Opinión
Un país de Jennis

Las llagas racistas, machistas o mercantilistas que han convertido el fútbol en un negocio amoral sin visos de arrepentimiento han estado, hasta ahora, protegidas por una pasividad que podríamos considerar masculina.
Jennifer Hermoso Madrid Copa Mundial
Jennifer Hermoso sostiene la copa del Mundial en el autobús que recorrió Madrid con las campeonas tras su llegada a Madrid.

“Desubicado” usan como adjetivo en Argentina para quien no sabe estar. Desde el domingo, el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, parece empeñado en disfrazarse de lasaña de vergüenza ajena. La semana, seguramente, se le haya hecho larga como la despedida de un bebedor, y la indignación por sus acciones, actitud y palabras no ha terminado ni lo hará hasta que esté fuera de su cargo. Sin embargo, sería interesante encontrar un hueco para verbalizar algo. Hemos vuelto a asistir a una evidencia: estamos ante otro de esos trabajos que los hombres hemos dejado a medias, si es que siquiera lo habíamos comenzado. Teniendo en cuenta que la industria del fútbol está mayoritariamente conformada por hombres dirigentes, jugadores y aficionados, podemos afirmar que las llagas racistas, machistas o mercantilistas que han convertido este juego en un negocio amoral sin visos de arrepentimiento han estado, hasta ahora, protegidas por una pasividad que podríamos considerar masculina. De nuevo, ellas tirando del carro.

Este listón democrático es el resultado del trabajo de los movimientos feministas, que soportan una carga enorme, hacia una sociedad más justa

El debate más profundo acerca de los valores que el fútbol ejemplifica está teniendo que ver con los mayores avances que esta sociedad ha dado en poco tiempo. Los de la igualdad de género. No debería dejarse de decir por obvio, pero allá va. El consenso público que estamos viviendo estos días —que son inaceptables el beso de Rubiales tras inmovilizar con sus dos manos la cara de Jennifer Hermoso, los gestos del representante del fútbol español en el palco, el afán de protagonismo de quien no ha ganado ningún título o unas justificaciones narcisistas en condicional— era impensable hace muy poco, pongamos apenas un lustro. Lo que hoy nos parece de cajón no es tampoco fruto de ningún mágico progreso natural. Un reloj a solas no te hace ninguna revolución. Este listón democrático es el resultado del trabajo de los movimientos feministas, que soportan una carga enorme, hacia una sociedad más justa. Su acción, tanto en la calle y la opinión pública como sobre todo legislativa, es el motor de transformación más decisivo del presente.

Se nos ha invitado a comulgar con la rueda de molino de la “espontaneidad” ante las salidas de tono patriarcales de estos días. Pero nada menos espontáneo que aquello que lleva cociéndose siglos

A nadie se le escapa que los futbolistas no han hablado. Quiero defender que la sociedad espera que lo hagan. Es tentadora la superioridad moral de dar la batalla del fútbol por perdida, tachando de la lista de ámbitos a cambiar lo que muchas personas han declarado, por bastantes y variadas razones, zona catastrófica. Pero no les hagamos el trabajo, no regalemos esa comodidad, el privilegio del silencio, uno más, a personas para las que pronunciarse en solidaridad con sus compañeras solo pone en riesgo construirse una piscina privada más. También está en juego otra disputa quizá más importante. La recuperación de unas ideas de la alegría y la naturalidad secuestradas. Ambas vandalizadas —banalizadas— por el esencialismo ibérico de un “así somos” con mucho más de anuncio de embutido que de sociología real. Se nos ha invitado a comulgar con la rueda de molino de la “espontaneidad” ante las salidas de tono patriarcales de estos días. Pero nada menos espontáneo que aquello que lleva cociéndose siglos.

Dejaremos para otro día el debate sobre si la federación habría anunciado, eufórica, en el vestuario de los hombres, que pagaba a las jugadoras unos días en un destino tan a mano como Ibiza. Mientras, la presión mediática sobre Jennifer Hermoso sigue en marcha. Las portadas de la prensa deportiva tradicional la colocan a ella en el foco. Escuchamos a líderes de opinión decir que no se dieron cuenta de algo tan obvio como la relación laboral jerárquica que hay entre el ejecutante y la implicada a la fuerza. A nadie debería importarle más un fuera de juego que las relaciones sanas entre las personas. Ella ya ha movido ficha. Su decisión de controlar los tiempos y, especialmente, de actuar y comunicar desde un sindicato, reforzando así el carácter colectivo y social de lo sucedido, es una nueva lección en unos días hacia los que, más pronto que tarde, echaremos la vista atrás con asombro.

Hoy parece más claro que nunca que todas esas chavalas —y algunos chavales, buen indicador de cambio— jóvenes que llevan camisetas con el nombre de estas jugadoras nos hablan de un futuro más justo y amable. A mí, si me preguntasen ahora mismo qué país quiero, respondería que uno de Jennis.

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