Palestina
La ecuanimidad de los lunáticos

La distorsión comienza por los pequeños detalles. El ataque lanzado por Hamás en el sur de Israel, no constituye una «invasión» como se ha informado, dado que para ello tendría que existir una frontera, un pacto de constitución entre dos Estados.
Gaza Activestills - 2
Las infraestructuras y el personal sanitario del hospital al-Shifa se ven desbordados por el flujo de pacientes heridos que atender y el número de muertos, algunos de los cuales son abandonados en el suelo por falta de espacio, tras el ataque de ayer contra el hospital al-Ahli al-Arabi, ciudad de Gaza, 18 de octubre de 2023. Mohammed Zaanoun/ ActiveStills (©)
22 oct 2023 13:58

Desde el principio, el marco de referencia ha sido erróneo y engañoso.

La distorsión comienza por los pequeños detalles. El ataque lanzado por Hamás en el sur de Israel, por terrible y previsiblemente brutal que haya sido, no constituye una «invasión» como se ha informado ampliamente, dado que para ello tendría que existir una frontera, lo cual implicaría la existencia de un pacto de constitución entre dos Estados. No hay obviamente dos Estados, sino tan solo un Estado, constituido por mor de un régimen de apartheid, en el que millones de sujetos carentes de derechos son gobernados, dice B'TSelem, por un régimen de «supremacía judía desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo».

Gaza no es un Estado-nación. Ni siquiera es una «prisión al aire libre», como suele afirmarse. Es un gueto fortificado controlado y bloqueado por el Estado de Israel, que sólo permite la entrada en Gaza de alimentos suficientes para proporcionar las calorías mínimas a sus habitantes y que ha desdesarrollado sistemáticamente la Franja hasta el punto de que hoy más de la mitad de la población vive en situación de pobreza y el 80 por 100 de la misma depende de la ayuda humanitaria. Es un régimen de desesperanza imperativa. Netanyahu ha favorecido la financiación de Hamás por esta razón, dado que entendía que estaba pagando la reproducción de esta situación. Hamás, en consecuencia, debía gestionar los servicios básicos, ahorrando a Israel las responsabilidades de toda potencia ocupante y dejándole así vía libre para anexionarse Cisjordania y «transferir» a la población palestina allí residente mediante sucesivos pogromos.

Gaza no es un Estado-nación. Ni siquiera es una «prisión al aire libre». Es un gueto fortificado controlado y bloqueado por Israel, que sólo permite la entrada de alimentos para proporcionar las calorías mínimas a sus habitantes

Las omnipresentes referencias a la «invasión», que por un mero fiat léxico borra de la materialidad de los hechos una parte conspicua de la historia reciente, no son inocentes. Durante la Marcha del Retorno de 2018, por ejemplo, los gazatíes avanzaron hasta la valla del gueto en un acto de desafío civil contra el régimen. Los escuadrones de francotiradores israelíes los redujeron a balazos, matando a cientos e hiriendo a miles más. Tanto la BBC como los políticos de Westminster se refirieron a ello como «violencia fronteriza».

Lo mismo hizo la prensa internacional, de The New York Times hasta The Globe and Mail. De hecho, Netanyahu marcó la pauta, afirmando que «nuestros valientes soldados están protegiendo la frontera de Israel». El propósito de afirmar que existe una frontera entre Israel y Gaza es edulcorar y tergiversar la violencia israelí, así como representar al agresor como si estuviera actuando en defensa propia.

Palestina
Gaza o la lucha por liberarse de (todas) las cadenas

Desde el pasado 30 de marzo, fecha en la que cada año se conmemora el Día de la Tierra Palestina, se desarrolla a lo largo de la Línea Verde en la franja de Gaza una acampada que exige la implementación del derecho al retorno.

Durante el ataque del 7 de octubre Israel no fue invadido; su régimen de gueto se desmoronó momentáneamente. El hecho de que los combatientes de Hamás mataran a varios cientos de civiles, algunos de forma desmesuradamente sádica, no borra este hecho obvio. Ello tampoco otorga el derecho a Joe Biden, al gobierno israelí, a periodistas, revistas o columnistas a comparar grotescamente sus acciones con el Holocausto. Cuando lo hacen, con pleno conocimiento de la enormemente mayor cantidad de matanzas perpetradas por Israel y siendo conscientes de su condición de potencia ocupante, y agresora, así como responsable de un régimen de apartheid racista, ello no supone simplemente abusar de la memoria del Holocausto, sino invertir las relaciones reales de poder.

