Portugal: 25 de noviembre contra 25 de abril

La derecha convierte la celebración de los 50 años del fracaso del levantamiento izquierdista de 1975 en un ajuste de cuentas con el pasado revolucionario del país.
Portugal 1975 - 1
Rendición de los paracaidistas tras el fracaso de la intentona.

Historiador y redactor de Nortes.me
BSK: @diegodiaz1981.bsky.social

25 nov 2025 11:14

Portugal conmemora con división política el 25 de noviembre de 1975, uno de los episodios más complejos y controvertidos de su revolución democrática. Un episodio en el que las derechas portuguesas han querido fijar la derrota de los comunistas en el llamado Proceso Revolucionario en Curso, así como la reorientación del país hacia una democracia liberal capitalista.

Aquel 25N, apenas diecinueve meses después de la caída de la dictadura salazarista, y tan solo cinco días más tarde de la muerte de Franco en España, el país vecino se sobresaltaba con la noticia del levantamiento de los paracaidistas y otras unidades militares de la región de Lisboa. Las tropas y sus mandos, ubicadas políticamente a la izquierda del Partido Comunista Portugués, llegarían a tomar los estudios de la radiotelevisión pública, así como los peajes de la autopista Lisboa-Oporto y otros puntos de interés. Tres personas, dos defensores y un asaltante, perdieron la vida en los combates por la toma de la sede de la Policía Militar. Serían las únicas bajas de un movimiento que apenas duró 48 horas.


El detonante de la asonada militar fue la destitución del carismático Otelo Saraiva de Carvalho como comandante de la Región Militar de Lisboa y su relevo por el más reformista Vasco Lorenço. Héroes ambos del 25 de abril de 1974, los barbudos soldados y militares izquierdistas preferían a Otelo, al que en aquel momento muchos veían, con temor o con deseo, como el aspirante a convertirse en el Fidel Castro portugués.

El cese de Otelo no caía del cielo, sino que se inscribía en la lucha que se estaba dando en el seno del Movimiento de las Fuerzas Armadas, nacido tras la Revolución de los Claveles, entre el llamado Grupo de los Nueve, que reunía a los militares socialistas, socialdemócratas y liberales, y las tendencias más revolucionarias de la oficialidad, unas más afines al PCP y otras a los diferentes partidos de la izquierda radical.

El Ejército, árbitro armado de un país dividido

La lucha en el seno del Ejército tenía su correlato en la sociedad. En el verano de 1975 Portugal era un país profundamente dividido entre un sur y un área metropolitana de Lisboa en la que los movimientos sociales jugaban a la ofensiva, ocupando tierras, fábricas y casas, y un norte más conservador, en el que las fuerzas reaccionarias hostigaban a las izquierdas, mucho más débiles, con atentados y asaltos a sus sedes. Las manifestaciones en uno y otro sentido se alternaban y el espectro de la guerra civil sobrevolaba en un país que se enfrentaba además a un complejo proceso de descolonización en África y Asia, donde también se jugaba de qué bando de la Guerra Fría iban a caer las antiguas posesiones del imperio portugués. Gran Bretaña, potencia con tradicional influencia en los asuntos portugueses, se preparaba para intervenir en caso de que la situación derivase en un conflicto civil armado.


Quien controlase el Ejército decantaría la revolución portuguesa en el sentido de una rápida asimilación con las democracias liberales europeas, o por el contrario de la evolución a un sistema político de corte más socialista. Las elecciones generales de abril de 1975 habían dado la mayoría al Partido Socialista y al centro-derecha, partidarios de la “normalización” de Portugal y una rápida transición del poder militar al civil.

En comparación, los comunistas y los partidos a su izquierda eran mucho más débiles, entre todos habían logrado un 20% de los votos, pero en los cuarteles militares, las fábricas y en determinadas partes del país, sobre todo los barrios obreros y los pueblos de jornaleros, su fuerza era mucho mayor, y la capacidad de movilización muy grande.

Álvaro Cunhal, líder del PCP, sabía que un paso en falso de los comunistas habría conducido a su ilegalización. Este era quizá el plan de un sector del Ejército y de los políticos conservadores

A principios de noviembre de 1975 una huelga de trabajadores de la construcción acaba con un sitio de dos días al parlamento. Nadie reprimió el cerco, que impidió a los diputados salir del Congreso. Los sectores partidarios del restablecimiento del orden burgués consideraron que la situación era insostenible y que era fundamental depurar a la izquierda militar para volver a controlar a un Ejército en el que los soldados han generado también su propia organización, Soldados Unidos Vencerán, que cuestiona las jerarquías castrenses.

¿Golpe, pronunciamiento o provocación?

