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Personas refugiadas
¿A qué huele un refugiado?
Los pabellones que todavía se mantienen en pie en el campo de concentración franquista de Montijo son un monumento (no reconocido) a la memoria de las víctimas de la represión fascista. Estos días, el bloqueo en el puerto de Barcelona del barco de Open Arms devuelve al presente la indignidad del trato degradante a los refugiados.
En un artículo titulado Nosotros los refugiados (We refugees) publicado en 1943 por Hanna Arendt en el periódico judío Menorah Journal, cuando ya vivía en Nueva York, la autora de Los orígenes del totalitarismo escribía:
“Ya somos bastante cuidadosos en cada paso de nuestra vida cotidiana para evitar que nadie adivine quiénes somos, qué tipo de pasaporte tenemos, dónde expidieron nuestras partidas de nacimiento y que Hitler no nos soporta. Hacemos todo lo que podemos para adaptarnos a un mundo en que hasta para comprar comida se necesita una conciencia política”.
A nadie se le escapa que la inmigración, lejos de ser un problema, es más bien una moneda de cambio entre partidos políticos que hacen de la misma el chivo expiatorio con cuyo sacrificio se puede redimir la insatisfacción generalizada de una sociedad que siempre busca una cabeza de turco, haya o no haya crisis, aunque cuando la hay agudiza la persecución y extrema las medidas contra la minoría señalada.
Si ayer fueron los judíos, a quienes nadie quería en Europa, ni tan siquiera los países que no habían sucumbido bajo la férula del fascismo, hoy día son los inmigrantes en su muy variada idiosincrasia: población huida de las guerras, del hambre, de la pobreza extrema, de la esclavitud, de la persecución política, de la represión afectivo-sexual, de la miseria humana en todas sus formas. El presente, como dejó escrito Marc Bloch, modela el pasado, necesitamos comprender el hoy para entender el ayer.El PSOE votó en marzo de 2018, junto al PP y a Ciudadanos, en contra de admitir a trámite una propuesta de Podemos y de los nacionalistas para anular la Ley de Amnistía de 1977
Bloch, también judío no religioso, como Arendt, pasó a la resistencia francesa en 1943. En 1944 fue detenido por la Gestapo y torturado: le rompieron las muñecas, le partieron las costillas y le sometieron al suplicio del baño helado. No pararon hasta que entró en estado de coma. Cuando se recuperó, a finales de la primavera de 1944, le montaron en un camión junto a otros detenidos (unos de ellos tenía solo 17 años) y le fusilaron en un descampado cerca de Lyon.
Hace unos días el Senado prodigó un sentido homenaje al exilio español que inició su diáspora tras el triunfo de los fascistas en 1939 y que se perpetuó durante los años del franquismo. Sin que esto suponga ningún reparo moral para una conciencia convencida de la restitución a las víctimas, y a pesar de las buenas palabras auspiciadas por el partido en el Gobierno actual, lo cierto es que el PSOE votó en marzo de 2018, junto al PP y a Ciudadanos, en contra de admitir a trámite una propuesta de Podemos y de los nacionalistas para anular la Ley de Amnistía de 1977, argumentando que la Transición se fundamentó en buena parte en esta ley. Los homenajes no cuestan nada; las leyes salen más caras en el mercado de la afinidad electoral.
Al mismo tiempo que el Senado se emociona con estas palabras de homenaje al exilio republicano, mientras la ultraderecha llama a las puertas del parlamento, el Gobierno español impide la salida del barco de Open Arms al Mediterráneo a salvar a esos otros exiliados de hoy día que son los refugiados y que mueren en el mar huyendo de otras guerras. El presente modela el pasado, los huidos y muertos de ahora valen menos que los de antes.
La Asociación Archivo, Guerra y Exilio ha reclamado al Gobierno español que anule la Ley de Amnistía de 1977 y que incluya en los libros de texto la “epopeya” del exilio republicano. Ya va para 80 años del inicio de este exilio y es cierto que nuestros alumnos y alumnas desconocen los avatares y vicisitudes del mismo, como también desconocen tantas otras cosas que suceden y han sucedido. Esos libros de texto siguen hablando de dos bandos enfrentados, de la brutal represión que se dio en ambas partes, sin aclarar las generalizaciones, sin perfilar los detalles acerca de un régimen, el republicano, que supuso la primera experiencia democrática en la historia de este país, aplastada por la bota del totalitarismo, y pasa de puntillas por el exilio del 39 mientras no dice nada del que vino después, durante la larga noche del franquismo. Los alumnos de hoy día son los votantes de mañana, pero difícilmente podrá votar contra el fascismo quien no ha aprendido a reconocerlo en sus múltiples ropajes.