Es coincidir arteramente con las representaciones de los palestinos como «nazis» urdidas por parte de los israelíes y de ellos mismos como pueblo eternamente situados ante el abismo de la aniquilación, situación que justifica y condona cualquier atrocidad cometida por las Fuerzas de Defensa de Israel.

Durante la Marcha del Retorno de 2018 los gazatíes avanzaron hasta la valla del gueto en un acto de desafío civil contra el régimen. Los escuadrones de francotiradores israelíes los redujeron a balazos, matando a cientos e hiriendo a miles más.

Para contribuir a esta ofuscación tanto políticos como medios de comunicación han difundido deliberadamente afirmaciones explícitas falsas sobre lo ocurrido, que han sido propaladas por fuentes israelíes como si fueran hechos probados. En la CNN, por ejemplo, Sara Sidner informó de una afirmación efectuada por los medios israelíes de que Hamás había decapitado a cuarenta bebés en el kibutz de Kfar Aza, situado en el sur de Israel. La cadena estadounidense no fue ni mucho menos la única. En el Reino Unido, la noticia apareció en The Times, The Telegraph, The Sun, Daily Express y Metro. Joe Biden incluso afirmó falsamente haber visto fotografías de ello. Esta historia resultó ser mentira. El gobierno israelí, naturalmente, afirma que es «enfermizo» discutir sobre estos asuntos, como si tales detalles tuvieran alguna importancia, dada de la brutalidad general del ataque de Hamás. Sin embargo, si no importara, la historia no habría aparecido en las portadas. Y si una noticia falsa puede ocupar las portadas con una investigación aparentemente escasa o inexistente, no puede culparse de ello a la habitual desinformación característica de los medios digitales. Sugiere algo relacionado con el clima febril e irracional de la información y de la credulidad selectiva de los periodistas.

Este tipo de comportamientos nos deja con la duda de qué creer. Por ejemplo, las noticias de la NBC informan ahora de que documentos «ultrasecretos» de Hamás demuestran que existía un plan desde hacía años para atacar a niños y «matar a tanta gente como fuera posible». Los documentos se encontraron supuestamente en los cadáveres de combatientes de Hamás. ¿Es esto plausible? ¿Llevarían documentos de alto secreto en los bolsillos los combatientes de Hamás con una expectativa razonable de ser asesinados o capturados? ¿Qué más podría ser falso?

II.

Estos sutiles y no tan sutiles embustes constituyen el fundamento de la incondicional licencia internacional concedida al Estado de Israel mientras preparaba su respuesta. También son el pretexto para que la extrema derecha israelí, al mando del gobierno, ensaye sus escabrosas fantasías de masacre y tortura racistas. Embriagados por su propia crueldad, han ido más allá de la fría y psicótica grandilocuencia habitual para expresar claramente su intención genocida. A lo que los medios de comunicación anglófonos han respondido generalmente con un asentimiento comprensivo, un suspiro por los desafortunados «atrapados en el fuego cruzado» y un discreto silencio. Estos medios han girado sin ningún esfuerzo, como siempre hacen, de la banalidad a la barbarie, banalizando la barbarie, barbarizando la banalidad.

Consideremos, por ejemplo, la entrevista de la BBC con el millonario techbro y líder de la extrema derecha israelí Naftali Bennett el 7 de octubre. El presentador, que sólo le presentó como exprimer ministro israelí, le hizo una serie de preguntas facilonas, que permitieron a Bennett enumerar una letanía de objetivos civiles que Israel intentaría golpear. «Una casa, una escuela, un hospital, que albergan terroristas –dijo– no es una casa, no es una escuela, no es un hospital. Es una base terrorista». A lo que el presentador, imperturbable, respondió con la siguiente pregunta: «Si usted siguiera siendo primer ministro, ¿recomendaría que Israel volviera a entrar y retomara el control de Gaza?».

Sionismo
Los mitos sionistas Desmontando mitos sionistas
Estamos siendo testigos de una guerra que se intenta ganar a través de una desinformación insaciable y destructora de la dignidad del pueblo palestino.

