Opinión
El decepcionante casoplón de Irene Montero y Pablo Iglesias
No es que en Galicia no encontremos otros modos de despellejarnos entre nosotros y bailar al son que nos tocan los grandes grupos de comunicación del poder, en eso somos igual de imbéciles que todos los demás. Pero lo hacemos, si se quiere, de un modo más campestre.

Como convencido militante de izquierdas, me considero tan capacitado como cualquiera para despellejar a mis propios compañeros. Además, estoy convencido, al igual que la mayoría de mis camaradas de trinchera, que solo esta perpetua autolapidación y esta permanente voluntad de acabar con nosotros mismos, al dictado de lo que nos ordenan los medios del poder, es lo que nos convierte en referentes de la verdadera ética.
De hecho, si no me afano más en la injuria y no participo tanto como quisiera de estos constantes autos de fe purgantes, no es por falta de convencimiento. Al contrario, admiro infinitamente a todas estas personas que, día tras día, incansables, como los estilitas del Medio Oriente desde lo alto de sus columnas en las redes, exhiben ostentosamente al mundo su ética insobornable. Yo, si no lo hago, no es porque carezca de las mismas altas virtudes que los demás: es porque soy un vago.
Ya se me hacía la boca agua. Esperaba una versión del palacio de Topkapi en Estambul, los Jardines colgantes de Babilonia, yo qué sé. Mas, ¡qué decepción!
Aun así, cuando conocí la noticia del “casoplón” de Irene y Pablo me lancé ávido sobre los detalles para poder participar en el presumible linchamiento. Ya se me hacía la boca agua. Esperaba una versión del palacio de Topkapi en Estambul, los Jardines colgantes de Babilonia, yo qué sé. Mas, ¡qué decepción! Aquello era una cosa tan ínfima que ni siquiera con la mejor de las intenciones para el escarnio y el ultraje era capaz yo de roer chicha.
Aun así no tiré la toalla. Considero que colaborar en el desprestigio de los referentes de la izquierda es una misión sagrada y cuando la prensa nos convoca, ya sea contra Yayo Herrero, Alberto Garzón, Manuela Carmena, Ramón Espinar, Juan Carlos Monedero, Rita Maestre, Paula Quinteiro o Pablo Iglesias e Irene Montero, es nuestro solemne deber acudir y ponernos a sus órdenes. Los tontos útiles seremos tontos, sí. Pero también somos útiles. Así que me esforcé y fui estudiando, una por una, las características del “casoplón” para ver de dónde se podía sacar punta.
Nada fácil
No era sencillo. Para empezar, aquello tenía tres dormitorios. La verdad es que, con mellizos, lo considero una temeridad. Pablo, Irene, sabed que los niños crecen rápido; que ahora comparten, pero luego querrán tener cada uno su habitación. Ya veréis, ya. Uno de los dormitorios tenía, al parecer, su propio baño y vestidor. No sé si en Madrid tal cosa se considera un lujo pero en Compostela es habitual en cualquier vivienda de nueva construcción. Y lo mismo cabe decir del habitáculo para la lavadora y secadora que hace de despensa.
¿Cocina con barra americana en el salón? Otro error. ¡Que las vais a pasar canutas con el menaje! Lo quiso hacer mi madre y menos mal que rectificó a tiempo. ¡Que ahí no cabe nada! Por no hablar de que os vais a encontrar tirados los juguetes de los niños por todas partes. Y cuando freguéis el suelo con lejía, ¿qué? O ese olor a comida impregnando las estanterías. Vuestras amistades dejarán de prestaros sus libros hartos de que se los devolváis oliendo a porras fritas. En fin, yo hubiese buscado una con tabique. Estas modernidades no son prácticas.
