Política
            
            
           
           
Emmanuel Rodríguez: “Lo único que existe a día de hoy es la izquierda de la clase media y la derecha de la clase media”
           
        
        Con El efecto  clase media. Crítica y crisis de la paz social (Traficantes de  Sueños, 2022) al historiador Emmanuel Rodríguez López (Madrid, 1974) le  interesa explicar los mecanismos con los que la sociedad de clases  medias se reproduce en España desde el desarrollismo franquista  hasta la burbuja financiera y las políticas posteriores a la  austeridad. Y se reproduce con una cualidad, destaca Rodríguez,  asombrosa: la de presentarse siempre como la sociedad misma pese a no  tener una traducción mayoritaria clara en términos salariales ni  patrimoniales.
El autor llega  al estudio de este efecto de mayoría social tras publicar sus obras  Fin de ciclo (con Isidro López, Traficantes, 2010) y La política contra el Estado (Traficantes, 2018),  donde ya se analizaban preocupaciones presentes en El efecto clase  media: el papel de la financiarización y la propiedad inmobiliaria  en el capitalismo popular español, o las respuestas del movimiento  obrero y el pensamiento socialista ante el problema de su integración  en el Estado. Poderosas y persistentes referencias que alejan la  tentación de calificar la visión de la sociedad de clases medias  como un simple relato ideológico aspiracional.
Ocurre que el autor no quiere tanto a las clases medias como los profetas de su extinción. Así, no se encuentra aquí un estudio de estructura social del que  se desprenda una fecha y una hora para el momento final. El libro propone las figuras del titulado, el propietario, el garantizado o el padre de  familia, una serie de caracterizaciones que reflejan los tipos dominantes en la política y sociedad española, analizadas bajo  el prisma de la historia reciente, la antropología y la economía política. El  resultado renuncia al determinismo y a la bola de cristal: da por  cierto que avanzamos hacia una sociedad de tres tercios donde la capa  del medio va perdiendo progresivamente distintos asideros que la  sujetaban al centro de la política, pero deja abierta la incógnita  sobre el desarrollo  de esta crisis.
¿Qué se va a  encontrar alguien que lea el libro? ¿Un ensayo sociológico, un  libro de historia, un libro de ensayo político?
El libro es un intento de plantear  un problema que creo que es crucial de las sociedades  contemporáneas, que básicamente son sociedades mucho más estables  de lo que en principio la gente que hace política se imagina, es  decir, que tienen unas inercias muy sólidas. Eso no se resuelve  simplemente con apelaciones a que la gente está cabreada, que la  gente está alienada, que la ideología es muy fuerte, etcétera;  sino que hay mecanismos de participación y de integración muy  sólidos. Ese es el objetivo del libro.
Yo  te preguntaba por el formato, siendo tú historiador.
El formato  está subordinado a ese problema con las herramientas que yo tengo,  que son cosas que vienen de la historiografía, de la sociología, de  la antropología, y que se integran de la mejor manera que puedo. El  libro podría ser entendido como un libro de sociología o de  sociología histórica, pero a mí es que eso me deja indiferente.  Además, al no participar académicamente en ninguna de las  disciplinas me puedo cubrir las espaldas incorporando lo que lo  que sé de las mismas y tratando con las fuentes de autoridad que  creo que son necesarias. Pero no, no va a jugar en el campo  académico.
Considerarse clase media no es una cosa ingenua, no es un enunciado: “Bueno, yo soy de clase media y básicamente lo único que quiero decir es que tengo unos ingresos medios”
El libro puede discutir con eso  que se llama la sociología, que se encarga de estudiar la estructura  social, pero se sitúa en una perspectiva bastante atípica. Los  estudios de estructura social están basados en mecanismos de  encuesta —y enEl efecto clase media se utiliza la encuesta, pero no es lo  fundamental— y en mecanismos de estructura sociolaboral. Yo creo que  en el libro se usan otras herramientas que no están consideradas,  que son de tipo cultural, ideológico y que están también ligados a  la economía política y a los mecanismos de financiarización, que  normalmente no tienen ninguna inclusión en la tradición  sociológica, incluida la marxista.
En el texto se hace un diagnóstico  sobre el espacio que tienen las disciplinas académicas en la propia  creación de la clase media. Me parece interesante ver cómo te has  planteado eso tú también al escribirlo.
Cuando  uno escribe siempre hay mecanismos de autocensura y de subordinación  a la autoridad. Básicamente uno se inscribe a una determinada  tradición y el libro cumple un determinado papel en la figuración  de un determinado campo social. O sea, por ejemplo, todo ensayo  político contemporáneo está asociado a la construcción de figuras  que normalmente vienen de las redes sociales, las elevan y las  colocan más en el campo de los influencers o de las personas que  cuentan a la hora de componer esa esfera política de la izquierda,  que tiene sus manifestaciones, pero que la más señera es el Twitter  de izquierdas. Pero insisto en que, para mí, lo fundamental es construir  ese problema político en el cual, si quieres todo este campo del que  estamos hablando, desde el periodismo hasta las propias academias,  participan del mismo de una forma muy clara. No salen fuera de lo que  se llama en el libro la política de clase media.
¿A qué te refieres con efecto  clase media?