Podríamos incluso admirar una transición tan airosa, si omitimos decorosamente la oportunidad de interrogar al entrevistado sobre el hábito de Israel de atacar hogares, escuelas y hospitales, o de preguntarle cualquier otra cosa sobre el bloqueo criminal de Gaza o, en realidad, de plantearle cualquier otra cuestión mínimamente desafiante, aunque obviamente ello hubiera requerido un mínimo de capacidad de reflexión. Por el contrario, el desenvolvimiento de la entrevista pareció totalmente espontáneo, tan descerebradamente automático como el conejito Duracell.

O veamos cómo, entretanto, los políticos israelíes, con evidente regocijo, han descrito los crímenes de guerra que estaban preparando. «Estamos luchando contra animales humanos», explicó el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, para justificar el asedio total de Gaza mediante el corte del suministro de alimentos, agua, electricidad y combustible. El ministro de Energía, Israel Katz, habló en términos similares a favor del castigo colectivo. Se informó de la declaración de Gallant, pero la noticia pasó desapercibida. El reportaje de la BBC sobre la declaración omitió mencionar la convención de Ginebra, que prohíbe este tipo de castigo colectivo. Lo mismo hizo ITV News que, al igual que The New York Times y Sky News, tampoco mencionó la reducción de sus víctimas por Gallant a un bestiario. Lo mismo hicieron la mayoría de los medios de comunicación en lengua inglesa.

«Estamos luchando contra animales humanos», explicó el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, para justificar el asedio total de Gaza mediante el corte del suministro de alimentos, agua, electricidad y combustible

El presidente israelí, Isaac Herzog, insistió por su parte en que «toda una nación» era culpable de las acciones de Hamás y que la idea de que «los civiles no eran conscientes de la incursión, de que no estaban implicados en la misma» era «absolutamente falsa». Aunque Rageh Omar informó de ello en ITV News, esta información no apareció ni en la BBC, ni en The New York Times, ni en Sky News. Tampoco llegó a la mayoría de los medios anglófonos. Ariel Kallner, en un tuit ahora borrado, pidió otra Nakba para los palestinos, que repetiría el crimen de 1948 en el que 700.000 palestinos fueron objeto de limpieza étnica. «Ahora mismo un objetivo: ¡Nakba!», exhortó. «Una Nakba que eclipsará la Nakba de 1948». Esta declaración fue recogida por Associated Press, pero pasó desapercibida para la mayoría de los medios y la prensa anglófonoas. Cuando Tally Gotliv, miembro de la Knesset por el Likud, pidió un ataque nuclear contra Gaza –«¡Misil Jericó! [...] ¡Arma del Juicio Final!»– y abogó por «aplastar y arrasar Gaza [...]. ¡Sin piedad! Sin piedad!», estas declaraciones también pasaron curiosamente desapercibidas.

De nuevo, cuando un funcionario anónimo del Ministerio de Defensa israelí informó a las emisoras israelíes de que Gaza se convertiría en «una ciudad de tiendas de campaña» en la que «no habrá edificios», sus declaraciones fueron prácticamente ignoradas. Y cuando la asesora de Sara Netanyahu, Tzipi Navon, afirmó que no bastaría con «arrasar Gaza» y que a los palestinos sospechosos de estar implicados en el ataque de Hamás habría que arrancarles las uñas, extirparles los genitales y dejarles la lengua y los ojos para el final «para que podamos disfrutar de sus gritos […] para que pueda vernos sonreír», esta declaración también fue curiosamente pasado por alto.

Cuando un funcionario anónimo del Ministerio de Defensa israelí informó a las emisoras israelíes de que Gaza se convertiría en «una ciudad de tiendas de campaña» en la que «no habrá edificios», sus declaraciones fueron prácticamente ignoradas.

La estudiada obtusidad de los medios de comunicación occidentales ignora también cuidadosamente las advertencias más severas sobre lo que está a punto de hacer Israel en Gaza. El viernes 13 Israel ordenó a los residentes en el norte de Gaza que «evacuaran» hacia el sur en un plazo de 24 horas so pena de ser bombardeados. El exembajador israelí Danny Ayalon sugirió con una sonrisa cínica que podrían ir al desierto del Sinaí y vivir en «ciudades de tiendas de campaña».

El gobierno de Biden parece decidido a permitir que esto ocurra, presionando a Egipto para que acoja a la población refugiada. El lenguaje de la evacuación, ampliamente utilizado por los periódicos, era eufemístico. Más de un millón de habitantes de Gaza acababan de recibir una amenaza de muerte. Se les dijo a punta de pistola que huyeran en un plazo de tiempo poco realista utilizando únicamente dos carreteras que se les aseguraba a salvo de bombardeos, sólo para que un convoy que huía hacia el sur fuera bombardeado, causando la muerte a setenta personas. Estas personas no tenían ninguna razón para creer que alguna vez podrían regresar a sus hogares o que estos siquiera existirían cuando lo hiciesen.

