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País Vasco
Esperando a Godot en la política vasca
La persistente desafección de la ciudadanía vasca hacia los partidos y la política en general es un síntoma de un fenómeno que viene de lejos y que, sin embargo, resulta la condición imprescindible para que una política del tedio y de la espera permanente haya devenido en sistema político de gobierno de Euskadi.
La conocida obra de Samuel Beckett Esperando a Godot, encuadrada dentro de la tradición del teatro del absurdo y, por tanto, del existencialismo, describe la situación de dos personajes a la espera de un acontecimiento: la llegada de un tal Godot, junto a un camino en un lugar sin identificar. Lugar y territorio, por tanto, de una espera de algo que está por venir pero que queda permanentemente indefinido y en suspenso. Tedio y aburrimiento parecen ser el destino fatal de los protagonistas arrojados a este no lugar en el que, aparentemente, nada sucede, más allá de la aparición de otros personajes que ofrecen pistas esquivas sobre la aparición de Godot.
El fin de curso de la política vasca en el que nos encontramos sumergidos de lleno está siendo, como es habitual, tan predecible y ritualizado como todos los que le preceden en el tiempo. Durante los últimos meses mucho se ha publicado y hablado en medios y en el Parlamento vasco sobre autogobierno, el tema mainstream con el que terminamos, al parecer, igual que como empezamos. Otros asuntos han ocupado y ocupan también este cierre cíclico de la actividad parlamentaria, pero en su estructura recurrente las formas y los rituales no hacen sino repetirse. Rituales que, como otros muchos, son un antídoto contra el desorden en tanto que escenificaciones del orden social y político que hacen “desde arriba” las personas garantes del mismo. Es decir, los representantes de la voluntad popular o la clase de los políticos. La inmediatez en lo comunicativo y la rápida caducidad en los mensajes (aparentemente diferentes pero, básicamente, variaciones sobre un mismo tema) conviven con un tono político tedioso y altamente previsible del que el PNV ha hecho el paradigma perpetuo para todos y todas las agencias y agentes políticos del país.
Los Godot —o la encarnación-variación multiforme de un único Godot— de la política vasca cambian de temporada a temporada, como las tramas de las narrativas actuales encarnadas en series de éxito, que incorporan de forma paulatina y medida elementos de tensión y de relajamiento en la dosis adecuada para el éxito del producto. La política se parece cada vez más a las series de la misma forma en que las series se han convertido en el texto fundamental en el que leer nuestra condición actual, a falta de las respuestas que ya no se buscan mirando a lo político-institucional. La persistente desafección de la ciudadanía vasca hacia los partidos y la política en general es un síntoma de un fenómeno que viene de lejos y que, sin embargo, resulta la condición imprescindible para que una política del tedio y de la espera permanente haya devenido en sistema político de gobierno de Euskadi.
Esta esfera de lo predecible encuadra el orden vasco, fuera del cual cae todo aquello que se salga del camino en el que esperamos a Godot o que irrumpe desde otros lugares como lo radicalmente “otro”. Si bien en los últimos años ha habido momentos en los que parecía vislumbrarse que, finalmente, Godot iba a llegar o que la tragedia iba a desvelarse precisamente como una trama de ficción, la fuerza de los rituales y la aparente alegría de sus concelebrantes nos aboca a la espera permanente de lo que está por venir, de quien está por venir. Por no hacer una genealogía de las anteriores encarnaciones de nuestro Godot vasco, léase, recientemente, el nuevo Estatuto, nuevo estatus, Nación Foral, República vasca o Estado vasco asociado. Un horizonte de futuro que encarna, valga la paradoja, la expresión del idealismo político de nuestros tiempos: ideas puras, ideas bellas, ideas verdaderas. Godot el puro, el bello y el verdadero.
Que un partido de orden sea fiel a su tradición centenaria de respeto por una cosmovisión de raigambre monoteísta, en el sentido teológico y sociológico del término, encarnada en su lema Dios y Ley Vieja sea el autor del paradigma godotiano de la política vasca es, básicamente, normal y comprensible. Nada más doloroso y desasosegante que el desorden y el caos puede imaginar quien concibe el orden como necesidad absoluta y como antídoto en todos los ámbitos de la vida y, especialmente, en lo referidos al gobierno de la comunidad. ¿Y qué ocurre con los otros?
El PNV, claro está, es el autor y director escénico del paradigma Godot descrito en las líneas anteriores. Cabe suponer que, además, podamos verlo transfigurado en Pozzo, el dueño y señor del lugar en el que los vagabundos esperan a quien nunca aparece. El partido nacional vasco encarna a la perfección ese papel de amo, con un siervo que se dedica a entretener a los vagabundos. Unos vagabundos necesitados, por otra parte, de entretenimiento en su infinita espera. Podríamos ser osadas y ver en el actual servilismo del PSE una transmutación del personaje de Lucky (“el afortunado”), bien amarrado por la cuerda con la que le lleva su señor, quien pese a todo le mantiene. El nudo gordiano de este juego de espejos es saber si Vladimir y Estragon son uno o dos. Es decir, si su situación vagabunda es la misma que la de la izquierda vasca, con su desdoble abertzale y no abertzale (otras etiquetas en función de otros gustos). Ambas —o la misma— izquierdas a la espera de su Godot particular, uno de los cuales, lleva décadas de retraso para el proyecto político independentista.
El PNV es el autor y director escénico del paradigma Godot. Encarna a la perfección ese papel de amo, con un siervo que se dedica a entretener a los vagabundos, que están necesitados, por otra parte, de entretenimiento en su infinita espera
Es posible que la conquista de los cielos no haya llegado tan rápido como nos hubiera gustado, pero algunas apenas acabamos de llegar. ¿Y el PP? Bueno, fácil suponer que es el niño que en cada uno de los dos actos de la obra anuncia que Godot no llegará hoy pero, quizá, mañana sí. El recurrente peligro independentista de las citas electorales o de coyunturas políticas recientes en otros lugares del Estado.
¿Y los otros? La pregunta hay que repetirla, porque en esta escena acotada sólo podemos mirar lo que en ella ocurre. ¿Hay un otro y, por tanto, un fuera de campo en la política vasca más allá del paradigma del tedio y la espera? Es claro que Vladimir y Estragon nunca dejarán ese camino en el que están, en el que la espera sin fin les sujeta. Pertenecen a ese lugar, no pueden salir de él. Seguirán esperando, pase lo que pase. De la misma forma en que todos y cada uno de los personajes se encuentran cercados por una situación de la que desconocen casi todo. Sólo el autor gobierna a los personajes. Sin un afuera, sin otra autora, no hay nada más que la repetición.
El autor de la obra, el demiurgo creador, encierra a sus personajes en una situación trágica de la que no parece haber salida. Todos los días, las mismas palabras, las mismas rutinas, el mismo anuncio: “quizá mañana”. Esperanza y miedo, en suma. Claves para entender por dónde se agrietan las columnas y dónde mirar para hacer de la fisura una nueva oportunidad de creación. Seguir celebrando los rituales de la repetición godotiana y situarnos en las claves de esperanza y miedo que gestiona es tan previsible como ineficaz para cualquier acción política que busque salir de este enclaustramiento tedioso.
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