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Renta básica
“Esto acaba de empezar”: una crónica en tres actos de la Marcha Básica
Esta crónica es solo un recorte de un proceso, de un camino, una foto fija de gente en movimiento. Entre el 10 y el 24 de marzo, un centenar de personas caminó 300 km a través de helada península para pedir derechos y una vida digna para toda la población.
Esta historia inicia con la voz firme de una mujer asturiana clamando por la unificación de las luchas y cierra con esa misma mujer llamando a la desobediencia. Se llama Silvia Salamanca, y entre su primer y su segundo discurso han pasado 15 días, los que duró la Marcha Básica que partió de León el 10 de marzo y llegó a Madrid el 24. Las dos semanas que han tardado, decenas de caminantes, en recorrer los 300 km que hay entre ambas ciudades. A Silvia la escuché primero en el Centro Pastoral San Carlos Borromeo, en Vallecas.
El sábado 24, al final de la manifestación que recibió a la marcha en Madrid, se dirigió de nuevo a la gente desde un atrio improvisado a espaldas de una camioneta. El Congreso, revestido con su armadura de vallas y antidisturbios, estaba a pocos cientos de metros, y al mismo tiempo, a miles de años luz de distancia de aquellas personas que la escuchaban. En ambas ocasiones, no era mucha gente la que estaba, pero contenían la potencia de una multitud.
Y en el futuro inmediato, la mera supervivencia amenazada por un régimen que cada vez se muestra más represivo para sostener una sistema cada más desigual al servicio de unas élites cada vez más parasitariasEsta historia en realidad empieza mucho antes, con movimientos de base que se organizan, asambleas de personas paradas y desempleadas, mineros, jornaleros, asociaciones de vecinas, gentes de la PAH, espacios sindicales, pensionistas... En la memoria reciente las mareas, las Marchas de la Dignidad, el 15M. Y en el futuro inmediato, la mera supervivencia amenazada por un régimen que cada vez se muestra más represivo para sostener una sistema cada más desigual al servicio de unas élites cada vez más parasitarias. Ante este no futuro, surge la Marea Básica y se propone volver a los caminos y a las calles, con una movilización en torno a los derechos sociales: trabajo digno, vivienda, servicios públicos de calidad, pensiones, y ahora, como novedad central, también la renta básica universal.
Así que esta crónica es solo un recorte de un proceso, de un camino, una foto fija de gente en movimiento. El pequeño retrato de unas pocas personas que forman parte de un enjambre que organiza y colabora, coordina, compra, cocina, manda tweets, da entrevistas, camina, cura ampollas, limpia, anima, discute, consensúa, ríe y llora. De quienes se niegan a naturalizar la desigualdad y la pobreza. Y por ello marcharon, lejos de los focos hegemónicos, cerca de los pueblos, de las calles donde la precariedad es rutina y escenario, memoria y horizonte. Esta crónica también quiere caminar, y lo hará en tres actos.
Acto 1. de la unidad
Es martes 27 de febrero, 10:30h. En el barrio de San Fermín, al sur de Madrid, se echa a nevar como en las películas. En torno a una mesa se van juntando un grupo de activistas. Forman parte de la Coordinadora de Parados y Desempleados de Madrid. Las paredes del local hablan de manifestaciones presentes y luchas atemporales. Son cinco mujeres y cinco hombres, ninguno joven, si nos basamos estrictamente en lo etario. Circulan los carteles para la manifestación de pensionistas, pero también los coloridos pósters de la PAH para la convocatoria de “Una ley como una casa”.
Pero ahora están reunidos por la Marea Básica. Hablan de la logística de la fiesta que el 10 de marzo harán en San Carlos Borromeo, cuando empiece la marcha, para presentarla y sumar fondos. Juan Pe, Isabel, Jose, Manuel son algunos de sus nombres. Este último, Manuel Rojas, muy activo, nos cuenta cómo la renta básica universal se va colando en las reivindicaciones de la gente, cómo de a poco, aún con reticencias e imprecisiones, ve acercarse el cambio cultural que permita a la clase trabajadora pensar en los derechos sociales más allá del trabajo. No les entretenemos mucho, tienen cosas que resolver: dónde comprar las cervezas más baratas para venderlas en la fiesta, con quién imprimir las pancartas, qué pueden aportar los sindicatos a la causa. Son diligentes, hacen mucho con casi nada, estarán precarios, desempleadas, jubilados, pero no paran. Les dejamos debatiendo los últimos detalles, mientras toman café y desafían los turnos de palabra.