Más de un millón de habitantes de Gaza acababan de recibir una amenaza de muerte. Se les dijo a punta de pistola que huyeran en un plazo de tiempo poco realista

He aquí la segunda Nakba que Ariel Kallner pedía a gritos. Un comunicado de prensa de la ONU advertía de una «limpieza étnica masiva», que repetiría la Nakba de 1948, «aunque a mayor escala». Dos días después de esa advertencia, sólo el The Independent entre los periódicos británicos se había hecho eco de ella. Una honrosa excepción a la omertá general sobre la explicación de lo que significa la orden de «expulsión» es Victoria Derbyshire, de la BBC, quien, entrevistando al antiguo embajador israelí Mark Regev, citó al exjefe de asuntos humanitarios de la ONU Jan Egeland, diciendo: «La orden israelí de que los civiles se desplacen del norte al sur es imposible e ilegal. Equivale a transferencias forzosas y constituye un crimen de guerra».

Ningún periódico anglófono, por supuesto, menciona la palabra «genocidio» en este contexto, aunque es el término utilizado tanto por los palestinos como por los grupos judíos que se oponen a la guerra de Israel, y es claramente lo que implican las declaraciones y acciones israelíes. Como le dijo Mustafa Bhargouti a Christiane Amanpour de CNN, Israel está infligiendo sobre Gaza el triplete del «asedio y el castigo colectivo», el «genocidio» mediante bombardeos y la «limpieza étnica». El historiador israelí del Holocausto, Raz Segal, describe la guerra indiscriminada de Israel contra los civiles de Gaza y su asalto a las condiciones de vida de toda la comunidad, como «un caso de genocidio de manual», que se está implementando delante de nuestros ojos. Para la prensa y la mayoría de los expertos, el problema no puede ser nombrado. A lo sumo, la disidencia liberal llega a la conclusión de que la venganza no es la justicia, como si lo que Israel amenaza con hacer ahora fuera algo meramente reactivo y no programático.

Como le dijo Mustafa Bhargouti a Christiane Amanpour de CNN, Israel está infligiendo sobre Gaza el triplete del «asedio y el castigo colectivo», el «genocidio» mediante bombardeos y la «limpieza étnica»

Esto no quiere decir que los medios de comunicación occidentales ignoren por completo lo que le espera a Gaza. En Fox News, los invitados, enardecidos por la posibilidad de la aniquilación, se limitan a pedir a gritos el asesinato. «¡Arrasen ese lugar!», exhortó el senador Lindsey Graham. «Acabad con ellos. Acabad con ellos», suplicó Nikki Haley en el mismo augusto canal. En la CNN, sin embargo, donde el tono más habitual es el de la angustia, Wolf Blitzer, antiguo empleado del American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), comparó con tacto la matanza que se avecina en Gaza con la de Faluya, donde «muchos civiles inocentes, por desgracia [...] murieron y resultaron heridos en esos enfrentamientos», todo ello dicho no para condenar comparativamente la situación actual en la Franja con una de las peores atrocidades perpetradas por el ejército estadounidense, sino simplemente para racionalizar la situación.

El coronel retirado Cedric Leighton coincidió: «Absolutamente, bueno, mira, esa es una de esas situaciones en las que realmente no puedes hacer gran cosa por mucho que intentes evitar víctimas civiles». Mientras tanto, Anderson Cooper ayudó solemnemente a un portavoz de las Fuerzas de Defensa Israelíes a desactivar la oposición humanitaria a la orden de expulsión dictada contra los gazatíes invitándole a culpar a Hamás de la matanza de civiles por parte de Israel, porque les habían pedido que no obedecieran una orden que, según admitió, la ONU decía que era imposible de cumplir de todos modos.