Con todos los respetos a Galapagar, en la fotografía en la que el periódico injuriante describe un “privilegiado entorno” nosotros, como gallegos, solo vemos un batiburrillo de chalés en un secarral
El exterior no es mucho mejor. La extensión no me parecía para echar cohetes. No sé en Galapagar, pero en Galicia, al menos, la ley impide construir edificaciones rústicas en un terreno inferior a 2000 m2 que es lo que medía su jardín. Y dos mil parece una cifra redondita pero no se crean que caben muchas cosas, pues viene a ser menos de la mitad de un campo de fútbol de tercera. Así se explica que el garaje solo tenga dos plazas, lo que en el rural gallego sería poco más que un cobertizo o esa “piscina irregular” en la que no se pueden dar ni seis brazadas. Aunque, curiosamente, el artículo sugería que ser “irregular” era una característica que le daba a una piscina más valor.
También le parecía una gran cosa el que una casa de campo tenga dos puertas o que el césped tuviese aspersores que cuestan en Leroy Merlin 4,95 euros cada uno. Lo del “jardín asentado” me parecía la típica cháchara de las inmobiliarias. Pablo, Irene, nos os dejéis engañar: el asentamiento es una de las características del mundo vegetal. Es lo común en árboles y arbustos.
¿Y eso era todo? No quiero ser pesado pero… ¿Dónde vais a poner los libros? ¡Es que nadie va a pensar en los libros! ¿Y si los niños montan una banda de rock? En el garaje no se cabe. ¿Y un gallinero? ¿Desconocen Pablo e Irene la maravilla de una tortilla con huevos caseros? ¿Y la barbacoa? ¿Ni un mísero hórreo? ¿La bañera para que abreve el ganado? ¿Y la lareira? Aquí todas las casas tienen lareira. Hombre, eso es lo mínimo.
Para entonces ya había olvidado mi primer deseo de hacer sangre y ya me empezaban a provocar hasta cierta lástima. Hasta me parecía un precio algo elevado para tan humildes prestaciones. Esa casita en Galicia costaría entre la mitad y la tercera parte y las hay a patadas iguales o mejores por cualquier andurrial. Di tú que al precio de los alquileres en Madrid, su hipoteca a 30 años les sale igualmente rentable. Pero la verdad es que no les envidio/suscitan envidia.
'Cohousing'
Desde hace años les damos la brasa a nuestros amigos y amigas para hacer un cohousing y montar unas casitas en el rural galego con zonas comunes. A eso le llamamos la “ecoaldea”. Al principio les hacía gracia escuchar nuestros planes, ahora tenemos la sensación de que están hasta las narices. Mucho blablablá y mucha tribu, pero al final, cada uno por su lado. Igual a Pablo e Irene les pasa lo mismo con sus colegas.
Galicia es un lugar donde a nadie le sorprende ni le escandaliza que una pareja se empufe por treinta años para comprar una finquita de 2000 metros cuadrados y una casa de tres dormitorios para vivir con su familia
Desde aquí os digo, aún estáis a tiempo. Veníos con nosotros al rural galego. Somos riquiños. También nos gustan los perrillos, cultivar una huerta y que los niños se eduquen cerca de la naturaleza. Además, aquí aún queda alguna vaca. Y con todos los respetos a Galapagar, en la fotografía en la que el periódico injuriante describe un “privilegiado entorno” nosotros, como gallegos, solo vemos un batiburrillo de chalés en un secarral. ¡Privilegiado entorno el nuestro con nuestro verde, nuestro orballo y nuestras casitas desperdigadas al libre albedrío! Además, Galicia climáticamente es el futuro. Animaos que aquí hay que repoblar. Eso sí, tendréis que elevar vuestras modestas pretensiones porque nosotros, aun con nuestros parcos sueldos, queremos alguna cosita más.
Pero, sobre todo, Galicia es un lugar donde a nadie le sorprende ni le escandaliza que una pareja se empufe por treinta años para comprar una finquita de 2000 metros cuadrados y una casa de tres dormitorios para vivir con su familia. No es que no encontremos otros modos de despellejarnos entre nosotros y bailar al son que nos tocan los grandes grupos de comunicación del poder mientras estúpidamente pensamos que estamos haciendo grandes contribuciones a la moral pública. No, no. En eso somos igual de imbéciles que todos los demás. Pero lo hacemos, si se quiere, de un modo más campestre.
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