Si yo encontrara
la estrella que me guiara
yo la metería
muy dentro de mi pecho
y la venerara
si encontrara la estrella
que en el camino me alumbrara
(…)
Estrella
llévame a un mundo
con mas verdades con menos odios
con mas clemencias y mas piedades
romperemos las nubes negras
que nos engañan que nos acechan
abriremos un mundo nuevo (...)
La canción es de Enrique Morente, quien la canta con el cuerpo quedo y la voz conmovida es una mujer llamada Carmeli. Ya es sábado 10 de marzo. Allá en el norte la Marcha Básica ha partido de León, algunos de sus miembros han venido en autobús para este acto de apoyo. Hay unas 200 personas arropando, la gente sigue siendo poco joven, y porta sobre sí las memorias de otras luchas. No es una deducción gratuita, se les nota en cómo se saludan y charlan, en la intensidad con la que cantan. Hay un no sé qué de familia en el aire, un magma de afectos que se manifiestan y resquemores que se domestican.
“¡Lo queremos todo! ¡Queremos comer cada día! ¡Queremos educación pública para nuestras hijas! ¡Queremos una sanidad pública de calidad!”, arengaba Silvia Salamanca
“¡Lo queremos todo! ¡Queremos comer cada día! ¡Queremos educación pública para nuestras hijas! ¡Queremos una sanidad pública de calidad! (...) Si hablamos de precariedad, y hablamos de pobreza tenemos que hablar de las mujeres, porque las mujeres sabemos bien lo que es esta situación!”. Ahí está Silvia Salamanca interpelando al público. El mes ha empezado fuerte, y habita su discurso pues “la lucha de las mujeres no se acaba el 8 de marzo”.
Todo lo que dice lo dice alto y claro, con una electricidad que agita. Es la misma energía que activa también el extremeño Manuel Cañada, cuando toma la palabra para espolear el orgullo de los despreciados: “¡Nos tratan como población sobrante, población desechable, somos los cleanex del capital!”. Y alienta a “que mantengamos el pulso, que vayamos aprendiendo de la experiencia, y que echemos de una vez a esta banda de corruptos que nos condenan a la miseria”. En fin: sostener, hacer escuela de las derivas y derrotas, acabar con el régimen. Ahí es nada. Por ello apela a la unidad, que para Cañada es un mantra, pero no desde la inocencia o el voluntarismo pues “la unidad no es un remanso, sino que es pelea, esfuerzo por entender al compañero, por escucharnos, por entender los puntos comunes. Por salir de La vida de Brian, por luchar contra el enroque”.
“¿Sabes qué es lo mejor?”, me dice en confianza Manuel mientras señala a algunos individuos con nula discrección: “Este y ese no se soportan. Ese de allí y aquel de allá están peleados. Pero aquí estamos todos juntos”
Manuel Rojas anda por ahí. En la esquina, cerca de la puerta, detrás de la “barra” improvisada donde se despachan bebidas, y se ofrecen cortezas, frutos secos y patatas fritas en platos de plástico. No es el único de su grupo, la gente de San Fermín te saluda afable. Aunque solo te hayas cruzado un par de horas con ellos. Hay algo de cálido, de acogedor en todas las interacciones, es como si te estuvieran esperando, como si fueras ya compañera solo por estar: “¿Sabes qué es lo mejor?”, me dice en confianza Manuel mientras señala a algunos individuos con nula discrección: “Este y ese no se soportan. Ese de allí y aquel de allá están peleados. Pero aquí estamos todos juntos”. Y su sonrisa dice: esto no pasa todos los días. Aquí está ocurriendo algo. Cada poco cantan juntas, juntos, los hits de la contestación, himnos que sobrevuelan disensos, y apuntan a memorias compartidas. Eso seguramente también ayuda. De la “Canzone del Partigiano” a “l’Estaca” sacuden la dignidad en Vallecas.
