Opinión
Vallas

El día en el que la Vuelta ciclista iba a pasar por Madrid, el asfalto de las calles se llenó de vallas que seguían el rastro de lo que había ocurrido en otros lugares. Vallas azules y grises, con sus barrotes perfectamente paralelos rompiendo la simetría una vez que perdían su verticalidad. Algunas con carteles publicitarios adheridos. Otras no.
Muchas personas empujaron esas vallas que trataban de recluirlas al otro lado, del lado de quienes obedecen. Las empujaron personas mayores y personas jóvenes, las empujaron personas que están hartas, que tienen la rabia agarrada a la garganta, que no soportan más saber que sigue ocurriendo, cada día, que sigue pasando, el dolor, el hambre, los asesinatos, el genocidio. Personas que no quieren formar parte de quienes no hicieron nada. Las empujaron personas que llevan mucho tiempo participando de movimientos sociales y otras, muchas, que están recién llegadas. Las empujaron personas a las que ya, hace tiempo, dejó de caberles la indignación en ninguna parte del cuerpo y han decidido hacer algo con ella.
Vallas tiradas que se han convertido en la barra que usan las funambulistas para mantener el equilibrio cuando caminan por una cuerda alrededor de la cual todo parece inestable
Mientras la calle se llenaba de gente que caminaba con una tenacidad poco habitual en una ciudad como Madrid, las vallas se quedaron tiradas por ahí, en medio, buscando entorpecer, estorbar, dificultar, complicar, molestar. Romper.
Esas vallas se han quedado en ese lugar que le dio la gente, en medio de la calzada. Siguen ahí. Las calles de muchos lugares están llenas de vallas. Vallas arrojadas por personas que saben que si alguien decide volver a colocarlas, si alguien intenta ubicarlas de nuevo de forma que las arrincone del otro lado, del lado de quienes obedecen al silencio frente al genocidio, volverán a tirarlas. Una vez. Dos veces. Mil veces. Volverán a zarandearlas hasta echarlas abajo. Volverán a tirarlas.
Vallas que ahora son centros educativos que se niegan a quitar la bandera palestina de sus aulas aunque tengan órdenes de hacerlo, que son madres y padres que piden desde las asociaciones de familias que quieren que se trabaje este tema en los colegios e institutos, que son adolescentes diciendo que el futuro tiene que ser diferente a esto. Personas que se suben a barcos para llegar hasta Gaza. Personas que piensan formas de romper esta normalidad. Personas, muchas, diversas, que tirarán todas las vallas que traten de impedirles el paso de ese rumbo que han decidido emprender.
Vallas tiradas que se han convertido en la barra que usan las funambulistas para mantener el equilibrio cuando caminan por una cuerda alrededor de la cual todo parece inestable. Vallas que se tiran para no caer. Vallas agitadas y sacudidas por una fuerza colectiva que se ha convertido en un eje, en un sostén, en la forma de mover lo que parecía inmutable.
Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.
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