Cuando un presentador de Sky News le preguntó amablemente a Naftali Bennett por las víctimas civiles en Gaza, este estalló: «¿Qué te pasa? ¿No has visto lo que ha sucedido? Estamos luchando contra nazis»

Sin embargo, sus mejores esfuerzos por mantener el decoro se ven continuamente arruinados por el personal israelí, que se muestra o incapaz de fingir la más mínima compasión por sus víctimas o ávido por justificar a pleno pulmón toda atrocidad cometida. Cuando un presentador de Sky News le preguntó amablemente a Naftali Bennett por las víctimas civiles en Gaza, este estalló: «¿Qué te pasa? ¿No has visto lo que ha sucedido? Estamos luchando contra nazis». La embajadora israelí en el Reino Unido, Tzipi Hotovely, defensora de la derecha religiosa de un «Gran Israel», invitada a mostrarse remotamente humana por una Kay Burley apenas hostil, insistió escalofriantemente, contra toda evidencia, en que «no hay crisis humanitaria» en Gaza, desechando falsa e ilógicamente la cuestión con el argumento de que «Hamás se encarga de la seguridad de los palestinos».

Jake Tapper, por su parte, invita al embajador israelí ante la ONU, Gilad Erdan, a compadecerse de los civiles inocentes de Gaza como cualquier propagandista medio decente podría hacerlo, sólo para encontrarse con una respuesta absolutamente lejos de ser convincente: «Siento de verdad el sufrimiento de la gente de Gaza, pero todos deberíamos recordar que eligieron a Hamás hace dieciocho años». Sin que su interlocutor de la CNN le diera ánimos, un soldado de las FDI explicó, de hecho insistió, en que «la guerra no es sólo contra Hamás, la guerra se libra contra todos los civiles que no pueden vernos como seres humanos». Un policía israelí, tras amenazar a un reportero del canal de noticias Al-Araby, con sede en Londres, se encaró a la cámara y gritó: «¡Convertiremos Gaza en polvo!».

III.

Tales sentimientos no son inusuales en Israel donde la idea del «tihur», la «transferencia» forzosa de la población palestina, forma parte de la ideología sionista desde hace mucho tiempo. Esta idea es defendida abiertamente por destacados políticos israelíes y parece contar con el apoyo de aproximadamente la mitad de los israelíes judíos. Como señala el sociólogo Martin Shaw, el «tihur» tiene una lógica innatamente genocida.

Cuando el periodista Haggai Matar señala que las redes sociales israelíes bullen con «llamamientos al genocidio real y literal», ello tampoco es extraño. «Muerte a los árabes» es un grito familiar de quienes practican pogromos en Israel, al igual que «quemadlos, disparadles, matadles». Durante el asalto de 2014 en el que Israel mató a más de 2300 gazatíes, los israelíes de extrema derecha lo celebraron coreando: «¡Gaza, Gaza, Gaza es un cementerio!». Tales sentimientos tampoco son exclusivos de las masas. En la prensa israelí ha aparecido apología del genocidio. Un viceministro de Defensa ha amenazado a Gaza con el «holocausto». Un portavoz adjunto de la Knesset ha pedido que los gazatíes sean «concentrados en campos» y que toda resistencia sea «exterminada». Si los periodistas británicos o estadounidenses saben algo de esto, lo olvidan rápidamente en cuanto Israel está en pie de guerra y su gobierno les exige lealtad.

En la prensa israelí ha aparecido apología del genocidio. Un viceministro de Defensa ha amenazado a Gaza con el «holocausto»

Si los sueños de asesinatos masivos racistas que informan y motivan la actual guerra contra la población civil de Gaza se ignoran con tacto o se pasan por alto para que sus partidarios liberales puedan percibir sólo víctimas accidentales, atrapadas, como les gusta decir a los periódicos y a las emisoras, «en el fuego cruzado», sus oponentes son sistemáticamente difamados. Mientras los Estados europeos prohibían las protestas pro Palestina, Ido Vock se las arregló para informar sobre este siniestro acontecimiento para la BBC sin mencionar ni una sola palabra sobre los motivos de las protestas, citando únicamente afirmaciones oficiales poco convincentes de que las protestas podrían albergar antisemitismo. De este modo, se difama colectivamente a quienes se oponen a un genocidio en Gaza, esto es, a una amplísima coalición de socialistas, musulmanes, grupos judíos, activistas de derechos humanos, liberales y activistas palestinos.

