Opinión
El espectáculo no continúa, y punto

Los anuncios en los días previos no dejaban lugar a dudas: la última etapa de La Vuelta podía terminar con violencia o no terminar. No ha terminado, aunque ha habido violencia policial y continúa todavía en la tarde del domingo 14 de septiembre. El desborde en Madrid, en lo que ha sido probablemente la mayor manifestación propalestina (pro derechos humanos) desde el comienzo del genocidio hace ahora casi dos años, ha cortocircuitado una carrera que, desde hace más de dos semanas, ha sido el espacio en el que miles de personas han roto el silencio.
El espectáculo deportivo se ha visto afectado —hasta el punto de que ha sido interrumpido completamente en tres ocasiones— porque las protestas han identificado su propio desarrollo con un insulto a las más de 60.000 personas asesinadas, a las cientos de miles de heridas, a la población que sufre de hambre y sed por la voluntad exterminadora de Israel.
La cuestión, que ya se planteó con Eurovisión o antes con decenas de partidos con participación de equipos israelíes, no estriba solo en la solidaridad con Gaza. Trata también de cerrar las vías de reproducción de discurso único que plantea el deporte de alta competición y otras expresiones culturales. Ese discurso que dice que puede ser lamentable que los conflictos revienten brazos, tórax y cabezas, pero que quiere persuadirnos de que es posible la evasión, el divertimento, el entretenimiento; que quiere decirnos que en realidad nada importa tanto si su producto, perfectamente empaquetado para televisión, puede seguir marcando nuestra agenda. Nada importa demasiado y por eso el espectáculo debe continuar. Ese es el mensaje que se ha roto esta tarde en Madrid, se rompió antes en Pontevedra, en Bilbao o en Figueres.
Para Israel (sin 'Premier Tech'), era la oportunidad de agrandar la herida, de dirigir el insulto a toda la población que en el mundo contempla horrorizada el genocidio
“Israel asesina, Europa patrocina” ha sido un grito recurrente desde el genocidio. Sin embargo, estos días ha cobrado mayor eco. La presencia en el pelotón de Israel Premier Tech, una marca destinada al soft power y a la promoción de productos tecnológicos civiles pero “probados en combate”, como se venden al mundo, era un insulto. También era fácil de prever para el Gobierno y para las llamadas fuerzas del orden que ese insulto podía generar un humus de rabia que hiciera inviable que todo transcurriese como siempre.
El Gobierno no tuvo la decisión suficiente para imponer la expulsión de Israel Premier Tech. Desde hace semanas, sus representantes han dejado la tarea en la organización de La Vuelta, que invitó a marcharse a un equipo cuya dirección (no deportiva) tenía claro lo que quería conseguir de esta ronda ciclista. Para Israel (sin Premier Tech), era la oportunidad de agrandar la herida, de dirigir el insulto a toda la población que en el mundo contempla horrorizada el genocidio. Por eso, el Gobierno de Pedro Sánchez debía haber intervenido, esgrimiendo eso llamado “seguridad ciudadana”, consciente de que sería demandado por el equipo y que, probablemente, los tribunales darían la razón a la empresa privada.
De haber pasado eso, el fallo judicial habría llegado dentro de mucho tiempo. Cualquier consecuencia, en términos económicos o políticos, hubiese sido menor en comparación con el desastre de ver a ese mismo Gobierno, cuyo presidente se mostraba admirado de las protestas, ordenando cargas, golpeando manifestantes y disparando balas de goma a la población.
Es política ficción. Lo que no lo ha sido es el grito de respuesta dado hoy por Madrid y antes por otros pueblos del Estado en contra de que todo siga igual sin que pase nada. Pasará mucho tiempo hasta que en esas calles y carreteras se deje de escuchar un grito masivo en contra de todos esos espectáculos que creen que su razón está por encima de la vida misma del pueblo palestino, o de cualquier otro pueblo masacrado en nombre de los valores occidentales.
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