El historiador Manuel Loff apunta que más que un golpe de Estado hay que hablar del 25 de noviembre de 1975 como una protesta de una parte de la izquierda militar o de un “pronunciamiento”, al estilo decimonónico. Es decir, los paracaidistas sublevados aspiraban a que su acto de rebeldía fuera el aldabonazo de un gran movimiento no solo secundado por otras unidades del Ejército, sino también en las calles por los sectores obreros y populares que a lo largo de todo el año 1975 venían movilizándose por una revolución que no solo fuera política, sino también social y económica, en uno de los países con más pobreza y desigualdad de Europa.

Sin embargo, y a pesar de la fascinación por el modelo bolchevique de los múltiples partidos comunistas, prosoviéticos, maoístas o trotskistas, las calles permanecieroan frías. Por un lado la dirección del Partido Comunista Portugués ató en corto a los sindicatos y movimientos bajo su influencia. Por otro, casi nadie en la izquierda radical terminaba de fiarse de las posibilidades de éxito de un movimiento que parecía más fruto de un calentón que de un gran plan para tomar el poder.

Una cosa era gritar en las manifestaciones a favor del Poder Popular y de la unidad de los obreros, soldados y marineros, y otra muy distinta ejecutarla. Tampoco Otelo Saravia, el hombre que podría haberse puesto al mando de la asonada quiso hacerlo, con lo que el movimiento quedaría sin apoyos y descabezado.

El 25 de Novembro no se convertiría por lo tanto en el asalto al Palacio de Invierno, sino más bien en la protesta, con las armas en la mano, de los sectores más izquierdistas del Ejército, que veían su poder menguante por la ofensiva de sus adversarios del Grupo de los Nueve.

En opinión de Loff el 25 de noviembre no supuso el final de la reforma agraria ni de la autogestión de las fábricas, pero sí el principio del fin de la fase ascendente de la revolución

Álvaro Cunhal, líder del PCP, sabía que un paso en falso de los comunistas habría conducido a su ilegalización. Este era quizá el plan de un sector del Ejército y de los políticos conservadores, que según Loff buscaban sobre todo provocar a la izquierda militar para tenderle una trampa y poder desarmarla. Los comunistas serían acusados por algunos partidos y medios de comunicación de estar detrás de la intentona, pero nadie podría probar nada. Costa Gomes, presidente de la República, protegió a los comunistas de las voces que pedían su ilegalización.

Quienes no se libraron de la represión serían los militares implicados en el 25N. Algunos huyeron a Cuba, otros fueron purgados y expulsados del Ejército. La izquierda militar quedó seriamente debilitada, perdiendo así los movimientos sociales la protección de la que habían gozado en 1975, cuando por ejemplo los soldados apoyaron las ocupaciones de tierras en el sur de Portugal. Con todo, la revolución siguió adelante. También las resistencias conservadoras, incluyendo sus expresiones terroristas. Todavía en 1976 la Constitución declararía a Portugal como un país en transición al socialismo.

En opinión de Loff el 25 de noviembre no supuso el final de la reforma agraria ni de la autogestión de las fábricas, pero sí el principio del fin de la fase ascendente de la revolución. Los sectores conservadores todavía tuvieron que hacer grandes concesiones a la izquierda y los movimientos sociales, muy fuertes, pero sabiendo que con el Ejército depurado de los sectores más izquierdistas, y siendo pacientes, podrían terminar reconquistando el Estado. Así sucedió.

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"El pueblo está con el Movimiento de las Fuerzas Armadas". Cartel de 1975

Una memoria en disputa

La irrupción de la extrema derecha heredera del salazarismo ha supuesto la recuperación del 25N como fecha memorialista alternativa al 25 de abril, y arma arrojadiza contra la izquierda. André Ventura, el líder ultraderechista portugués, ha definido el 25N como la jornada que instauró “la verdadera democracia” en Portugal , motivo por el cual ya pidió en 2024 que fuera declarada festivo nacional, como lo es el 25 de abril.

En un país que en comparación con España compartía hasta ahora un cierto relato común democrático entre derecha e e izquierda, Chega ha logrado con éxito arrastrar a la derecha tradicional a lo que el historiador Francisco Bairrão Ruivo llama irónicamente el “Proceso de Radicalización en Curso” de Alianza Democrática, coalición en la que algunos de sus miembros se sienten muy cómodos con la significación anticomunista del 25N.

Como apuntaba este fin de semana en Público, “la exacerbación del 25 de noviembre revela el auge de una derecha ultraconservadora, radical, fundamentalista y resentida que busca venganza y un ajuste de cuentas histórico”. Una derecha que, según este investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidad Nova de Lisboa, “siempre ha tenido una mala relación con el 25 de abril y con la matriz revolucionaria de la democracia portuguesa, la descolonización, las independencias africanas y la participación de las masas populares en la política”.

Frente a las manifestaciones previstas por el Día Internacional contra la Violencia Machista, el Gobierno de derechas celebrará el 25N con un desfile militar. Inquietante.

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