Su mejor manifestación está en  el hecho de cómo se define la mayor parte de la población. O sea,  no es una cosa que uno saca de un análisis de estructura social. La  inmensa mayoría de la población, un porcentaje altísimo, del 70%  para arriba, se considera a sí misma como de clase media. Y  considerarse clase media no es una cosa ingenua, no es un enunciado:  “Bueno, yo soy de clase media y básicamente lo único que quiero  decir es que tengo unos ingresos medios”. No, reconocerse clase  media creo que tiene una implicación política fundamental. Y es que  cuando te declaras de esa manera te significas al margen de la vieja  divisoria social que distinguía entre ricos y pobres, entre  proletarios y burgueses, entre desposeídos y propietarios. Es decir,  al margen del drama social, al margen del gran conflicto social que  divide a estas sociedades.
Eso es el efecto clase media y es un efecto de integración, de integración social, política y cultural dentro de estas sociedades que están organizadas en torno a eso que llamamos democracias liberales y que implica que uno participa de las cosas fundamentales de las sociedades, es decir, que las divisiones sociales que se producen de forma interna son consideradas como legítimas por aquellos que se consideran de clase media. Y esta es la paradoja. ¿Puedes reconocer a esa clase media en esos porcentajes del 70, 80% de la población? Si atiendes a criterios de nuestra estructura laboral, no. ¿Si atiendes a criterios de distinto tipo, incluidos los de la propiedad? Quizá tampoco. Pero sí es posible a través de toda una serie de mecanismos que se combinan. Tiene una explicación que no es simplemente ideología, sino que también es material.
 
Haces una afirmación  fuerte sobre la crisis política de la clase media, la pérdida de  centralidad o de hegemonía o de consenso sobre esta figura. Lo digo teniendo en cuenta algunas críticas que pueden señalar que de la crisis de la clase  media se ha hablado muchas veces.
Yo creo que la clase media tenía  varias bases o varios mecanismos que la anclaban en eso que llamamos  la constitución material de una sociedad. Por un lado, la generación  de la propiedad inmobiliaria, el hecho de que la mayoría de los  hogares son propietarios de una vivienda y muchos de ellos de dos; y  que la propiedad inmobiliaria juega un papel especial a la hora de  producir rentas inmobiliarias y acceso al crédito. Ese factor de  constitución de las clases medias está en crisis desde la recesión  de 2008, como se ha visto con el movimiento de vivienda, con la expulsión  de más o menos un millón de hogares que se han destruido o han  perdido la propiedad de vivienda. Otro elemento es el hecho de que la  clase media es una sociedad escolarizada y es una sociedad que confía  en la educación como mecanismo de ascenso social, de progreso  social. 
¿Cómo ha evolucionado esa confianza en la educación?
Es un factor que está también en crisis desde hace ya  bastante. En realidad desde los años 90, pero de una forma cada vez  más acusada, en el sentido de que los títulos universitarios, sobre  todo los títulos que antes daban más prestigio, que daban acceso a  determinado mercado laboral profesional, cada vez lo dan menos. Y,  además, vemos mecanismos de segmentación del estado de bienestar a  la hora de proporcionar educación: la concertada, la privada, y la pública muchas veces  reservada a las clases más desfavorecidas y por tanto, convertida en  espacio de no progreso social. Factor, por lo tanto, también en  crisis.
La idea de la clase media expansiva mayoritaria está basada en una sensación de progreso, y esa sensación de progreso está rota
¿Cuál es el tercer factor?
Es la cuestión  de las garantías proporcionadas por el Estado. El Estado es un gran  mecanismo de desproletarización social. O sea, el Estado ha  conseguido socializar todos los seguros obreros, prácticamente  universalizarlos, y generar mecanismos de garantía en momentos de  vejez, de enfermedad, de orfandad e incluso de viudedad. Y todos esos  mecanismos que funcionan a través de los sistemas públicos de salud  y de pensiones, aparte de que siempre tuvieron una dimensión  bastante clasista, a día de hoy están en crisis. En la salud lo  estamos viendo prácticamente todos los días. Cómo los segmentos en  los cuales solamente la población más pobre depende de ellos, como  por ejemplo la atención primaria o el primer especialista, son los  más descuidados, mientras que aquellos que siguen siendo el último  recurso para todos, como los hospitales, todavía tienen cierta  garantía. Lo que se produce es que una parte de la población va a  los seguros médicos privados, siempre con subvención fiscal, y una  parte de los funcionarios también por tener Muface y demás. Por lo tanto,  aquí tenemos otro factor en crisis. Un factor que es un metafactor,  que es que la propia participación del Estado en todos estos  elementos, en la medida que es un Estado endeudado y poco competitivo a nivel internacional, como les pasa a todos los Estados europeos, pues cada vez tiene menos capacidad de generar y  proporcionar esos mecanismos de garantía social.
Dices que hay factores ideológicos que están también en descomposición. 
El más  elemental es que la idea de la clase media expansiva mayoritaria está  basada en una sensación de progreso, y esa sensación de progreso  está rota. Esto lo tienes en una conversación cualquiera, o en la  cultura pop con todo el género de la distopía y el apocalipsis  zombi, que tiene un enorme tirón; pero en cuanto a las  decisiones de las familias hay también un sentido claro de que la  cosa se va al garete progresivamente.