Acto 2. del camino
Renta básica. Empleo digno. Pensiones decentes. Sanidad y educación públicas. Derecho a la vivienda. No es fácil repetir los cinco puntos de la Marcha Básica de carrerilla, por eso viene bien tener flyers a mano, para la gente que se interesa, y pregunta. Los caminantes atraviesan Valladolid por la avenida de Zorrilla, acompañados por la policía local. Ahí les interceptamos. Se trata de un grupo vivo, de gente que va y que viene. Que se une cuando puede pero siempre es bienvenida. Quienes arrancaron en León, llevan unos 120 km caminados. Partieron unos 70 el primer día, pero hoy es jueves 15 de marzo, las estudiantes tienen clase, quienes trabajan tienen que atender a sus trabajos.
“Sí, hay menos mujeres, en general tienen cosas que hacer”, me cuenta Paco, que viene de Valencia, cuando le pregunto. No son muchas, no, pero las que hay empezaron a marchar incluso antes que sus compañeros. Partieron de Asturias el 9 de marzo, en un acto simbólico que enlazaba la lucha del 8M con la Marcha Básica. Ascendieron por el puerto de Pajares, eran 15 o 20, pero en este grupo lo importante no son los números. Lo que importa es la perseverancia frente el viento frío, el cansancio, y las precariedades varias que se apropian de tu aliento.
Leer: Contra la pobreza y la desigualdad: feminismo y renta básica
En seguida nos presentan a Mariano, es de San Vicent des Horts y no ha venido solo. Es difícil pensar en Mariano solo. Ya nada más conocerle, lo imaginas siempre conjugando nosotros. Ha hecho un nosotros hasta con el equipo médico que sigue su tratamiento contra el cáncer: “Lo hablamos y entendieron que yo tenía que estar aquí”, me cuenta. Mariano va por ahí desparramando pelea y optimismo. Lo hizo en su pueblo donde fundó un Casal de la Joventut, lo hará en la asamblea de esa misma noche, ya en Tordesillas, cuando el cansancio haga de las suyas y el clima se impregne de pequeñas disputas.
Entonces Mariano dirá: “Seamos positivos, qué es lo que vamos a hacer, qué queremos”. Mariano tiene unos 50 años, el pelo gris y largo, y todos le preguntan cómo se encuentra a cada rato. Su hermano Jose María ha venido desde Cádiz dónde ocupa una finca que es un refugio temporal para los migrantes que atraviesan el Estrecho. “Tiene una tapia muy alta, así es fácil esconderles mientras descansan antes de retomar camino, que aquí hasta la solidaridad es ilegal”. Pero ahora está aquí por su hermano y porque tiene que estar, me cuenta.
También está Marta, de Madrid, imparable, Marta Básica la llaman, es un referente en el tema de la renta básica universal entre los caminantes. Estuvo envuelta en la presentación de la Iniciativa Legislativa Popular de 2014, sigue involucrada en la Red Europea, y ahora camina a mi lado. Mientras cruzamos el puente romano sobre el Pisuerga, llegando a Simancas, me hace un mapa de las luchas recientes en las que ha estado peleando. Un currículum que podría exudar cansancio pero sin embargo contagia ganas. Tanto que su madre, me cuenta, tras cierto escepticismo ante esa trayectoria de mucha pelea y no tanta victoria, se ha unido a ella y también viene caminando desde León. Eso ya es una victoria.
Carmen, de Longreo, es una de esas mujeres que casi no viene porque tiene que “hacer cosas”. Dudó hasta el último momento, pues su hermana está enferma, y hay que cuidarla. Pero al final decidió que sí, y arrancó, ella también, desde Pajares
Así que le pregunto, tras revisar las luchas que pasaron, las fases de actividad y enfriamento: “¿Tú crees que esto va a cuajar?”. Instantes después, enuncia un sí, y justo en ese momento al sol le da por salir, dando un aval poético. Yo río, pero a ella no le extraña, ya está familiarizada con que pasen estas cosas en la Marcha, me habla de pronósticos de precipitaciones y tormentas que no se cumplen, de arco iris que interrumpen diluvios pasajeros y de la sensación de que la lluvia espera a que estén a resguardo para soltarse. “Ya que las circunstancias son adversas. Al menos el clima acompaña”, bromea Marta.
