Reforma laboral
            
            
           
           
El regalo no solicitado de Sánchez a Díaz: una nueva agenda para la reforma laboral 
           
        
         
El  inicio de la semana tras la festividad de Todos los Santos trae de  nuevo la discusión en el seno del Gobierno sobre la reforma del  Estatuto de los Trabajadores. Tras el cuestionamiento de Sánchez  sobre el liderazgo de vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo,  Yolanda Díaz, el Gobierno de coalición encara una agenda de  reuniones de coordinación en  hasta tres instancias distintas -aparte del consejo de ministros-  para ponerse de acuerdo sobre qué propuesta de reforma se lleva a la  mesa de diálogo social.
La  agenda de reuniones fue difundida el jueves por la secretaría de  Estado de Comunicación y  supone un paso atrás con respecto al anuncio de Díaz de un acuerdo  sobre la reforma laboral no consensuado con las organizaciones  empresariales.  Así,  representantes  de Trabajo, Economía y Seguridad Social se reunirán todos los  martes para  preparar la mesa de diálogo social con los llamados agentes  sociales, que se celebra los miércoles por la mañana.  Pero  el texto difundido por el Gobierno también prevé otra instancia más  “para facilitar la coordinación de  agendas” en las que Díaz  tendrá que sentarse con cualquier miembro del Gobierno “cuando sea  necesario por la importancia o complejidad política de los asuntos”,  y que se celebrarán antes o después de la Comisión Delegada del  Gobierno para Asuntos Económicos.
Además,  a  estas dos instancias se le añade la reunión  extraordinaria  este  mismo martes 2 convocada  por el  presidente  Pedro Sánchez con las vicepresidentas primera (Nadia Calviño) y  segunda (Díaz) y  los ministerios de Hacienda, de Seguridad Social y Educación y FP.
De  esta multiplicación de reuniones, y del acuerdo consensuado o no con  la CEOE en el marco del diálogo social, debe salir una nueva  propuesta para la Comisión Europea antes de que termine el año.  Sobre la naturaleza y el carácter de la tensión en el Gobierno en  torno a la reforma laboral, se han propuesto dos interpretaciones: la  de que se trata de una mera batalla por el relato (quién se lleva el  gato al agua por sacar el titular, con  las vistas puestas en un probable adelanto electoral)  y la de que sí hay diferencias de fondo notables sobre el contenido  del acuerdo.
Del  primer lado se  apuntan diferentes indicios de peso: la existencia de un consenso  tanto dentro como fuera del Gobierno sobre qué aspectos de la  reforma laboral del año 2012 se consideran derogables, consenso del  que forman parte tanto el texto del acuerdo de investidura entre PSOE  y Unidas Podemos, como algunas líneas de la propuesta elaborada en  2017 por la Fundación Fide con representantes del mundo jurídico y  académico,  los grandes despachos empresariales de abogados y personalidades del  mundo sindical (resumidas en este artículo de Desiderio Martín Corral). A esto se suman las propuestas no  aplicadas debido a los adelantos electorales  de la anterior titular de Trabajo, Magadalena Valerio, sobre el  retorno de la primacia del convenio sectorial sobre el de empresa, la  limitación de la subcontratación o la ultraactividad de los  convenios, cuya vigencia más allá de su fecha de “caducidad”  fue eliminada por el PP en 2012.
A  esta línea de entendimiento deben añadirse los aspectos que nunca  han estado sobre la mesa por parte del Gobierno, como el  establecimiento de medidas más fuertes de protección del trabajador  frente al despido, caso del restablecimiento de los llamados salarios  de tramitación o el aumento de indemnización por despido  improcedente. En declaraciones al Huffington  Post, el propio secretario general de CC OO, Unai Sordo, reconocía  que “hay  que ser mucho más taxativos a la hora de poner restricción al  despido en España, cosa que el Ejecutivo no está defendiendo ahora  en la mesa”.
Del  lado de la existencia de desacuerdos más estructurales no hay un  respaldo suficiente más allá del uso del lenguaje: la reforma del  ET practicada por el Gobierno de Mariano Rajoy ha pasado de ser  “derogada” (al menos en “sus aspectos más lesivos”, según  la terminología del acuerdo de investidura), a ser “desmontada”  y “reconstruida”. Pero la referencia concreta siempre vuelven a  ser los convenios y el límite a la temporalidad, terreno común del  acuerdo de investidura.
Un  posible motivo de divergencia: aunque la hipótesis de Pablo Casado  (PP) de un ultimátum secreto de la Comisión Europea al Gobierno  español está descartada, el visto bueno europeo al texto enviado  hasta ahora por el Gobierno español en el marco del Plan de  Recuperación, Transformación y Resiliencia incide en la puesta en  marcha de medidas de flexiseguridad, un viejo lema de las  instituciones europeas que ha encontrado acomodo en la conversación  española sobre la reforma laboral a través del mecanismo estrella  del ministerio de Díaz: los ERTE.
Díaz  ha insistido por su parte -en  obvia respuesta al envite de Sánchez sobre la “coordinación de  agendas”-  en que las divergencias no se deben a problemas de “metodología”,  esto es, a quién, cuándo, cómo y con quién se decide la reforma  del Estatuto de los Trabajadores, sino a cuestiones de fondo. La  posibilidad de que la revisión de los ERTE contenga para el  ministerio de Calviño más elementos “flexi” que de seguridad es hasta  ahora pura especulación, pero ofrece al menos una interpretación  plausible sobre los desencuentros más allá de la lucha por los  titulares.
El  último en dar titulares ha sido precisamente Sánchez en la rueda de  prensa celebrada en Roma por su asistencia al encuentro del G20. Ante  la insistencia de los periodistas, que buscaban unas declaraciones  más contundentes acerca de la ministra Díaz, Sánchez se limitó a  insistir  en tres ideas: lo que sea que se acuerde mirará “al futuro”, lo  que sea que se acuerde se limitará a “reconstruir” algunas cosas  que “se hicieron mal” en 2012, y lo que sea que se acuerde será  con el consenso de los llamados agentes sociales. Próximo episodio,  en unas horas.
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