¿No habrá entonces lo que  llamas una “tercera constitución de las clases medias” en  España?
La velocidad de esa crisis es lo  que no tenemos claro y entronca bastante con la pregunta que  planteabas. Es decir, ¿puede haber mecanismos de recomposición de  la clase media, de ese efecto clase media, durante las próximas  décadas? Seguramente va a haber un montón de intentos y estamos  ante procesos que hacen que la cosa no caiga. Por ejemplo, la  explosión del empleo público ahora que Europa ha permitido que la  deuda de los Estados crezca. Esto ha favorecido que, en el caso  español, el gasto público se mantenga en una situación como la  pandemia e incluso aumente el empleo público. Son mecanismos de  estabilización social, mecanismos políticos que obedecen al  ciclo 15M, Syriza, etcétera, o al auge de las nuevas derechas que  también juegan en este terreno. El problema de la crisis es su  velocidad. Y la velocidad funciona con registros que no son  continuos, es decir, que tiene momentos de aceleración y momentos de  desaceleración. Ahora mismo estamos en un momento de desaceleración.  ¿Cuánto va a durar? ¿Cuál va a ser la próxima crisis? ¿Qué  puede suceder ahí? No tenemos ni idea. Va a ser explosivo el  proceso. Habrá momentos en los que aparezca y habrá momentos en los  que no.
Lo que en cualquier caso a mí me parece más interesante es la idea de la solidez de esos mecanismos de integración en una sociedad que es súper rica. Porque en realidad lo es, hay acceso a lo que quieras. Siempre hay muchos resortes que permiten mantener esto. Bueno, mantener partes. Generar mecanismos de clientela, de pacificación social de determinados sectores. Todo se va desarticulando, como una especie de madeja que se va deshilachando pero que a la vez se va tejiendo por otros lados.
Una  cosa a la que te refieres en el libro es cómo el ciclo 15M en España  ha ejercido un poco ese papel ya en la etapa de la estabilización  económica después del año 2014.
Es  un proceso complejo de analizar y, en la medida en que nosotros  estamos involucrados afectivamente y forma parte de nuestra  biografía, es todavía más complejo, porque hacer un relato  descarnado de algo que te constituye siempre produce  dolor, por ponernos  poéticos. El 15M, en el cual se participó y en el que tratamos de recoger las  demandas de mayor democracia  directa, no permite reconocer que en el movimiento había también un  alma conservadora, que es la que leyó bien la nueva  política, que era básicamente un deseo de restitución de  estabilidades. Eso estaba de una forma, quizá no del todo  consciente, pero sí explícita en el movimiento. La consigna más  curiosa es la de Juventud sin Futuro. ¿Juventud sin Futuro que  quería decir? Quería decir aquellos que tienen el mayor capital  cultural del país y los mejor preparados. “Somos la generación  mejor preparada de la historia”, que es algo que desde los años 90  siempre se ha dicho. Y sin embargo, no tenemos aquí lo que nos  merecemos: un trabajo o una carrera profesional, y tenemos que irnos  fuera. Esta imagen era la que hacía legítimo al 15M en los medios  de comunicación. Un chico o una chica con carrera, con dos másters,  con tres idiomas y que se tiene que ir fuera. 
El problema no es que se hagan políticas sociales, sino que se hacen políticas sociales dentro de los estrechos límites que tienen las posibilidades de una relación de fuerzas en la cual no existe ni el partido ni el sindicato del pueblo
Entiendo.
En realidad, lo que se pedía es una idea de democracia que se acerca mucho al núcleo  meritocrático que defiende siempre la clase media. Es decir, que las  jerarquías sociales existen, desgraciadamente, pero se organizan a  partir de una idea de igualdad de oportunidades y según el mérito  de cada cual, según lo que has estudiado y trabajado. Y eso yo creo que lo leyó bien la nueva  política, todas las ideas de pureza, de ingenuidad, el blanco de los  políticos que se presenta ante el público como una generación  joven y no corrompida. Hay una suerte de sustitución de una élite  política corrupta y que no había sabido cumplir esa idea de  democracia. Se pasó de la crítica a la  Transición a la idea de que hay que restaurar los pactos sociales de  la Transición, pues esa élite, esa nueva clase política,  representaba asimismo un recambio de élites que era necesario, es  decir, la nueva generación que había sido marginada de todas las  posiciones institucionales a la que le correspondía su momento de tomar  el relevo.
¿Con éxito?
En ese sentido, la nueva política  como mecanismo de recambio de élites ha triunfado. No solamente en  Podemos o en los municipalismos había gente joven, sino que todos  los partidos se han renovado con esta generación e incluso buena  parte del establishment cultural, periodístico, intelectual, etc, se  ha renovado con esa generación. Así que han tenido un éxito que no ha tenido nada que ver con el de los años 80. En los 80 se  generó un mecanismo en el que, a la vez que teníamos una crisis  industrial bestial que destruía buena parte de lo que era la vieja  clase obrera, e incluso a los jóvenes de una forma del todo cruel  con la heroína, teníamos una expansión de las clases medias  profesionales. A día de hoy ese mecanismo no existe, hay simplemente  una filtración de aquellos que estaban mejor colocados. No se ha  producido una integración completa en el sentido de que haya habido  una ampliación de la esfera profesional, pero sí la ha habido entre  aquellos que representaban al país. De hecho,  hemos vuelto a ser de izquierdas. Ya no es como lo del 15M, “ni de  izquierdas, ni de derechas” y por un cambio del modelo de Estado.  Ahora es otra vez: somos de izquierdas o de derechas y nuestra  posición es volver a hacer cultura.   