Carmen, de Longreo, es una de esas mujeres que casi no viene porque tiene que “hacer cosas”. Dudó hasta el último momento, pues su hermana está enferma, y hay que cuidarla. Pero al final decidió que sí, y arrancó, ella también, desde Pajares. Va sonriendo, se ayuda con dos bastones de senderismo, y una bandera asturiana a la espalda. Mantiene vivo el recuerdo de las Marcha de la Dignidad del 2014. “Toda esa gente que nos recibió en Madrid, como si fuéramos libertadores, o algo así. Las risas, las lágrimas, todas esas emociones”, recuerda épica. “Al final, nos fuimos a tomar un café, y en la televisión del restaurante vimos la violencia, finamente orquestada para entrar en el telediario de la noche”.
Dioni también participó en las marchas de la dignidad. Es un jubilado de Valladolid, uno de los que trabajaban en la Renault, un obrero de los de antes, sindicalista desencantado con los sindicatos pero no con la lucha. Le ha quedado una pensión decente, con la que una vez a la semana hace la compra a su hija desde hace ocho años, cuando su yerno se quedó en el paro. Dice que le parte el alma ver a su hija levantarse cada día a las 3:30h de la madrugada para abrir la churrería en la que está empleada. Pero tiene dos hijas y eso tampoco alcanza. Trabajar no basta. Por eso marcha Dioni, porque entiende que es la misma lucha, la lucha de los pensionistas y la de las precarias.
Dioni dice que le parte el alma ver a su hija levantarse cada día a las 3:30 de la madrugada para abrir la churrería en la que está empleada. Pero tiene dos hijas y eso tampoco alcanza. Trabajar no basta. Por eso marcha Dioni
“Es verdad que no hay muchas mujeres aquí, pero están peleando en otros espacios”, afirma Manuel Cañada. Se refiere a las Kellys o a las empleadas de atención a domicilio, que ahora forman una suerte de vanguardia del sindicalismo social. Cañada observa y camina, coordina y teoriza, arenga y escucha. Va y viene, anima a los caminantes, pelea con los guardias civiles por vías por dónde puedan pasar los coches que nos acompañan, por caminos que no estén sembrados de charcos, y donde les vea alguien más que espantapájaros y vacas. Las autoridades van frenando la marcha, algunos camioneros saludan con el claxon, hay un ecosistema variable en el asfalto.
Además, dice Manuel Cañada, no importa que seamos menos que en 2014. En aquellos tiempos de movilización, aquella fue una marcha de cosecha; esta de 2018, es una marcha de siembra
“Llevamos trabajando en esto desde septiembre. Empezamos a debatirlo en la escuela de formación de la Marea Másica, luego lo hablamos con la gente y lo decidimos en diciembre, y llevamos organizando desde enero. No será porque nosotros no intentemos generar vínculos y alianzas, que es una obligación de cualquiera que quiera pelear, si quiere transformar la realidad. Es una desgracia para los movimientos sociales y para la izquierda que exista tanta cultura del chiringuito. Si peleamos por separado nos derrotan a todos. El poder tiene estrategias, sabe lo que tiene que hacer. Somos nosotros los que no tenemos claro qué tenemos que hacer. Hemos situado una convocatoria por los derechos sociales con cinco puntos y sobre esa base se genera una alianza muy amplia, esa es la idea. Venimos trabajando muchos colectivos de parados y precarios, con muy pocos recursos, pero con mucho fondo”. A Cañada le gusta la marcha como forma de protesta porque caminando se genera solidaridad y empatía, porque es una comunidad la que acaba marchando. Además, dice, no importa que seamos menos que en 2014. En aquellos tiempos de movilización, aquella fue una marcha de cosecha; esta de 2018, es una marcha de siembra.
