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Nos encontramos en un momento en el que leer, ver o escuchar las noticias duele. El presente en muchos aspectos espanta. Asumimos, quizás sin ser conscientes de ello, un futuro distópico en el que cada vez serán más habituales las hambrunas, los desplazamientos forzados, el calentamiento global, los desastres climáticos, los territorios que se convierten en desiertos y donde la vida no tiene espacio. Futuros más individualistas y en los que pueden surgir todo tipo de ecofascismos. No solo se manipula nuestra forma de entender el presente y el pasado, también cómo proyectamos el futuro.
Pero, ¿y si ante estas crisis, que nos han puesto en el espejo la necesidad de asumir los límites de la naturaleza y el crecimiento económico, le dedicamos más tiempo a hacer ejercicios de imaginación, combinados con el realismo social y ecológico?
Ecoembes
Una investigación internacional señala a Ecoembes como el lobo con piel de cordero del reciclaje en España
Una investigación realizada por organizaciones de más de 15 países muestran las prácticas de lobby y greenwashing de las grandes empresas contaminantes y señala en España a Ecoembes y sus accionistas por presionar para anular y retrasar legislaciones medioambientales de reciclaje y recuperación de envases.
Proponemos empezar este ejercicio de imaginación con algo concreto, los residuos orgánicos, la basura que en la mayoría de las casas tiramos cada día a un contenedor y nos despreocupamos de ella.
Actualmente entre el 30 y el 45% del peso de las basuras de los hogares son residuos orgánicos, lo que equivale a entre 600 y 1.500 gramos por familia y día. Al año estamos hablando de entre 200 y 500 kilos por vivienda. Este porcentaje es mucho menor en las zonas rurales puesto que la alimentación de animales (gallinas y cerdos principalmente) a partir de los restos orgánicos es algo habitual.
Actualmente entre el 30 y el 45% del peso de las basuras de los hogares son residuos orgánicos, lo que equivale a entre 600 y 1.500 gramos por familia y día. Al año estamos hablando de entre 200 y 500 kilos por vivienda
Por otro lado, en la gestión de las zonas verdes de pueblos y ciudades, se genera un montón de biomasa (restos de poda, desbroce…) que en muchos casos se envía a lugares en los que se quema, con lo que supone un gasto enorme energético en su recogida y desplazamiento y muchas emisiones de CO2 en su quema.
Pero ¿y si la gestión de esos desechos, que no se utilizan para ganadería, se utilizara para mejorar el suelo fértil a través de diferentes formas de compostaje?
Imaginemos que lo raro fuera desperdiciar nuestros desechos y tratarlos como basura. Imaginemos que realmente todos los residuos orgánicos de las familias se compostaran con la ayuda de lombrices (vermicompost) o en composteras comunitarias, en donde no tuviéramos que gastar ningún tipo de combustible para desplazar esas “basuras” a vertederos, y lo que obtuviéramos fuera cada vez más tierra fértil disponible. Imaginemos que los restos de poda de nuestras zonas verdes se trituraran in situ y se utilizaran para nutrir, acolchar y proteger el suelo.
De esta forma podríamos disminuir una gran cantidad de emisiones de CO2. Con un proceso controlado del compostaje se reducirían notablemente las emisiones de gases perjudiciales como los que se generan actualmente en los vertederos. Significaría además un ahorro municipal, al reducir los desplazamientos.
En las últimas décadas la mayor parte de las tierras de todo el mundo están teniendo una pérdida enorme de fertilidad debida a diversos factores como exceso de labranza, lluvias torrenciales, contaminación, falta de cobertura vegetal… Si consiguiéramos que esos residuos se convirtieran en abono, nos podría ayudar a mejorar el suelo, retendría más agua y nutrientes y podría servir (unido a muchas otras acciones) para prevenir la erosión. Devolveríamos al terreno, convertido en compost, parte de esos nutrientes que nos ha dado en forma de verduras, frutas y hortalizas, y tendríamos que incorporar cada vez menos insumos extraídos de otros lugares y que serán cada vez más difíciles de obtener por la inminente crisis energética.
En la gran mayoría de los casos, no estamos inventando nada que no se haya experimentado antes, se trata de darle forma en nuestra imaginación como algo deseable, algo que tuvo y tendrá valor. No soñamos con retroceder, sino volver a mirar a lo esencial de la vida
Soñemos con que en cada calle o barrio se organiza por ejemplo una compostera por cada 10 familias, y que ellas después deciden qué hacer con el humus que se obtiene, y que eso impulsara de nuevo un ejercicio de imaginación… que soñar, crear y pensar en cómo mejorar comunitariamente nuestro entorno se hiciera costumbre. ¿Y si una vez recuperados todos esos nutrientes en forma de compost o material troceado, lo empleáramos para generar proyectos comunitarios de huertas y bosques comestibles con los que alimentarnos de una manera más sana y cercana?
En la gran mayoría de los casos, no estamos inventando nada que no se haya experimentado antes, se trata de darle forma en nuestra imaginación como algo deseable, algo que tuvo y tendrá valor. No soñamos con retroceder, sino volver a mirar a lo esencial de la vida. Generar tierra viva y fértil es una necesidad.
En los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ya se nombran algunos de estos sueños o retos: reducir el impacto ambiental, prestar atención a la gestión de desechos municipales, reducir la generación de desechos, etcétera, son ideas que se repiten. Pero supongamos que no es algo que esperamos que vengan a solucionarnos desde instancias alejadas de nuestras vidas, y las convertimos en acciones de nuestro día a día, que implementamos porque les vemos sentido y creemos que son necesarias.
Crear alternativas comunitarias, cercanas, municipales, ya se está haciendo en muchos lugares, forman parte de nuestro presente en muchos rincones. Imaginemos un futuro en donde dejan de ser experiencias minoritarias y las convertimos en comunes, en lo habitual.
Y una vez en la vereda: ¿Seguimos imaginando en otros ámbitos de nuestra vida? ¿Pasamos de la imaginación a la práctica? ¿Recuperamos la idea esencial de que el futuro no está escrito?