¿Y eso es problemático?
Es problemático ser de  izquierdas, en el sentido de que la izquierda funciona siempre como  una especie de pantalla de humo. O sea, encubre las formas  estructurales de reparto del poder y de la riqueza y las resume en  posiciones que son de orden cultural. Es decir, yo me distingo de ti  básicamente porque tengo unos valores más liberales que tú, porque  tengo unas posiciones de integración mayor que tú, porque hablo  incluso de mecanismos que podríamos llamarlos de “políticas de  pobres” más que de redistribución social. Pero en el fondo comparto  los mismos consensos sociales que tú. Lo único que existe a día de  hoy es la izquierda de la clase media y la derecha de la clase media.  Aquello que llamaríamos los pobres, las clases populares que han  sido apeladas tantas veces, carecen de ninguna organización autónoma  que sea capaz de representarse a sí misma y de tener una posición  propia. Y eso es un drama.
¿Cómo se distingue esa crítica  de la crítica que hace la derecha populista, esa que dice que la izquierda  no se preocupa por lo material?
Cuando  la derecha populista recupera críticas de la izquierda, lo hace con  un sentido. Y lo hace básicamente porque hay una incapacidad de dar  una respuesta a eso que yo creo que es inapelable. El problema no es  que se hagan políticas sociales, sino que se hacen políticas  sociales dentro de los estrechos límites que tienen las  posibilidades de una relación de fuerzas en la cual no existe ni el  partido ni el sindicato del pueblo. El pueblo de los pobres, es  decir, de aquellos que no están integrados dentro de la nación  política. Yolanda Díaz y todos los políticos que vemos a día de  hoy son parte de eso que llamamos las clases medias y responden a  ellas en todo. Formas de vestir, formas de intervenir. Formas de  actuar. Formas de pensar. Estilos de expresión. Exactamente igual.
¿Qué queda fuera de eso?
Nuestro gran problema es que  los no incluidos dentro de la clase media, eso que a día de hoy  podríamos llamar el proletariado de servicios, los ultraprecarios,  los precarizados de verdad, no existen políticamente nada más que  representados por otros y por gente que no es exactamente esa. Son  una incógnita. El problema  de cualquier izquierda, sea social o sea política, es que no hay  nada que esté por debajo moviendo las ruedas y generando problemas.  La izquierda tenía una relación con el movimiento obrero, que podía  estar muy disciplinado, y lo estuvo por épocas, pero mientras  existió había huelgas, procesos, comunidades de fábrica que  escapaban al control y que producían cosas, producían cambios y distorsiones políticas. A día de hoy solo conocemos eso  a través de estallidos que no sabemos ni por dónde van ni por dónde  vienen. Y pequeñas iniciativas que se han probado en el movimiento  de vivienda.
¿Es suficiente?
Si me permites, en el  movimiento de vivienda se  reproduce lo mismo. Es decir, que te encuentras por un lado que en el  movimiento de vivienda está la figura del activista que viene de los  movimientos sociales, que normalmente tiene un capital cultural y  educativo muchísimo más alto que el de los desahuciados, sobre todo  a medida que los desahucios han ido pasando de la clase media a los  sectores prácticamente invitados al ciclo inmobiliario. Es  otra cosa, pero que organiza el movimiento y lo representa. Sigue  siendo la figura del activista, es una alianza en la cual no estamos  hablando de dos sujetos homogéneos, equiparables o equivalentes,  sino que uno de ellos es claramente representado por el otro, cuando  debería ser al revés, o sea, el sujeto desahuciado que se organiza,  y el otro es simplemente una especie de técnico subordinado para  determinadas tareas.
Señalas ahí un problema que es  el de la representación. ¿Cómo se puede trabajar con ese problema  que tenemos a partir de niveles tan distintos, de formación, de  discurso, de lenguaje?
El  problema de la representación es un problema político fundamental.  Y es un problema que no es tan sencillo de abordar como simplemente  que todos en un colectivo tengan capacidad de controlar al  representante. Es básicamente el problema de cómo un proceso  político adquiere autonomía y habla por sí mismo. Ese es un  problema que en las sociedades de clases medias es muy difícil de  resolver, porque básicamente en nuestra sociedad lo único que  existe como sociedad es la clase media. Y lo que queda fuera al  margen de ella, o bien son los monstruos sociales, para los cuales  tiene una institución que se considera legítima, que es la cárcel,  o bien son procesos de pobres, meritorios, que hay que representar. Y  que tienen que tener una voz propia. Pero esa voz propia tiene que  ser tomada como legítima, es decir, que hable desde los códigos y  los consensos de la clase media, que no son tan amplios como en  principio podríamos suponer.
El neoliberalismo y toda la tradición liberal considera que la unidad básica social es la familia, no el individuo, ahí hay una confusión permanente
¿Cómo transforma eso las formas políticas actuales?