Estamos ya cansados, a lo lejos se ve Tordesillas. El compañero salió de la cárcel hace un año y le acogió la asamblea de parados de su pueblo. En realidad son los amigos de siempre, de cuando eran chavales y se juntaban en el Casal de MarianoSobre comunidad habla poco después uno de los muchachos que vienen con Mariano. Estamos ya cansados, a lo lejos se ve Tordesillas. El compañero salió de la cárcel hace un año y le acogió la asamblea de parados de su pueblo. En realidad son los amigos de siempre, de cuando eran chavales y se juntaban en el Casal de Mariano. Luego la gente se casó, tuvo hijos, se separó, todo se fue disgregando, cuenta. Pero ahora, dice, “siento que hemos recuperado eso de antes, el echarse una mano, el estar para el otro. Es lo que me ha permitido seguir cuando salí”.
Un poco de lluvia marca el final del trayecto cuando entramos en un Tordesillas medio desierto, con algunas vecinos intrigados en las ventanas. Nos espera un polideportivo colorido, y el Meli, que vino de Valencia con sus cacharros y sus fogones ofreciéndose para cocinar todo el camino, se ha marcado un arroz con pollo que a las 17:30h de la tarde entra con ganas. No han llegado al ecuador y ya hay cansancio y ampollas. Se plantean cómo visibilizarse más, cómo ir explicando sus reclamos, cómo sumarse a las movilizaciones de pensionistas y contra la Ley Mordaza que hay convocadas ese mismo sábado.
A la noche aparece alguien muy joven. Es Raquel, hija de Silvia Salamanca, estudiante universitaria. Como su madre, tiene claro que hay que unificar las luchas y en ello está. Recuerda cómo se puso su campus de bello el 8 de marzo, con las estudiantes movilizadas, antes de que ella también partiera hacia Pajares. Es la última persona con la que hablamos antes de que las luces del polideportivo se apaguen y el cansancio cierre los últimos ojos.
Acto 3. De lo que viene
Madrid, Plaza de España. Al primero que vemos es a Mariano, y cae un abrazo. Los últimos días han sido duros, nieve y alguna dificultad con los lugares donde iban a dormir. Jose María, el hermano de Mariano nos cuenta que el miércoles partirá a Barcelona, a cuidar a su hermano y retomar su proyecto del Casal, pues toda lucha es necesaria y suma. “Hemos llegado”, enuncia Antonio, un hombre alto de Lleida que también inició la marcha con ellos.
“Teniendo en cuenta los recursos que teníamos, que parte de quienes andábamos ni siquiera tenía unas zapatillas para caminar, no es poco”. Se han enfrentado a la nieve con “pit i collons”, como dicen en Catalunya. “Yo soy independiente pero he fichado por Marea Básica, porque la renta básica puede ser la punta de lanza que nos puede empoderar al pueblo”, me cuenta antes de que una pareja le pida una foto. Lleva en su chaleco una imagen de Ocalan, el líder kurdo. Los muchachos, que pasaban por ahí, pertenecen al partido comunista turco. Hablando de luchas que se entrelazan.
“Aquí he visto una calidad humana que sientes que te llevas como una familia nueva”, me cuenta María José, la madre de Marta. Pero no solo en la marcha percibe un cambio de clima, sino en la gente que vuelve a la calle
Un grupo de hombres cantan los grandes clásicos de la izquierda obrera a capella sobre el escaso césped de la Plaza de España. Por ahí anda también Raquel quien, tras volver a sus clases, se sumó de nuevo a la marcha el miércoles, cuando atravesaba la sierra del Guadarrama. En el grupo “ya se había hecho comunidad, había un montón de cariño. Fue duro, pero al ver Madrid desde arriba ya empezaba a sentirse la alegría de estar llegando”. En el último tramo, había más jóvenes como ella caminando. La marcha “te permite conocer a gente muy distinta, de distintos territorios, pues aunque la situación sea común, cómo se manifiesta es distinto. Hay gente mayor, que tiene una historia, y que entiende que opinen ellos u opine yo, vamos sumando, eso era lo que predominaba en la marcha. Puntos de conexión intergeneracionales”.
“Aquí he visto una calidad humana que sientes que te llevas como una familia nueva”, me cuenta María José, la madre de Marta. Pero no solo en la marcha percibe un cambio de clima, sino en la gente que vuelve a la calle. “Ojalá que esto nos sirva para algo, y si no seguiremos en la lucha. Lo que no quiero es que mis nietos me pregunten un día por qué, pudiendo tanto nos atrevimos a tan poco. No quiero avergonzarme de haber sido inerte ante la injusticia y ante la pobreza”. Uno de sus nietos está ahí, con sus cinco años, lleva una cartel que hace feliz a su tía Marta. Un cartel que dice: “Renta básica, garantía de futuro”.