Al mismo tiempo que el Senado se emociona con estas palabras de homenaje al exilio republicano, mientras la ultraderecha llama a las puertas del parlamento, el Gobierno español impide la salida del barco de Open Arms al Mediterráneo
En Montijo (Badajoz) queda uno de los campos de concentración de la dictadura franquista, donde se explotó a los llamados “esclavos de Franco”, conocido con el eufemístico nombre de “colonias penitenciarias”. Su planta y edificación copia las de los campos de concentración nazis. Conozco a paisanos que tienen este campo de concentración (el mejor conservado de los que hubo en España) a menos de un kilómetro y no se han acercado jamás a verlo. Aún así, recorren miles de kilómetros para visitar los campos del universo "concentracionario" de Auschwitz, sin saber que muchos de aquellos campos no son los originales, sino reconstrucciones levantadas para el llamado “turismo del Holocausto”. Regresan emocionados, bastante tocados, sorprendidos por la barbarie que se llevó a cabo en parajes tan lejanos.
La Asamblea de Extremadura aprobó en enero de 2017 una propuesta del PSOE que instaba al Gobierno de España y a la Confederación Hidrográfica del Guadiana a señalizar la situación de este campo de Montijo y colocar, al menos, una placa que recordase que más de 1.500 republicanos fueron esclavizados en ese penal a cielo abierto, una reivindicación hecha desde hace ya mucho tiempo por diversas asociaciones memorialistas. Poco antes de ese enero de 2017, se aprobó una propuesta en la que se daba vía libre para iniciar un expediente administrativo que permitiera declarar el lugar como Bien de Interés Cultural (BIC), con el fin de protegerlo de posibles derribos, puesto que a día de hoy el campo de concentración sigue siendo una explotación agrícola privada a cuyo interior no se puede acceder de modo público.
Dos años después todo sigue igual, con una salvedad: las instalaciones del campo están más deterioradas, prontas a derrumbarse. Ni tan siquiera existe placa alguna, ni de Confederación del Guadiana, ni del Gobierno de España, ni de la Junta de Extremadura, ni del Gobierno municipal. Del BIC no se sabe nada. Tan solo queda el nombre topográfico del Camino de las colonias, un sendero de tierra, sin asfaltar, que enlaza el presidio franquista con el pueblo, a su salida. Era el camino que cogían a pie los familiares de los presos cuando iban a verles. Estos familiares venían de toda España, buscando a sus maridos, sus padres, sus hijos, sus hermanos, sus novios.
En Montijo (Badajoz) queda uno de los campos de concentración de la dictadura franquista, donde se explotó a los llamados esclavos de Franco, conocido con el eufemístico nombre de colonias penitenciarias
Cuando llegaban al campo de concentración, después de un viaje que duraba meses, acompañados de la incertidumbre por saber si sus familiares estarían aún vivos, tenían que quedarse al otro lado del canal que construían los presos, y desde allí buscar a sus allegados o hablar con ellos a voces, sin la posibilidad de darse un abrazo o de acercarse, con las aguas del canal por medio. También era el camino que tomaban estos presos cuando eran llevados a la plaza del pueblo, para hacer escarnio público de ellos. En ese trasiego el sendero se quedó con el nombre de Camino de las colonias, el único recuerdo nombrado de todo aquello.
Todas estas propuestas aprobadas entre grandilocuentes declaraciones y homenajes a las víctimas, como la reciente del Senado sobre el exilio, parecen haber devenido en nada. Están varadas en un puerto muerto, como el barco de Open Arms.
El presente modela el pasado. A veces, cuando entro en el aula donde doy clases, mis alumnos y alumnas se quejan de que huele mal. Aplico el olfato y no logro identificar ningún mal olor. Ni tan siquiera huele a sudor. Les digo que hay que ser más tolerantes con los olores, que unos olemos de una forma y otros de otra, que olores hay muchos y muy diversos, pero que nadie muere de olores. Insisten en que huele mal y porfían en encontrar el origen del mal olor al tiempo que corren a abrir las ventanas, aunque nos muramos de frío o a veces el olor que viene de fuera sea peor que el que hay dentro. Hemos acostumbrado nuestras narices a oler tantos perfumes y fragancias artificiales que apenas podemos aguantar cuando simplemente no huele a nada. Hemos perdido el sentido del olfato y ya no recordamos a qué huele la humanidad. Parafraseando a Hanna Arendt y lo escrito en su artículo Nosotros los refugiados, vivimos en un mundo en el que hasta para oler hay que tener conciencia política.
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Y excelente narrativa. Da gusto leer textos tan bien escritos. Emocionante relación entre historia y actualidad, de lugares quizá lejanos pero unidos por la humanidad y el sufrimiento de los olvidados. Gracias Chema