Nos encontramos a menudo que cualquier proceso de organización social emergente  inmediatamente puede ser visibilizado y reconocido, pero va a ser  visibilizado y reconocido dentro de determinados parámetros que  pasen por eso que se llama paradigma comunicológico. Es decir, que  básicamente tienen que ser figuras que representen de forma legítima  ese proceso, que lo representan en términos de que se quiere obtener  unos determinados derechos que son legítimos y que de alguna manera  deben ser reconocidos por parte del propio Estado, etcétera. Cuando  traspasas esos límites, empiezan los problemas y la política  adquiere otro tono. Y esos límites se van a traspasar solamente  cuando haya procesos de organización política desde abajo que no  sean representados por las figuras de los expertos, de los  activistas, que son medianamente reconocibles como legítimos,  etcétera. Hasta ahora ha habido todo un proceso de buscar mecanismos  de reconocimiento y de legitimidad en estas formas de organización  política. Y eso no es un problema simplemente táctico, es un  síntoma de debilidad. Dado que estos colectivos no eran capaces de  producir interrupciones suficientes, pues tenían que ser siempre  representados por gente que podía ser legítima. Yo creo que es así,  o no sé si lo ves así.
Sí lo veo así, pero ¿qué podemos  hacer para que un conflicto en movimiento se piense a sí mismo  partiendo de niveles que muchas veces son muy bajos? Tú mismo  señalas como elemento central en estas sociedades de clases medias  la despolitización en esa mayoría social que se autodescribe como  clase media estando en crisis o directamente excluida de lo que  llamas clase media remanente. ¿Cómo se construye ese discurso sin  esas mediaciones?
Posiblemente no se pueda  construir. Pero que no se pueda construir no quiere decir que el  problema no siga existiendo. El drama de la política es que  solamente tiene capacidad en la medida que construye poderes que son  el resultado de un proceso de autoorganización social. O sea, en la  medida en que los colectivos sociales que no están incluidos dentro  de la clase media y que habitualmente se les podría considerar como  pobres —porque esa es la palabra que hay— y que no están dentro de  la nación política, no tengan capacidad de generar mecanismos de  organización propia, pues serán siempre colectivos tutelados,  tutelados o bien por el Estado o bien por activistas que con la mejor  voluntad y un trabajo absolutamente loable, se  hacen cargo de cada uno de estos problemas.
Los jirones entre la clase obrera y la clase media
Cuando haces el recorrido de esa  primera constitución de las clases medias durante el franquismo,  hay un elemento en el que todavía la clase, la clase obrera, no es  un simple antepasado de esas clases medias. A veces parece que en el  relato sobre la Transición se da una especie de metamorfosis: la  clase obrera, la sociedad española, se convierte en la clase media.  Pero tú defiendes todavía para ese periodo un sujeto obrero fuerte.
Claro. En  la formación de la clase media, por decirlo así, se debe considerar siempre que su transformación en la figura mayoritaria de  estas sociedades ha dependido básicamente de un proceso de  integración de la clase obrera dentro de la misma. Y ese proceso  histórico es un proceso histórico muy largo y muy complejo, que  está animado por un doble movimiento. Por un lado, el reformismo del  capital. Es decir, básicamente tenemos que hacer frente a los  niveles de pauperismo y de ingobernabilidad feroz, y por otro lado el  reformismo desde abajo del movimiento obrero que tiene una  ejemplificación histórica muy patente en todo lo que han sido los  debates desde la Segunda Internacional dentro de la socialdemocracia.  En el sentido de que básicamente se buscaba, incluso los teóricos  del socialismo jurídico, Lassalle, Herman Heller, Kelsen... han  pensado siempre en esos términos. Es decir, la clase obrera tiene  que ser integrada dentro de la acción política, tiene que ser  integrada dentro del Estado y asumir sus responsabilidades dentro del  Estado. Esto ha producido uno de los grandes logros  civilizatorios de la humanidad, que es el Estado nación, que incluye  dentro del mismo a su propia clase obrera. Pero también ha producido  sus monstruos. Es decir, que es también el soldado obrero que  participa en la Primera y la Segunda Guerra Mundial, en las que participa  como miembro de la nación política. En cualquier caso, todo el  Estado de Bienestar está fundado básicamente en este mecanismo de  desproletarización masivo del movimiento obrero.
¿Cómo es en el caso español?
Es mucho  más complejo en el sentido de que eso se produce en el franquismo y  se produce de una manera que se reconocen esos dos movimientos, pero  de un modo que no se dirimen dentro de una democracia liberal, sino  de un régimen que claramente fue revanchista con la clase obrera y  feroz contra la misma. El franquismo fue una coalición de las  derechas contra el movimiento obrero y el movimiento campesino  jornalero andaluz. Ese proceso se articulaba, por un lado, con una  dinámica de movilización y modernización del Estado desde el 59, y  por otra parte, con un proceso de recomposición por abajo de la  clase obrera, ligado a la industrialización, con las huelgas del 62.  Y ahí hay un diálogo que no es exactamente de sordos, que es  complejo, en el cual el movimiento obrero, aunque hasta la Transición  es un elemento completamente disruptivo, después de la misma va a  participar de todos los pactos y va a aceptar su subordinación  política dentro del nuevo régimen democrático. Curiosamente, los  elementos más radicales y más vocacionales de la clase obrera son  derrotados y el resto es asimilado, asimilado de una forma también  paradójica y compleja. 