“Los cuatro derechos sociales ya la gente los tiene en la cabeza, pero el tema de la renta básica está empezando a entenderse de otra manera, porque ya el trabajo no garantiza el derecho a la vida, y la gente se está dando cuenta de que esto del sudor de la frente, cuando no encuentras, ni puedes garantizar las pensiones ni los jóvenes pueden trabajar... Es que no hay trabajo, y con el paro estructural creo que se está empezando a entender la renta básica como en su día se entendió la sanidad universal, como algo que es un derecho, no te lo da nadie, es tuyo”.
En Madrid, a dónde han llegado autobuses de Extremadura y Catalunya, de Valencia y Andalucía, de Castilla León y de Galicia, hace viento y frío, el tiempo a veces amenaza con chubascos
“La gente se está cansando por el empleo basura. Hay el mismo desempleo de 2008 pero no se pueden pagar las pensiones, eso no puede ser, algo no cuadra”, subraya José, uno de los de San Fermín, quien piensa que no hay otra opción que “una renta básica suficiente e individual, no más limosna”.
En Madrid, a dónde han llegado autobuses de Extremadura y Cataluña, de Valencia y Andalucía, de Castilla León y de Galicia, hace viento y frío, el tiempo a veces amenaza con chubascos, y otras veces parece abrirse el cielo sobre la Gran Vía. Es difícil tener un diagnóstico sobre qué es lo que se viene: “Llega la primavera caliente, hay muchas reivindicaciones. Lo que pasa es que hay muchas reivindicaciones por separado. El Gobierno es muy hábil, divide y vencerás, al final hay manifestaciones todos los días, llega un momento en el que la vida no te da para más”, alerta José. Manuel Rojas anda por ahí, repartiendo octavillas, se le ve contento: “La renta básica ya es conocida por más gente, y ha cambiado la percepción, antes la gente pensaba que era una renta mínima más, una renta de inserción, y ahora la gente se va convenciendo de que es emancipatoria”, dice. También está optimista para el futuro: “Se viene un mayo caliente”, augura, enigmático.
“Yo tengo esperanza en la gente”, afirma Toni, cansado tras caminar desde León. “Yo creo en mi gente y creo en el pueblo. Lo que pasa es que la gente necesita ver algo real, y no un teatro que le monten los sindicatos o quien sea, no alcanza con ver una pantomina. Puede tener más o menos datos, más o menos estudios, pero eso no quiere decir que sean tontos y que estén ciegos”.
Manuel Cañada: “Es la primera vez que hay una movilización, no una recogida de firmas, no un debate, no la presentación de un libro, una movilización que tiene como eje la renta básica universal”
Aquí no hay nadie ciego, la manifestación va avanzando Gran Vía arriba, unas dos mil personas, que a ratos cantan “¿Qué queremos? ¡Renta básica! Y ¿cuándo la queremos? ¡Ya ya ya!” o “¡Contra el paro y la explotación, la renta básica es la solución! Entre ellos Manuel Cañada sigue caminando: “Quiero resaltar dos cosas: uno, es la primera vez que hay una movilización, no una recogida de firmas, no un debate, no la presentación de un libro, una movilización que tiene como eje la renta básica universal. Y la segunda, es la primera vez que van juntas para reivindicar una renta básica universal la ciudadanía y la clase. Y cuando digo clase digo la clase obrera, porque parecía que eran solo los hijos de la clase media venida a menos los que se movilizan”, reivindica Manuel Cañadas antes de desaparecer absorbido por las gentes y las tareas de la movilización.
“¡Esto es pueblo puro y duro!”, reivindica Uma, quien ha llegado a la mañana, con un colectivo de Vilanova. Lleva un cartel en el que dice, la “Renta Básica es un Derecho Humano”. Más adelante, Fina no quiere hablar de renta básica, pues dice no entender mucho, pero de lucha contra la precariedad sabe para rato: preside la coordinadora de trabajadoras de ayuda a domicilio en Catalunya, la primera que se fundó de una red estatal donde están ya casi todos los territorios y dónde denuncian las consecuencias de la externalización de este servicio.
