenario de rescate y no de hundimiento social. Lo tenemos claro: vamos a salvarnos todas. Vamos a vivir nuestra ecotopía.
(Este artículo es fruto de la reflexión colectiva en el seno de la comisión de educación de Ecolgistas en Acción de Madrid)
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