¿En qué sentido?
Por un lado, una parte de la clase obrera  sencillamente es destruida en ese proceso, sobre todo destruida a  partir de la reconversión industrial que se produce en los años 80,  destruida también físicamente, con fenómenos como puede ser el  alcoholismo de masas y la heroína, porque son pandemias de los  barrios obreros de la época. Pero en parte también el proceso es integrador en un modelo social que se considera más o menos feliz  y exitoso. Es integrada a toda la clase media y de hecho, desde los  años 70 hay toda una serie de encuestas que reconocen que la  identificación de clase media es prácticamente la identificación  preferida por la mitad de los obreros industriales —por el 40% de los  mismos— y posteriormente serán más.
No se trata tanto de conquistar los PAU, sino de ver cómo se pueden generar mecanismos de organización política dentro de aquello que no es exactamente clase media
La formación o primera formación de las clases medias en todos estos países implica la integración de la clase obrera dentro de la clase media, por lo menos una parte importante de la misma, a partir de la desindustrialización, la globalización financiera, la pérdida de centralidad del sector industrial. Esa integración es prácticamente definitiva, porque la clase obrera desaparece no solamente como sujeto político, sino como espacio cultural. Eso es un hecho. No hay barrios obreros, dejan de ser barrios obreros, son barrios marginales de pobres, etcétera. Hay barrios conflictivos, pero tenemos también toda la expansión de los barrios residenciales que están anexos a los viejos barrios obreros, que ya son otra cosa, son homologables a los de la clase media. A veces más cutres y a veces menos.
Hay ahora toda una línea en torno  a esta cuestión de la España de las piscinas, desde el ensayo  periodístico se está  introduciendo en el debate público de la  izquierda esa idea de conquistar los PAU [siglas que en Madrid designan los barrios residenciales suburbanos construidos desde la década de los 2000].
No hay reconquista de la clase  media. Es decir, Podemos es un partido de la clase media frente al  PSOE, que es un partido que todavía guarda la primera posición  dentro del trabajo más descualificado y de los desempleados.  Podemos, aunque no he mirado las últimas encuestas del CIS, es un  partido votado fundamentalmente por la clase media juvenil con  problemas de integración. También por obreros cualificados, que son  obreros que en su mayoría también se definirían como de clase  media y que tienen además ingresos salariales que, por toda la  historia de negociación heredada no son de los peores, desde luego,  del país. Entonces no se trata tanto de conquistar los PAU, sino de  ver cómo se pueden generar mecanismos de organización política  dentro de aquello que no es exactamente clase media y que obviamente  no están en los PAU. A los PAU es muy complicado irse, a no ser que  tengas un empleo profesional o un empleo indefinido, y probablemente  en pareja y por las dos figuras: padre-madre, madre-madre,  padre-padre.
El gran mecanismo de reproducción de la clase media en España es también por vía fundamentalmente de la herencia
En el libro explicas de hecho que  la familia se ha vuelto más necesaria para la reproducción de esta  sociedad de clases medias.
En primer lugar, yo creo que hay  que reconocer que estos regímenes liberales, y la clase media se  incluiría dentro de ellos, da igual que sea en su formulación más  fordista o la más neoliberal, están organizados por familias, no  por individuos. O sea, el neoliberalismo y toda la tradición liberal  considera que la unidad básica social es la familia, no el  individuo, ahí hay una confusión permanente. Y además, la familia  organizada de una determinada manera. O sea, la familia que es capaz  de acumular un patrimonio y transmitir y cuidar ese patrimonio y  transmitir determinados capitales a los hijos, fundamentalmente en  términos de educación. Es decir, la familia es el lugar de la  reproducción social por excelencia y en las clases medias lo es cada  vez más.
¿No ha cambiado esa centralidad?
Sí, hay un cambio frente al modelo más optimista de  los tiempos heroicos de expansión de las clases medias en los años  60, 70 e incluso hasta los años 90. La idea de una proyección  individual a través del estudio, a través del esfuerzo, se  correspondía mejor con la realidad que a día de hoy. Hoy, en la  medida en que el empleo profesional se ha menguado y se ha  precarizado, y en la medida en que el mercado laboral sigue  deteriorándose y sigue produciendo sobre todo empleos de mierda, lo que nos encontramos es que la  familia cumple un papel cada vez mayor. La familia, no entendida como  madre, padre e hijos, sino en términos verticales como el hecho de  que, o incluso hasta edades muy, muy elevadas, uno es dependiente de  la figura de los padres. Funciones que en otro momento no tenían  tanta importancia, como la herencia, la han recuperado en estas  sociedades. El gran mecanismo de reproducción de la  clase media en España es también por vía fundamentalmente de la  herencia. Por eso hay una suerte de familiarización. Y aunque la  familia que se liberaliza es a la vez más democrática o incluya figuras atípicas, como familias compuestas por dos hombres o  dos mujeres, el valor de la herencia no disminuye, aumenta. Aumenta  porque básicamente las generaciones que vienen lo van a tener  bastante peor que las que estuvieron y su posición social va a  depender cada vez más de la ayuda y la herencia recibida. Porque ni  el Estado ni el mercado laboral garantizan las posiciones que  tuvieron, por ejemplo, padres y abuelos. Hay una  refamiliarización de la sociedad española y eso tiene lecturas muy,  muy ambiguas y muy ambivalentes. Yo diría que empujan en una  dirección conservadora. La familia no es el lugar donde uno puede  hacer políticas igualitaristas. La familia mira siempre por lo suyo,  por sus hijos, por sus cosas, por sus logros.