“Me cago en los sindicatos mayoritarios que no nos apoyan en nada, que tal como está la situación del país no han sacado a la gente a la calle. ¿A qué esperan? ¿Qué están haciendo?”, denuncia Uma
“Que estemos con unas condiciones no adecuadas para el trabajo con unos sueldos miserables no se puede tolerar, y además la gente a la que cuidamos debe de tener mejor calidad y mejores servicios, son dos cosas que van unidas. Somos casi todas mujeres, somos muchas mujeres separadas, viudas, víctimas de violencia de género que se agarran a este trabajo (…) No hay derecho a que se estén aprovechando de dos sectores precarios como son los usuarios y los trabajadores”. Fina y sus compañeras tienen claro que si ellas no luchan, nadie lo hará por ellas: “Me cago en los sindicatos mayoritarios que no nos apoyan en nada, que tal como está la situación del país no han sacado a la gente a la calle. ¿A qué esperan? ¿qué están haciendo?”. De fondo ondean banderas republicanas y se cantan viejos lemas. Pero también emergen nuevos reclamos y actores políticos.
“Nos ha caído nieve, aire, nos ha caído ventisca, pero no nos hemos parado. Hemos tenido la presión de la Guardia Civil, de la Nacional, nosotros hemos seguido para adelante, porque nuestra reivindicación es simplemente la dignidad colectiva e individual”Yuyi se unió a la marcha el 16 de marzo, viene del Campamento Dignidad de Mérida, que irrumpió en su vida allá por 2013, cuando llevaba solo dos días en pie. “Tenía un encargo de mi madre de llevarle comida a mi hermano que estudiaba en la universidad, comida que se quedó allí, donde necesitaban alimentos, mantas, y a partir de ahí, me quedé”. Para él, sumarse a este movimiento supuso sentirse “arraigado a la tierra, a la gente de abajo, a la gente que lo pasa mal, y a una herramienta de lucha como pocas ha habido en Extremadura”. Allá iba a volver tras la marcha, para conmemorar el 25 de marzo de 1936, cuando hubo “una movilización campesina de 70.000 jornaleros que se levantaron para tomar la tierra ante la reforma agraria que no llegaba, una lucha eliminada de los libros de historia”. El Campamento Dignidad quiere reivindicar este episodio con una obra de teatro “para que las nuevas generaciones lo conozcan”.
La manifestación llega a su fin. La gente se va dispersando con sus pancartas y sus colectivos, en busca de los autobuses que, como a Yuyi, les devolverán a casa. Quedan unos pocos cientos, cerca de las Cortes, en torno a los caminantes. Es tarde y el frío arrecia. “¡Quieren que nos quedemos en casa, sumisas, empobrecidas, pero no lo van a lograr, es la hora de la lucha, de salir a la calle y de la desobediencia!”, clama de nuevo Silvia Salamanca. Su hija Raquel escucha atentamente entre otras jóvenes. Salamanca también denuncia el 155 y manda un fuerte abrazo al pueblo catalán, que la gente responde con aplausos. Entonces toma la palabra Mariano, y el nosotros se conjuga con afectos: “Nos ha caído nieve, aire, nos ha caído ventisca, pero no nos hemos parado. Hemos tenido la presión de la Guardia Civil, de la Nacional, nosotros hemos seguido para adelante, porque nuestra reivindicación es simplemente la dignidad colectiva e individual y para eso, tenemos que buscar ese espacio donde todos y todas luchemos juntas, no nos queda otra y vamos, que esto no para: esto acaba de empezar”.
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Genial por el artículo, pero seguís teniendo un problema con los términos referidos a "Castilla y León". Siempre os confundís en algo: o nos llamáis "castellanos" la los leoneses, o usais adjetivos "castellanos" para todos, o desaparece la "y" o directamente ni siquiera ponéis el "y León". Van demasiadas veces en demasiados artículos para ser una mera coincidencia.
Excelente crónica de estos incansables luchadores y luchadoras!