Mientras tanto, la BBC se ha visto obligada a admitir que su propia información sobre las protestas pro palestinas infringió gravemente las directrices de imparcialidad, cuando un presentador de noticias anunció que habían «expresado su apoyo a Hamás». Y todo ello en un contexto en absoluto inocente en el que la ministra británica de Interior, Suella Braverman, ha tratado de criminalizar a los manifestantes pro palestinos que, por ejemplo, ondean la bandera palestina, en el que Hamás es una organización proscrita en el Reino Unido y en el que la policía antiterrorista está evidentemente acosando a los británicos con una conexión con Gaza. Los invitados palestinos a los telediarios son objeto de la misma sospecha y hostilidad automáticas. Apenas pueden decir una palabra antes de que su interlocutor les embosque con exigencias de mala fe para que condenen a su propio bando o, incluso, para que aprueben en principio que Israel «aniquile» a Hamás.

Los invitados palestinos a los telediarios son objeto de la misma sospecha y hostilidad automáticas. Apenas pueden decir una palabra antes de que su interlocutor les embosque con exigencias de mala fe para que condenen a su propio bando

Y mientras que el apoyo a los palestinos es interrogado a través del prisma del supuesto antisemitismo, en un país donde las acusaciones de este tipo efectuadas con absoluta mala fe han constituido recientemente el zócalo de la histeria neomccarthysta contra la izquierda, incluyendo un número desproporcionadamente grande de socialistas judíos, los medios de comunicación británicos se muestran realmente relajados o incluso acogen con satisfacción el racismo hacia los palestinos, árabes y musulmanes. Consideremos, por ejemplo, a Jake Wallis Simons, editor del Jewish Chronicle, famoso por sus estándares periodísticos extremadamente pobres y su hábito de difamar a la gente. Apenas unos días después de afirmar, en un tuit ahora borrado, que «gran parte de la cultura musulmana está presa de un culto a la muerte, que sacraliza el derramamiento de sangre», fue recibido en un panel de Question Time de la BBC en el que no había ni una sola voz pro palestina. Interpelado por un miembro del público sobre sus palabras, disimuló lo que había dicho y ofreció lo que sólo puede haber sido una disculpa totalmente insincera.

Los medios de comunicación, sin embargo, aceptan en parte los límites del debate establecidos por el Estado y los partidos políticos nacionales británicos. En este contexto, conservadores como Rishi Sunak y James Cleverly, al igual que laboristas como sir Keir Starmer y Emily Thornberry, que insisten en que Israel está en su derecho de cortar el suministro de alimentos, agua, electricidad y combustible a los habitantes de Gaza, son culpables y cómplices de crímenes de guerra. La canciller en la sombra Rachel Reeves, al ser preguntada por Nick Robinson sobre lo que ellos «llaman Palestina», también es culpable al insistir, desafiando el consenso jurídico internacional, en que «Gaza no está ocupada por Israel». En Estados Unidos, el gobierno de Biden establece los límites del debate legítimo, por ejemplo, calificando de «repugnantes [...] vergonzosas» las peticiones de alto el fuego del Congreso, o diciendo al mundo que «nadie tiene derecho a decirle a Israel cómo defenderse», tampoco, presumiblemente, los gazatíes agredidos.

El consenso proisraelí tampoco está exento de líneas de fractura y contradicciones. A pesar de las idioteces y la indolencia moral de los medios de comunicación con respecto a Palestina, a pesar de su lunática ecuanimidad ante la barbarie y su desastroso olvido de hacia dónde se dirigen la sociedad y el Estado israelíes, a pesar de lo irreflexivamente que se alinean con el desvarío político general en momentos como éste y a pesar de la siniestra provocación a los palestinos y a los manifestantes pro Palestina, probablemente sea justo decir que ha habido más voces palestinas en la televisión, la radio y la prensa que antes. La propaganda israelí nunca ha sido tan burdamente ineficaz en sus esfuerzos residuales por humanizar su brutalidad o, incluso, por parecer vagamente coherente. La posición de los políticos que apoyan a Israel nunca ha parecido tan endeble ni tan evidentemente monstruosa. El consenso a favor de la barbarie no tiene por qué mantenerse.

Verso Blog
Artículo original: The Ecuanimity of Lunatics publicado por Verso y traducido con permiso expreso por El Salto.
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isa
22/10/2023 16:48

Espantoso!!!
Que su dios Yaveh (si existe) se lo demande.
Y nosotras BDS a Israel: Boicot, Desinversión y Sanciones.
Fuerza Palestina ✊✌️!!!

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Sirianta
Sirianta
22/10/2023 16:12

Mi madre no es una persona especialmente informada de la actualidad más allá de la TV convencional y de Facebook, por lo que me sorprendí al escuchar su rabioso discurso anti-sionista el otro día. Es cierto que su cochina propaganda está fallando, parece ser.

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