 
Hablas al final del libro de esa posible sociedad de los tres tercios: por arriba la que llamas clase media remanente, a la que defines como un nuevo patriciado urbano, por abajo todos los excluidos y en medio un sector progresivamente despojado de su condición de clase media. Ahí dibujas dos alternativas políticas para ese sector. 
Como decíamos antes, es una  crisis que no somos capaces de ver qué velocidades tiene. Lo que sí  podemos ver es las rupturas que están produciendo esas viejas formas  de integración social. Hay un sector que es muy amplio y muy  complejo, que de alguna manera se está desplazando, que básicamente  está viendo desintegrados o perdiendo sus mecanismos de integración  social, que antes garantizaban su posición dentro de la nación  política de la sociedad española. Ese sector es complejo y, como  decíamos, es una incógnita política. Lo que hay a la vez es otro  sector que parece que por posiciones patrimoniales, pero también por  sus posiciones en el mercado de trabajo, por la capacidad que tienen  de hacer jugar sus capitales sociales y culturales, pues va a  permanecer y parece que de una forma más o menos clara resuelve su  situación social.
¿Quiénes lo forman?
Ese sector se identifica con los triunfadores de la globalización. Muchas veces, en el discurso de las nuevas  derechas aparecen básicamente como los globalistas felices, los  burgueses beneficiados por la lógica de la globalización  financiera. Lejos de ser eso, es un sector altamente intervenido por  el Estado y producido por el Estado. Ahí vamos a encontrarnos  funcionarios de nivel medio y alto. Nos vamos a encontrar, por  supuesto, también sectores que están ligados al empleo profesional  corporativo, pero muchas veces muy apoyados por el Estado a la hora  de obtener recursos y subvenciones fiscales de distinto tipo. Y  también los vamos a ver en determinados sectores profesionales  producidos directamente por el Estado o determinados profesionales  ligados a los servicios públicos. Ese sector, que  además es el sector con mayor influencia política, puede  tener la tentación de convertir su posición de cercanía y de poder  dentro del Estado, en una posición de defensa de sus privilegios.
Hay una política construida básicamente sobre la nostalgia de aquello que no se conoció y que probablemente nunca fuera: el Estado nacional que protege a sus ciudadanos
¿De qué manera?
Privilegios que se van a medir  así, no como se dice en el discurso actual, sino privilegios de  corte jurídico, con reservas obvias de determinadas posiciones  sociales y laborales. Y lo van a hacer con discursos que todavía no  son claros. Es decir, que aunque haya ya una discusión en su seno  entre liberales, progresistas y nuevas derechas, puede que haya  acuerdos de que básicamente lo que hay que proteger es esa posición  frente a la época de incertidumbre que viene. En cualquier caso, no es verdad que sean los  globalistas triunfadores. Son aquellos que tienen unas posiciones más  de dominio y de control sobre los recursos que proporciona  fundamentalmente el Estado.
En Madrid se puede estar viendo  esto ya bastante más avanzado que en otras zonas de España. En las  clases medias se está produciendo esa fuga desde hace tiempo a lo  privado con la salud y la educación. ¿Hasta qué punto esto  introduce distorsiones en las propias declaraciones sobre esa  supuesta neutralidad de lo público entendido como universal? Porque  ese es un problema. ¿Ese sector coincide en Madrid con los votantes  de Ayuso? ¿Es una cosa tan sencilla?
No, yo creo que no es tan  sencillo. En Madrid la hegemonía de las derechas es brutal, pero si  uno ve el mapa electoral se va a encontrar que el distrito donde Más  Madrid y Podemos recibe más votos es el distrito Centro, donde  podríamos considerar que existe una buena parte de una clase media  profesional relativamente joven. Las lecturas de traducción de los  fenómenos sociales a la política no son automáticas. Pero en cualquier caso, no es eso lo que lo que creo que es  importante, sino observar lo que comentas. Es decir, ese sector se  fuga a un campo de provisión de servicios que aparentemente es  privado y está completamente liberalizado, pero que no lo está.  Está apoyado por el Estado, por la Comunidad Autónoma en este caso, que subvenciona y genera mecanismos de exención fiscal al  hecho de que tú, por ejemplo, te vayas a una universidad o a una  escuela privada, pero que a la vez garantiza que exista todo un  segmento concertado, es decir, público subvencionado, en el cual uno  consigue básicamente el acceso a unos servicios de salud  determinados. Básicamente lo que permite es  abandonar aparentemente lo público, pero recibiendo siempre el  soporte de lo público. Esa es la paradoja.
Es un entorno en el  que es complicado solidificar esas alianzas. El peligro de que en esa  segunda capa de la cebolla, esa capa que ya no es  clase media incluida, sino que ha ido a la proletarización, haya una identificación con ese querer ser el nuevo  patriciado urbano e identificarse con él.
Hay una nostalgia de una posición  que no se conoce o una situación que no se conoció, en la cual una  parte muy grande de la población estaba más o menos protegida  contra la incertidumbre. En la medida en que el futuro se va haciendo  más incierto, la sensación de miedo se socializa, a veces incluso  simplemente la sensación, no el miedo real. Nos encontramos que  aparecen mecanismos de poder, y se explotan políticamente, de  recuperación de unas formas de integración que no se conocieron  pero que se reconocen como lo deseable en la situación actual. Es  una política construida básicamente sobre la nostalgia de aquello  que no se conoció y que probablemente nunca fuera: el Estado  nacional que protege a sus ciudadanos. Un Estado de bienestar que  funciona bien, un Estado que es eficiente a la hora de garantizar a  cada uno lo que se merece. Y eso tiene una deriva de izquierdas  relativa: recuperar los pactos sociales, como hacía Podemos  en su época más gloriosa y que pueden ser incluyentes respecto a  los no nacionales. O si queréis, una deriva mucho más de corte  populista que reconoce que hay que hacer eso, pero que básicamente,  como los recursos son menguantes, pues hay que excluir claramente de  eso a quienes no son nacionales o no son meritorios.
¿Cómo puedes generar mecanismos de solidaridad y de alianza social, sobre todo cuando lo que tienes detrás es básicamente el recuerdo de la clase media, cuando lo que tienes detrás es el recuerdo de un Estado que protegía?
En el epílogo, señalas una serie de límites para  hacer hipótesis de una alianza social que pueda ser un  nuevo episodio de la política de clases.
A diferencia de lo que ocurría en  otras épocas históricas, en el siglo XIX, o en el siglo XX, donde  lo que había era una expansión continua de la base económica y un  proceso de proletarización y industrialización creciente que  apuntaba también a dinámicas de integración a través del trabajo  y demás, de cómo se han ido formando las clases medias... nosotros  estamos al final de un ciclo en el cual lo que se está produciendo  son procesos de desintegración de esas formas antiguas de protección  y de integración social de las mayorías. No es lo mismo  que haya alianzas sociales sobre la base del trabajo y una  expectativa de progreso a futuro, en la cual, además, incluso todas  las ideologías del movimiento obrero apuntaban que ese era un  proceso irreversible, masivo y positivo; a que lo que haya sea un  fenómeno de incertidumbre, de desintegración y desafiliación de  masas. Entonces, ¿cómo se construye una clase que no se construye  en el trabajo, sino que se construye a partir de una sensación  compartida de desafiliación social? Que se vieron en una situación  mejor y se va a una situación peor. Ese es el reto político.
Es enorme.
Es  enorme porque no hay una orientación que nos pueda reconocer una  línea de tendencia como veía el marxismo antiguamente. Es decir, la  tendencia a día de hoy es la desintegración social de una crisis  capitalista que se va produciendo de forma acumulativa, con crisis  sucesivas, por las cuales se ve que es muy difícil generar los  mecanismos de rentabilidad y las tasas de rentabilidad que se  sostenían antes. Entonces te encuentras con que ¿qué pasa con  todos esos sujetos que quedan cada vez más al margen? Y el problema  es que no quedan al margen todos igual, sino que unos son más  redundantes que otros y más sustituibles que otros. Entonces, ¿cómo  se organiza eso? ¿cómo se generan mecanismos de igualación  política y cultural de estos sectores? De comunicación cultural, si  prefieres decirlo así. Es un reto que no es fácil  de orientar y de entender. Sería deseable que surgieran mecanismos de  alianza social de algo así como una clase nueva cuya característica  fundamental es la desafiliación y el desclasamiento. Y eso no lo  hace homologable ni mucho menos a las figuras del proletariado  clásico. Cualquiera que tengamos en la cabeza.
¿Y hay algún tipo de precedente  histórico que se haya estudiado, en sociedades en las que se  haya producido esa desafiliación? En algún momento mencionas lo que  habla E.P. Thompson sobre la importancia de ciertas culturas del  campesinado para la formación de la clase obrera en Inglaterra.
Uno puede reconocer que  hay elementos en las organizaciones o en las formas de comunidad de  los migrantes que tienen que ver con eso. Pero el problema en la  matriz es que nuestro background cultural está basado en  nuestra vieja participación dentro del ideario de integración y de  derechos de la clase media. Eso es lo que portamos y eso es lo que  reproducimos en políticas que son de producción de derechos. Pero  qué es lo que pasa cuando el Estado no va a ser capaz de garantizar esa producción de derechos y, para que se produzcan, tienes que generar mecanismos de de  garantía y de organización propia. ¿Cómo  puedes generar mecanismos de solidaridad y de alianza social, sobre  todo cuando lo que tienes detrás es básicamente el recuerdo de la  clase media, cuando lo que tienes detrás es el recuerdo de un Estado  que protegía? Por eso es muy difícil sortear la política  nostálgica, porque hay que inventarse algo nuevo. Y ese nuevo está  por ver cómo es, porque es un nuevo que no es simplemente una  especie de página en blanco, sino que es una suerte de invención  política y antropológica, es decir, de gente que se reúne y  produce nuevas formas de alianza y de fidelidad frente a un Estado  que no va a ser capaz de garantizar esos niveles de integración que  se producían antes, que lo va a hacer, además de una forma muy  tramposa, a veces represiva. Dejando a muchos fuera.
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